La primera decisión que tengo que tomar al escribir esta
carta es al respecto de la conveniencia de utilizar
el tuteo o, por el contrario, mantener
la distancia y ejercer un respeto apriorístico hacia mis
mayores. Resuelvo la duda pronto: Iñaki, si no te importa, voy a tutearte. La
razón reside en tus “Diarios”. Me han acercado
a ti de tal manera que no podría verte sino como alguien muy próximo,
como ese amigo con el que uno se puede tomar unas cañas de vez en cuando, charlando de lo que sea, de
la Real, del nacionalismo, de libros, de
filosofía, de gatos o de Borges… Yo no
aguanto a Borges, qué le vamos a hacer, pero tomando unas cañas contigo
probablemente acabe por entender algo de lo que escribió después de su famoso y
no menos sospechoso golpe en la cabeza.
Los gatos tampoco me gustan. Como podrás comprender, el hecho de que el
tuyo se llame Borges me lo pone todavía
más difícil: nunca le haría daño a un gato, ni a ningún otro animal, pero los
bichos y yo no nos llevamos nada bien.
Ya ves que la cosa no
podía empezar peor. Creo que, a pesar de
mi predisposición positiva, lo nuestro no tiene futuro. Podría convencerte sobre la bondad de mis intenciones
si te dijese que he leído a Montaigne, algo,
un poco, y que me parece un tipo de
mucho sentido común, un excelente maestro para caminar por la vida. También
estaríamos muy de acuerdo sobre una de las ideas que más se repiten en los dos volúmenes sobre tus andanzas: que
trabaje Rita, o San Pedro, o el cabo furriel; que trabaje quienes nos dicen que
el trabajo dignifica; que trabaje el que quiera trabajar; que continúen
animando al personal a ser algo en la
vida, a ser competitivos, a ser mejores que el vecino para acaparar más
oportunidades, más recursos… pero a los
que no queremos, que nos dejen en paz. “Trabajar
es como estar enfermo. En cuanto se te pasa te pones contento” […] Sin embargo “ no seas perezoso. Algo hay de bueno en el
consejo. La actividad es a veces un
lenitivo para el dolor. Como una aspirina. Pero en esa recomendación hay sobre
todo un imperativo: domestícate”: ¡Sí señor! ¡Alguien lo tenía que decir!.
Debo confesar que me produces una envidia casi malsana que
se aproxima peligrosamente a lo patológico. Tanto es así que a veces he
levantado la vista del libro, he respirado hondo y he
pensado, “¡Joder! Pues claro, viniendo de donde viene se lo puede permitir; no
como yo, que tengo que cumplir con mi jornada laboral diaria igual que todo
hijo de vecino”. Pero luego me atempero, y antes de recuperar el hilo de tus
palabras convengo con mi conciencia en que si yo me hubiese encontrado en tu misma situación hubiese hecho algo
parecido. ¡A qué lamentarme!. Mis orígenes son obreros y siempre he oído a mis mayores que nadie se
hace rico trabajando. De modo que no me ha tocado otra que dar el callo para
hacer bueno el corrido: “Mi padre fue peón de hacienda y yo un revolucionario,
mis hijos tuvieron tierra y mi nieto es funcionario” Ése, el último de la saga,
el nieto, soy yo. Y como tú, me he
plantado. Yo tampoco tendré descendencia.
En mi caso, descendencia proletaria.
Y es que, según
cuentas en las entradas correspondientes a 2007 (segundo volumen), tus
orígenes familiares son de lo más atractivo. A mí me parecen fascinantes: Sobrino nieto de los fundadores de la
Universidad de Deusto, “La Comercial”. ¡Ahí es nada!. Uno de los centros de
formación de la elites de este país. Además de licenciarte allí mismo para no ejercer
jamás, te permites el lujo de escribir
que “la esencia del pensamiento
conservador es creer en las élites, creer que hay personas mejores que otras y
que se merecen más. Y lo que suele ser risible: creer que tu eres una de ellas”. No está nada mal
para alguien al que educaron para pensar y provocar todo lo contrario. Lo bueno
es que creo en tus palabras, porque si
algo hay en tus diarios es sinceridad. Por eso no puedo dejar de pensar en
ellos una semana después de haber terminado su lectura.
