Creí que, llegados a este nivel de progresiva desmovilización, desencanto y revelación sumaria de la gran estafa que ha supuesto la mayor operación de marketing político de la historia reciente de Europa, la parroquia nacionalcatalanista asumiría paulatinamente la vía democrática y el marco legal del estado de derecho para conseguir sus legítimos objetivos políticos.
De hecho, tras reconocer buena parte del electorado el engaño del que han sido víctimas, las últimas elecciones autonómicas han revelado el apoyo real a la secesión, que se cifra actualmente en un 23% del censo electoral y, al mismo tiempo, nos indica que la opción ganadora por mayoría aplastante es la indiferencia hacia el mal llamado y artificioso conflicto catalán, ya que cerca del 50% de los censados se abstuvo.
Llegar a un 23 % de apoyo después de más de 10 años de intensa e inusitada propaganda, una cotidianidad de retóricas inflamadas y todo el presupuesto y las energías gubernamentales catalanas trabajando al servicio de la causa es, en primer lugar, un fracaso y una derrota política sin paliativos, y en segundo lugar la prueba irrefutable de que todo fue un montaje dirigido desde las élites de la política catalana y no una imperiosa necesidad popular que, desde la base, auspició un movimiento a todas luces minoritario e indiferente para la mayoría de los ciudadanos que, por cierto, no ha dejado más que decadencia, angustia, desazón, miedos ,desánimo, enemistad, rupturas y desconfianza. Poca broma.
Sin embargo, las democracias occidentales han devenido en sistemas complejos en los que cualquier oscilación ya nunca se circunscribe aisladamente y, por el contrario, genera reacciones, no en cadena, como hace algunas décadas, sino en red, que se extienden el tiempo, bien de modo expreso y palpable, bien subterráneamente latentes. De ahí que uno de los principales frutos del disparate nacionalista catalán sea el auge y consolidación de la extrema derecha española de tradición franquista, la cual, gracias al efecto acción-reacción, ya se ha institucionalizado no sólo en la sede de la soberanía nacional, sino también en ayuntamientos, comunidades autónomas y, sobre todo, en las barras de los bares, el lugar donde los españoles construimos las hegemonías sociales.
Y es que tanto en el fondo como en la superficie, la propuesta y las formas del desarrollo de la acción política del independentismo tiene su equivalencia en un espejo que sostiene la ultraderecha española. No en vano, los únicos partidos europeos que lo han apoyado son reconocidamente filofascistas. El penúltimo ejemplo lo hemos podido ver en la detención hace unas semanas de Carlos Puigdemont (el legítimo), en la isla de Cerdeña.
De hecho, desde los primeros momentos del procès capitaneados por Artur Mas, en Catalunya hemos asistido con pasmo a la movilización de una parte de la sociedad que jamás había salido de su casa, excepto para ir a misa los domingos, bailar sardanas muy recatadamente, asistir a la función de Els Pastorets en Navidad o al obligado Quinto en Sant Esteve; pequeño burgueses, burgueses de relumbrón y linaje y masovers reconvertidos como por arte de birlibirloque en revolucionarios radicales desde un nacionalcatolicisimo de estirpe carlista y franquista, educados desde tiempo inmemorial en la supremacía de su clase, su lengua y su raza, herederos y activistas de una cultura provinciana y cerril que menospreciaron siempre a quien se colocaba detrás de una pancarta, fuese del signo que fuese, y que se han vanagloriado de constituir el grupo social designado por un misterioso dedo divino a dirigir los destinos de esta tierra con el govern dels millors. Gente ufana y soberbia, como canta el himno, gente que se ha sentido siempre la propietaria de Catalunya.
Ideologías gemelas
No hay que devanarse mucho la sesera para hallar el equivalente sociopolítico al otro lado del Ebro. Efectivamente, el apoyo en las diez grandes ciudades catalanas al independentismo, donde se concentra casi el 70% del censo electoral no es que sea residual, pero sí minoritario, y en consonancia con la orientación tradicionalmente conservadora de la España interior y rural, es el centro geográfico de Catalunya el que sustenta electoralmente al nacionalcatalanismo; comarcas muy endogámicas, poco dadas a la querencia extranjera y a admitir en las familias erre haches foráneos, desdeñosas y desconfiadas con el cosmopolitismo, en las que hace un par de siglos se asentó el legitimismo carlista que convergió a lo largo de los años de manera natural con la misma base ideológica que abandera el conservadurismo reaccionario español.
