Pablo Iglesias y el filósofo Antonio Escohotado se encontraron hace un par de años en el programa de Público TV ‘La Tuerka’. Mantuvieron durante una hora un debate interesantísimo, muy recomendable, de los que
hacen época. Por entonces, Iglesias y
Montero no se habían comprado todavía un chalet digno de Boyer y Presley
en la Moraleja pero Escohotado venía de consumar años antes su
viaje de vuelta desde el comunismo libertario hacia posturas neoliberales próximas a
Shumpeter, Hayek y Friedman, los tres economistas del apocalipsis de cuyo
pensamiento se sirvieron dictadores como Pinochet, o políticos como Ronald
Reagan y Margaret Thatcher.
Hacía mucho tiempo que yo no había oído hablar de Antonio
Escohotado. Lo conocía, como tanta gente, porque había publicado hacía mas de 30
años su mundialmente célebre “Historia general de las drogas”. Sabía de su indomable postura libertaria, de su
valentía, independencia, honestidad y rigor intelectual, pero como a veces dice
él de sí mismo, para mí Antonio Escohotado era “el de las drogas”.
Por eso, al ver el debate entre el filósofo y el político me
llevé una gran sorpresa. Iglesias suele invitar a La Tuerka a intelectuales, políticos o artistas
afines, de un modo u otro, al ideario del partido morado. Sin embargo, casi
desde el minuto uno, Escohotado lanzó con gran contundencia y habilidad una potente carga de profundidad
que apuntaba con saña hacia el edificio ideológico del comunismo y de la
izquierda clásica y contemporánea para derruirlo sin dejar más que los
cascotes. Iglesias, que no es manco, defendió bien su posición, de modo que
ambos ofrecieron, a quien le interese la política y el pensamiento, sesenta
minutos antológicos, de los que nunca se olvidan.
Fue entonces cuando supe de “Los enemigos del
comercio”, un trabajo titánico en el que
Antonio Escohotado ha invertido más diez años. Hace poco más de dos salió a la
calle el tercer y último tomo. A raíz de su publicación, la actividad pública de Escohotado es casi diría que frenética. Afortunadamente para todos, cuando no concede
una entrevista participa en una
conferencia y cuando no escribe un tweet. El propio Escohotado ha abierto
cuenta en la red social, igual que su hijo, fundador de la editorial La Emboscadura, que se dedica a resucitar toda la obra del filósofo. De manera que su misión apostólica predicando el
neoliberalismo está siendo tanto o más efectiva que el proselitismo de los
ebionitas, grupo sectario judeocristiano
del primer siglo de nuestra era gracias al cual, según el filósofo madrileño,
la doctrina de Jesucristo ocuparía a la postre todas y cada una de las etapas de la historia
occidental, dejando a su paso un rastro de miseria, pobreza, dolor y muerte.
Yo he finalizado hace pocos días la lectura de ese primer volumen, “Una
historia moral de la propiedad antes de Marx”. Lo he disfrutado mucho. Como su
autor, es sumamente estimulante porque me ha ofrecido una sugestiva dosis de historia, en muchos casos
desconocida para mí, y porque me ha
obligado a detenerme, a releer, a
reflexionar y a anotar mucho; me ha
inducido a ejercitar la comparación, la
dialéctica, y me ha invitado a olvidarme de los prejuicios, a colgar en el
perchero de la entrada mi sacrosanta coherencia política y mis credos, pero sobre todo, porque me
provoca, porque interpela mi comodidad ideológica y desafía sin remilgos mis apriorismos. Tanto
es así que ya he encargado el segundo volumen. Sí, quiero más.
Sin embargo, desde mi ignorancia y el respeto que profeso al
profesor Escohotado, tengo la necesidad
de expresar unas cuantas consideraciones
o reproches a este primer volumen, y no
sé si a toda la obra, porque mucho me temo que es el resultado de lo contrario
a lo que suele alardear su autor, quien proclama orgulloso que no trabaja con
apriorismos, sino que estudia, y a la
luz de los resultados de la
investigación que realiza, se ve obligado a cambiar de postura
intelectual, y no a la inversa, como solemos hacer todos, que a menudo buscamos
en la lectura o en el conocimiento refrendar nuestras creencias y certezas.
Y es que desde las primeras
páginas del libro en las que Antonio Escohotado traza la historia moral
de la propiedad en la antigua Grecia y
Roma, podemos advertir sin demasiado
esfuerzo cómo el pensador encauza la voluntad del lector hacia su molino, realizando juicios de valor que,
siendo legítimos, conforman una estratagemas ya clásica, consistente en vincular
anacrónicamente el adjetivo comunista a toda aquella actividad antigua, ya sea religiosa, social,
cívica o política, que proponga el desprendimiento de la propiedad, la
distribución aleatoria e
indiscriminada de la riqueza y en último
término, la consecución de la más miserable pobreza.
