domingo, 16 de abril de 2023

Construcciones y Hologramas S.A.

 

"Pobres las gentes que ven y no saben lo que ven" (Tratado Jaguigá 12. El Talmud )

El controvertido CIS de Tezanos (ya se hace obligatorio nombrar a su director, como si fuese un apéndice congénito. Cuando deje de serlo el CIS deberá cambiar sus siglas) ha publicado los resultados de la tercera “Encuesta sobre relaciones sociales y afectivas pospandemia” realizada sobre una muestra de 2600 personas entre 18 y 75 años o más, de los que casi la mitad son hombres y algo más de la mitad mujeres.

A la pregunta ¿Podría decirme usted cuál es su orientación sexual? casi el 91% de los encuestados responde que es heterosexual, sólo el 1,9% se declara homosexual y el 3,4% bisexual. Confiesan ser asexuales el 0,4% y opta por otras orientaciones sexuales el 0,8%

A priori la sensación es que los resultados encajan con la realidad con la que convivimos habitualmente, de manera que los porcentajes no deberían provocar más reacción que la normal y lógica constatación. Sin embargo, al leer estas cifras el primer impulso fue de sorpresa. ¡Caramba, pues sí que hay heterosexuales en España! ¡Casi todo el mundo es heterosexual! ¡Qué grandísima sorpresa!

Ese asombro espontáneo e irracional es la consecuencia de una construcción comunicativa cuyo fruto es la visualización de un holograma social con visos de realidad que vemos gracias al riego constante al que estamos expuestos de noticias, opiniones, declaraciones, debates, tweets, videos, publicidad, discusiones políticas, etc…relacionados con la realidad de los españoles y españolas homosexuales, o con los casos de violencia homófoba que padecen algunos de esos ciudadanos que desean vivir libremente su sexualidad. Y todo, a pesar de que España es uno de los países más avanzados en cuanto a legislación relacionada con este asunto.

El fenómeno de fundamentación, levantamiento y techado de una realidad falsa puede ser interesado y en ocasiones natural o espontáneo. En este sentido, es bien sabido que en los países occidentales la comunidad gay ha jugado muy bien sus cartas utilizando hábilmente todos los resortes de difusión de su justa causa para influir positivamente en los gobiernos y en la opinión pública en su conjunto.

Tanto es así que el móvil de su acción reivindicativa ha dejado de pertenecerles y es ahora pasto de amarillismos, ecosistema que habitan personajillos histriónicos, debates sugestionados o materia prima de contenido que, lejos de aportar valor al empeño de conseguir una igualdad plena, transforma esa demanda en puro espectáculo, en pienso mediático masivo.

En otro orden de cosas, aunque dentro del mismo campo semántico, la Organización Mundial de la Salud estima que el 0,3% de la población es transexual. Según este porcentaje, hasta hace diez años en España vivían 10.000 personas transexuales. Tal y como publica “The Objective”, desde el año 2017 hasta 2021 el número se ha disparado a 21.000. Es decir, coincidiendo con el debate público televisado y difundido a todas horas por tierra, mar y twitter, en Catalunya, por ejemplo, los ciudadanos transexuales ha aumentado un 7000% , comunidad en la que la disforia de género declarada por personas en centros de salud ha aumentado un 7.650%.

Ante este crecimiento espectacular, los partidarios de la autodeterminación de género y autores o impulsores de la Ley Trans aducen que gracias a que se ha abierto este debate, los ciudadanos que vivían en un cuerpo equivocado y no podían solucionar su problema de identidad ahora han aflorado libremente como realidad social porque disfrutan de una cobertura legal que antes no tenían.

Sin embargo, a nadie se le escapan dos cuestiones: el contagio social fruto de ese orvallo insistente y persistente con el que han regado a la opinión pública y el porcentaje de personas trans que, a pesar del aumento espectacular durante estos últimos cuatro años es insignificante, ha dado fruto a una ley controvertida, generadora de polarización social, ha infectado el debate político y ha dividido a la izquierda y al movimiento feminista. Hay que poner de relevancia que en España, antes de iniciarse los debates sobre la ley Trans, cualquier ciudadano o ciudadana española podía tratarse médicamente la disforia de género y cambiar tanto su identidad legal como fisiológica.

De cualquier modo, la realidad incontrovertible, tozuda y objetiva es que entre 40 millones de personas un 0,02% desea cambiar de género. Sin embargo, a tenor de lo que visualizamos, oímos y leemos, la sensación es de una perentoria y mayoritaria necesidad. Tanto es así que la nueva izquierda inquisidora -impotente, indulgente e indolente contra el capitalismo- escudriña espacios electorales predicando un  nuevo catecismo moral en el que incluso se incluye un cambio de las reglas del lenguaje a golpe de disparate, superando en imaginación  a los descacharrantes miembros del Frente Popular de Judea de “La Vida de Brian”

Que nadie me malinterprete, porque en estos asuntos es necesario solicitar perdón antes de pecar. No digo que no haya que atender y defender las necesidades de las minorías, si  son justas. Digo que a causa de la exacerbación entusiasta con que se defienden determinadas causas y la polémica que suscitan, se producen distorsiones de la realidad que provocan malbaratamiento de energías y espejismos o ilusiones distorsionadoras, susceptibles de transformarse en tomas de decisiones erróneas. 

