Soy un tipo con
prejuicios, lo cual me impide disfrutar plenamente de lo bueno que nos
ofrece la vida. No sé si este es el precio que hay pagar por mantener los
principios, o sencillamente se trata de un más de mis rarezas o estupideces cuyo
peso arrastro por la vida igual que una mala imitación desquiciada de Don
Quijote, forzando más allá de lo razonable el espíritu crítico y mis
ambiciones éticas. Don Quijote, Don Quijote, tal y como lo parió Cervantes, es la
criatura más lúcida que conozco.
Yo no leo a Mario Vargas Llosa. Gocé con sus primeras obras durante mi juventud . ‘Los jefes’, ‘La ciudad y los perros’, ‘Los Cachorros’ con aquel inolvidable Pichulita Cuéllar, ‘La tía Julia y el escribidor’, ‘Conversaciones en la catedral’, ‘Pantaleón y las visitadoras’… y ya. Porque a la que se convirtió en una figura relevante de las letras y con capacidad para influir sobre la sociedad, Vargas Llosa abrazó y defendió abiertamente la causa de los poderosos, de aquellos pocos hombres y mujeres que, con el fin de conservar sus privilegios, dañan a las mayorías. Y así hasta hoy. No he vuelto a leer ni una sola de sus obras.
Algo parecido, pero en otro sentido, me ocurre con Jaime Gil de Biedma. Por lo que parece, y a la vista de lo que señala la crítica, es uno de los grandes poetas en español del siglo XX. Jaime Gil de Biedma confesó en sus diarios su afición a mantener relaciones sexuales con niños en Manila. ¿Cómo cribar este hecho de su obra poética, y por tanto lírica, con todo lo que eso conlleva? ¿Cómo puedo atenerme solamente a su creación literaria y olvidarme que, quizás, poco después de escribir los versos más bellos, mancillaba la inocencia y el cuerpo de un pobre niño que se prostituía para dar de comer a su familia?. Hay algo en Gil de Biedma que es mentira, y no es este lamentable hecho del que, por cierto, nunca renegó. Por eso no puedo con él.
Camilo José Cela es otro ejemplo. 'La Colmena', gran novela. 'La Familia de Pascual Duarte', otra obra maestra (obviando sospechas de plagios). Sin embargo, se me hace del todo imposible acercarme a sus libros, por su historia censora, por su carácter y talante filofascista; por esa impostura maleducada, caciquil y soberbia tan del gusto franquista que le confería cierta semejanza con los tiranuelos gallegos tan bien descritos por Valle-Inclan. Esa ambición desmedida y descarada; la constante provocación hueca, de eterno enfant terrible consentido; un estar pantagruélico en el mundo, flatulento y macho, vulgarote, terrorista del buen gusto y de las normas mínimas de la buena educación.
Y algún escritor más hay así, en esa línea de mis prejuicios. Borges, por ejemplo, prosélito de dictadores latinoamericanos; filósofo metafísico con piel de cuentista.
En cuanto a la música, me ocurre algo parecido. En casa no se escucha a Eric Clapton. ¡Qué le vamos a hacer!. El guitarrista de la mano lenta se negó a participar en los años setenta de una iniciativa roquera contra el racismo y contra los supremacista blancos. Clapton llegó a reivindicar públicamente una Gran Bretaña para blancos, y jamás se retractó de esas declaraciones. ¡Que te den, Eric.!
Tampoco escucho a Wagner porque me ocurre como a Woody Allen, me entran ganas de invadir Polonia.
Y me sale sarpullido cuando emiten por la radio a U2, con el hipócrita de Bono al frente. Ya hace algunos años que se ha revelado la falsedad de su filantropía, una fachada tras la cual se esconden su ambición y grandes intereses de terceros. La huella ecológica de Bono está calculada en 60 planetas. Es decir, mientras lidera campañas medioambientales, Bono necesita sesenta Tierras para conservar su nivel de vida. Otro dato más: su fundación ONE destina poco más del 1% a las causas que dice defender de los millones de dólares que recibe. ¿Qué o quiénes hay detrás de este tipo? ¡Qué te den, Bono!
