A mis hermanos, con quienes compartí sábados de cine televisado en blanco y negro, tortitas de anís y chocolate.
Hay palabras que son igual que un bollo mojado en el café con leche, en cuanto te las llevas a la boca apareces instalado en otro lugar y en otro tiempo. Los científicos, prestos siempre a bautizar todos sus descubrimientos, denominamos a esta extraña fenomenología como "efecto Proust". A mí me ocurre a menudo. Bien, si soy sincero, no tan a menudo. Solamente cuando se dan las circunstancias adecuadas y estoy sintonizado en la frecuencia correcta.
Según los últimos
estudios realizados a los que he podido
acceder, las consecuencias que se derivan del efecto Proust no nos afectan a
todos por igual. Parece ser que las
circunstancias personales de cada cual son decisivas. De hecho, no estamos ante un fenómeno
democrático. Más bien todo lo contrario. Sus causas y todo lo que de ellas se derivan son terriblemente discriminadoras porque dependen siempre de la procedencia geográfica,
clase social, año de nacimiento, orientación sexual, entornos frecuentados,
amigos y amigas, objetos utilizados, canciones y películas, libros leídos, libros no leídos, castigos recibidos, viajes, odios, miedos y
temores, filias y fobias, olores, familia, estado civil, estado de salud, traumas, amores, religión, ideología,
alimentación, clima, educación, paladar,
idiomas, frustraciones, éxitos, dinero, poder, servidumbres…
De ahí que sintonizar alguna emisora de nuestra memoria a partir de una sola palabra -tanto espacial, sensorial como temporalmente- suponga una gran complejidad, a pesar de que vivamos la experiencia de modo espontáneo, como si se tratase del impulso reflejo que nos permite respirar.
De ahí que sintonizar alguna emisora de nuestra memoria a partir de una sola palabra -tanto espacial, sensorial como temporalmente- suponga una gran complejidad, a pesar de que vivamos la experiencia de modo espontáneo, como si se tratase del impulso reflejo que nos permite respirar.
Nada más lejos de la realidad. La alineación de todo ese conjunto de factores en un mismo instante es sumamente extraña y complicada, pero cuando se produce sus resultados son fulminantes y a veces permanentes, hasta el punto de que pueden llegar a dejar secuelas.
La bibliografía y la casuística sobre esto que digo es amplia, y ha sido meticulosamente estudiada por los expertos desde que en el año 1913 Marcel Proust publicase el primer volumen de su Recherche. Así por ejemplo, no hace mucho, se dio a conocer en las principales revistas científicas uno de los casos que más han captado la atención de los investigadores y que más debate ha generado en el mundillo. Se trata de lo acaecido a cierto historiador burgalés, quien después de pronunciar dos veces el término ‘fonsadera’ mientras redactaba la historia de su pueblo, de repente experimentó una traslación mental y sensorial hacia las inmediaciones del siglo XVIII, justamente en la zona geográfica objeto de su estudio.
Del testimonio de L.M.G , recogido ampliamente y con todo lujo de detalles en el número 2.604 de la revista Memory Rewiev*, se concluye que con solo nombrar determinados términos agazapados en los recuerdos y ayudado de la debida sintonización, cualquiera es capaz de visualizar perfectamente enseres, personas y animales; determinados rincones geográficos; ropajes, y en casos en los que la coyuntura es extraordinariamente propicia, incluso se llegan a identificar olores y todo tipo de sensaciones.
El caso de L.M.G ha suscitado tanto interés porque el protagonista es contemporáneo, y evidentemente no ha tenido la oportunidad de vivir en la época a la que trasladó sus sentidos de manera tan insospechada. Sin embargo, no es raro hallar síntomas parecidos a los descritos por L.M.G. entre personas un tanto singulares, como por ejemplo aquellas a las que les gusta leer.
En este sentido, los ejemplos son numerosos. Yo mismo, sin ir más lejos, he podido caminar por el mismo sendero que camina el narrador de “Los pasos perdidos”. He llegado incluso a percibir el olor tropical de la fruta silvestre pudriéndose, el sonido amenazante de animales desconocidos y he advertido el sudor viscoso empapando mi ropa, mientras en lo más hondo de la noche miro absorto la luz mágica de una hoguera, bajo las sombras antediluvianas de árboles desmesurados.
