lunes, 22 de febrero de 2021

Las universidades catalanas y Pablo Hasél

Me había propuesto no escribir durante unas semanas porque mi cabeza anda ocupada con un tema al que estoy intentando dar forma. Pero hoy ya no puedo más. Tengo la imperiosa necesidad de gritar, aullar mi desasosiego, desgalillar hasta la afonía mi garganta expresando mi desconcierto, denunciar un nuevo disparate  y compartir con algún alma gemela la terrible sensación de desánimo, pesimismo y desamparo que me produce la actualidad en nuestro país.

Del mismo modo que quien se ve obligado a introducir las manos en una fosa negra; igual que quien no tiene más remedio que soportar la hediondez profunda que producen los cuerpos de  animales en descomposición;  de manera similar a quien debe soportar el tacto y los miasmas que producen los estercoleros y los vertederos, así me siento yo al transcribir palabras  consideradas hoy poco más o menos que obras maestras de la poesía callejera, de la llamada cultura urbana, que han devenido símbolo actual de la libertad de expresión y objeto de elocuentes y encendidas defensas, desde los individuos más vulgares y zafios, pasando por representantes políticos de las clases populares, hasta las mentes más preclaras de nuestra cultura.

El artista represaliado, del que esta semana todo el mundo habla, responde al nombre de Pau Rivadulla Duró, nacido en Lérida hace 33 años en el seno de una familia acomodada de la burguesía ilerdense. Poeta de estirpe lírica, promesa de la renovación artística, autodefinido como comunista autodidacta, lector impenitente de periódicos deportivos, sin más oficio ni beneficio que su actual protagonismo mediático y judicial, el ínclito, más conocido como Pablo Hasél, ha renovado la estructura del soneto, del verso alejandrino y del serventesio escribiendo en estos términos. Su estilo original y la riqueza y complejidad de sus imágenes  le han convertido en una referencia para los más jóvenes; un camino a seguir.

“¡Merece que explote el coche de Patxi López!”.

“No me da pena tu tiro en la nuca, pepero. Me da pena el que muere en una patera. No me da pena tu tiro en la nuca, socialisto”

“Que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono”.

 “Merece también un navajazo en el abdomen y colgarlo en una plaza”.

“Que li fotin una bomba, que revienten sus sesos y que sus cenizas las pongan en la puerta de la Paeria”.

“Pienso en balas que nucas de jueces nazis alcancen”

“Quienes manejan los hilos merecen mil kilos de amonal”

“Merece también un navajazo en el abdomen y colgarlo en una plaza"

“Si por mí fuera, muerte sería tu sentencia, colgarlo de una plaza quiero, que escondan una bomba mientras come un menú caro, que rompan sus sexos de un disparo,me apetece ver arder su casa y que las paredes del chalet parezcan Gaza”.

“Malnacido, te mereces un tiro, te apuñalaré, me has arruinado, te arrancaré la piel a tiras.”

Según afirman fuentes cercanas a la familia del poeta, tanto el padre como la madre  se sienten muy orgullosos del talento de su hijo, y al mismo tiempo dicen sufrir una profunda tristeza al ver que los poderes del Estado pretenden silenciar de manera tan burda y cruel, tanto la sensibilidad literaria de su Pau como los temas de los que se ocupa el grueso de su obra. Y no es para menos.

De hecho,  los rectores de las ocho universidades públicas catalanas -de las ocho- en las que no estudió Rivadulla,  a través de la Associació Catalana d’Universitats Públiques (ACUP),  difundieron un comunicado oficial el mismo día en que ingresó en prisión el prometedor rapsoda. El comunicado  dice textualmente:

“La fortaleza de un estado democrático se mide por su capacidad para aceptar la crítica y la disidencia, incluso la más descarnada. La libertad de expresión es uno de los derechos fundamentales sin los cuales la democracia deja de serlo para convertirse en un sistema en el que nadie puede estar seguro de que no será perseguido por sus opiniones y creencias, sean políticas, religiosas o de cualquier otra naturaleza.

Desgraciadamente, la libertad de expresión se está viendo seriamente amenazada y no son pocos los casos de personas que han sido perseguidas judicialmente, y en ocasiones condenadas, por sus ideas expresadas a través de la creación artística, la literatura o la música.

