A Carmen, con quien viví la experiencia de la belleza, y tantas otras cosas...
Lloré como un
chiquillo en Florencia. No era el llanto de Stendhal. Era el llanto de un niño que
había penetrado en mi cuerpo; el llanto incontenible sobre el hombro de mi amor
a quien pedía que me abrazase, a quien
rogaba consuelo, sin ser capaz de explicarle el motivo de mi repentina tristeza.
Fue justo frente
a Santa María di Fiore, bajo la negra estatua de Brunelleschi, quien parece mirar hacia su cúpula con cierta admiración
ajena, como si el éxtasis de los siglos ante el resultado de su obra no fuese
realmente producto de su genio.
Era el tercer día
en la ciudad. Habíamos estado recorriendo todos los rincones, desde los jardines de Boboli más
allá del puente Vechio, hasta el Duomo; desde a Santa Croce hasta Santa María
Novella. Durante el paseo, salpicado por una fina lluvia, hablábamos de las grandes obras que habíamos
tenido la oportunidad de disfrutar; de los grandes hombres que allí vivieron;
del privilegio que suponía colocar un pie tras otro sobre el mismo suelo que ellos
recorrían a diario, mientras pensaban ensimismados en cómo esculpir
una mirada, en cómo colocar un andamio, en las proporciones de una mano, o en cómo
alumbrar una criatura viva desde el alma fría de un bloque de mármol.
Sin embargo, a
pesar de su historia y de lo que contiene; a pesar del aliento de audacia,
sensibilidad y talento con que se reviste su atmósfera, Florencia no hace honor a su nombre. Florencia
no es como suena. Florencia es leve, líquida, primaveral. Florencia es musical y llana; Florencia se dice sin esfuerzo. Florencia desvanece su diptongo en una
caricia silábica, sin vehemencia, en un sutil suspiro vocal. Florencia es el
cabello dorado que agita el Céfiro de Botticelli. Florencia es la delicadeza de
una palabra que contiene en su alma la esencia de la porción más delicada y
frágil de la belleza.
Pero, efectivamente, Florencia deshonra el sonido de su nombre. Florencia es una ciudad de paredes oscuras. Florencia
es una ciudad lítica. Florencia es piedra sobre piedra argamasada con autoridad
gracias a la fuerza y al poder del dinero.
Florencia es antigua, redundante y perseverante ostentación financiera.
Florencia es poderío, reflejado en el tamaño de cada uno de los sillares pardos
dispuestos matemáticamente, según el gusto renacentista, en cubos perfectos, configurando un entramado
de calles antipáticas y plomizas que constituyen una de las grandes paradojas
urbanas de Occidente, porque son esas mismas calles, flanqueadas por murallas
militares más que por fachadas, las que
nos conducen al interior de esos horrorosos palacios donde respiran eternamente
criaturas perfectas, armónicas, concebidas para redimir las conciencias y
sublimar el sueño de la bondad y del talento del hombre, engendradas gracias al dinero de quienes construían
sus búnqueres para habitarlas y contemplarlas.
De todo esto
hablábamos mi amor y yo, caminando ya un tanto cansados, bajo la lluvia suave de
un atardecer florentino mientras llegábamos de nuevo, una vez más, a Santa
María di Fiore, hacia donde todos los caminos parecen llevar. Una vez más, saludamos
a Brunelleschi, paseamos alrededor del baptisterio y contemplamos con admiración
renovada el campanario de Giotto. Mientras observábamos hipnotizados la torre
blanca esmeralda, surgió desde un rincón
de aquel espacio mágico el sonido de un
acordeón. No sabíamos de donde provenía, y tampoco nos importó demasiado, porque estábamos tan concentrados en aprisionar
en nuestra memoria la gracia y el
esplendor de la obra de Giotto, que aquella música era para nosotros como un
añadido ambiental, el envoltorio sonoro perfecto para poder abstraernos y
sentirnos solos entre la gente que transitaba por la plaza del Duomo ante la inteligencia
y la sensibilidad de la que es capaz el ser humano.
Después de unos
minutos, posé mi mano sobre el hombro de mi amor, nos miramos un segundo y sin
decir nada, dimos por finalizada nuestra presencia en aquel lugar. Fue entonces
cuando toda nuestra atención se concentró en la música del acordeón, que ahora
sonaba como una llamada, una convocatoria, una voz que nos emplazaba a
dedicarle unos minutos de nuestro interés.
Eran una melodía triste, cargada de melancolía, colmada de una amargura desconsolada interpretada por un hombre alto, extremadamente delgado, que nos miraba fijamente
desde el hueco de sus ojos hundidos con cierta complacencia apesadumbrada y que
extendía y aprisionaba el fuelle a través de un movimiento rítmico,
aprendido una y mil veces, ejecutado con delicada exquisitez, casi diría que con cierto
sentido del respeto, como si el tema que brotaba del instrumento contuviese algún tipo de oración, o quizás de recuerdo.
Me acerqué a él,
dejé unas monedas dentro de su sombrero y cerró los ojos a modo de agradecimiento. Entonces,
todo el quebranto, toda aquella melancolía afligida que se elevaba a través del aire del tiempo gracias a las notas del acordeón se apoderó de mí y,
antes de que nos hubiésemos alejado unos pocos metros, me asaltó un
aluvión de lágrimas que intenté detener.
Sin embargo, a pesar de toda la
voluntad que empeñé en no estropear aquel atardecer inolvidable por culpa del gimoteo de una
pesadumbre inexplicable, mis esfuerzos fueron en vano y tuve que detenerme, abrazarla, y
romper a llorar como un chiquillo. No era el llanto de Stendhal, era el llanto
de un niño que había penetrado en mi cuerpo; un llanto incontenible sobre el hombro de mi
amor a quien suplicaba consuelo, sin que todavía hoy haya sido capaz de
explicarle el motivo de aquella imborrable y repentina tristeza.
5 comentarios:
Sin palabras. Precioso...
Ester
Hermosas palabras. Es evidente que te dejaste llevar por ese maravilloso entorno sin llegar a emular a Sthendal. Te dire que este año estuve también disfrutando un par de semanas de Florencia y sus alrededores toscanos. Mi mujer me dijo que los 5 días que pasé en Florencia me veía con cara de felicidad que supongo que es algo cercano a ese manido síndrome.
Un abrazo.
Un abrazo Ester
Carlos, qué bueno. Me hace gracia pensar que quizá nos cruzamos en algún momento, o ambos guardamos cola muy cerca, o comimos en mesas contiguas.
La verdad es que contemplar un día tras otro tantas maravillas y deambular por donde vivieron su días cotidianos tantos grandes genios de la historia que cambiaron el destino del mundo con su talento no deja indiferente ni a las decenas de miles de chinos que alborotaban sin ningún tipo de recato allá donde uno fuese ;)
¡Salud, Carlos!
¡Qué bonito texto, rezuma sensibilidad, gracia y belleza!
Quizás el conjunto de Florencia, el amor y la trashumancia vacacional hicieron brotar sentimientos escondidos.
Un abrazo, :)
La música, Florencia, la tarde, la lluvia... ¡qué sé yo!
El acordeonista interpretaba el tema central de "la lista de Schindler"
Me alegro mucho que te haya gustado, Babe. Eres muy amable
¡Salud!
Publicar un comentario