Soy de un lugar en el que la memoria es mi nacimiento. El mío es un territorio que no aparece en los mapas, olvidado de los hombres y de los nombres. Soy de un lugar en el que las palabras adquieren significados diferentes, en el que los gestos se traducen a otro idioma.
Ese lugar es el de los recuerdos: la tierra, la patria, la nación, el país del que procedo y al que vuelvo cada día, sin quererlo, como un clavo a un imán.
En mi país nada se ve claro. Todo aparece tímidamente, escondiéndose, como amagado entre nieblas y brumas que apenas permiten adivinar sombras y siluetas entre las que se oyen voces, risas y suspiros, adioses y música de otros tiempos.
Esta es una tierra extraña porque, a pesar de la bruma, se distinguen con toda claridad millones de estrellas sobre la noche oscura mal iluminada por alguna que otra bombilla que cuelga de un poste al final de una calle estrecha en la que se oye el mugido de una vaca, el ladrido asustado de un perro y el sonido de la campana vigilante de bronce, allá en la torre de piedra, marcando el tiempo, en guardia, a la espera del paso de otro minuto.
Ayer miraba con atención la fotografía que ilustra estas líneas. Apenas se adivina la identidad de los rostros de los jóvenes que aparecen en ella. Se intuyen risas, despreocupación, cierto aire impertinente. La impertinencia, quizá, de quienes viven libres desde que se despiertan hasta que caen rendidos sobre la cama, noche tras noche, al abrigo de la campana que vigila en lo alto de la torre de piedra; de quienes dormirán con el sabor todavía en los labios de los primeros besos y de los primeros cigarrillos, deseando que amanezca de nuevo para volver a pisar el asfalto derretido por el sol inclemente de la sierra y la hierba seca del verano.
Alguien pintó en la pared SE BENDE con letra y pulso torpes y peor ortografía; la misma torpeza con la que los jóvenes que posan para el fotógrafo anónimo descubrían el mundo al compás de canciones horteras que les cantaban exactamente lo que querían escuchar.
SE BENDE es el letrero luminoso de neón que luce, precisamente, en mi tierra y que intenta desvelar, sin conseguirlo, rostros, verdades, realidades, recuerdos.
Hay otro revelado de esta foto, otra copia más clara, en donde yo le pongo cara a los rostros y en donde soy capaz de ver qué hicimos antes de posar y que hicimos después. Pero esa copia sólo se puede ver en mi patria, entre brumas y niebla, bajo la campana de la torre que anuncia, vigilante, los cuartos y las medias.
Vuelvo mañana