En este sentido, las consecuencias de la vigente ley electoral son por todos conocidas. Pero hoy no pretendo centrar mi reflexión en este aspecto. Quisiera, por el contrario, defender y ofrecer la idea de que el supuesto enfrentamiento España-Cataluña se produce entre posiciones ideológicamente gemelas que, a pesar de compartir los mismos valores morales, políticos y la misma visión casticista, tradicionalista y retrógrada del país y del mundo, se enfrentan enconadamente con el fin de imponer un marco político general que pulverice los vectores izquierda-derecha , explotadores-explotados, estado del bienestar- turbocapitalismo, utilizando para ello la exacerbación identitaria, el agravio nacional, la revisión y tergiversación de la historia, el aprovechamiento sectario de la lengua y de los símbolos patrios como sujetos y objetos políticos de vanguardia, trinchera y de primer orden.
Racismo y xenofobia al mando
Este estado de la cuestión que ha asolado transversalmente a la sociedad española durante la última década finalmente se concreta en actitudes individuales y colectivas que a través de diversas maneras expresan fundamentos morales y políticos propios o próximos al fascismo y a las clásicas posturas ultraconservadoras, bien conocidas en toda la Península Ibérica y muy arraigadas, como he dicho, especialmente en determinadas zonas o regiones.
Así, aun hoy, cuando ya la galerna política parece amainar progresivamente a marejada o fuerte marejada, no pocos líderes políticos electos en ambas orillas del Ebro ocupan cargos institucionales o los han ocupado en los últimos años, a pesar de expresar, haber expresado y defendido posturas abiertamente racistas, xenófobas, supremacistas y homófobas e incluso de hacer llamamientos a la violencia. Son casos especialmente sangrantes y paradigmáticos los de los presidentes de la Generalitat de Catalunya Jordi Pujol, Artur Mas o Quim Torra, el expresidente del Parlament de Catalunya Heribert Barrera o el hasta ahora líder de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC),Oriol Junqueras.
Al hilo de este inventario nominal, llamo la atención de una cuestión que creo que es de especial relevancia y que se desdeña o no se tiene en consideración. Estos políticos han sido votados por centenares de miles de personas. Es decir, en mi opinión, un voto a cualquier persona que difunda o defienda unos valores y una visión del mundo determinada, verbalizados en conciencia y reflexivamente, es un voto aquiescente, comprensivo y cómplice con esos mismos valores. Por supuesto, los más de cincuenta diputados que ostenta VOX en la sede de la soberanía nacional o los cerca de noventa del PP se corresponden y se vinculan a la complicidad y aquiescencia moral de quienes les votan.
Ñordos y colonos, día a día
Pero si alguien encuentra maximalista mi reflexión y pretende relativizar ese filofascismo en el que se asienta una parte muy importante de la masa social, tanto independentista catalana como nacionalista española, puedo traer a colación otro par de ejemplos extraídos de los miles que surgen a pie de calle, de la cotidianidad ciudadana. Es el caso reciente protagonizado por la señor Mei Barceló, a la sazón vocal de cultura de la llamada Entitat Municipal Descentralitzada (EMD), un organismo gestor del barrio de Bellaterra compuesto por magníficos chalets, perteneciente al Ayuntamiento de Cerdanyola del Vallès, cuyos vecinos, tras intentar la secesión de este municipio, defendida y auspiciada por una agrupación política en la que milita la susodicha, ha solicitado la integración administrativa, a todos los efectos, en Sant Cugat del Vallès, ciudad, por lo que les parece, no tan obrera como a la que actualmente están adscritos, y más afín a su clase, estilo y renta per cápita.