Con Lluis Llach he llegado a mi Ítaca, la Ítaca del empacho, del empalagamiento y el desconcierto. Este cantautor de la voz cóncava, antiguo trovador de la libertad, amigo de los humildes y portavoz de las injusticias, no solo descansa apaciblemente sus estreses en The Rino Resort -un complejo turístico de lujo ubicado en Senegal, participado accionarialmente por el humilde Sandro Rosell y frecuentado por las estrellas del F.C. Barcelona- sino que además se sienta en el parlamento catalán en su escaño compartiendo bancada junto a diputados y diputadas cuyo partido patriótico ha estado robando a los catalanes durante los últimos 25 años. Yo asistí al memorable concierto de Llach en el Camp Nou del 6 de Julio de 1985, y compré y escuché, hasta que se malogró de tanto ponerla, la doble cassette editada por Ariola . ¡Cuánto ha llovido, querido Lluis!
¡Ah! Mis prejuicios. La razón de los tontos, como decía Voltaire, más difíciles de desintegrar que un átomo, tal y como escribió Einstein. Quizá se trate de una simple y vulgar cuestión de orgullo; una pose que me reafirma ante los demás; una postura adolescente, infantiloide, con la que me cierro los ojos para no aceptar la realidad de la vida, la madurez de otros, que no dudan en traicionar sus principios porque siempre tienen otros a su alcance y una buena coartada con la que justificarse. Sí, debe ser eso, la razón de los tontos.
Sin embargo, yo no me enorgullezco de mis prejuicios, porque lo paso mal, porque me obligan a ver lo que todo el mundo debería ver pero se obstina en obviar, con el consecuente efecto de mi marginación o de mi silencio.
En este mismo espacio he escrito algunas líneas elogiosas sobre el talento de Messi, o de Guardiola. A pesar de todo, de un tiempo a esta parte, me ha crecido una idea en las tripas –seguramente un prejuicio- que prevalece sobre todo lo bueno que se pueda decir de estos dos personajes y de sus compañeros.
Llegado el minuto 17 y 14 segundos ( ni uno más, ni uno menos), puntualmente, buena parte de los espectadores que disfrutan en el Camp Nou de Messi, Mascherano, Piqué, Neymar y todos los demás, vocean IN – INDEPEN- INDEPENDENCIÁ, así durante unos cuantos segundos, por varias razones. La principal, la que les ha llevado a defender esa postura legítima a gritos en un campo de fútbol, es que España les roba. Sin embargo, quienes de verdad les roba, objetivamente, son las personas que forman ese equipo de evasores fiscales, virtuosos del balón, a los que jalean, por los que se levantan haciendo la ola; a los que glorifican y alaban alzando y flexionando los brazos como musulmanes en la hora de la oración; de los que hablan con sus amigos y compañeros más que de sus propios hijos.
Y qué decir de Josep Guardiola, el gran valor social, el ejemplo para todos los catalanes, el prescriptor amante del trabajo que jamás ha madrugado en su vida, pero que nos anima a todos los catalanes a levantarnos pronto y trabajar duro. Pep, el inolvidable Pep, fue captado por Josep Oliu, el gran capo del Banc de Sabadell, el puto amo de las ruinosas y al mismo tiempo fecundas cláusulas suelo, para dulcificar una imagen sucia, para convencernos de la fiabilidad de una entidad que, también, roba a los catalanes.
Sí. Prejuicios. Orgullo. Un buen día, no hace mucho, leyendo la prensa, supe que la familia Carceller, propietaria del imperio DAMM y una de las grandes marcas patrocinadoras del Barça, había reconocido ante el juez la evasión de 100 millones de euros en impuestos. Aquel día, muy furioso, escribí un tweet furibundo en el que les decía a los señores y señoras propietarias de DAMM que si ellos no pagaban impuestos, yo no bebía su cerveza, a pesar de que Estrella Dorada y Voll Damm son las dos cervezas que más me gustan. Incluso abrí el hashtagh #DAMMnosRoba. Prejuicios. Orgullo.
Fui capaz de sostener mi coherencia y mi boicot particular durante poco menos de una semana, justo el tiempo en el que terminé el pack de 6 cervezas CruzCampo, comprado con ufana dignidad de princesa ofendida, el mismo día que leí la noticia.
En mi descargo tengo que decir que no fue mi culpa. Todo fue culpa del viernes, de una de esas tardes otoñales de viernes, tentadoras y pecaminosas. Al salir del trabajo ya lo había planificado. Llegaría a casa, me aposentaría en el sillón, leería el libro que tenía en danza, escucharía un buen disco y bebería una cerveza, bien fría, en mi copa especial de cerveza doble de malta.