El negocio de la construcción de hologramas sociales es diverso y variopinto. En los últimos años España ha padecido las consecuencias de otra realidad inexistente que ha influido decisivamente en el devenir de nuestra historia reciente y por tanto en la vida de los ciudadanos. Controlado ya el incendio secesionista catalán, pocos se preguntan a qué fue debido esa efervescencia social entusiasta, inflamada de ansias revolucionarias en la que participaron activamente, de una u otra manera, más de dos millones de personas durante al menos un lustro.

Pero todavía más importante. ¿Dónde está ahora esa multitud?¿Es que los catalanes ya no son secesionistas? ¿Es que el secesionismo fue una moda pasajera? ¿Quizás uno es secesionista un par de años y después ya no? ¿No decían sus líderes que era un movimiento popular imparable, que iba de abajo arriba? ¿Es que acaso no era todo el pueblo de Cataluña el que reclamaba la emancipación de la esclavitud española? ¿No se trataba de un deseo vital, irrenunciable? ¿Dónde queda el famoso y cacareado mandato del pueblo? ¿El pueblo se cansa pronto? ¿O es que quizá no existió nunca un pueblo con tal necesidad? ¿Eran patriotas catalanes a tiempo parcial?...

A la vista de la actualidad, aquellos días y poco a poco su memoria se van disolviendo como lágrimas en la lluvia, como diría el viejo Roy Batty. Ya no quedan más que rescoldos, frustración, decadencia y una animadversión cainita entre los partidos políticos que proclamaron la república más breve de la Historia, propiciaron la aplicación del artículo 155 de la constitución y que competían en mostrarse a cuál más secesionista y antiespañol.

Y es que, nuevamente, Construcciones y Hologramas S.A. se empeñó en ofrecer, a un lado y al otro del Ebro, una imagen falsa de la realidad, construida primorosamente por una operación de propaganda política nunca vista desde los tiempos infaustos de Goebbles. Sin embargo, cualquier persona algo interesada en arañar la superficie para conocer la realidad podría haber reparado en que en las sucesivas elecciones autonómicas de aquella década ominosa, el electorado secesionista no superó nunca la cifra del 30% del total del censo electoral.

Es más, los diferentes partidos en los que se camufló el motor político de la operación, a la sazón la corrupta Convergencia Democrática de Catalunya, fueron perdiendo votos y escaños progresivamente. Sin embargo, gracias a nuestro sistema electoral, la traducción en escaños de esos votos les proporcionaba una mayoría parlamentaria que aumentaba el tamaño, el brillo y la nitidez del holograma, ofreciendo una realidad social y política desfigurada, o al menos, muy lejos de lo que realmente piensan y sienten la mayoría de los catalanes.

Por otro lado -y por añadidura- al Oeste de Fraga el movimiento secesionista fue un regalo para el Partido Popular. Con ETA extinta, y las consecuencias judiciales de la actividad criminal del partido de Aznar y Rajoy abriendo los informativos, los planes de Artur Mas y compañía eran agua de mayo para mantener aglutinada a esa parroquia patriota de campanario que se cultiva con la misma semilla en España y Cataluña. De manera que, lejos de actuar para solucionar un problema que mes a mes crecía como un soufflé,  M.Rajoy optó una doble estrategia, a saber, el Dontancredismo y la piromanía.

Estos fueron los colores y las formas con los que unos y otros consiguieron levantar en medio de una crisis económica durísima, con múltiples recortes sociales y un tendencia a la supresión de  derechos civiles, un gigantesco holograma social que propició, por ejemplo, algo inédito en nuestra historia, sin más precedente que algún partido de fútbol, como fue la decoración de los balcones de todo el país, ora con la bandera española, ora con la estelada. Tal fue le efectividad de la operación de Construcciones y Hologramas S.A. que dio a luz dos nuevos partidos políticos, uno de extrema derecha, filofranquista, y otro neolerrouxista, ambos nacidos gracias al encamamiendo del supuesto secesionista catalán con el Partido Popular.

Si nos detenemos a pensar, podríamos hallar muchos más ejemplos holográficos en el devenir de nuestra historia reciente, aunque el asunto no es propio ni exclusivo de la contemporaneidad. Ocurre que hoy día la tecnología juega a favor del manipulador y su efectividad multiplica por mil la sensación de consistencia de la imagen que pretenden hacernos pasar por real, cuando ni siquiera es una sombra en la caverna. Por si fuera poco, la Inteligencia Artificial ha aterrizado, no ya como un cuento de ciencia ficción distópico, sino como una herramienta eficiente y consolidada. Cualquier día nos desayunamos con Laura Borrás y Alberto Núñez en la portada de La Razón comiéndose los morritos.

