A Javier Gomá, por su magisterio generoso y amable
Jesús Gil y Gil fue un empresario que transpiraba ostensible y visiblemente, a través de todos su poros, la adiposidad de su cuerpo a todas horas. Era un tipo de permanente rictus gansteril que comunicaba las órdenes a sus esbirros mediante la voz ajada del whiskycola on the rocks; machista radical convencido, nepotista, corrupto hasta las trancas, ignorante prototípico que llegó a la alcaldía de Marbella en 1991 gracias a una aplastante y democrática mayoría absoluta.
También dirigió el Club Atlético de Madrid, igualmente,
gracias a unas elecciones democráticas que ganó en 1987. Dos décadas antes, en
1969, Don Jesús fue condenado a cinco años de cárcel por la muerte de 58
personas a causa del derrumbe de la urbanización de Los Ángeles de San Rafael
que él había construido, condena de la que fue indultado por la gracia del
dictador Francisco Franco año y medio después.
Pero donde el señor Gil se hizo célebre fue en televisión pues, tras ganar la alcaldía, protagonizó en la recién inaugurada Tele 5 de Silvio
Berlusconi el programa “Las noches de tal y tal” (título que hacía referencia a
su célebre muletilla) en el que aparecía siempre tomando un baño en un gran yacusi,
fumando un gran puro habano, acompañado, bailándole el agua, de las también
célebres Mamachichos: media docena de señoras estupendas que mostraban la piel bronceada de sus bellos y abundantes
atributos realzados gracias a unos pocos centímetros de exótico tejido.
En el programa, igual que un Calígula de la posmodernidad,
el ínclito alcalde solía mantener interesantes conversaciones con un hermoso alazán blanco que respondía al nombre de
Imperioso. También era habitual verle recibir en audiencia a sus conciudadanos,
que guardaban largas colas para solicitarle favores, cual reyezuelo medieval en el
trono ante su grey.
Durante esos años, Jesús Gil y Gil presidió la Mancomunidad
de Municipios de la Costa del Sol, hasta que volvió a ingresar en prisión en
1999 y fue condenado un años más tarde por prevaricación y malversación de 4.400
millones de pesetas, que robó del Ayuntamiento. En su despedida como Alcalde de
Marbella fue vitoreado. El día de su muerte acudió una muchedumbre de 15.000 personas
a darle el último adiós. En 2019, la productora HBO estrenó un documental sobre
su vida titulado “El pionero”
Si hay algún joven leyendo ahora esto debe saber que lo que
explico es absolutamente cierto. Adjetivos de mi cosecha al margen, todo es una
rabiosa historia contemporánea. Yo fui testigo, del mismo modo que presencié cómo
el empresario José María Ruiz Mateos ganaba un escaño en el parlamento de
Estrasburgo en la convocatoria electoral europea de 1989, convirtiéndose en
eurodiputado elegido democráticamente por el pueblo español.
Que un empresario desee hacer carrera política a nadie
debería extrañar. Sin embargo, con respecto a Don José María la harina era de otro
costal. Padre de 13 hijos legítimos y una hija ilegítima, Ruiz Mateos era miembro
numerario del Opus, Marqués de Olivara, miembro de la Prelatura de la Santa
Cruz y Caballero Divisero hijodalgo del Ilustre Solar de Tejada, la corporación
nobiliaria con más solera del reino de España.
Su aspecto era frailuno, el de un confesor de viudas inconsolables.
Hombre amamantado en el franquismo tecnócrata, Ruiz-Mateos fue un
Randolph-Hearst ibérico con escapulario interior y cilicio nocturno, quien a
pesar de su educación universitaria y el ejemplo de su padre -un exitoso
corredor de vinos- no dejaba de proyectar cierta imagen de quiero y no puedo,
con ecos de personajes de Ozores y hasta berlanguianos, desmentida ipso facto
por las 230 empresas que absorbió, dirigió y de las que era dueño y señor a
través del holding RUMASA, su gigantesco Frankenstein empresarial que todo le dio y todo le quitó.