Porque, Iñaki, a las pocas páginas del primero de tus libros
yo me olvidé hasta del suelo que pisaba. Si por algún motivo banal me veía
obligado a dejar de leer, respondía de malos modos. Te puedo asegurar que durante los dos días
de lectura he estado ausente. No me
ocurre a menudo. Me tengo como un lector prolífico y pocas veces, contadas
veces, he experimentado lo que con
“Diarios”. Mi pensamiento levitaba sobre
tu narración. Era como flotar sobre una especie de nube de humo, el mismo humo
que aparece en la portada, que se ha ido
formando calada tras calada del mismo cigarrillo que tú fumas, y que se mantenía en el aire como si fuera un
retal vaporoso sobre el que vas presentándonos, de un modo
aparentemente espontáneo -exento de afectación- algunas de las vicisitudes de tu vida, a las
personas que la han jalonado, María -tu María, siempre presente-; pensamientos y reflexiones
cargados de inteligencia y de ironía, encuentros y desencuentros con amigos y
no tan amigos, opiniones al respecto de la actualidad política, personajes de
cierta celebridad: tus dos maestros, Borges y Montaigne; y también Savater, Atxaga, Juaristi, Vila-Matas… y un número
indeterminado de X anónimas que alientan
la vertiente más cotilla de mi curiosidad y al mismo tiempo cierta frustración,
por ser incapaz de identificar a alguno
de los personajes de los que desvelas jugosas anécdotas y confesiones sorprendentes.
Mientras leía tus “Diarios”, mi amor -la mujer con la que
vivo desde hace más de un cuarto de siglo- me ha llegado a preguntar si me
pasaba algo, y le he tenido que jurar y perjurar que “no es nada, cielo, solamente son los Diarios de Iñaki Uriarte,
que me tienen absorto”. Ante mi respuesta un tanto dispersa, y muy parecida a
un quite en los medios sin viento en la plaza, esbozó ese ademán de
incredulidad -exclusivamente femenino- cuando no acaba de fiarse de lo que le digo,
de manera que tuve que ampliarle los argumentos. Le tuve que decir, con el gesto
más creíble de que fui capaz que, sin saber cómo, leyéndote, me he encontrado
pensando honda y profundamente sobre las cuestiones esenciales de la vida. Por
mucho que me esfuerzo no logro recordar un libro, de los miles que he leído, que haya
sido capaz de producirme una necesidad imperiosa, casi agobiante, de hacerme
preguntas tan comprometedoras para
conmigo mismo como tus “Diarios”. Quizá
me ocurre como a ti. “Para asustarme de
mi ignorancia no tengo más que echar un vistazo a mi biblioteca. Miles de
libros leídos de los que no recuerdo nada”.
Ahora mismo, si estás leyendo esta carta, estarás pensando
que lo mejor que puedo hacer es dejar de fumar droga, o moderar el consumo de
alcohol. Yo también. Porque me resulta mágico que ante tanta sencillez, ante una
narración personal , liberada de imposturas estilísticas, de retórica, que
describe una supuesta sucesión elemental de acontecimientos más o menos íntimos o personales,
yo pueda llegar a elucubrar sobre las
cuestiones más trascendentales como jamás ningún filósofo, intelectual de
postín o equivalente haya propiciado en un servidor. Por eso creo,
querido Iñaki -como ves, ya empiezo a ponerme cariñoso- creo que tu obra no es fruto de un par de
sentadas, o del disfrute de tu holganza, de
tu bendita y envidiable indolencia diletante. En mi humilde opinión,
“Diarios” es una obra de alta literatura, mal que te pese, porque has trabajado
para que así sea. He leído alguna
entrevista de las que te han hecho y cuentas que, para ti, escribir es como
limpiar un cristal. Esa es una imagen que me gusta. Como sabes bien –porque
habrás visto a alguien hacerlo- para esa tarea se necesita una constancia
esforzada, casi mecánica y, a ser por
posible, poca luz, la justa, la que pervive durante muy poco espacio de tiempo en la sombra de la
tarde, la claridad efímera que matiza
las formas y facilita la identificación
de los defectos.