Dicho lo cual, y después de toda este atropellada diatriba, a mí lo que de verdad me ha picado la curiosidad es un dato de la encuesta del CISdeTezanos. ¿Cuáles serán esas otras orientaciones sexuales que practica el 0,8% de los españoles? ¿Tendremos ley para ellos? ¿Y los asexuales? ¿Nadie les ampara, pobres? Esperen y verán.

miércoles, 5 de abril de 2023

Nostalgia de Yolanda Díaz

 


Yolanda Díaz es a la política española esa compañera nueva, aunque experimentada,  de larga trayectoria laboral, que aparece una buena mañana en la oficina, reservada, discreta, sin hacer ruido, y se ocupa, jornada tras jornada, de hacer bien su trabajo, de llegar a la excelencia mientras cultiva las relaciones humanas con mesura, ese tipo de compañerismo espontáneo, amable y sincero, ausente de imposturas, tan raro de encontrar; una profesionalidad de rigor estajanovista y una lealtad hacia el equipo del que forma y se siente  parte que asombra a los jefes.

Un buen día, así, como sin querer, gracias a las carambolas del azar, la que no hace mucho fue la chicanuevaenlaoficina se ve sentada en el despacho del jefe, quien antes de su defenestración a causa de no se sabe bien qué asuntillos, había informado día a días a sus superiores y accionistas sobre el gran valor profesional y activo de futuro de la otrora encargada de negociado que una buena mañana apareció en la oficina, reservada, discreta, sin hacer ruido.

Una vez en el sillón el cargo no se le sube a la cabeza, gobierna su equipo con equidad y firmeza, administra ejemplarmente las coyunturas y escoge muy bien qué batallas librar o desdeñar con otros departamentos, siempre exhibiendo una voluntad de diálogo sincero y una capacidad innata para la negociación. Todo, ejerciendo a diario sus responsabilidades, en las que no existen los temas menores, abordando todo tipo de problemas y desafíos con el rigor y la coherencia como armas, y mostrando a propios y extraños la misma actitud con la que empezó en la compañía.

¡El mirlo blanco! se admiraban en privado los directores de área de la compañía ¡Tenemos un mirlo blanco! Llegados a este punto, archiconocidas como son sus  virtudes -tan verdaderas como extrañas en un entorno poco pródigo en honestidades y honradeces- pronto se formó a su alrededor un grupo de fieles seguidores, discípulos de primera hora, colaboradores próximos que, conscientes de la singularidad que atesoraba su maestra, jefa y admirada Yolanda, día sí y día también tarareaban en sus oídos la tan conocida canción de la sirena, cuya letra, resumida, venía de decir que había mercado hacia la izquierda y que debería reflexionar muy seriamente sobre la posibilidad de construir una nueva compañía basada en los valores que ella desprendía a su paso, como dulce aroma de perfume, y sobre todo, fundamentada en un hecho incontrovertible y actualmente de gran valor añadido: que era mujer .

Tras meses de cavilaciones, Yolanda Díaz consideró factible la oportunidad que unos y otros no  descansaban en alimentar aunque, dada como es al rigor, no sin imponer una serie de condiciones, que, en resumidas cuentas, venían a marcar una frontera moral y ética basada en los valores que siempre han orientado su trayectoria personal y profesional. De modo y manera que, en el día señalado, Yolanda presentó urbi et orbi su proyecto, y una ola de entusiasmo meció a miles de personas dispuestas a comprar, una vez más, una panacea, en esta ocasión verdadera, singular y efectiva.

A partir de ese instante, Yolanda Díaz, aquella mujer profesional, cabal y precisa, empática y amable, de espontánea credibilidad humana, decidió, no se sabe si motu propio o mal aconsejada, esbozar esa célebre sonrisa de cartel político en todo momento y lugar. El contenido de su discurso empezó a obviar los datos, la duda razonable, el análisis conciso, la expresión mesurada que, a la sazón, la arroparon a lo largo del tiempo y que propiciaron su merecido ascenso en la estructura de la compañía.

Y es que sus alocuciones se transformaron en plácidas arengas bienintencionadas, trufadas de un sentimentalismo maternal sin más contenido que el catálogo manido y vulgar de las promesas al uso, eso sí, siempre rematadas con la guinda del género, el valor de lo femenino como argumento imbatible con el que conformar propuestas válidas y efectivas de progreso.

Porque Yolanda Díaz, aquella mujer que decía sinceramente sí a todo, ahora ambiciona el lugar de poder en el que deberá decir no a casi todo, para lo cual ha creído oportuno aparcar por unos días su solvencia y sus virtudes y ofrecer al común, tratándonos como criaturas de guardería, una imagen de hada madrina que con su bondad de Disney, su sonrisa deslumbrante, su mera condición femenina y su varita mágica nos va a arreglar la vida.

Quizás es que no comprendo las estrategias publicitarias de la política, o que, tan necesitados como estamos de unos brazos que nos mezan con ternura,  no soy capaz de percibir que la gente en verdad recibe ese trato con agrado, pero qué quieren que les diga, yo tengo nostalgia de aquella Yolanda Díaz que hace tres años apareció una buena mañana en la oficina.