Hay veces que sin atender a la razón, de un modo extraño y azaroso, una frase se pega al alma y ya, para siempre, el, libro, el autor y el instante en que se ha leído se recuerda y se identifica con un momento preciso de la vida. Esa unión se produce de una manera tan sólida que nada, ni nadie, ni la maestría del autor, o la voluntad de unos personajes, puede dividir el vínculo entre el lector, las palabras y la causa que ha propiciado el estado de ánimo de quien lo ha leído, gracias al cual la obra adquiere, para siempre, un significado dispar y particular.
Eso es
precisamente lo que me ha ocurrido esta
misma mañana, al iniciar la lectura de “Muchos matrimonios”, del americano
Sherwood Anderson.
En los primeros párrafos Anderson escribe:
“Un poco más allá había un solar en el que crecía un
árbol y bajo el árbol había una viejo caballo de faena”.
Ya no he podido seguir leyendo porque la imagen
me ha producido tal desazón, desvalimiento y desesperanza que durante los restantes 40 minutos de que
dispongo a primera hora del día para leer
no hecho más que observar a través de la ventana el paisaje urbano de
todos los días, compuesto por las mismas personas que caminan apresuradas, los
mismos autobuses repletos; las mismas persianas abriéndose; los coches detenidos,
obedientes, ante el semáforo; niños
cargados caminando hacia el colegio; el frío gris, el cielo azul, todavía sin luz, y un
barrendero.
Estoy casi seguro de que las causas de mi estado de ánimo se debieron a lo que viví el día de ayer. Por eso creo que
al leer la frase, mis vísceras, aquello de lo que estoy hecho por dentro, se
removieron y propició que mi espíritu, la percepción que yo tengo ahora mismo del
mundo y de todo lo que lo habita,
trasmigrase y tomase la forma y la existencia
de ese viejo caballo de faena
abandonado en el solar de la vida sin más ocupación ni otra posibilidad que ver pasar el tiempo y someter sus días
bajo la sombra pretendidamente aliviadora de un árbol.
Sin embargo, ni soy viejo, ni me siento viejo. Pero hoy,
después de la experiencia de ayer, he podido constatar, una vez más, hasta
qué punto hemos permitido todos juntos que se trastoquen las prioridades, los
más elementales valores humanos, aquello por lo que afirmamos, orgullosos y ufanos, que somos algo más que mamíferos .
Voy a intentar
narrarlo muy someramente, sin realizar juicios de valor, destacando
sencillamente los hechos, como si estuviese efectivamente en medio de un solar,
sin más obligación que mirar y asumir lo
que ocurre delante de mí.
Ayer, en el marco
de un ejercicio académico que forma
parte de la evaluación de un máster en
relaciones públicas y comunicación, los
alumnos tenían que organizar una rueda de prensa. Uno de los grupos informó sobre
la inminencia del juicio a 54
campesinos sintierra, víctimas y
únicos encausados de la masacre de Curuguaty (Paraguay), en la que fueron
asesinados y ejecutados 11 campesinos y 6 policías el pasado 15 de junio en lafinca llamada de Marina kue, cuando se disponían a celebrar que, finalmente, tras años de juicios, sentencias y
recursos, podrían labrar en muy pocos días, para ellos y sus
familias, unas 2.000 hectáreas de las que se había apropiado de modo
fraudulento un empresario de soja
transgénica.
Durante la rueda de prensa, el portavoz explicó en 20 minutos las
circunstancias que han precedido a la
inminencia del proceso judicial:
torturas, amenazas, y asesinatos padecidos por los campesinos a manos de sicarios; el informe forense, que arroja
pruebas concluyente sobre la ejecución a quemarropa y con tiro de gracia de
algunos de las víctimas; la implicación en los hechos de miembros destacados
del Partido Colorado y del Partido Liberal que una semana después derrocaron,en una operación política relámpago, al presidente Fernando Lugo, nombraron a
Federico Franco como nuevo presidente y
votaron, 15 días después, el levantamiento de la prohibición del cultivo de
transgénicos.
A continuación, otros cuatro grupos de estudiantes, que
rondan edades entre los 25 y los 35 años, presentaron sucesivamente los temas de sus respectivas e hipotéticas ruedas de prensa. A saber: un
portal de internet para médicos, una
empresa de huertos urbanos, una asociación protectora de perros y gatos, la
presentación de un disco de música electrónica, y por fin, la sensación de toda
la jornada: una empresa de wedding
planner que organiza bodas de lo más
chic a precios muy competitivos. Los alumnos del máster se interesaron tan
vivamente por éste último tema que la coordinadora tuvo que intervenir debido a lo avanzado de
la hora, de tal manera que muchos de ellos se quedaron con ganas de saber más.
Una emotiva y unánime salva de aplausos puso el broche de oro a la participación de la empresa de wedding planner y la
joven empresaria enseguida se vio rodeada de los alumnos que querían saber más
sobre su iniciativa comercial. Los profesores, al realizar la valoración global
del ejercicio, felicitaron a todos los alumnos por el trabajo realizado y,
especialmente, a este último grupo por
la escenografía, la espontaneidad de la portavoz y la originalidad de la
convocatoria, que consistió en el envío por correo postal de una flor plantada en un
pequeña maceta, acompañada de un texto adornado con ribetes floreados.
Al salir del plató donde se desarrolló la jornada, la dirección del máster había preparado un
pequeño catering y todos los
participantes pudieron intercambiar impresiones en un ambiente distendido de
gran fraternidad y compañerismo,
mientras se consumía el café amigablemente y poco a poco se vaciaban las bandejas con cromáticos y apetitosos dulces de
repostería.
Acabó todo y me fui a casa, me metí en la cama e
intenté dormir. Hace pocos minutos que
he retomado la lectura del libro de Anderson. Después del punto y aparte
inmediatamente posterior a la frase que he citado al inicio, el autor escribe: “Si
el caballo hubiera descendido hasta la valla para hablar con él, si el árbol
hubiera levantado una de sus pesadas ramas inferiores y le hubiera tirado un
beso […]su vida en aquel momento no le habría parecido más extraña.”