viernes, 28 de noviembre de 2014

Usufructo



Esperaba cada día, a la misma hora, en la misma esquina. Esperaba verla caminar apresurada, entre los demás transeúntes, sin que reparase en mi presencia. Quería saber cómo era desde fuera, distanciada  de las horas cotidianas, como si fuese una mujer ajena a mi vida. Por eso escogí  un lugar de la ciudad que nunca frecuentaba, para  confirmar de algún modo que, de encontrarla desconocida, volvería a enamorarme. Ayer la vi. Caminaba despacio, pausadamente, sin conciencia del tiempo, del brazo de un tipo, y misteriosamente me poseyó nuevamente  aquella codicia original de  tenerla.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Omnívoro



Le explicaba al juez mi obsesión por hallar en las nubes formas de animales. Le decía que me lo enseñó papá;  que pasábamos tardes enteras  tumbados  sobre la hierba descubriendo vacas, ovejas, caballos y a veces peces y todo tipo de aves. ¡Cuánto los he llegado a amar! Pero fue en vano. Su señoría no lo consideró un atenuante y argumentó, muy serio, que las familias reclamaban justicia y mirándome con cierto asco, o incluso miedo, añadió finalmente que era su deber apartar de las calles semejante depravación de la especie humana.

lunes, 10 de noviembre de 2014

90 60 90



En mis tiempos  mozos el valor sensual y sexual de una mujer se traducía en una proporción mítica. Es cierto que a la hora de la verdad  había que conformarse con lo que más a mano teníamos, y la gran mayoría dibujábamos a la mujer de nuestros sueños en la soledad del lavabo según ese canon métrico  de belleza.

Una mujer con 90 centímetros de contorno pectoral, 60 centímetros para rodear la  cintura y  otros 90 centímetros  de culo era una señora mujer. Lo demás, pues bueno, tampoco estaba mal. Si de carita era mona, también valía, y si no tenía demasiados remilgos a la hora de compartir unos revolcones, su cotización y fama aumentaban. De hecho, a menudo, las que se acercaban  a las medidas perfectas, o no salían de su casa más que para ir a clase, o si salían, lo hacían con chicos más mayores, de modo que a nosotros no nos quedaba otra solución que  asumir la realidad, disfrutar con lo que había y explorar en soledad futuros  virtuales  encerrados  con pestillo.

Hoy esa mágica proporción de la que entonces se podría haber llamado la  mujer de  Vitruvio carece de valor. Aquel ideal de belleza ha dejado paso al raquitismo, a la ausencia de curva y de volumen. La adaptación de aquellas medidas de mi adolescencia a nuestro presente  pasaría por la aplicación de las matemáticas. Al ser múltiplo de 3 sería tan fácil como dividir cada uno de los valores entre ese mismo número y obtendríamos una ben plantada del siglo XXI que luciría ante nuestra admiración incontenible sus 30 20 30.

Esa debe ser, y no otra, la explicación a través de la cual el porcentaje de  votantes  del llamado proceso de participación sobre la independencia de Catalunya (30%) se haya calificado urbe et orbi como un éxito sin precedentes, y de que nadie, o muy pocas personas con un mínimo de inteligencia y de voluntad de objetividad, haya sido capaz de decir, sin ambages, que en cualquier país democrático, todo lo que no supere el 50% de votantes se puede considerar un rotundo fracaso. Solamente hay que echar un vistazo a la hemeroteca para ver las reacciones y los análisis después de las elecciones al Parlamento Europeo, paradigma de  lo que es una convocatoria electoral fracasada.

Hoy día es difícil camuflar la realidad. Otra cosa es negarla, o querer creer en lo que nos dicen y no hacer el mínimo esfuerzo por desvelar  y conocer la verdad. Según datos que maneja el diari El Punt Avui -que como todo el mundo sabe es españolista, de la rama joseantoniana- el censo de la comarca donde vivo (una de las más pobladas de Catalunya) arroja un total de 647.889 personas, sin contar jóvenes entre 16 y 18 años, ni ciudadanos europeos residentes durante un año, ni ciudadanos extracomunitarios residentes desde hace 3 años, que también tenían derecho a votar.

Del total de posibles votantes registrados en  este censo -mucho más amplio de haber sido actualizada la cifra en función de la ley de consultas- han votado 258.815 personas, de las cuales han marcado Sí, Sí 199.433 personas. Por tanto,  podemos concluir, sin temor al error, que la participación en el proceso roza el 30% y que el porcentaje de catalanes de mi comarca que desea la independencia de Catalunya no llega ni al 20%.

