Potencia y acto son dos de los únicos conceptos que –creo- me quedaron medianamente claros en las rocambolescas clases de filosofía que me impartieron en el BUP los Hermanos de La Salle, mucho más cercanas a un taller de prácticas de patafísica que a la didáctica de la metafísica arsitotélica.
A partir de esta enseñanza he llegado a entender algunos misterios esenciales de la vida. Por ejemplo: aunque actualmente, en acto, soy un triste currito de la administración pública que padece un ERE encubierto, en potencia soy un Mr. Alessio Rastani, miembro de los famosos mercados que exigen cada día la confianza de los Estados para estabilizar las economías y evitarnos problemas. Dado que no puedo matar a nadie, porque pecaría contra el 5º (Mandamiento), y tampoco me voy a presentar a ninguna convocatoria electoral para hacer la revolución desde dentro, es evidente la intrascendencia de esta cuestión en acto, a la que no vale la pena destinar más potencialidad.
De modo que prefiero aprovechar las enseñanzas que cimentaron los pilares de mi vida adulta para continuar la cruzada a favor de la verdad; para desmentir tanto dogma, tanta sacralidad, tanta ciencia hueca que nos mantiene ciegos ante la evidencia velada.
Desde hace unos años vienen diciendo por ahí que todo partió de la nada, que existió un vacío eterno desde donde hemos venido a dar de hoz y coz sobre la tierra para andar errantes a la búsqueda de tres respuestas mientras las estrellas nacen y estallan y el sol se consume. He acudido a las autoridades, como es pertinente; he escuchado a unos y a otros, en ambos extremos del conocimiento; he leído a Stephen Hawking y al santo Wojtyla, y poco más o menos, todas sus fuentes vienen a decir lo mismo. Pero aun con todo y con eso me es imposible afirmar que creo. Mi conciencia racional no me permite ir tan ricamente por el mundo viendo una enorme explosión de dimensiones inimaginables que surge como por encanto de la nada, de una casualidad, del azar, o de la voluntad bostezante de un demiurgo aburrido. Yo he hecho un esfuerzo titánico por comprenderlo, por esbozar mínimamente una hipótesis.
En el principio... No, “En el principio” no es un buen comienzo porque cualquiera con dos dedos de frente preguntaría que qué había antes del principio, y ya, desde la primera frase, la teoría se iría a la mierda. Así es que empezaré formulando que estábamos todos ahí, vivos y muertos, sumidos en un letargo de siglos millonarios, apagados igual que bombillas sin vender, amontonados unos sobre otros en la dimensión malthusiana y multitudinaria del género humano jamás concebida. Y era tal la potencia de la muchedumbre universal apretujada en su densidad, en la más estrecha y angosta cavidad de la nada, que hubo un momento, un instante clave, fundamental, espontáneo, en el que gracias a la sincronización de las conciencias palpitantes que la habitaban, se produjo una incontenible contracción que absorbió toda la sombra oscura que cobijaba el no lugar, lo cual precipitó la gran expansión expresada, no como hay quien cree, con una colosal explosión, sino como un potentísimo orgasmo lechoso de luz blanca, cegadora; una eyaculación de esferas rotantes de todo tipo de tamaños y colores, envueltas en galaxias seminales, densas, pegajosas, que atrajeron hacia sus espirales, sus centros y sus periferias mundos magníficos repletos de venenos gaseosos, de resplandores fulgurantes, de materia ácida, dulce, o amarga en donde en aquellos momentos ya reposaban todas las vidas que en el universo han sido y serán, a la espera de la ralentización de la expansión y de las respectivas órbitas. Desde entonces discurre la luz a través de los años iluminando las incertidumbres de los hombres, que intentan hallar desesperadamente la potencia de su origen.
Es cierto, se parece a todo lo demás. La fórmula que ponga en aprietos a Hawking y a la Santa Madre Iglesia palpita en algún otro universo pendiente de expansión en alguna otra dimensión.
A partir de esta enseñanza he llegado a entender algunos misterios esenciales de la vida. Por ejemplo: aunque actualmente, en acto, soy un triste currito de la administración pública que padece un ERE encubierto, en potencia soy un Mr. Alessio Rastani, miembro de los famosos mercados que exigen cada día la confianza de los Estados para estabilizar las economías y evitarnos problemas. Dado que no puedo matar a nadie, porque pecaría contra el 5º (Mandamiento), y tampoco me voy a presentar a ninguna convocatoria electoral para hacer la revolución desde dentro, es evidente la intrascendencia de esta cuestión en acto, a la que no vale la pena destinar más potencialidad.
De modo que prefiero aprovechar las enseñanzas que cimentaron los pilares de mi vida adulta para continuar la cruzada a favor de la verdad; para desmentir tanto dogma, tanta sacralidad, tanta ciencia hueca que nos mantiene ciegos ante la evidencia velada.
Desde hace unos años vienen diciendo por ahí que todo partió de la nada, que existió un vacío eterno desde donde hemos venido a dar de hoz y coz sobre la tierra para andar errantes a la búsqueda de tres respuestas mientras las estrellas nacen y estallan y el sol se consume. He acudido a las autoridades, como es pertinente; he escuchado a unos y a otros, en ambos extremos del conocimiento; he leído a Stephen Hawking y al santo Wojtyla, y poco más o menos, todas sus fuentes vienen a decir lo mismo. Pero aun con todo y con eso me es imposible afirmar que creo. Mi conciencia racional no me permite ir tan ricamente por el mundo viendo una enorme explosión de dimensiones inimaginables que surge como por encanto de la nada, de una casualidad, del azar, o de la voluntad bostezante de un demiurgo aburrido. Yo he hecho un esfuerzo titánico por comprenderlo, por esbozar mínimamente una hipótesis.
En el principio... No, “En el principio” no es un buen comienzo porque cualquiera con dos dedos de frente preguntaría que qué había antes del principio, y ya, desde la primera frase, la teoría se iría a la mierda. Así es que empezaré formulando que estábamos todos ahí, vivos y muertos, sumidos en un letargo de siglos millonarios, apagados igual que bombillas sin vender, amontonados unos sobre otros en la dimensión malthusiana y multitudinaria del género humano jamás concebida. Y era tal la potencia de la muchedumbre universal apretujada en su densidad, en la más estrecha y angosta cavidad de la nada, que hubo un momento, un instante clave, fundamental, espontáneo, en el que gracias a la sincronización de las conciencias palpitantes que la habitaban, se produjo una incontenible contracción que absorbió toda la sombra oscura que cobijaba el no lugar, lo cual precipitó la gran expansión expresada, no como hay quien cree, con una colosal explosión, sino como un potentísimo orgasmo lechoso de luz blanca, cegadora; una eyaculación de esferas rotantes de todo tipo de tamaños y colores, envueltas en galaxias seminales, densas, pegajosas, que atrajeron hacia sus espirales, sus centros y sus periferias mundos magníficos repletos de venenos gaseosos, de resplandores fulgurantes, de materia ácida, dulce, o amarga en donde en aquellos momentos ya reposaban todas las vidas que en el universo han sido y serán, a la espera de la ralentización de la expansión y de las respectivas órbitas. Desde entonces discurre la luz a través de los años iluminando las incertidumbres de los hombres, que intentan hallar desesperadamente la potencia de su origen.
Es cierto, se parece a todo lo demás. La fórmula que ponga en aprietos a Hawking y a la Santa Madre Iglesia palpita en algún otro universo pendiente de expansión en alguna otra dimensión.