Porque en 1983 el ministro de Economía del primer gobierno
de Felipe González, Miguel Boyer, expropió su imperio debido a la situación de
quiebra y de impagos milmillonarios al erario público, y a partir de entonces
el Ciudadano Kane pata negra desencadenaría una guerra sin cuartel contra el ministro
utilizando para ello medios y maneras poco edificantes, como por ejemplo,
propinarle ante las cámaras a Boyer el puñetazo más famoso de la historia de
España al grito de “¡que te pego leche, que te pego!” o aparecer también en televisión
disfrazado de Superman para obtener la atención de la audiencia y denunciar los
supuestos agravios cometidos hacia su persona y su propiedad por el gobierno de
España y el sistema judicial.
Igual que Don Jesús Gil y Gil, Don José María se hizo con la
propiedad de un club de fútbol, el Rayo Vallecano, y presentó candidatura en
unas elecciones democráticas, de manera que el año 1989 se convirtió en
parlamentario europeo con la Agrupación Ruiz Mateos gracias al voto de miles de
españoles. Ruiz Mateos fue condenado a prisión en 2005. Años después se le
retiró el pasaporte debido a una estafa de más de siete millones de euros.
Mientras, refundó su holding empresarial con el nombre de Nueva Rumasa, diez
empresas del cual tuvieron que acogerse a concurso de acreedores.
Me he extendido un poco en glosar la vida y trayectoria de
estas dos personalidades de la historia contemporánea española con el fin de
trazar pormenorizadamente el perfil de dos tipos que se ganaron el favor y la
confianza electoral de miles de ciudadanos utilizando la vulgaridad, la
zafiedad, el espectáculo chabacano, la ostentación y la explotación pública de
los peores defectos que una persona pueda reunir.
Jesús Gil y Gil y José María Ruiz Mateos fueron coetáneos de
Ilona Staller, más conocida como Cicciolina, una actriz porno italiana que
llegó a ser diputada en el parlamento por el Partido Radical gracias a los
votos de 20.000 italianos y que basó su campaña en mostrar al mundo sus tetas.
Don Jesús, Don José María y Doña Ilona fueron pioneros en la rentabilización
democrática de la vulgaridad. Silvio Berlusconi, el rey de del bunga bunga,
semental orgiástico convicto y confeso de la dolce vita italiana, no tardaría en convertirse en primer ministro de
su país.
De Gil y Gil a Donald Trump
Donald Trump, expresidente del país más poderoso del mundo,
no sabe ni quiénes son Gil y Gil o Ruiz Mateos, aunque en realidad es su más
aventajado epígono. Tampoco Vladimir Putin los conoce, ni la familia Le Pen, o
la señora Meloni, Zelenski, o el señor Orban. Isabel Díaz y Alberto Núñez
sí han oído hablar de ellos, aunque ninguno aceptaría que le dijésemos que no
han inventado nada nuevo, a pesar de que siguen su estela seminal.
Y es que actúan y se postulan a representantes y gobernantes
en un país democrático siguiendo las misma pautas y aplicando la misma receta
con las que aquellos pioneros abrieron un camino de insospechados éxitos
políticos y réditos electorales, pero con una gran diferencia tanto cualitativa
como cuantitativa: Díaz gobierna con mayoría absoluta la comunidad
autónoma de España más poblada (repito, con mayoría absoluta),es decir, con el
beneplácito y apoyo masivo al disparate, a la vulgaridad y a la mediocridad que
le regalan millones de madrileños. Núñez se postula ni más ni menos que
a gobernar la octava economía del mundo, en la que habitan 47 millones de
personas, con serias posibilidades de alcanzar su objetivo.
Doctores en democracia
Tras largas y provechosas décadas de
práctica democrática desde la segunda Guerra Mundial -en España desde la muerte
de Franco- debería ocurrir que las sociedades occidentales, con una población
educada y formada, avezadas en el respeto al juego democrático, experimentadas como están en la tolerancia
hacia las mayorías, el cuidado de los derechos de la minorías, en definitiva, docta
en la práctica de los valores democráticos y del Estado de Derecho, deberían
mostrar cierta sofisticación, finura en el gusto electoral, y cierta
inteligencia colectiva que permitiese detectar el oportunismo, el populismo, y
la desfachatez en las candidaturas con independencia de las legítimas
posiciones ideológicas de los partidos políticos y de sus líderes.