Tu editorial “Pepitas de Calabaza” -”la editorial que tiene
menos proyección que un Cinexín”- ha escogido como reclamo en la contracubierta tu referencia a una frase de Josep Pla. De hecho tú mismo inicias los
“Diarios” con ese consejo, quizá como declaración de intenciones y aviso a navegantes. Sin embargo, para
definir tu libro y tu modo de enfrentarte a tu propia vida, yo prefiero lo que
dice Nietzsche, y que consignas
inmediatamente después: “Se aprende antes a escribir con grandilocuencia que
con sencillez. Ello incumbe a la moral”.
Porque tú no solamente cuentas, narras o
relatas. Tus cuentos, tus vicisitudes, las escenas de tu vida que describes,
están dispuestas de tal manera que iban tejiendo en éste lector que te escribe una colcha afectiva y al mismo tiempo ética y moral bajo
la cual se sentía reconfortado, en paz,
como si lejos, allí en el norte, en la distancia, sin necesidad de verle, oírle
o tocarle, pudiese siempre contar con la guía de un sabio que ha aprovechado
bien, pero que muy bien, las facilidades que le ha otorgado la vida para pensar
con calma y tranquilidad, sin las urgencias ni los condicionantes a los que la gran mayoría estamos sometidos.
Ya acabo. Con un reproche, o mejor, un desacuerdo. No se trata del gato, ni de Borges, ni siquiera
de que no te guste “El bucle melancólico”.
Se trata de ¡Benidorm! ¡Por Dios santo! Mira que hay lugares en la costa
en los que pasar las horas y las horas a
gusto, entre gente alegre, abandonada al disfrute del sol, del mar y de las
cosas buenas de la vida, como a ti te gusta… A ti no solamente se te ocurre
pasar allí muchos días, sino que además
vas y los disfrutas como si estuvieras en el paraíso y, para colmo, le compones
a la ciudad una especie de oda para regocijo de los amantes del hormigón
playero y del tumulto veraniego.
En fin, Iñaki, que en Benidorm no nos vamos a ver y que
espero, expectante, saber lo que ha sido
de tu vida desde 2007 hasta ahora (también en “Pepitas de Calabaza”, supongo).
Donde sí nos podríamos ver sería en un
bar, en el que más te guste, para tomarnos unas Coca-Colas (me sacrificaré). De ese modo haremos buena la frase de Johnson, que nos regalas en
tus “Diarios”: “Nada ha inventado el
hombre que haya proporcionado a la humanidad tanta cantidad de alegrías como
las tabernas”.
Un abrazo
PD: Entre todas las fotos que he encontrado en Internet
para ilustrar esta carta, buscaba alguna
en la que se distinguiese ese aire árabe-sudamericano que dices tener,
pero yo no lo veo por ningún lado. Me pareces el típico vasco nacido en New York que ha “estado en la cárcel, ha hecho una huelga de hambre, ha sufrido un
divorcio, ha asistido a un moribundo”. El típico vasco nacido en New York
que “una vez fabricó una bomba, negoció
con drogas, le dejó su mujer, dejó a otra […] , que fue amigo de alguien que murió asesinado y fue enterrado por los
asesinos en su propio jardín.” El típico vasco nacido en New York que “conoce a un hombre que mata a otro hombre, y
a uno que se ahorcó”.[…]. En
definitiva, eres la viva imagen del típico vasco nacido en New York que” ha llevado, en general, una vida muy
tranquila, pacífica, sin grandes sobresaltos”. La foto lo atestigua.