El libro: ‘El quadern gris’, de Josep Pla, colaborador y espía de Franco. El disco: ‘Teaser and the firecat’, de Cat Stevens, converso musulmán que apoyó la fatwa contra el escritor Salman Rushdie. La cerveza: una buena y cremosa Voll Damm, por supuesto, no hay otra igual. Y yo en mi sillón, acompañado de mis prejuicios y de mi orgullo ante la perspectiva de un largo y prometedor fin de semana, con partido del Barça incluido.
Yo no leo a Mario Vargas Llosa. Gocé con sus primeras obras durante mi juventud . ‘Los jefes’, ‘La ciudad y los perros’, ‘Los Cachorros’ con aquel inolvidable Pichulita Cuéllar, ‘La tía Julia y el escribidor’, ‘Conversaciones en la catedral’, ‘Pantaleón y las visitadoras’… y ya. Porque a la que se convirtió en una figura relevante de las letras y con capacidad para influir sobre la sociedad, Vargas Llosa abrazó y defendió abiertamente la causa de los poderosos, de aquellos pocos hombres y mujeres que, con el fin de conservar sus privilegios, dañan a las mayorías. Y así hasta hoy. No he vuelto a leer ni una sola de sus obras.
Algo parecido, pero en otro sentido, me ocurre con Jaime Gil de Biedma. Por lo que parece, y a la vista de lo que señala la crítica, es uno de los grandes poetas en español del siglo XX. Jaime Gil de Biedma confesó en sus diarios su afición a mantener relaciones sexuales con niños en Manila. ¿Cómo cribar este hecho de su obra poética, y por tanto lírica, con todo lo que eso conlleva? ¿Cómo puedo atenerme solamente a su creación literaria y olvidarme que, quizás, poco después de escribir los versos más bellos, mancillaba la inocencia y el cuerpo de un pobre niño que se prostituía para dar de comer a su familia?. Hay algo en Gil de Biedma que es mentira, y no es este lamentable hecho del que, por cierto, nunca renegó. Por eso no puedo con él.
Camilo José Cela es otro ejemplo. 'La Colmena', gran novela. 'La Familia de Pascual Duarte', otra obra maestra (obviando sospechas de plagios). Sin embargo, se me hace del todo imposible acercarme a sus libros, por su historia censora, por su carácter y talante filofascista; por esa impostura maleducada, caciquil y soberbia tan del gusto franquista que le confería cierta semejanza con los tiranuelos gallegos tan bien descritos por Valle-Inclan. Esa ambición desmedida y descarada; la constante provocación hueca, de eterno enfant terrible consentido; un estar pantagruélico en el mundo, flatulento y macho, vulgarote, terrorista del buen gusto y de las normas mínimas de la buena educación.
Y algún escritor más hay así, en esa línea de mis prejuicios. Borges, por ejemplo, prosélito de dictadores latinoamericanos; filósofo metafísico con piel de cuentista.
En cuanto a la música, me ocurre algo parecido. En casa no se escucha a Eric Clapton. ¡Qué le vamos a hacer!. El guitarrista de la mano lenta se negó a participar en los años setenta de una iniciativa roquera contra el racismo y contra los supremacista blancos. Clapton llegó a reivindicar públicamente una Gran Bretaña para blancos, y jamás se retractó de esas declaraciones. ¡Que te den, Eric.!
Tampoco escucho a Wagner porque me ocurre como a Woody Allen, me entran ganas de invadir Polonia.
Y me sale sarpullido cuando emiten por la radio a U2, con el hipócrita de Bono al frente. Ya hace algunos años que se ha revelado la falsedad de su filantropía, una fachada tras la cual se esconden su ambición y grandes intereses de terceros. La huella ecológica de Bono está calculada en 60 planetas. Es decir, mientras lidera campañas medioambientales, Bono necesita sesenta Tierras para conservar su nivel de vida. Otro dato más: su fundación ONE destina poco más del 1% a las causas que dice defender de los millones de dólares que recibe. ¿Qué o quiénes hay detrás de este tipo? ¡Qué te den, Bono!
Con Lluis Llach he llegado a mi Ítaca, la Ítaca del empacho, del empalagamiento y el desconcierto. Este cantautor de la voz cóncava, antiguo trovador de la libertad, amigo de los humildes y portavoz de las injusticias, no solo descansa apaciblemente sus estreses en The Rino Resort -un complejo turístico de lujo ubicado en Senegal, participado accionarialmente por el humilde Sandro Rosell y frecuentado por las estrellas del F.C. Barcelona- sino que además se sienta en el parlamento catalán en su escaño compartiendo bancada junto a diputados y diputadas cuyo partido patriótico ha estado robando a los catalanes durante los últimos 25 años. Yo asistí al memorable concierto de Llach en el Camp Nou del 6 de Julio de 1985, y compré y escuché, hasta que se malogró de tanto ponerla, la doble cassette editada por Ariola . ¡Cuánto ha llovido, querido Lluis!