Esta señora que, insisto, es el equivalente a un concejal de cultura, escribió hace escasamente una semana el siguiente mensaje en la red social Twitter:
“Los ñordos [ñordo es una de las varias denominaciones insultantes con las que los independentistas señalan y se refieren a quienes no lo somos, junto a charnego, colono, vasallo, español o fascista (¡!) ] que vinisteis aquí desde la Tierra de las 3 cosechas: hambre, legaña y moco. Hijos ilegítimos del señorito que se follaba a todo lo que se movía, os podíais haber quedado allí para levantar el pueblo, ¿no? Os habríais ahorrado un montón de kilómetros"
Para escribir algo así y publicarlo es necesario, primero, un odio inusitado hacia el que no piensa igual que tu; segundo, una fobia atávica hacia quien no es del mismo lugar de nacimiento que tu; tercero, un esquema de pensamiento profundamente asentado en el racismo, la xenofobia, el clasismo y el supremacismo recalcitrantes que no se adquiere de un día para otro; cuarto, serenidad reflexiva y decisión consciente de ostentar públicamente ese cuadro de valores porque has interiorizado lo que dices durante mucho tiempo y porque sabes que los tuyos te entenderám te arroparán y te ganarás sus respetos y admiración.
El sectarismo y la barbaridad normalizadas
Otro ejemplo de esa cotidianeidad ciudadana e institucional conectada a valores antidemocráticos en la que el independentismo aparece en toda su esencia filofascista la encontramos en nuestro sistema público universitario, compuesto por ocho universidades de las cuales , seis están gobernadas por equipos rectorales impulsados y promovidos por la Assemblea Nacional de Catalunya (ANC), conocida entidad secesionista de marcado carácter racista y xenófobo, que intenta estableces un gobierno y un parlamento catalanes paralelos.
Un de esas seis universidades es la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), en la que hace pocas semanas se incorporó como máximo responsable el catedrático, y ahora rector, Daniel Crespo, después de vencer en un proceso electoral con unos resultados ajustadísimos. Crespo nombró a su equipo de vicerrectores entre las que se encontraba Núria Pla, a la sazón vicerrectora de calidad y política lingüística. El pasado 11 de Septiembre, Diada Nacional de Catalunya, Núria Pla se expresó de este modo en la red social Twitter con su cuenta personal. (Traduzco del catalán) “Ganas de fuego, de contenedores quemados y de aeropuerto colapsado.”
El revuelo que armó en todo el país la frase incendiaria de la vicerrectora de la UPC fue mayúsculo. Sin embargo, el rector, lejos de condenar a su colaboradora y cesarla inmediatamente, explicó lo sucedido con un lacónico y vergonzante comunicado oficial que se puede encontrar en Google fácilmente, en el que que aceptaba la dimisión de Pla para evitar que las interpretaciones (¡!) de su tweet pudiesen afectar a la institución (sic). El rector agradeció en el texto el trabajo de la dimitida, motu proprio, que no cesada, y a continuación intentó camuflar las fauces del lobo con la lana blanca de una universidad plural, diversa, que trabaja para una sociedad libre y democrática, y bla, bla, bla.
Alguien dirá que exagero si afirmo que esta es la misma sintaxis, la misma gramática , la misma técnica retórica que ha utilizado durante toda su existencia el mundo abertzale, es decir, el circunloquio vacuo que esquiva la condena taxativa y sin reservas protegiendo así al emisor del mensaje, y con ello evita el reconocimiento implícito del carácter antidemocrático y sectario de la ideología que lo ampara y provoca.
No quiero extenderme mucho más, pero antes de finalizar sí me gustaría narrar una anécdota que he vivido en primera persona y que viene a sumarse a esta mínima muestra de ejemplos que ilustran la generalizada pendiente filofascista en la que se está instalando buena parte de las bases independentistas.
Certificado de catalanidad
La cosa es que conozco personalmente al decano de una facultat universitaria catalana. Es un señor de mediana edad con grado de Doctor, amplia trayectoria científica e investigadoras, referente en su ámbito y años de formación en otros países, es decir, a priori, un hombre razonable y racional con el que en alguna ocasión he podido mantener conversaciones e intercambios de opinión muy interesantes.
El decano –desde hace algunos años muy involucrado en el procès independentista, miembro de un CDR y activo integrante de la sección universitaria de la ANC- me citó a tomar café no hace muchas semanas porque desde mi cuenta de twitter intenté hacerle ver el carácter profundamente reaccionario de algunos de sus tweets y del apoyo explícito a otros ajenos, de modo que quería dialogar conmigo al respecto.