Sin embargo es notorio que, a pesar de la práctica y de gozar
durante décadas de sus ventajas, no nos hemos ganado el título de doctores en
democracia. Es más, la tendencia en todo el mundo occidental consiste en actuar,
ya no como párvulos ignorantes e ingenuos, sino como escolares que aplauden con
las orejas y le ríen las gracias a los dos o tres compañeros del aula expertos
en romper la clase con sus rebuznos.
A mi este es un asunto que me obsesiona y quizás por eso me
estimula en la búsqueda de explicaciones con las que dar a luz a posibles
remedios, ni que sea desde la reflexión para mi propia tranquilidad,
aunque mucho me temo que sufro el síndrome del arqueólogo, que cuando más
excava más se hunde y más dificultades encuentra para interpretar lo hallado.
Sí, nos manipulan
Leí hace unos años “Comunicación y poder” (Alianza
Editorial, Madrid 2009) de Manuel Castells, exministro de Universidades, reputado sociólogo discípulo de Alain Touraine, profesor en las más
prestigiosas universidades del mundo y pionero en el estudio del impacto de
internet en la historia de la humanidad. El libro, a pesar de que se publicó
poco antes de la explosión de las redes sociales y del llamado Internet 2.0, ya demuestra, más allá de toda duda razonable que, efectivamente, los humanos somos sujetos
manipulables a los que se puede dirigir y orientar el pensamiento y la voluntad,
tanto individual como colectivamente. Algo que por otra parte, ya vio el
francés Gustave Lebon a finales del
siglo XIX en “La psicología de las
masas”
Afirma Castells que “El poder depende del control de la
comunicación al igual que el contrapoder depende de romper dicho control. La
comunicación de masas, la que puede llegar a toda la sociedad, se conforma y
gestiona mediante relaciones de poder enraizadas en el negocio de los medios de
comunicación y en la política de Estado” y -atención-continúa asegurando rotundamente
que, “la forma esencial de poder está en la capacidad para modelar la mente. La
forma en que sentimos y pensamos determina nuestra manera de actuar, tanto
individual como colectivamente”.
Dicho de otro modo, aunque no lo creamos, y en relación con el poder, actuamos y decidimos electoralmente movidos por impulsos que son producidos en despachos concretos, auspiciados por hombres y mujeres con nombres y apellidos. No se trata de imaginar conspiraciones paranoides. Se trata tan solo de observar cómo los que desean obtener, preservar o arrebatar el poder utilizan las mismas técnicas que las grandes marcas comerciales para incidir en nuestras emociones y en nuestras decisiones, incluso yendo más allá, mucho más allá.
¿Cómo opera la vulgaridad?
De otra parte, el poder o quien lo desea, hará lo posible
por convertirnos en seres sumisos, y al mismo tiempo entusiastas colaboradores,
gente común sin virtud ni potencialidad que se interponga en su camino. Pero ¿Por
qué la potenciación de la vulgaridad resulta políticamente tan eficaz? Me gustó
el artículo de Xavier Mas de Xaxás publicado en La Vanguardia el pasado 3 de junio,
porque el autor apunta algunas posible explicaciones, como por ejemplo, la
eclosión de una burguesía brutal sin escrúpulos o remordimientos base de un conservadurismo radicalizado que ha
elevado a héroes de lo público a líderes radicales, audaces y bravucones que
utilizan como estrategia la confrontación permanente. “Ante ellos, las
apelaciones a la razón y la gestión se estrellan contra el muro nihilista del
conservadurismo radicalizado” afirma el periodista.
También es muy útil la que ofrece Bernat Castany en su libro
(de obligada lectura) “Una filosofía del miedo” (Ed. Anagrama. Barcelona 2022).
Dice Castany que “como tememos ser alguien que no puede, tratamos de no ser
en otro ser más poderoso. Nos saciamos con las migas de su poder. El alivio es
efímero y superficial, pues aumenta nuestra sensación de impotencia e
indignidad. Lo cual, además, nos llevará a buscar más dosis de sumisión.”
