El dinero es una
arbitrariedad. Si mañana, todos a la
vez, igual que chinos saltando sobre su metro cuadrado de tierra , decidiésemos que las cosas no valen lo que diga el FMI, o el BM, sino lo que
nos dé la gana que valgan, de golpe y porrazo se acabaría la puta crisis.
Si mañana
lo hiciésemos, los cuatro euros que tengo en
“La Caixa” dejarían de ser cuatro para convertirse en nada. Si embargo, mi
valor y el tuyo y aquello que tu y yo somos capaces de hacer se multiplicaría por 100.
Por no ir tan lejos. Si mañana decidiésemos, sinceramente,
de corazón, sin amagar un “por si acaso”
en el calcetín de la conciencia; sin camuflar un canguelis silencioso y
perfectamente disimulado en el rincón más
íntimo de nuestras cobardías. Si mañana -decía- decidiésemos, de verdad, con todas nuestras
fuerzas, desplegando por doquier toda nuestra capacidad de movilización de
rabia masificada, que por nada del mundo íbamos a renunciar a nuestros derechos colectivos para financiar la estafa de nuestros bancos, nuestras cuentas corrientes
dejarían de existir y todo, tal y como lo conocemos, se vendría abajo.
Visto lo cual, en realidad, lo que estamos dispuestos a hacer es sacrificar
nuestros derechos colectivos, los de nuestros hijos padres y amigos, en aras de los cuatro euros que cada uno de
nosotros tiene en el banco, pensando con ello que, esa poca mierda que de vez en
cuando vemos reflejada en guarismos grises
impresos en la pantalla azulada de un cajero automático, nos proporciona un
seguridad que es incapaz de ofrecernos la unión de solidaridades compuesta por
millones de personas iguales a mi. Parafraseando a un conocido filósofo: “mi
cartillica, mi copica y mi putica”. Y así es como el banco que asegura mi
miseria y los tipos que lo ordeñan me
tiene cogido por los huevos hasta que, llegado el día, éstos no sean más que una de las partes más
tiernas y exquisitas que degusten los gusanos dentro de mi tumba.
Somos incapaces de reaccionar, de no ver más solución a todo lo que nos acontece que aquello que no suponga un riesgo masivo capaz cambiar de arriba abajo nuestro
más que discutible modo de vida. No nos atrevemos a dar el paso, a aprovechar
este momento de la Historia para recuperar el valor de cada una de nuestras
existencias, nuestra cotización real, la que es fruto de lo que atesoramos,
sin necesidad de que nadie imponga la cantidad por la que podemos vender nuestro tiempo y nuestras capacidades. Somos incapaces de imaginar si quiera, un día sin sueldos mínimos, o
contratos blindados; sin convenios sectoriales y sin especulaciones; sin leyes arbitrarias, o sindicatos.
De ser valientes, de reunir el coraje colectivo necesario
para cambiar el estado de las cosas, nos convertiríamos, sencillamente, de un día para otro, en hombres
y mujeres libres que viven gracias a sus
habilidades intercambiables, para que todos nos enriqueciésemos
colectiva, recíproca e individualmente. Así caminaríamos nuestra existencia hasta que
por fin llegase el día y el momento
indicado por el destino, y moriríamos -porque hay que morir- sin sanidad pública ni
privada, sin brujería ni hechiceros; sin sistema educativo; sin cultura, letras, números, arte, música, libros; sin dioses, sin
dinero. Solamente la lluvia, el sol, la tierra, la humanidad, y lo que fuésemos
capaces de hacer por nosotros mismos y por nuestros semejantes.
De esa manera, renunciando a las arbitrariedades impuestas
sobre las que se asienta toda nuestra vida, podríamos reinventarnos en un mundo sin dueños, emprendedores y asalariados.
Ya. Que
dices que no seríamos capaces, que somos muy, muy chungos; que es nuestra naturaleza, y
bla, bla, bla. Entonces, mejor seguimos con lo que ya tenemos.