Y resulta que hoy mismo, sin ir más lejos, día después de las elecciones municipales y autonómicas, yo he sido víctima, objeto, protagonista o parte de un suceso azaroso. Y, lo juro, esto que voy a contar con mayor o menor fortuna, me ha ocurrido a mi.
Hace días que terminé la lectura de la fantástica biografía de Jorge Luis Borges escrita por Edwin Williamson. De ahí mis intentos por explicar qué es lo que en realidad ocurrió en
La cuestión es que el libro lo adquirí una semana antes en una librería que me coge a medio camino entre el lugar en donde me retiro a ejercer de romántico, y mi casa . Como todavía no había finalizado la lectura de otro libro que tenía entre manos, (“Hoy, Júpiter” de Luis Landero, estupenda novela) dejé medio abandonado el volumen de Williamson encima de la mesa del comedor, justo al lado de donde se quedan amontonados los periódicos atrasados y los papeluchos de correo comercial.
Sobre la pila de papeles, en primer término, vi un programa de mano de la representación teatral a la que asistí hace algunas semanas. Como necesitaba un marcador de páginas fui práctico y, sin darle mayor importancia, lo cogí para el cometido de marcar la vida de Borges. Si he de ser sincero, utilicé el programa porque me atrajo la fotografía del programa en la que el gran actor Francesc Orella señala con gesto de rabia insuperable al mundo entero, como gritando una injusticia terrible, implorando lucidez, exigiendo razón a sabiendas de que todo está perdido y de que no hay nada que hacer. Pensé que guardar el recuerdo de esa interpretación dentro de la vida de Borges tenía su gracia.
Pocos días después llego a la muerte del maestro, su segunda muerte, la que es responsabilidad del biógrafo. Y hoy, con el cadáver todavía caliente, con el libro todavía sin colocar en la estantería, me dispongo a limpiar de polvo mi casa y, en un descuido, cae la biografía al suelo y se desprende de sus hojas el programa de mano. Lo recojo para introducirlo de nuevo en el libro y, sin motivo alguno, por mera curiosidad sin sentido, leo de nuevo el programa.
No quiero exagerar, pero la impresión no la voy a olvidar nunca. El programa de mano correspondía ni más menos que a la obra “Un enemigo del pueblo” del genial Ibsen. Hoy, precisamente hoy, día 28 de mayo de 2007, el día después en que la democracia (¿el pueblo?) ha dado de nuevo el poder a un sinfín de vanidosos maleantes, delincuentes, chorizos, oportunistas, estafadores, mangantes, corruptos gracias, en muchos casos, a la ayuda de los medios de comunicación, a mi me cae en las manos el rostro rasgado, roto, infartado e implorante del pobre y honrado Doctor Stockman señalando a todo un pueblo y a quienes le manipulan, luchando hasta la ruina por la razón, por la verdad, por sus principios, a cuenta de ser vilipendiado y calumniando.
El azar. La vida.
Vuelvo mañana