Es decir, hemos llegado a un punto en que les otorgamos la
confianza a quienes a todas luces son peores que nosotros mismos, precisamente porque
lo son. Es un fenómeno que tiene mucho que ver con la eclosión de la telebasura
y algunos productos pseudoculturales que nos ofrecen referentes
carentes de toda virtud, amorales, zafios y estúpidos, gracias a los cuales
creemos que ponemos en valor nuestra excelencia o, a lo sumo, nos sentimos
acompañados entre iguales. Las audiencias millonarias de esos programas, o la popularidad de youtubers y estrellas de la redes sociales (los llamados inlfuencers) son la
consecuencia de la exaltación y explotación de la vulgaridad en detrimento de
la excelencia. No es sencillo e inocente entretenimiento. Su éxito abrió
puertas y le regala pistas sobre cómo actuar con eficacia a los spin doctors, hechiceros
contemporáneos del mal.
Recuerdo al simpático autor venezolano de culebrones Boris
Izaguirre junto al muy progresista Javier Sardá colaborando cada noche en el
simpar programa televisivo “Crónicas marcianas” explotando y ofreciendo al
respetable lo peor de cada familia mientras él se cultivaba en la ópera o leía
a los clásicos. El colmo de la hipocresía. “Gracias a la atención que prestas a
la basura que te doy, con la que te embruteces, yo me permito cultivarme en las más refinadas expresiones
artísticas.” Plusvalía cultural, podríamos llamarlo.
La vulgaridad, herramienta de poder
Sostengo en este texto que ensayo desde hace
unas semanas que la vulgaridad se ha convertido no solo en un valor en alza,
sino en la varita mágica de las técnicas de consecución del poder político en
las llamadas democracias occidentales. Aquellos primeros amagos ochenteros son
a la actualidad lo que un bebé a un adulto, es decir, incipientes tentativas
relativamente exitosas que tras aprendizaje verificado han devenido en una
madurez de contrastada eficacia y sonoros éxitos.
Es por ello que, al contrario de los que piensa mi maestro
Javier Gomá, recojo y hago mío el famoso lema conativo de aquel también licor ochentero
“Pilé 43” “Guerra a la vulgaridad”: a la vulgaridad, ningún respeto. Y es que, para
profundizar unos centímetros más en el hoyo de mis obsesiones, utilicé
nuevamente, por enésima vez en los últimos años, “Ejemplaridad pública” (Ed. Taurus. Madrid
2009), tercer libro de su tetralogía sobre la ejemplaridad (hercúleo y
apasionado trabajo con visos de convertirse en clásico) que dedica ni más ni
menos que dos capítulos a la vulgaridad y a su reforma. Ahí es nada.
Para construir su tesis, el filósofo vasco empieza describiendo
la vulgaridad como la hermosa hija de la libertad y la igualdad, fenómenos
éstos que son propios y casi exclusivos de nuestra contemporaneidad, una manera
de poner distancias con respecto a Ortega y Gasset y su concepción aristocrática
y elitista de la sociedad pues, en su opinión, Ortega despreció, no vio, o no
quiso ver el vínculo claro y necesario entre ésta y una democracia de corte liberal.
Por eso, Gomá afirma que “La vulgaridad es la nota
distintiva de la cultura democrática que la singulariza de todas las
anteriores. Nunca antes se había convertido en norma suprema de comportamiento”.
Ahora bien, “no es posible una democracia edificada sobre las arenas movedizas
de la vulgaridad de sus conciudadanos, personalidades excéntricas, geniales, no
emancipadas y desinhibidas del deber”
En una elipsis muy didáctica, el autor de la ejemplaridad
teje un hilo histórico que parte de la modernidad ilustrada y la ruptura con la
visión cósmica anterior, seguida del
romanticismo que entronizó la más rabiosa individualidad y desembocó, a su vez,
en el nihilismo post-nietzscheano, la muerte de Dios y el imperio del
superhombre, todo lo cual configura nuestra actual sociedad, el modo de estar
en el mundo, que culmina en el mayo del 68 francés y la filosofía de Herbert Marcuse,
para quien “la sociedad estaría compuesta por subjetividades narcisistas,
lúdicas, altamente sexualizadas, descomprometidas éticamente y capaces de
reducir al mínimo sus obligaciones laborales”, en definitiva, la exaltación de
la vida adolescente libre de responsabilidades y en eterna actitud exigente de
una libertad huera, expresada con espontánea impertinencia.