¡Ah! Mis prejuicios. La razón de los tontos, como decía Voltaire, más difíciles de desintegrar que un átomo, tal y como escribió Einstein. Quizá se trate de una simple y vulgar cuestión de orgullo; una pose que me reafirma ante los demás; una postura adolescente, infantiloide, con la que me cierro los ojos para no aceptar la realidad de la vida, la madurez de otros, que no dudan en traicionar sus principios porque siempre tienen otros a su alcance y una buena coartada con la que justificarse. Sí, debe ser eso, la razón de los tontos.
Sin embargo, yo no me enorgullezco de mis prejuicios, porque lo paso mal, porque me obligan a ver lo que todo el mundo debería ver pero se obstina en obviar, con el consecuente efecto de mi marginación o de mi silencio.
En este mismo espacio he escrito algunas líneas elogiosas sobre el talento de Messi, o de Guardiola. A pesar de todo, de un tiempo a esta parte, me ha crecido una idea en las tripas –seguramente un prejuicio- que prevalece sobre todo lo bueno que se pueda decir de estos dos personajes y de sus compañeros.
Llegado el minuto 17 y 14 segundos ( ni uno más, ni uno menos), puntualmente, buena parte de los espectadores que disfrutan en el Camp Nou de Messi, Mascherano, Piqué, Neymar y todos los demás, vocean IN – INDEPEN- INDEPENDENCIÁ, así durante unos cuantos segundos, por varias razones. La principal, la que les ha llevado a defender esa postura legítima a gritos en un campo de fútbol, es que España les roba. Sin embargo, quienes de verdad les roba, objetivamente, son las personas que forman ese equipo de evasores fiscales, virtuosos del balón, a los que jalean, por los que se levantan haciendo la ola; a los que glorifican y alaban alzando y flexionando los brazos como musulmanes en la hora de la oración; de los que hablan con sus amigos y compañeros más que de sus propios hijos.
Y qué decir de Josep Guardiola, el gran valor social, el ejemplo para todos los catalanes, el prescriptor amante del trabajo que jamás ha madrugado en su vida, pero que nos anima a todos los catalanes a levantarnos pronto y trabajar duro. Pep, el inolvidable Pep, fue captado por Josep Oliu, el gran capo del Banc de Sabadell, el puto amo de las ruinosas y al mismo tiempo fecundas cláusulas suelo, para dulcificar una imagen sucia, para convencernos de la fiabilidad de una entidad que, también, roba a los catalanes.
Sí. Prejuicios. Orgullo. Un buen día, no hace mucho, leyendo la prensa, supe que la familia Carceller, propietaria del imperio DAMM y una de las grandes marcas patrocinadoras del Barça, había reconocido ante el juez la evasión de 100 millones de euros en impuestos. Aquel día, muy furioso, escribí un tweet furibundo en el que les decía a los señores y señoras propietarias de DAMM que si ellos no pagaban impuestos, yo no bebía su cerveza, a pesar de que Estrella Dorada y Voll Damm son las dos cervezas que más me gustan. Incluso abrí el hashtagh #DAMMnosRoba. Prejuicios. Orgullo.
Fui capaz de sostener mi coherencia y mi boicot particular durante poco menos de una semana, justo el tiempo en el que terminé el pack de 6 cervezas CruzCampo, comprado con ufana dignidad de princesa ofendida, el mismo día que leí la noticia.
En mi descargo tengo que decir que no fue mi culpa. Todo fue culpa del viernes, de una de esas tardes otoñales de viernes, tentadoras y pecaminosas. Al salir del trabajo ya lo había planificado. Llegaría a casa, me aposentaría en el sillón, leería el libro que tenía en danza, escucharía un buen disco y bebería una cerveza, bien fría, en mi copa especial de cerveza doble de malta.
El libro: ‘El quadern gris’, de Josep Pla, colaborador y espía de Franco. El disco: ‘Teaser and the firecat’, de Cat Stevens, converso musulmán que apoyó la fatwa contra el escritor Salman Rushdie. La cerveza: una buena y cremosa Voll Damm, por supuesto, no hay otra igual. Y yo en mi sillón, acompañado de mis prejuicios y de mi orgullo ante la perspectiva de un largo y prometedor fin de semana, con partido del Barça incluido.