Escohotado establece ese vínculo durante todo el libro, de modo que
página a página, capítulo a capítulo, actúa como una nube que vierte un fino orvallo sobre cada uno de los
capítulos que calan sobre el lector
gracias a una asociación de ideas básicas y adulterada con el fin de marcar negativamente el comunismo y al mismo tiempo provocar en
quien lee un rechazo maniqueo, obligándole
a escoger entre el bando de los locos sectarios
propiciadores de la miseria y el de los grandes hombres, dinámicos e inteligentes,
artífices del progreso y del bienestar social. Hablando de maniqueísmo, y dicho sea de paso, afirmar que Mani era comunista se me antoja tan riguroso como decir que Jesús de Nazaret
fue el primer hippie.
Un ensayo carente del punto de vista personal no deja de ser
un manual. Un ensayo debe ser entrañable, con entraña; debe contener víscera y bilis, es decir, el
posicionamiento del autor con respecto a lo que ensaya. En ese sentido
Escohotado no defrauda en absoluto, pero contraviene su proclama y desmiente página a página la intención de
llegar a la conclusión virgen, limpio de polvo y paja. Se delecta con la creación de la letra de cambio, la bolsa,
la especulación bursátil, la idea contemporánea de banco, la usura de los
prestamistas que desemboca en el crédito, el enriquecimiento gracias a la financiación
de guerras interminables, el secuestro financiero de los estados a manos de
banqueros, en fin, todas y cada una de las actividades de la economía de libre
mercado que, según el autor, son las que nos han traído la prosperidad y el
progreso gracias a las cuales vivimos hoy la mar de contentos.
Es curioso como en ese trabajo de investigación exhaustivo
en el que nos muestra el friso de la historia político-económica de Occidente
hasta poco antes de la aparición de Marx, no le dedique una sola palabra al
colonialismo, a los millones y millones de personas que en el mejor de los
casos fueron reducidas a mercancía en otros continentes, o aniquiladas
masivamente, despojadas de sus tierras que atesoraban la materia prima con la
que esos grandes emprendedores y campeones de la libertad construyeron
fortunas, monopolios e imperios, y en definitiva el capitalismo tal y como hay lo entendemos.
Es curioso cómo Escohotado reduce la Revolución Francesa a
la orgía sanguinolenta que fue, pero obviando o restando importancia al sufrimiento
y el hambre que padecían los franceses y revisando la imagen del rey Sol, de
quien llega a decir por boca del historiador Simon Schama , que era un hombre de
buenas intenciones.
Y es que investigar la historia es decidir; decidir con qué
hechos nos quedamos; decidir qué fuentes utilizamos; decidir cómo organizamos
el material que hallamos y de qué manera le damos forma. El resultado de
nuestras decisiones, por tanto, no es inocente y revela nuestros apriorismos y, en definitiva, el objetivo final de nuestro trabajo, que avistamos en el horizonte de antemano, y que en este caso no es otro que magnificar la
economía de libre mercado y presentarla como la panacea que nos ha regalado
prosperidad, progreso y libertad decretando una sentencia sumarísima a toda alternativa,
ya sea comunista, ebionita, cristiana o espartana.
De algún modo, Antonio Escohotado plantea su primer tomo de “Los enemigos del comercio” como el asiento
contable de un comerciante. En la columna del haber introduce toda actividad o
iniciativa humana que haya generado ganancias y fortunas sin una valoración moral de los métodos, y si
la hay, siempre es positiva. En la del debe escribe los apuntes contables de los
años oscuros, los grupos de sectarios fanáticos, el cristianismo primitivo de
la pobreza, sangrientos revolucionarios iluminados, y por supuesto, el comunismo,
que utiliza como concepto ubicuo para adjetivar avant la lettre, sin rubor, toda
actividad demente, criminal o sencillamente vana: algo muy parecido a la peste.
La cuenta final de resultados es una obra interesantísima desde
el punto de vista historicista, y una burbuja en el aspecto moral que, en mi
modesta opinión, pincha a poco que conozcamos los grandes acontecimientos de la historia y enfrentemos a lo que el autor nos explica lo que no nos cuenta, pero sabemos. Por eso, conociendo el pasado de Escohotado, no dejo de
preguntarme de dónde y cómo nace el apriorismo del que surge la necesidad de
enfrascarse en esta obra. Misterio
Continuará