Pese a todo, cree Gomá que la libertad ha triunfado y no hay
marcha atrás. “Otra cosa es el uso virtuoso que se haga de esa libertad. Somos
más libres que antes, pero no hay razón para mantener que somos mejores-más
virtuosos- que los hombres del pasado”, aduce el escritor.
¿Libertad, para qué?
Y claro, entonces, tal y como ya preguntó Lenin un siglo
antes. "¿Libertad, para qué?" Porque si la libertad es conciencia de necesidad, tal y como la definió Spinoza, nuestra ínclita y vulgar Díaz, con el poder que le
hemos dado, cree que la libertad radica en permitir que sus conciudadanos se
tomen unas cañas mientras expanden y contagian a sus vecinos un Cornavirus
-éste sí- libre de toda norma; o permitirse la potestad escalofriante de
decidir sobre las vidas de miles de ancianos a los que condenó a muerte,
soberanamente, gracias al voto libre de los ciudadanos de Madrid que, pocos
años después, ejerciendo nuevamente su libertad, la eligieron por aplastante
mayoría para que dirigiese sus destinos en libertad.
De ahí que Gomá reconozca y denuncie que “una democracia sin
mores (amoral) atomiza a la población en una pluralidad desintegrada de
subjetividades y obliga al yo que quiera ser cívico y virtuoso a emprender en
solitario los trabajos de Hércules.”
Entonces, teniendo en cuenta que para el escritor vasco la
virtud es la que produce la moral y no al revés, ¿Qué mores, qué tipo de
moralidad virtuosa es necesaria difundir para obtener como resultado una
democracia plena y libre de vulgaridad? ¿Cómo plantar batalla a la vulgaridad? Es
más ¿Habría que plantar batalla a la vulgaridad? Gomá tiene una respuesta: en primer lugar, rendirle nuestros respetos en virtud de su filiación, pues
es la hermosa hija legítima de la igualdad y la libertad. Y en segundo lugar “en
una cultura que ha convertido en derecho la vulgaridad del yo, la paideia (la educación) dirige a éste un
imperativo de reforma” ya que “no existe ley válida que invada el corazón del
ciudadano por la fuerza sin su consentimiento”
Reforma de la vulgaridad y krausismo
Esa estrategia me lleva nuevamente a la Institución Libre de
Enseñanza (ILE) y a la Residencia de Estudiantes. (Digo nuevamente porque no es
la primera vez que lo apunto al reflexionar alrededor del pensamiento de Gomá.)
Y es que en un movimiento de elasticidad histórica, al estirar y soltar la
propuesta práctica de Gomá se produce un retorno o un repliegue a Ortega,
padrino intelectual de las instituciones fundadas por los krausistas Francisco Giner
de los Ríos y Alberto Jiménez Fraud, cuyo objetivo no era otro que formar las élites
que deberían dirigir la regeneración y los destinos de España a principios del
siglo XX con el objetivo sacarla del atraso y ubicarla plenamente en la
modernidad europea.
Sin embargo, aquellos tiempos eran bien diferentes. Hoy España forma parte del grupo de países más avanzados del mundo. Prácticamente la gran mayoría de la población ha tenido acceso a la educación y conoce a la perfección sus deberes cívicos y su posición corresponsable de la colectividad a la que pertenece.
De hecho, creo sinceramente que en nuestro presente la
propuesta de Gomá, que se complementa con la producción de buenas costumbres,
virtuosas, movilizadoras que “involucren al yo todo, al todo yo y al yo en
todos” con una “invitación colectiva de una ejemplaridad primaria, persuasiva,
contagiosa, innovadora, en suma, carismática”, resulta ingenua en el más puro
sentido gomaniano, pero también en el
sentido que atribuimos habitualmente a este adjetivo, sinónimo de
bienintencionada, aunque poco o nada práctica.