Las universidades públicas catalanas reiteramos, como hemos hecho siempre, el uso del diálogo como única vía para canalizar cualquier reivindicación, rechazamos todo tipo de violencia y manifestamos nuestro más firme compromiso con la defensa de los derechos fundamentales y, en estos momentos, especialmente con la libertad de expresión, y nos unimos a las voces que reclaman que se impulsen con urgencia las reformas legales necesarias para garantizar el ejercicio de éste y del resto de los derechos fundamentales en su máxima amplitud.”

Nací en Cataluña hace 56 años. Viví, cuando apenas era un adolescente imberbe, los años de la lucha por la libertad de expresión, aquel tiempo de la censura a “Els Joglars” y el encarcelamiento de Albert Boadella. He estudiado en la universidad y hace treinta años que trabajo en una de esas universidades públicas catalanas que han subscrito el manifiesto que acabo de citar y, nunca, sobre el asunto de la libertad de expresión, nunca una universidad se había expresado en los términos en los que lo ha hecho el pasado 17 de febrero del año 2021, aunque, doy fe, motivos no han faltado.

Ningún rector dijo nada cuando el periodista Xavier Vinader salió del país para escapar de la justicia por una serie de artículos publicados en la revista Interviu. Ningún rector dijo nada cuando Joan Manel Serrat era agredido verbalmente, día tras día, con saña, hace pocos años y vetado por la turba independentista. Ninguna universidad alza la voz  cuando los escritores catalanes que escriben en español son discriminados y considerados en la propia tierra donde nacieron como colonos y ñordos. No se conoce manifiesto ni declaración alguna de ninguna universidad cuando Joan Margarit recibió de manos del rey Felipe VI el premio Cervantes y fue víctima de ataques verbales bochornosos, a pesar de que el recientemente fallecido poeta fuese catedrático de una de esas universidades que ahora, de modo vergonzante, turbador y hasta inquietante, da la cara por un tipo cuyo principal mérito consiste en no tener mérito alguno; cuya principal actividad consiste en el odio visceral, el enaltecimiento de la tiranía y el terrorismo, la defensa vulgar, zafia y grosera de su propia, exclusiva y sectaria libertad de expresión.

¿De verdad las universidades públicas catalanas tenían la necesidad de romper una lanza en favor de un tipo mediocre, ordinario, violento, que representa y promueve todo lo contrario a los valores universitarios?

¿De verdad creen Javier Lafuente, Joan Guardia, Joquim Salvi, Francesc Torres, Jaume Casals, Maria José Figueras, Jaume Puy i Josep Planell que firmando un manifiesto en defensa de la libertad de expresión el mismo día que encarcelan al agitador Pablo Hasél están defiendo la libertad de expresión?

¿Sienten los rectores de las universidades catalanas algún tipo de responsabilidad por los disturbios protagonizados por jóvenes, que acaecen cada noche en las cuatro capitales catalanas desde el día 17 de febrero, fecha de la firma del manifiesto?

¿Están convencidos los rectores de que su iniciativa aporta algún valor a la sociedad?

¿Son conscientes los rectores de que la defensa institucional de Pablo Hasél por parte del sistema universitario catalán supone un serio agravio comparativo al esfuerzo intelectual que realizan a diario profesores, profesoras y sus estudiantes y , sobre todo, hacia tantísimos intelectuales y artistas que tuvieron que exiliarse o que sufrieron cárcel y muerte por expresarse libremente?

¿No han pensado en el agravio que supone su posicionamiento  hacia  los escritores, pensadores, científicos de otros lugares del mundo que están sufriendo represión y que se juegan la vida por expresarse sin censura?

Y sobre todo, ¿A qué misteriosas e inconfesables presiones han tenido que plegarse los rectores y rectoras de la Universitat de Barcelona, de la Univeritat Autónoma de Barcelona, de la Universitat Pompeu Fabra, de la Universitat Politècnica de Catalunya, de la Universitat de Girona, de la Universitat Rovira i Virgili , de la Universitat de Lleida i de la Universitat Oberta de Catalunya para elaborar y difundir el comunicado más extraño, extemporáneo, humillante y humillado de la historia reciente de la universidad catalana?

