Hoy es día 27 de abril y hace ya cuatro días que pasó el día del libro. Siendo como es día laborable, en Barcelona, en el dia de Sant Jordi no trabaja casi nadie. Quien más y quien menos se busca un escusa para hacer novillos. Las calles huelen a flores, todo se tiñe de rojo, todo huele a Abril, todo suena a Abril. Decir Abril y oir el sonido de sus cinco letras combinadas formanado la palabra A b r i l nos trae los violines de Vivaldi. Es un nombre mágico en el que cabe toda la primavera. Abril podría ser el mes del adviento laico y su día 23 el día de la navidad pagana en el que, por fuerza, los hombre y las mujeres - tanto da como se combinen - se amen porque sea lo único que en ese día se pueda hacer. Yo te regalo un libro y recibo una flor; yo te ragalo una flor y recibo un libro. Y la cosa acaba en un beso, un beso de papel.
Hace justo una semana, un estratégico 20 de Abril, un muchacho ingenioso llamado Carlos Ruiz Zafón - y lo digo sin pizca de ironía - ha sido el protagonista de una de las operaciones de marketing más caras y efectistas (y seguro que también efectivas) de la historia editorial mundial. La megalómana campaña, de la que no se ha podido escabullir nadie, ha incluido presentación con pompa y boato en el Gran Teatre del Liceo, el templo aristócrata de la cultura elitista. La escenografía era digna de una ópera serie "B" de Wagner. Los creativos de Planeta dispusieron como telón de fondo una nave abovedada sobre la que descasaban supuestos elegantes arcos apuntados que se perdían en el infinito de una perspectiva caballera. Para conseguir un efecto tridimensional, sobre la escena, unos mozos de mudanzas descargaron unas cuantas toneladas de libros que un afamado escenógrafo dispuso después sobre el mítico escenario, de manera que el Ruiz, o el Zafón (no se qué apellido será el más adecuado a la hora de nombrar al divo), el escritor al fin, vendía su novela, sin el mayor asomo de sonrojo, entre la mentira de un telón digno del mejor peplum y los cadáveres de algunos libros gaseados para la ocasión.
Inmediatamente después, España entera se llenaba con el diseño de la portada de la novela en cuestión: televisones, periódicos, revistas, blogs, páginas web, vallas publicitarias... todo el país vestido de Zafón, y un millón de ejemplares se disponían a invadir la literatura de los días, o los días de la literatura. Pasear por Barcelona el día 23 era recorrer un nuevo paisaje urbano, pues en las calles habían emergido, como edificios, palés y pálés, ladrillo sobre ladrillo, de "El juego del Angel", y los tranquilos paseantes se veían abocados, totalmente hipnotizados, a pagar un nuevo y curioso IBI aportando 30€ a la bicoca editorial de la historia. ¿Alguien dijo literatura?
El mismo día 23, frente al mar de Barcelona, entre hinchas del Manchester, universitarios ociosos, y turistas ávidos de sol, un hombre solo lee la novela "El árbol de la ciencia" de Pio Baroja, en la edición de Alianza Editorial (no más de 6€) en la que miles de jóvenes de este pais la leyeron cuando estudiaron bachillerato. Es un hombre de mediana edad, diría que todavía joven. Viste tergal, sin más; ropa transparente para un hombre transparente. A su lado, apoyada sobre el banco en el que lee, descansa una bicicleta vieja. No levanta la cabeza. Ni siquiera parecen molestarle los reflejos del sol en el agua azul. Me pregunto si ese momento de suma concentración corresponde a la lectura del pasaje en el que el tio Iturrioz le dice a su sobrino Andrés Hurtado que para sobrevivir en este mundo hay que asumir, desde muy prontito, ciertas verdades.
Les deseo a los dos, al hombre que lee y al escritor que vende, la mejor de la suertes. De verdad, de todo corazón, con el mejor espíritu de la navidad pagana.
Vuelvo mañana