La política es la lucha por el poder o, por utilizar nuevamente términos gomanianos, la lucha entre carismas de diferentes sino que nos llevan a sociedades de diferentes signos, en las que la moral, las costumbres y las virtudes se fijan a través de la consecución de hegemonías culturales que permiten una transformación respecto de los que dejó el carisma anterior. Dijo Julio Anguita, y creo que con razón, que la escuela nunca cambió el mundo, sino que el mundo tiene la escuela que él quiere. La idea de que la educación tiene poder transformador sólo es cierta si se le otorga ese poder. Esto lo han tenido siempre muy claro los dictadores.
Instalados en un bucle
A este tenor, y a la luz de las ya casi de seis décadas de
democracia que vivimos en España, o bien la labor de los sucesivos gobiernos
democráticos de uno y otro signo que han ejercido la responsabilidad de dirigir
la educación ha sido estéril, porque los españoles somos unos zopencos; o bien
no han sabido (y por tanto no hemos sabido colectivamente) establecer un
sistema educativo generador de virtud ciudadana ejemplarizante; o bien la
educación no es el camino ni la herramienta más adecuada para conseguir un “uso
virtuoso de la libertad”
Estamos, pues, instalados en un bucle. Sin virtud no hay
educación y sin educación no hay virtud y por tanto nuestra sociedad se
encuentra ahora mismo sin estrategia con la que detener la caída a través de la
pendiente ante la falta de sujetos ejemplares que movilicen un cambio
significativo y nos ofrezca otros horizontes. Pero ¿Qué es la virtud? Bernat
Castany cree que es un concepto olvidado “como una ciudad maya cubierta por la vegetación.
En ella se esconden los tesoros filosóficos de los que no podemos prescindir”
“Es una fuerza, un poder, una potencia, capacidad, o eficacia de cualquier tipo
realidad, sea humana o no”. Para definirla, Castany echa mano de Baruch Spinoza que la describió como “aquello que hace que cada cosa sea lo que es”
Inicié el texto con dos figuras del pasado, paradigmáticas
en el uso de la vulgaridad con objetivos políticos. Quizás, sin saberlo, eran
un regalo del destino, la vacuna con la que identificar y neutralizar una
tendencia que lustro a lustro se ha ido generalizando a toda la política, más
allá del signo ideológico.
Recientemente hemos escuchado los lamentos de destacados líderes de la llamada izquierda transformadora ante el fin de la emisión del programa decano de la telebasura. Políticos de ese mismo signo ideológico, junto a periodistas afines, han participado y siguen participando en supuestos programas de debate en los que prima el insulto, la descalificación y el grito maleducado. Y no sólo en programas de dudoso contenido político, sino también en producciones conducidas por estrellas de lo rosa, del cotilleo ibérico o de la chafardería más chabacana, con el pobre e insultante argumento de que hay que bajar a los lugares donde está el pueblo para difundir el mensaje de progresismo y transformación social. Es el canto desafinado y contradictorio de la estupidez. Un insulto a la gente y a su inteligencia.
"Al loro, y quien no esté colocado que se coloque"
De hecho, probablemente empezamos tirando por la borda nuestras oportunidades de construcción de una nueva civilidad postfranquista con los primeros gobiernos de mayoría absoluta del PSOE. Ya lo he explicado alguna vez, y creo que no estoy solo cuando señalo el famoso discurso de Enrique Tierno Galván otorgando carta de naturaleza cultural a la llamada Movida desde el balcón del Ayuntamiento de Madrid.
Ese día renunciamos como país a formar y ver crecer una nueva
generación de jóvenes libres fundamentada en el cultivo de la virtud y la
corresponsabilidad colectiva. Porque, efectivamente, tal y como sabía Gramsci,
la cultura transforma y su poder fundamenta el cambio generando una nueva
hegemonía porque reporta individuos ejemplares en un proceso exponencial en el
tiempo.
