El pasado sábado leía la noticia que constataba de una vez por
todas lo que muchos ya intuíamos, y
otros tantos sabían: la naturaleza mafiosa de Jordi Pujol, de CiU y de su
proyecto nacional de país. Tras cerrar el periódico le dije al camarero que el
cortado me lo cobrase sin IVA. Se lo dije en catalán, por si de ese modo mi
petición resultaba más convincente, pero no coló. El camarero estuvo muy fino y
me contestó que si me lo cobraba sin IVA, él se llevaba el 4%.
Jordi Pujol, ese hombre, esa nación. Fundador de
CDC, CiU e ideólogo del nacionalismo catalán
contemporáneo; encarnación de la santísima trinidad del
catalanismo; arquitecto moral y político del proyecto nacional catalanista;
modelo cristiano, ético, moral, humano y político a seguir durante lustros para
gran parte de la población; origen
indiscutible del actual proceso soberanista; faro y timón; imagen y
semejanza de lo peorcito de la burguesía
y de la payesía catalana. Jordi Pujol,quien durante décadas ha
impartido a diestro y siniestro, frente a la mismísima Historia, lecciones de moralidad y patriotismo, escribía
lo siguiente el año 1976 en las páginas 65, 67 y 68 de su libro “La inmigració, problema i esperança
de Catalunya. Editorial Nova Terra. Barcelona:
“… el hombre andaluz no
es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es,
generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa
hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y
espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco
amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero
de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España.
Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del
número llegase a dominar, sin haber superado su propia su propia perplejidad,
destruiría Catalunya. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es
decir, su falta de mentalidad. “
El año en que Jordi Pujol
publicó estas palabras, Carmen tenía 11 años. Hacía 5 que había llegado a
Catalunya, junto a su familia,
procedente de un pueblecito de El Temple granadino. Con el dinero que el padre
pudo reunir durante los cuatro años que trabajó en Alemania, la familia pudo ubicarse en un
piso del Instituto Nacional de la
Vivienda, en vecindad con otras tantas
familias de trabajadores andaluces.
Carmen se educó en los
llamados Colegios Nacionales. Fue una alumna aplicada. Ella, igual que la
mayoría de sus compañeras, aguantaban pacientemente y sin inmutarse las innumerables discriminaciones de las que eran
objeto por parte de algunos de sus profesores
y de compañeras nativas. El censo del pueblo donde fue a recalar estaba compuesto
en su mayor parte por población autóctona. Allí no solo no estaba prohibido
hablar la lengua propia de Catalunya, sino que se enseñaba en el colegio. De
hecho, el hijo del alcalde franquista,
al morir el dictador, se reconvirtió a la nueva democracia y encontró en CiU la
organización idónea desde donde continuar con su labor política y medrar con
sus negocios sin cambiar de idioma.
Un 23 de abril de finales
de los 70 Carmen redactó la mejor redacción
del concurso de literatura convocado por el colegio. La redacción fue premiada, pero la muchacha que
recibió el premio y que apareció como la autora del trabajo que escribió
Carmen era otra , hija del pueblo, perteneciente a una larga
estirpe catalana de amplia tradición caciquil cuyo cabeza de familia acabaría
por detentar durante ocho años algunas
concejalías con CiU.
En aquellos años de
transición, un día Carmen fue invitada a
una fiesta de cumpleaños en casa de una niña catalana. La mamá anfitriona la
presentó a las mamás de las otras niñas diciendo que era andalussa, pero que
era 'bona nena'.
Llegada a la edad de
recibir por primera vez el sacramento de la Eucaristía, Carmen asistía semanalmente a la catequesis obligatoria después de la cual
tomaría la primera comunión. El mossen, un tipo de barriga pantagruélica y de
rancio abolengo catalán, se enfadaba si alguna niña erraba en las respuestas a
las preguntas sobre el catecismo. Cuando el cura estaba especialmente motivado
y quería ser efectivo con su apostolado, amenazaba a las niñas con enviarlas a la
ceremonia de primera comunión especial para castellanoparlantes si la semana siguiente
no se sabían todas las preguntas.
A pesar de todo, Carmen
fue formándose y creciendo. Al cumplir los 16 años tuvo su primer trabajo. Lavaba
cabezas en una peluquería a las señoronas que la despreciaban por su origen y compaginaba el trabajo con los estudios de
Formación Profesional en la especialidad de administrativa. Al poco, fue
contratada por el propietario del horno del pueblo de 'tota la vida', donde
despachaba pan hasta la tarde. Cuando acababa su turno asistía al
Instituto para cursar el bachillerato y
el COU en horario nocturno. Pasaron los años y Carmen siguió trabajando en varias
empresas y al mismo tiempo formándose, hasta que consiguió licenciarse en la
universidad. Un año después obtuvo un
postgrado y finalmente un máster. Ahora, a
sus 49 años, esta andaluza desarrolla un trabajo de cierta
responsabilidad en una empresa multinacional ubicada en Catalunya. Desde que
cumplió su edad laboral, Carmen nunca ha
estado en paro; siempre ha pagado sus impuestos; nunca le ha robado nada a
nadie. Lo que tiene lo tiene, única y exclusivamente, gracias a su esfuerzo.
Las historias de Carmen y
de Jordi Pujol son paralelas. Mientras ella y sus padres trabajaban con
denuedo, honradamente, por forjarse un futuro, cumpliendo religiosamente con
sus obligaciones ciudadanas, el creador
del proyecto nacional catalán iniciaba
la reconstrucción de su Catalunya, inspirada,
como en las mejores leyendas filofascistas, en un instante de
iluminación místico y, de paso, sentaba las bases para acumular una gran
fortuna producto del latrocinio, de la rapiña, del robo colectivo, propios de
la más asquerosa delincuencia de la que,
a día de hoy, todavía no conocemos el verdadero alcance.