No doy crédito, de verdad. Me siento triste y desanimado, profundamente desazonado. Probablemente estemos ya a medio camino de una pendiente que nos conduce vertiginosamente hacia una decadencia de consecuencias irreversibles.

Sí, así es,  la universidad pública con Pablo Hasél.

jueves, 4 de febrero de 2021

El efecto Bernoulli

 


Me lo contó hace unos días una persona de confianza, a la que tengo por ponderada y poco dada a los excesos. Tanto da el país donde ocurrió, o la adscripción ideológica del protagonista, porque lo realmente significativo de esta historia es que se podría haber producido en cualquier sitio y con un líder político escogido al azar.

Tal y como señala mi amigo, quizás sí que es importante inferir que lo acaecido tuvo lugar en época preelectoral, lo cual, en honor a la verdad, tampoco es decir gran cosa, porque la sufrimos a diario durante los doce meses del año. Sea como fuere, la cosa es que, recientemente, el gobierno en cuestión decidió enviar a sus respectivos ministros, consejeros o secretarios de Estado (la nomenclatura también resulta indiferente)  a visitar los lugares estratégicos de sus respectivos ámbitos de competencias con el fin de conocer en primera persona las potencialidades del país y las necesidades de las instituciones, personas y empresas que lideran cada una de esas áreas.  Una iniciativa, por otro lado, un tanto extraña, pues, a la sazón, sus responsabilidades gubernamentales venían realizándose desde hacía ya unos diez años.

De hecho, parece ser que  algunos de los ministros, consejeros o secretarios de Estado no acababan de entender bien el hecho de que con la legislatura finiquitada, su cargo en funciones, y la mayoría con los dos pies fuera de sus respectivos despachos, tuviesen que  perder el  tiempo en una actividad semejante y dejar de invertirlo en gestionar debidamente su recolocación, bien  en otros lugares de la administración, o bien en empresas que estarían encantadas de aprovechar sus capacidades para establecer puentes de valor proclives a sus cuentas de resultados.

Dado este contexto, mi amigo, que trabaja como profesor e investigador en una universidad,  me explicó que el honorable consejero de innovación tecnológica llegó a su laboratorio, acompañado de todo su séquito, poco después de las cuatro de la tarde. Había estado preparando la visita durante toda una semana. El honorable señor consejero quería conocer en primera persona las potencialidades aeroespaciales de su país. Su gabinete había dado instrucciones claras sobre el guion de la visita y a su vez, la universidad le había facilitado el perfil tanto de de las personas a las que conocería, como un breve resumen de los proyectos más relevantes.

De manera que un selecto grupo de  ingenieros, doctores en ingeniería y catedráticos en ingeniería aeroespacial  preparó con esmero  y esperó  impaciente la primera visita que un honorable consejero de innovación tecnológica de su país efectuaba a su laboratorio. Al cabo de siete días, tal y como estaba previsto, puntualmente, allí apareció, enmascarado preceptivamente junto a toda su corte. Porque un consejero –me explica mi amigo- nunca se mueve sólo. Siempre va acompañado, como mínimo, de su jefe de gabinete, de su jefe de prensa, de  su  director general,  de su fotógrafo, de su guardaespaldas y de su chófer, sin perjuicio de sumar al séquito, si lo cree conveniente, a toda persona que considere a bien invitar

Un instante después de la entrada en el laboratorio, nuestro hombre ya había ocupado el centro de la escena. El plan era que cada uno de los investigadores aeroespaciales convocados le explicasen  brevemente los proyectos en los que estaban involucrados, como por ejemplo, el lanzamiento  al espacio de pequeños satélites, el diseño de tecnologías para una propulsión más eficiente, el estudio de la llamada órbita baja, o la modelización de nuevos perfiles para las alas de los aviones con el fin de minimizar las afectaciones de las turbulencias en la aerodinámica.

Tal y como me explica mi amigo, durante los veinte primeros minutos el honorable consejero solamente escuchaba. De vez en cuando tomaba algún objeto con las manos que le parecía sofisticado y miraba al fotógrafo.