Por supuesto, ofrezco mi plena disposición a la comunidad científica por si alguno de mis colegas desea conocer más detalles de mis experiencias relacionadas con el efecto Proust y sus variantes.
Desde luego, casos en los que estudiar y ampliar conocimiento no escasean. Más bien proliferan. No hace muchos días, una formación política catalana, de representatividad residual, que basa su estrategia en posibilitar con sus escaños políticas neoliberales al mismo tiempo que propone utopías libertarias socializantes, y que a la sazón ha adquirido gran protagonismo e influencia durante estos últimos tres años, ha propiciado recientemente el último ejemplo conocido de efecto Proust.
Hasta ahora no ha trascendido al ámbito científico, y por supuesto tampoco a la calle, debido a que en Cataluña, durante estas últimas décadas, los elementos que configuran nuestro pasado han sufrido grandes cambios, cuando no terribles cercenamientos, de manera que las circunstancias de nuestro pretérito colectivo, que como bien sabemos deben jugar un papel primordial para la correcta sintonización de los recuerdos, no aparecen en su completa, íntegra y objetiva realidad y, por tanto, los resultados se presentan a menudo nulos o engañosos.
El portavoz en Ayuntamiento de Barcelona de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) -que así se llama este conglomerado de partidos y tendencias políticas integradas bajo estas siglas, en presunto honor a la coalición de partidos con que el gran Salvador Allende intentó la primera revolución democrática de la historia- la CUP, decía, pocos días después votar junto a los partidos de la gran burguesía catalana y de los nacionalistas españoles contra una ley que limitaba el precio de los alquileres en la ciudad condal; pocos meses después de votar a favor uno de los presupuestos neoliberales que llevó al parlamento catalán el partido de la corrupción, de la congregación, de los misales y del 3%, la CUP propuso, a bombo y platillo, con gran cobertura mediática, la expropiación de la catedral de Barcelona y su reconversión posterior en un e c o n o m a t o.
Conozco muy de cerca a la persona que, tras enterarse de tan viable propuesta, experimentó todos los síntomas del efecto Proust. De hecho, yo mismo tuve la oportunidad de entrevistarle. Por supuesto, toda la información que conseguí fruto de este diálogo está a disposición de la ciencia. Ahora, tan solo me permito avanzar algunos detalles. Su testimonio es tanto más importante cuanto que fue capaz de sintonizar perfectamente con su pasado, a pesar de las ya comentadas mutilaciones, reducciones y manipulaciones de nuestro pasado reciente.
Mi testigo, al leer e c o n o m a t o en los periódicos del día, y al escuchar una y otra vez el sustantivo en radios y televisiones, inmediatamente trasladó todo su patrimonio sensorial a los tiempos de finales de los años sesenta y la década de los setenta. Me explicaba, con toda naturalidad, que la compra quincenal que entraba en su casa se componía de bolsas familiares llenas de alubias, garbanzos y lentejas; macarrones y espagueti; un gran saco de patatas viejas; unos cuantos quilos de cebollas; tambores de detergente para hacer la colada en una lavadora que había que mirar constantemente para que funcionase; papel higiénico, sumamente áspero y amarronado, marca El Elefante; chocolate negro; un par de botellas de brandy Veterano; paquetes de café a granel y de EKO, una especie de achicoria para niños; aceite de procedencia indefinida; chorizo, mortadela y salchichón sin etiquetar; dentífrico Licor del Polo; Nocilla; lejía Conejo; ladrillos de jabón para lavara la ropa a mano y un paquete de tortitas anisadas con las que merendaba los sábados, acompañándolas de un poco de chocolate mientras veían terminar, frente al televisor con antenas, la película del oeste en blanco y negro.
