No soy lector asíduo de poesía. Además, mi mal tino con las rimas y mi nulo oído con la música es más que proverbial, archiconocido. Ahí quedaron para la infamia y vergüenza de la historia literaria del XIX mis versos, que todavía hay quien se empeña en rescatar. Así que vayan este par de frases por delante antes de hablar de un poeta y de su obra. Porque este que ahora escribe solo quiere rendirse ante él después de descubrir sus versos azarosamente en la red.
Paco Gómez rondará ahora los 42 ó los 43 años. No sé donde nació. Me lo presentó un amigo hace ya más de dos décadas y coincidimos los tres, un par de veces, en la vieja y sucia cafetería de la facultad de filología de la Universidad de Barcelona. Recuerdo que nos cantaba coplas por Antonio Molina, en falsete, callandito, para no escandalizar al respetable. Fumaba sin parar. A veces le daba un traguito al carajillo, encendía un pitillo y con él en la boca, entrecerraba los ojos, frotaba sus dos manos de poeta, muy abiertas, tensas, como invocando palmas, y se arrancaba con la 'Canción del Emigrante'. En invierno Paco vestía siempre gabardina. En realidad creo que era un guardapolvos como el que visten los espías de las películas de los años 50. Siempre llevaba un libro en las manos y algunos más dentro de su cartera de cuero marrón. Era un tipo simpático, abierto, extravertido, una buena persona. Se estaba a gusto en su compañía. Recuerdo que por aquel entonces, uno de sus sueños era vivir en comuna de poetas, en una masía semiderruida que alquiló junto a mi amigo y otros compañeros de curso, muy cerquita de Sau. La casa no tenía ni agua ni luz eléctrica y el frío y la niebla se colaban por todos los rincones, así es que, como era de imaginar, y muy a su pesar, el grupo, la incipiente comuna poética, desistió pronto del intento.
Mi amigo dejó la facultad y con su abandono yo dejé de ver también a Paco. Hasta hace aproximadamente un año cuando, gracias a la red, encontré sus poemas en el blog “Los Cuadernos del Mendigo”, título que contiene todo el significado, la misión, y el destino de la poesía, creada en la soledad de la disciplina más humilde; incomprendida, rechazada o ninguneada por la mayoría, y recordada por nadie o casi nadie. Pero parece que Paco Gómez lo tuvo siempre muy claro y cuando se trata de una necesidad vital, precoz, reconocida y asumida, de un deseo puro y constante de expresar lo que al hombre le pasa por el alma, entonces surge una fuerza poderosa, y el hombre se convierte en poeta, y ya no hay obstáculos para la expresión, para la creación sincera, valiente, aquella que requiere mirarse muy adentro, que exige ver también en derredor, y poner en diálogo lo que ocurre más allá de la ventana, “en una ciudad cercada por los sueños de otros”, frente a lo que ocurre en los rincones más íntimos del ser ”donde cada noche la noche deja en nuestros ojos su desafío”. Paco ofrece con generosidad a quien le quiera leer la esencia destilada de ese diálogo. Por eso un poeta es siempre, por definición, un ser bravo, porque se abre al mundo, se nos muestra en canal, con la herida abierta o la sonrisa gozosa. Y como en el proceso pierde a cada instante pedazos de sí mismo, amaga la fragilidad con el recurso del símbolo, de la metáfora, de la alegoría, todo abrigado, recogido, por la música de las palabras que debe fluir, espontánea, dentro de un ritmo natural. De modo que a veces el resultado del poema, o de la obra en su conjunto, se presenta como un enigma, en el que el lector que quiera compartir con el poeta su desdicha cantada, la incógnita lanzada al aire, o por qué no la alegría -compartir con él el contenido de ese diálogo que habla de dentro a fuera- deberá hacer un esfuerzo por desentrañarlas. Nada en arte es fácil, y menos para el creador.
Yo he quedado cautivado con la forma de escribir de Paco Gómez. Ya dije al inicio que no soy lector de poesía, pero no me considero insensible. Por eso creo ver en los poemas de Paco una espera permanente, constante. El poeta está siempre al abrigo de la naturaleza, en estado de continua expectación. Espera noticias, espera paciente y dolido, seguramente, al amor, convertirse de nuevo en el soñador que sueña junto a la añorada en una postura de nostalgia casi requerida, buscada, disfrutada, porque con ella retiene el recuerdo de la promesa que un día fue. Para aliviar la espera cuenta con la compañía del árbol, del río, del cielo, de la nieve, del frío, en una querencia animista, porque ahora Paco camina con su vida- intuyo- en tierras de campo, lejos de ruidos, refugiado quién sabe de qué, o de quién, en su “atalaya de los sueños/más alta que triste desengaño”.
En los versos de Paco Gómez, el poeta sufre de un dolor amargo en el que se hunde, pero con el que a veces parece disfrutar; un dolor necesario, quizá, para sobrellevar la ausencia, que utiliza como acicate, como motivo para expresarla. Un dolor natural, que discurre en las orillas, que palpita bajo la escarcha, que cae como las hojas de los árboles, o trepa como “hiedra de lamento”, porque “han llegado noticias del otoño/ a las encinas viejas del camino”.
Lo que el poeta espera viene desde fuera. En algún poema las noticias vienen de la ciudad cercada. En ese lugar lejano, cerrado, olvidado de la naturaleza, que ha renunciado a la oscuridad desnuda de la noche, los hombres han perdido el recuerdo de lo que fueron. Entonces el poeta solo puede confiar en el viento, que llevará hasta “la casa que me cubre” el sueño ansiado. Porque en definitiva, lo que el poeta espera es la conversión del sueño en palabra y, finalmente, la metamorfosis de la palabra en carne.
Vuelvo mañana
Paco: mi admiración y mi respeto