lunes, 3 de noviembre de 2014

Leer a Proust con Vila-Matas (III)


Memoria o metaliteratura, recuerdos o un universo borgiano  rebosante de libros. La cuestión es que tanto Vila-Matas como Proust consiguen de la literatura algo que va más allá de la historia que nos cuentan; más allá de los personajes que nos presentan; algo que tienen que ver con la oscuridad, con lo profundo, con la naturaleza del gladiador, con la soledad ante la vida y con el compromiso. Ambos, acudiendo a fuentes muy diferentes, nos desvelan la verdad a partir de la ficción, nos revelan con la palabra poética aquello para lo que, en vano,  empeñan  su  vida  científicos,  periodistas e historiadores, quienes, por otra parte, no son capaces más que de ofrecernos la realidad.
Hablando de su amigo Roberto Bolaño, explicando el tiempo que permaneció  inédito, leyendo y escribiendo en la soledad más rigurosa, desconocido para las editoriales  y  los lectores, Enrique Vila-Matas dice  que “ a la energía que se iba acumulando habría que añadir, probablemente la felicidad de no ser nadie y al mismo tiempo ser alguien que escribía”.
Algo muy parecido le ocurre a Proust. Para él “los libros verdaderos no deben ser los hijos de la luz a raudales ni de la charla, sino de la obscuridad y del silencio”. ¿Acaso no es esta concepción del oficio de escribir sinónima o compañera de lo que nos dice Vila-Matas al respecto de Bolaño?.
De hecho, antes de ponerse a trabajar en su gran obra, Proust publica “Los placeres y los días”, pero se da cuenta de que no es más que un ensayo,  la comprobación que se autoimpone para vivir en cierto modo con la certeza de que es capaz de afrontar la escritura de una novela. Sin embargo no queda satisfecho, incluso llega a  desanimarse, a desestimar su vocación, a poner en duda su propia naturaleza.
A pesar de todo, los meses no transcurren en balde porque uno no puede dejar de ser quien es. Durante ese periodo aparentemente estéril, Proust, muy probablemente, habrá  acumulado interiormente  temas, personajes y  vivencias, las observaciones  de su entorno. Todo lo que ve, toca y oye lo  traduce interiormente  al lenguaje literario aun sin plasmar. Todos sus sentidos están orientados a recabar la materia que en un momento determinado, en uno de esos instantes claves para la historia de la literatura, explosionará, provocando tal cantidad de energía, que su calor, su radiación se extiende,  todavía  hoy,  mucho más allá del horizonte que podemos llegar a  intuir desde nuestro presente.
Y ese momento llega del modo más insospechado, mientras toma tranquilamente una taza de té en el jardín de la casa paterna. Es entonces  cuando se produce el misterio de la poesía a través de la famosa evocación de los sabores de su infancia, que desbocará toda su memoria igual que un manantial contenido, fluyendo en forma de recuerdos  capaces de invocar un pasado en íntima ligazón literaria  con su entorno contemporáneo.

A partir de aquí, el frenesí creador se apoderará del autor, que asume  el sentido de su obra, que entiende y vislumbra en ese instante decisivo  la dimensión de la tarea que le aguarda, porque es tal la cantidad de energía acumulada y la fuerza creadora reunida, que  asume con grado su naturaleza, consciente de que el resultado le sobrevivirá.
En ese trance Marcel Proust probablemente experimentó el vértigo de la emoción  abrumado ante el cometido que le comprometía de por vida, pero al mismo tiempo surgió  dentro de él  la valentía reservada  al héroe, que le empujó y que  le permitió  salir a la arena con las únicas armas con las que contaba -las lecturas atesoradas, su talento y las palabras- ilusionado, feliz y por fin aliviado ante la certidumbre  de haber sido recompensado con la virtud del sacrificio.
Continuará

5 comentarios:

Lansky dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Lansky dijo...

Que conste que no me cae simpático, pero fue un gran escritor y lo hubiera sido mayor si no se hubiera prodigado tanto y, sobre todo, si no se hubiera prostituido imitándose-parodiándose a sí mismo, eso que algunos de poco paladar llaman 'estilo'. Me refiero a Camilo José Cela. Cela tomó el título de un tingladillo litúrgico y lo convirtió en el de uno de sus libros mejores y más indefinibles, a mitad de camino del ensayo y la novela, o que él dijo, una purga de su corazón: “Oficio de tinieblas” (5). Eso es lo que es la buena escritura: un oficio de tinieblas, lo otro es la vida literaria, la farándula que, como dijo otra gran novelista, Juan Marsé, conviene no confundir con la propia literatura. Bolaño escribiendo en silencio, ignorado, en tu excelente imagen, es la literatura, el resto... es propaganda, destinada a olvidarse.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

A mí me pueden los prejuicios, y si son ideológicos o éticos es inútil que intente superarlos. De este tipo sé que me pierdo cosas muy interesantes, pero afortunadamente hay donde escoger en otras orillas. Dicho lo cual, debería reconocer que la primera víctima de mis prejuicios es mi conocimiento,cuya consecuencia es la ignorancia. Ese es el motivo por la que nunca hubiese relacionado ese título con nada que tuviese que ver con la creación literaria
Gracias Lansky

ESTER dijo...

No he leído a Vila Matas y bien poco a Proust. Poco puedo decir.


Besos, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Bueno, para opinar de lo que hablo en realidad no hace falta leer a Proust o a Vila-Matas. Con tener interés por la literatura y por tanto haber leído otras obras es suficiente. Ya sabes, a veces lo hemos comentado: no es escritor el que escribe. Es escritor el que se dedica en cuerpo y alma.
Abrazos