Cuentan los
viejos que cuentan que hace muchos,
muchos años, en esta misma tierra, la muerte se adueñó de los caminos.
Cuentan los
viejos que cuentan que en las madrugadas y en los amaneceres, a la orilla de
las veredas, frente a las tapias de los cementerios, la detonación seca de las
pistolas viajaba a las ciudades y a las aldeas, encabalgando el
viento de España.
Cuentan los
viejos que cuentan que aquellos años lejanos la traición surgió poderosa,
igual que un oso voraz, desde lo más oscuro de las cuevas del invierno,
asolando casas, pueblos y ciudades; descuartizando con sus zarpas de bestia
cuerpos y sueños.
Cuentan los
viejos que cuentan la tristeza de su
vejez, la soledad de sus palabras y el desdén de los nietos que, en la
tranquilidad de sus noches, bajo el cielo templado de estrellas, en nuestra paz acomodada, evocan sus anhelos, la
ilusión que no fue, y la alerta sincera contra
el temor al miedo.
Cuenta algún
viejo que cuenta con alma de poeta, que a la llegada de los abriles, durante aquellos años lúgubres, brotaba de nuevo la vida de la tierra de todos los campos, y que meses antes de que el sol tostase la mies,
el color de la bandera de los sueños se extendía como una gran sábana sobre el trigo verde, más allá de donde
alcanzaba la vista.
Contaba el viejo
que cuenta, con alma de poeta que, le
pese a quien le pese, desde entonces, la primavera es republicana,
aunque después llegue el invierno y de nuevo la tierra amanezca yerma y áspera.
Contaba el viejo
que cuenta con alma de poeta que “creyeron que les enterraban sin nombre y
sin historia, pero sin
entender -brutos necios- que aquellos a los que dieron muerte en realidad eran semilla”.