Rafael Sánchez Ferlosio lo denunció en su célebre artículo
publicado por el diario El País en 1984 titulado “La cultura, ese invento del
gobierno”. Sin embargo, su “Yo acuso” cayó en tierra estéril porque en España lo
importante era hacerse rico; se convirtió en el país del pelotazo auspiciado por los sucesivos
ministros de economía del PSOE que produjo la mayor densidad de nuevos ricos
por metro cuadrado de Europa, y por ende, el reino absoluto y absolutista de la
horterada, ya no solo estética, sino mental.
¿A alguien le extraña, pues, el surgimiento y entronización
de figuras como Jesús Gil o José María Ruiz Mateos? Fue tal el efecto
pernicioso del desprecio del Estado a la virtud que, con la entrada en escena
de las cadenas privadas de televisión, la llamada Princesa del pueblo, a la
sazón Belen Esteban, fue considerada seria aspirante a encabezar una lista
electoral, pues hubo alguien que encuestó a la población y los resultados eran
más que positivos para la ilustre candidata.
La paradoja
Y así hasta ahora. La vulgarización consciente de la
sociedad en aras de la consecución o de la preservación del poder político
ideológicamente es una estrategia de carácter transversal, aunque, en mi
opinión, quien más y mejor partido está obteniendo con su puesta en práctica es, globalmente, la llamada derecha tradicional, neoliberal, extrema derecha,
derecha extrema o fascista (Berlusconi, Trump, Díaz, Almeida, Núñez,
Torra, Orvan, Meloni, Puigdemont, Borrás, Abascal, etc..) es decir, los partidos que
tradicionalmente han defendido con fuerza enconada el elitismo, la
exclusividad, la discrecionalidad del gusto, el refinamiento, lo snob, una cultura cerrada accesible solo a unos
pocos con el fin de conservar esa posición de privilegio social.
Por lo tanto, tenemos entre las manos un extraordinaria
paradoja, porque ¿quién le iba a decir, casi un siglo después, al ínclito Ortega y
Gasset que las fuerzas políticas valedoras y guardianas de las esencias
conservadoras, elitistas y aristocráticas descubrirían la extraordinaria
eficacia con la que opera la vulgaridad en las masas, y que la estrategia descartada, en beneficio de sus fines, sea el diseño de políticas regeneradoras,
ni que sea para obtener profesionales, mano de obra cualificada con la que
seguir enriqueciéndose?
¿Se imaginan ustedes a Don José Ortega y Gasset en animada
conversación con Alberto Núñez? Apuesto mi herencia a que el líder del PP dejaría
en buen lugar al torero Joselito El gallo. Quizás no sea necesario que el político gallego viaje en el tiempo. La comunidad valenciana acaba de investir Vicepresidente
y Consejero de cultura al torero Vicente Barrera. Creo que, aunque parezca mentira, alguien en el PP y VOX ha
leído a Gramsci.
Un punto de partida
“¡A las masas que las parta un rayo!” Le espetó Antonio
Machado por boca de Juan Mairena a Ortega y Gasset en acalorado debate sobre la
cuestión. “Nosotros no
pretenderíamos nunca educar a las masas. A las masas que las parta un rayo. Nos
dirigimos al hombre, que es lo único que nos interesa; al hombre en todos los
sentidos de la palabra: al hombre in genere y al hombre individual, al hombre esencial y
al hombre empíricamente dado en circunstancias de lugar y de tiempo, sin
excluir al animal humano en sus relaciones con la naturaleza. Pero el hombre
masa no existe para nosotros. Aunque el concepto de masa pueda explicarse
adecuadamente a cuanto alcanza a volumen y materia, no sirve para ayudarnos a
definir al hombre, porque esa noción físicomatemática no contiene un átomo de
humanidad. Perdonad que os diga cosas de tan marcada perogrullez. En nuestros
días hay que decirlo todo. Porque aquellos mismos que defienden a las
aglomeraciones humanas frente a sus más abominables explotadores, han recogido
el concepto de masa para convertirlo en categoría social, ética, y aún
estética. Y esto es francamente absurdo. Imaginad lo que podría ser una
pedagogía para las masas. ¡La educación del niño-masa! Ella sería, en verdad,
la pedagogía del mismo Herodes, algo monstruoso”
Un buen punto de partida para empezar a cambiar. ¿No creen? Sin
embargo, y aunque probablemente Machado sea
unos de los autores más venerados por la izquierda política española, las
semillas de las palabras de este párrafo hoy día caen también en tierra baldía
por este lado del hemiciclo, pues a pesar de los síntomas tan evidentes de
adocenamiento social, en el momento de ostentar el poder se ven incapaces de diseñar
y establecer una Paideia verdaderamente
transformadora: el colegio, el instituto y la universidad han devenido,
efectivamente, en lugares en los que se ha renunciado al poder transformador de
la educación; academias de seres a los que se enseña lo que deberían aprender en casa y no se enseña lo que debería aprenderse en el aula; centros difusores de lo fútil, lo superficial,
incapaces de plantarle cara a la grosería y finalmente al futuro gracias al desdén de la memoria, el
esfuerzo y el conocimiento; lugares productores, en fin, de ejemplaridad
inversa, dañina, y retrógrada, opuesta en todas su caras y todas su formas a la
virtud ciudadana.