Mantuvimos la conversación en el marco de la cordialidad a pesar de que ambos éramos conscientes de que nuestras posiciones eran tan radicalmente opuestas que jamás cambiarían. No me voy a detener en nuestros respectivo argumentarios porque si he traído a colación este encuentro es para consignar un par de preguntas, sus preceptivas respuestas y una conclusión. Me gustaría señalar que de haberse producido en Madrid con un miembro activo de VOX o del PP, la conversación sería exactamente la misma solo que habría que cambiar Cataluña por España y unidad por independencia como objetos de la misma.
El decano me preguntó “¿Para ti qué es ser catalán?”. Yo le respondí. “Cualquier persona que viva en Cataluña y desee serlo, independientemente de su procedencia o lugar de nacimiento”. El decano repreguntó “¿Entonces, alguien que se siente catalán y no vive en Catalunya no es catalán?” , a lo que yo respondí “¡Por supuesto que lo es . El sentimiento es libre”. Él siguió con la siguiente cuestión “¿Tú eres catalán?” “¡Claro que lo soy! Nací en Cataluña, igual que mis hermanos; he crecido en Cataluña, me he casado en Catalunya, mi familia vive en Cataluña, trabajo desde los dieciocho años en Cataluña, pago mis impuestos en Cataluña y voto en Cataluña”, respondí. El decano sorbió de la taza de café, parpadeó pausadamente, me miró con suma delicadeza y me espetó con una inquietante tranquilidad, sin mostrar emoción alguna: “ De ningún modo. Tú no eres catalán. Yo te diré quién es catalán. Catalán sólo es quien desea la libertad de este pueblo, es decir, quien desea y lucha por la independencia de Cataluña”. Y añadió: “Pero no te preocupes, no pasa nada, aunque no seas catalán yo te voy a querer igualmente.”
Me recorrió a lo largo de todo el espinazo un intenso escalofrío. Me revolví en el asiento y sopesé levantarme y escapar de Milosevic, de las purgas estalinistas, de La noche de los cristales rotos, de las estrellas de David cosidas a las solapas, de los machetes tutsis y hutus, de la noche del perejil y de cuantos crímenes masivos se han cometido a lo largo de los siglos cocidos a fuego lento en el fanatismo, la permisividad, el letargo y la aquiescencia de las mayorías sociales civilizadas.
Una izquierda ciega, muda y sorda
Llama mucho la atención como, ante todo este panorama, la izquierda de la ética, la justicia y de los valores morales a la que siempre miro a la hora de escoger a mis representantes, se bate el cobre sin cuartel frente al nacionalismo español encarnado en VOX y el PP. Sin embargo, con respecto a Cataluña, su postura ante el independentismo es de contemplación, equidistancia y a menudo de compresión contemporizadora. Nadie de Podemos, ni de En Comú Podem, ni de ninguna otra confluencia ha expresado, ni siquiera tímidamente, la condena rotunda hacia los protagonistas de los ejemplos que acabo de explicar.
Ni Ada Colau, ni Jaume Asens, no Joan Mena, ni Jessica Albiach, ni Juan Carlos Monedero, ni Íñigo Errejón, ni Pablo Iglesias, ni Alberto Garzón, ni la prometedora Yolanda Díaz se manifiestan públicamente frente a la amenaza xenófoba, racista y supremacista del nacionalcatalanismo, que se expresa sin tapujos y a diario a través de todo tipo de canales. La causa o el motivo del porqué sucede esto es uno de los grandes misterios de la política nacional.
El huevo de la serpiente
Sin embargo, a un lado y otro del Ebro, ha eclosionado el huevo de la serpiente, que ya repta a través de todo el territorio español en busca de espíritus donde reproducirse, de tal manera que nuestro país cuenta con decenas de miles de almas abducidas y seducidas por la peor tradición que encarna y promueve lo más abyecto, irracional y perverso de lo que es capaz de pensar, sentir y hacer el ser humano. En España todavía sobreviven personas que ofrecen escalofriantes testimonios de las consecuencias de la apatía social sobre la que sobrevienen finalmente las pesadillas de la Historia.
Urge, antes que nada, como el alcohólico que debe asumir su dependencia para curarse, el reconocimiento de la realidad que he descrito y la imperiosa y consecuente reacción. ¿Despertaremos? Espero que sí, porque parafraseando al escritor Augusto Monterroso, cuando despertemos, el dinosaurio nuevamente estará allí, esperándonos en las dos orillas del Ebro.