Llegados a este punto, justo en el momento en que el investigador explicaba cómo afectaban las turbulencias al consumo de los aviones,  el señor honorable consejero de innovación tecnológica le interrumpió sin miramientos y adelantando ostensiblemente la mano hacia adelante, en gesto imperativo de  stop, se dirigió a él en estos términos. “Me vas a perdonar, pero aprovechando que estoy aquí necesito que me respondas a una cuestión que siempre me ha rondado por la cabeza. Yo viajo mucho; soy como la canción; esa tan graciosa que dice volando voy volando vengo, je je,  tanto por placer como por trabajo, y cuando estoy en pleno trayecto o cuando despegamos,  intento  explicarme  por qué un avión se sostiene en el cielo. O sea, mejor dicho, por qué vuelan los aviones. Eso es. La pregunta clave sería ¿ Por qué vuelan los aviones?”

Y entonces, ante el estupor de todos los presentes, no contento con la estupidez de su pregunta, y más teniendo en cuenta el contexto y el carácter tanto de la visita como de  la naturaleza de su cargo, desdeñando todo  sentido del pudor y del ridículo,  abrió los brazos y empezó a agitarlos imitando el movimiento de las alas de  un pájaro, al tiempo que seguía diciendo “¿Por qué, por qué?¿Cómo diablos puede volar un avión?” Al ver que nadie osaba responderle, el honorable consejero insistió en su interrogatorio, compuesto por una única pregunta, mientras continuaba con la agitación obstinada de sus extremidades, arriba y abajo, abajo y arriba. El fotógrafo, con muy buen criterio, y haciendo gala de un encomiable sentido común, se mantuvo en un discreto segundo plano, sin disparar su cámara, mientras, atónito, observaba la escena con la misma estupefacción que asoló a todos los presentes.

Finalmente, el investigador, entre  avergonzado y visiblemente afectado ante la situación tan desconcertante, respondió descorazonado “Los aviones vuelan gracias a la fuerza de sustentación, al llamado efecto Bernoulli”. El honorable consejero frunció el entrecejo. La mascarilla impedía adivinar la expresión de su rostro, pero todo el mundo percibió que la respuesta no le satisfizo. “¡No me venga ahora usted con tecnicismos!” repuso, “¡lo que yo necesito es que alguien me explique por qué vuela un avión!” Todos los allí presintieron que aquella circunstancia insospechada   podía echar a perder toda la visita, de manera que mi amigo, presto,   acercó una hoja de papel a su compañero y éste, entendiendo inmediatamente la idea, la tomó con las dos manos, la dispuso bajo los labios y empezó a soplar por encima de la superficie blanca

Viendo que gracias al aire que surgía de la boca del investigador  la hoja de papel se levantaba y se mantenía en horizontal retando milagrosamente a la fuerza de la gravedad, súbitamente  los ojos del señor consejero se abrieron sorprendidos. “¡Vaya!, así que es por eso! Ya lo decía mi abuela, cada día se aprende algo nuevo. Oiga, muchas gracias, la visita de hoy ha resultado de lo más útil. Jamás olvidaré este lugar, ténganlo por seguro”.

Dicho lo cual, el honorable consejero miró el reloj y dirigiéndose a su jefe de gabinete le informó de que tenían que seguir con la agenda del día, y que la visita había terminado. “ Ya saben…” dijo, guiñando un ojo, “volando voy, volando vengo, je je.” Según me cuenta mi amigo, segundos antes de abandonar las instalaciones universitarias, ya en la puerta del Lexus dorado que le transporta,  les explicó a todos su manía con la puntualidad y les informó de que se dirigía con renovada ilusión a visitar un centro de investigación náutico y que estaba ansioso por saber, por fin, por qué un transatlántico, un portaaviones, un crucero o un petrolero flotan. “Para mí es todo un misterio, oigan.”

Y sin más aconteceres, el honorable consejero partió hacia el puerto de Barcelona. Esta breve historia que he relatado, con más o menos fortuna,  es la transcripción fiel de la crónica que me he explicó mi amigo, un tipo ponderado, equilibrado y, como digo, poco dado a los excesos, enemigo radical de la exageración.