Así pues, tras leer y reflexionar durante horas alrededor de la propuesta de Javier Gomá con respecto a la vulgaridad, diría que ha supuesto todo un acierto identificarla como agente central dentro de todas las relaciones que se producen en lo público, en el ágora, el lugar donde nos tenemos que poner de acuerdo para dirimir las decisiones en torno a nuestro futuro y nuestro modelo social.
Igualmente opino que acierta en la descripción
del modo en que se expresa o interactúa socialmente y en cuáles son las armas
que utiliza para impedir la emancipación política, ética y moral de nuestras comunidades,
que sin embargo caminan a toda velocidad lanzadas cuesta abajo hacia un futuro lastradas de
nihilismo y de una romanticismo capitalista que ensalza la individualidad soberana
libre de todo límite y de toda razón colectiva.
Ahora bien, en esa estrategia que ubica a los guardaespaldas del
idealismo a ambos flancos de la realidad, fiar la esperanza de reforma en el
respeto hacia la vulgaridad en aras de su filiación es dar la batalla por
perdida entes incluso de extender el mapa en la mesa, porque en este asunto la
realidad es de tal calibre, pisa con tanto peso, que es necesario recurrir a
las piezas más sofisticadas de la armería práctica, porque no hay nada en la
política que no tenga que ver con la acción.
A la vulgaridad, ningún respeto
Si la vulgaridad es la hermosa hija de la igualdad y la libertad,
necesita unos buenos azotes. Si a alguien le parece un remedio políticamente poco
correcto, lo cambio por un buen correctivo que la espabile, porque se ha
convertido en una malcriada que al crecer todo lo emponzoña. La vulgaridad es
una de esas hijas que, a pesar de que en su más tierna infancia apunta maneras
de tirana, nos empeñamos en consentir todo capricho. Cuando queremos darnos
cuenta es demasiado tarde y ya no hay respuesta a los interrogantes lastimeros.
A la vulgaridad no se la reconduce, ni siquiera se la toma como
punto de partida. A la vulgaridad se la combate, pues como el escorpión de la
fábula, su naturaleza es dañina y más lo será cuanto más le riamos las gracias,
le llenemos de caprichos y le rindamos nuestro respeto, aunque sea desde una
ingenuidad filosófica que pretenda, gracias a la carga de su inocencia,
finalidades o propiedades benéficas. Para empezar a cambiar, a la vulgaridad
ningún respeto. Después, vamos con la Paideia,
con la educación -ésta sí-pendiente de una reforma en profundidad. Sería el
modo de romper el bucle y desplegar la línea que indique el camino.
Porque de lo que se trata es de sacudirnos la voluntaria estupidez que nos mantiene encadenados, auspiciada por quienes ambicionan o desean retener a toda costa el poder que, gracias al entretenimiento, a la actividad insustancial, al riego por aspersión de la zafiedad, nos quiere alienados, débiles, rendidos y arrodillados ante la fuerza hegemónica del adocenamiento. Afirma Bernat Castany que "el poderoso nos domina porque nosotros no nos negamos, lo cual hace que nos sintamos merecedores de ser dominados." De ahí que, "la recuperación del discurso de las virtudes es una cuestión filosófica y política". La libertad nos va en ello.