De cualquier manera, o quizá por todo ello, hoy hay que ser comprensivos con Artur Mas, Oriol Junqueras y demás agentes de la manipulación nacional. Si ustedes ven o les asalta la más mínima sospecha de  que  frecuentan a menudo el lavabo y tardan en salir, no les agobien. Si después, al salir, les da por explicarles una batallita con una de  90 60 90, sean considerados y díganles muy discretamente, sin que nadie les oiga, que todavía llevan enganchados un pedacito de papel blanco entre el índice y el pulgar. No sean malos y apiádense un poco porque, al fin y al cabo, todos hemos pasado por eso.
 

lunes, 3 de noviembre de 2014

Leer a Proust con Vila-Matas (III)


Memoria o metaliteratura, recuerdos o un universo borgiano  rebosante de libros. La cuestión es que tanto Vila-Matas como Proust consiguen de la literatura algo que va más allá de la historia que nos cuentan; más allá de los personajes que nos presentan; algo que tienen que ver con la oscuridad, con lo profundo, con la naturaleza del gladiador, con la soledad ante la vida y con el compromiso. Ambos, acudiendo a fuentes muy diferentes, nos desvelan la verdad a partir de la ficción, nos revelan con la palabra poética aquello para lo que, en vano,  empeñan  su  vida  científicos,  periodistas e historiadores, quienes, por otra parte, no son capaces más que de ofrecernos la realidad.
Hablando de su amigo Roberto Bolaño, explicando el tiempo que permaneció  inédito, leyendo y escribiendo en la soledad más rigurosa, desconocido para las editoriales  y  los lectores, Enrique Vila-Matas dice  que “ a la energía que se iba acumulando habría que añadir, probablemente la felicidad de no ser nadie y al mismo tiempo ser alguien que escribía”.
Algo muy parecido le ocurre a Proust. Para él “los libros verdaderos no deben ser los hijos de la luz a raudales ni de la charla, sino de la obscuridad y del silencio”. ¿Acaso no es esta concepción del oficio de escribir sinónima o compañera de lo que nos dice Vila-Matas al respecto de Bolaño?.
De hecho, antes de ponerse a trabajar en su gran obra, Proust publica “Los placeres y los días”, pero se da cuenta de que no es más que un ensayo,  la comprobación que se autoimpone para vivir en cierto modo con la certeza de que es capaz de afrontar la escritura de una novela. Sin embargo no queda satisfecho, incluso llega a  desanimarse, a desestimar su vocación, a poner en duda su propia naturaleza.
A pesar de todo, los meses no transcurren en balde porque uno no puede dejar de ser quien es. Durante ese periodo aparentemente estéril, Proust, muy probablemente, habrá  acumulado interiormente  temas, personajes y  vivencias, las observaciones  de su entorno. Todo lo que ve, toca y oye lo  traduce interiormente  al lenguaje literario aun sin plasmar. Todos sus sentidos están orientados a recabar la materia que en un momento determinado, en uno de esos instantes claves para la historia de la literatura, explosionará, provocando tal cantidad de energía, que su calor, su radiación se extiende,  todavía  hoy,  mucho más allá del horizonte que podemos llegar a  intuir desde nuestro presente.
Y ese momento llega del modo más insospechado, mientras toma tranquilamente una taza de té en el jardín de la casa paterna. Es entonces  cuando se produce el misterio de la poesía a través de la famosa evocación de los sabores de su infancia, que desbocará toda su memoria igual que un manantial contenido, fluyendo en forma de recuerdos  capaces de invocar un pasado en íntima ligazón literaria  con su entorno contemporáneo.

A partir de aquí, el frenesí creador se apoderará del autor, que asume  el sentido de su obra, que entiende y vislumbra en ese instante decisivo  la dimensión de la tarea que le aguarda, porque es tal la cantidad de energía acumulada y la fuerza creadora reunida, que  asume con grado su naturaleza, consciente de que el resultado le sobrevivirá.
En ese trance Marcel Proust probablemente experimentó el vértigo de la emoción  abrumado ante el cometido que le comprometía de por vida, pero al mismo tiempo surgió  dentro de él  la valentía reservada  al héroe, que le empujó y que  le permitió  salir a la arena con las únicas armas con las que contaba -las lecturas atesoradas, su talento y las palabras- ilusionado, feliz y por fin aliviado ante la certidumbre  de haber sido recompensado con la virtud del sacrificio.
Continuará