Eso era todo. Con lo que contenían esas bolsas -me decía- vivía su familia quince días. Me explicaba también que dado que sus padres no tenían coche, se desplazaban en tren y en autobús y llegaban a casa cansados, caminando desde la estación por aquellas calles sin asfaltar, llenas de baches que se transformaban en grandes charcos los meses del otoño y del invierno.
El e c o n o m a t o fue creado por el patrono de la empresa donde trabajó su padre toda la vida, un suizo que hizo fortuna gracias al estraperlo, en complicidad con los capitostes del régimen franquista, que se embolsaban a su vez jugosas comisiones. De manera que, el e c o n o m a t o era parte de la empresa; una deferencia paternalista del amo que intentaba aligerar su conciencia y al mismo tiempo camuflar la falta de derechos sindicales, laborales y los sueldos de miseria a los que se sometía a los trabajadores por aquellas fechas. Eso era un e c o n o m a t o, y no otra cosa.
Por eso -continuaba explicándome- al conocer la iniciativa de la CUP a través de los medios de comunicación, inmediatamente vio el rostro orondo de aquel suizo tan listo, a cuya merced trabajaron miles de personas durante décadas, enriqueciéndole; vio claramente el local estrecho donde se hacinaba la mercancía, y olió de nuevo los aromas del embutido mezclados con los del detergente; vio con total nitidez el contenido de los platos que su madre ponía cada día en la mesa y a su padre tomando el café después de comer, acompañado del chorro de veterano vertido en la misma taza, cuyo olor perfumaba todo el comedor; vio en la televisión con antenas, a John Wayne, rifle al hombro, y a sus hermanos disfrutando del único capricho que les permitía la semanada de papá, las tortitas anisadas con chocolate. Y también vio a papá encerrado en la iglesia del pueblo, junto a sus compañeros, reclamando y exigiendo sus derechos laborales, jugándose el despido y la cárcel, y la cara de preocupación de su mamá tras dos meses de huelga y sin ingresos.
E C O N O M A T O. ¡Qué lejos queda ya todo eso! -me decía- ¡y sin embargo, qué cerca está!
Después de toda una noche haciéndole preguntas, escuchándole y tomando notas, ya muy entrada la madrugada decidimos finalizar la sesión. Más relajado, pero visiblemente cansado, me miró con cierto aire desorientado, con el gesto de quien no acaba de comprender bien lo que lo que ocurre a su alrededor y, tras unos segundos de silencio, me dijo:
“ No me lo explico. Creo que estos chicos no han conocido nunca un e c o n o m a t o. Creo que sus padres nunca lo necesitaron. Es más, creo que en algún caso, sus abuelos fueron los creadores de alguno y que se enriquecieron con ello. ¿Sabes? aquello era igual que lo ocurría mucho años antes, cuando a los mineros solamente se les permitía comprar en las tiendas de los dueños de las minas. El negocio era redondo. Me hace gracia, y al mismo tiempo me da pena, y a veces rabia, porque dicen que representan a los trabajadores, pero alguien que propone hoy día un e c o n o m a t o no puede decir en serio que representa los intereses de los trabajadores. Eso es lo que pienso.”
Todo esto que transcribo ahora tan solo es un resumen de todo el material que acumulé durante la noche en que entrevisté a esta persona, quien me insistió varias veces en que no desvelase su identidad. Y le entiendo. Vivimos tiempos en los que la palabra traidor ha dejado de provocar el efecto Proust, porque ha viajado a través la Historia y nuevamente se ha instalado en el presente, y ha recuperado un lugar preponderante en la rabiosa actualidad. Por eso no es difícil entender que el anonimato se haya convertido para muchos en un valor.
Cualquiera que desee contrastar esta historia que he explicado, puede ponerse en contacto conmigo directamente. Le mostraré con sumo gusto el material atesorado, todas mis notas, y también las grabaciones íntegras, sin editar. Yo, por mi parte, lo voy a utilizar para elaborar un artículo destinado a Memory Rewiev. Aspiro a la aquiescencia del comité de lectura y a su pronta publicación.
*”El caso de L.M.G. en Castrillo de la Reina”. Memory Rewiev. Pgs 295-335. Nº 2604. Año 2016