El catalanismo que diseñó
Pujol y su herramienta de ejecución -Convergencia
Democràtica de Catalunya- están fundamentados en el texto que aquí referencio.
No podía ser de otra manera. El proyecto nacional catalanista de Jordi Pujol y CiU están regados con aguas fecales que manan de la codicia, de la xenofobia, del racismo y del fascismo más pestilentes,
y a menudo sus orígenes se remontan a
algunos de los elementos más reaccionarios
del franquismo. De este texto de 1976 -que hoy día firmarían en la intimidad la mayor parte de dirigentes, votantes y militantes de CiU y de ERC- solamente hay
que permutar el gentilicio del inmigrante y escribir gitanos o judíos en lugar de andaluces para vislumbrar entre las palabras, muy
nítidamente, el rostro de los peores monstruos de la historia europea del siglo
XX.
El de Jordi Pujol y toda
su casta es un pensamiento similar al de
Sabino Arana, o al de Primo de Rivera,
que en Catalunya arraigó en la
burguesía y en la payesía desde los
tiempos de Valentí Almirall, del Dr. Robert y Enric Prat de la Riba para
neutralizar el incontenible movimiento obrero que estuvo a punto de hacerles
perder sus privilegios de clase. No hay más repasar algunas de las glosas de
Eugeni d’Ors. (Vale la pena echarle un vistazo a algunos libros del historiador Joan Lluis Marfany para
conocer a fondo las raíces profundamente racistas del nacionalismo catalán. Por ejemplo “La cultura del catalanisme.
El nacionalisme català en els seus inicis, Ed. Empúries, Barcelona, 1995.)
Sin embargo, la Historia a veces se alía con la
vertiente más poética de la justicia y nos revela que los grandes hombres,
aquellos que imparten desde sus trajes barrigudos cortados a medida lecciones de
patriotismo, moralidad y ciudadanía, no son más que unos vulgares chorizos que
han utilizado del modo más torticero que se pueda llegar a imaginar todos los elementos
que construyen el sentimiento identitario
de un pueblo.
Ante este lodazal humano,
político y social en el que nos ha revolcado
Jordi Pujol y su nacionalismo,
ERC se mantiene equidistante,
como no podía ser de otro modo. De
hecho, Alfred Bosch ha declarado que la infamia que se ha dado a conocer recientemente no tiene porqué influir en los
pactos de gobierno ni en el proyecto común hacia la independencia. A pesar de que ERC es un partido fundado en
1931 y que cuenta con más solera que el
tinglado mafioso que pergeñó Pujol a
partir del año 1978, su ideología y su esencia es a día de hoy hija política de CiU. Y es que ERC
es heredera de ese nacionalismo rancio, racista y
pernicioso que castiga con la discriminación a quien no pague su 4% o a quien no gemine la “L” adecuadamente y que, a costa de
la clase trabajadora, ha engordado el bolsillo a un centenar de familias, amén de al propio Pujol, valedores de grandes privilegios a lo largo de todos estos años de democracia.
No en vano, uno de los
padres fundadores de ERC, Heribert Barrera, al que ningún dirigente de este
partido desautorizó, decía hace apenas 13 años que “el
coeficiente intelectual de los negros de los Estados Unidos es inferior al de
los blancos”, o también que "Si no hemos llegado a integrar a los inmigrantes
del sur de España cuando nos encontrábamos en una proporción de uno a uno, ¿cómo
podemos esperar que, con una proporción de dos o tres contra uno, podremos
integrar una gente más alejada de nosotros en cuanto a cultura, religión o patrimonio genético…? [!!]. Hay una dimisión ante lo que parece inevitable
o una cobardía por miedo a ser acusado de racista o poco progresista que ha
silenciado unas verdades que a mi me parecen indiscutibles. (…) si continúa
viniendo gente de fuera, desde el punto de vista de la identidad catalana, no
habrá nada que hacer” (Qué pensa
Heribert Barrera, d’Enric Vila. Deria Editors. Barcelona. 2001)
Por eso, a
pesar de aparentar ser un partido progresista y de izquierdas, la mierda de Pujol y de su familia de
delincuentes parece no importar a ERC, perquè,
al cap i a la fi, Pujol es de casa nostra. Porque al fin y al cabo Pujol es de
aquí. Per què Pujol es un dels nostres. Porque
Pujol es uno de los nuestros.
De modo que con toda la ira, acritud y la mala leche que pueda llegar a reunir, grito ahíto, como si fuese un disparo, que me cago en la familia Pujol, me cago en la Catalunya de CiU, me cago en toda su estirpe, me cago en ERC, me cago en el proceso independentista y me cago en la puta codicia que lo cagó y que los cagó a todos ellos. Estos tipejos no son catalanes. Estos tipejos son, en palabras del propio Pujol, la "muestra de menor valor social y espiritual" de Catalunya, y de cualquier otro lugar donde hubiesen nacido.
De modo que con toda la ira, acritud y la mala leche que pueda llegar a reunir, grito ahíto, como si fuese un disparo, que me cago en la familia Pujol, me cago en la Catalunya de CiU, me cago en toda su estirpe, me cago en ERC, me cago en el proceso independentista y me cago en la puta codicia que lo cagó y que los cagó a todos ellos. Estos tipejos no son catalanes. Estos tipejos son, en palabras del propio Pujol, la "muestra de menor valor social y espiritual" de Catalunya, y de cualquier otro lugar donde hubiesen nacido.