El suceso protagonizado en Australia, que ha ocupado espacios preminentes en los medios de comunicación del mundo entero, contiene aspectos que trascienden el ámbito deportivo, sanitario e incluso jurídico. La actitud de don nomedalagana es propia y compartida por millones de personas a diario que ven representada esa forma de vivir en determinadas ideologías. Más allá de la irresponsabilidad, la presuntuosidad y la idiotez que exhiben quienes se niegan a vacunarse, más allá de quienes incluso niegan la pandemia de COVID 19, el tenista serbio encarna el prototipo y la constatación de un determinado carácter moral cuyos valores econsejan a quienes militan en él la utilización adhoc del ciudadano objeto, de la comunidad objeto, de las leyes objeto.
Es decir, el ínclito ganador de no sé cuántos grand slams es ahora modelo y patrón actitudinal global. Djokovik ha devenido en la dosis de refuerzo, o mejor dicho, en una inyección estimulante que robustece los planteamientos vitales de quienes no dan nada y lo quieren todo, de quienes explotan a otros y se enriquecen sorteando y eludiendo sus deberes para con la comunidad en la que viven y de la que extraen sus pingües beneficios.
El deportista serbio es pauta de conducta para quienes acuden o apelan a la ley únicamente en el momento en que ven peligrar sus exclusivos intereses, desocupándose y desentendiéndose mientras tanto de su compromiso social. Es arquetipo de todo el que, ante las dificultades, recurre a sus compatriotas enarbolando, si es necesario, los símbolos nacionales, para reclamar solidaridad, aprecio y comprensión, mientras su fortuna se reproduce en paraísos fiscales a salvo de obligaciones para con las personas representadas por la misma bandera que ondea.
Es cierto que finalmente las leyes soberanas de un estado democrático se han impuesto a la fuerza extraordinaria de la derecha del señor Djokovik, a su poder de convocatoria y a sus manipulaciones constantes. Sin embargo, de algún modo creo que Novak Djokovik ha ganado el partido, porque tras el rastro de una aparente derrota podemos ver con claridad las huellas de una reivindicación irritada con formas de futuro resarcimiento; esa manera de estar en el mundo que grita en cada gesto, en cada paso, en cada palabra ¡Yo nunca pierdo!
Porque, efectivamente, Novak Djokóvik es un tipo talentoso, con una gran fuerza de voluntad, esforzado, concienzudo, en definitiva, un gran profesional. A buen seguro su día a día estará presidido en buena medida por el sacrificio físico, por la privación de ciertos placeres que quienes no deben cuidar su forma física no padecen, o por la renuncia, en ocasiones, a la intimidad. Y es que el objetivo que se marca es extraordinariamente exigente. Todo lo cual, lejos de integrarlo en el haber de la virtud, esta clase de tipos lo utiliza como argumento y arma que arrojan contra quienes, desde la responsabilidad que les otorga la comunidad, intentan legítimamente establecer ciertos límites circunstanciales, que más tienen que ver con la seguridad, la libertad y la convivencia del colectivo que con su proyecto y sus ambiciones individuales, por muy cargadas que estén de excelencia y pundonor.
De manera que des del momento en que la voluntad de un individuo pretende avasallar el derecho colectivo de sus congéneres, asistimos a la perversión del empeño de la vocación y la abnegación, y pasamos a presenciar en toda su magnitud el fenómeno de la transformación de la virtud en vileza.
Yo me hice a mí mismo. No le debo nada nadie. Yo soy mi dueño y solo rindo cuentas frente al espejo. Mi causa es mi persona. A mí que me dejen en paz. Si ustedes estuvieran en mi lugar también harían lo mismo, y si no lo hacen es que son tontos perdidos. Espabila y deja de lloriquear que el mundo no es para los lloricas. Lo que yo me gano no me lo quita nadie. Lo que gano es mío, y sólo mío. Soy libre, ¿te enteras? ¡Soy libre!…
Del mismo modo que un tenista no pisa la cancha sin su bolsa de raquetas, los tipos inoculados con la dosis de refuerzo ‘Novak Djokovik’ jamás salen de su casa sin su arsenal de frases. Debemos protegernos colectivamente de ellos. El mundo no será un buen lugar donde desplegar nuestra existencia si su talante y el modelo que representan se consolida.