La primera vez que oí
hablar del PSOE y de Pablo Iglesias yo tenía 14 años. Fue por boca de Víctor Crespo Hermoso, un ferroviario de raza
nacido el año 1906, poco
después de que el fundador del socialismo español y de la Unión
General de Trabajadores (UGT) ganase una concejalía en el Ayuntamiento Madrid, mientras Francia y España se repartían Marruecos en la conferencia de Algeciras y oficiales del ejército español incendiaban las imprentas de Barcelona.
Por circunstancias de la vida, Víctor Crespo vivió hasta el día de su muerte conmigo y con mi familia en el piso donde nací y me crié, frente a la estación de ferrocarril de un pueblo del cinturón industrial, al norte de Barcelona. Era tío carnal de mi padre. Enviudó precozmente en plena posguerra.
El tío Víctor era un vallisoletano alto y fuerte, de cara ancha, y extraordinariamente elegante. Vestía siempre traje gris impecable, camisa blanca, chaleco y corbata. Antes de salir a la calle se cubría el poco cabello que le quedaba con una txapela negra, que se calzaba un poco ladeada hacia la izquierda, lo justo para conferirle una singular elegancia republicana.
Guardo en mi memoria infantil y adolescente la imagen de mi tío Víctor antes de salir de casa,encajándose la boina con gesto castizo, junto a los recuerdos de la efervescencia política de finales de los 70 y principios de los 80. Por aquellos años supe que el tío Víctor militó, desde que tuvo uso de razón, en el PSOE y en la UGT y que, a causa de su compromiso político y sindical, sufrió cárcel en los años de la Guerra Civil. Se negó a trabajar para la industria armamentista de los golpistas, de modo que, una vez finalizada la guerra, le condenaron a destierro laboral, por lo cual recaló en Cataluña por imperativo legal.
Mientras veía “el parte” de la televisión de la transición, en ocasiones el tío Víctor comentaba en voz alta las noticias y no podía contenerse en realizar un sugerente ejercicio de política histórica comparada. Así, por ejemplo, decía que Largo Caballero era como Alfonso Guerra, o que Indalecio Prieto era igual que Felipe González, y que qué pintaba Manuel Fraga ahí, en el parlamento, porque era peor que Calvo Sotelo y que Franco.
Gracias a mi tío Víctor, antes de cumplir los 18 años yo ya conocía nombres como Manuel Azaña, Niceto Alcalá Zamora, Negrín, Durruti, Lerroux, La Pasionaria, Kindelán, Don Miguel de Unamuno (cuando le nombraba enfatizaba mucho el Don), el General Sanjurjo, Julián Besteiro, El noi del sucre, Ferrer i Guardia, Primo de Rivera, Calvo Sotelo… O términos como CEDA, Frente Popular, POUM, Brigadas Internacionales, Casas Viejas, Requetés, Revolución de Asturias, Sucesos de la Telefónica…
El 23 de Febrero de 1981 el tío Víctor no se despegó un solo minuto de la tele y no se lo oyó decir una palabra, hasta que a las tantas de la madrugada apareció el Rey en la pantalla. Entonces se levantó de la silla y exclamó, en un hilo de voz “¡Bueno, a dormir, que es muy tarde!”.
Reaccionó de modo muy diferente la tarde de 28 de octubre de 1982. Estaba exultante. En sus ojos viejos brillaba una ilusión retrospectiva, entre nostálgica y justiciera, como si le hirviese muy adentro toda la rabia que fue capaz de contener durante cuarenta años de represión y, en ese instante, el momento en que vio a su líder saludando a los militantes desde aquella icónica ventana de la madrileña calle Ferraz -con el puño alzado, ayudado por Alfonso Guerra- surgiese como el vapor de un geiser toda esa energía de anhelos rotos, acumulada y retenida pacientemente a lo largo de los años oscuros.
El tío Víctor permaneció siempre fiel al PSOE. Los golpes de timón, las necesidades de la real politik, las traiciones a las promesas y a la clase trabajadora no fueron óbice para que, durante toda su vida, acatase disciplinadamente las directrices de los líderes socialistas, de manera que cada convocatoria electoral, en cuanto llegaba por correo la papeleta de su partido, él preparaba su sobre, que posaba como si fuese una reliquia de Pablo Iglesias en la mesita de noche hasta el día en que, vestido de impecable terna gris y tocado con su boina negra , se llegaba hasta el colegio electoral y lo introducía en la urna.
Sin embargo, cuando mi tío Víctor hablaba de los socialistas contemporáneos, no les reconocía como tales, aunque les votaba. Quizás porque votarles era mantener un compromiso con la Historia, con la Historia de los trabajadores de nuestro país y, sobre todo, con su propia Historia. Porque, probablemente, no votarles significaba para él despreciarse a sí mismo; lanzar al cubo del desecho el sacrificio que realizó en aras de las ideas representadas por unas siglas. Quién sabe. Nunca se lo pregunté.
Mi tío Víctor votó que a la OTAN, de entrada, Sí, aunque era antimilitarista; votó una y otra vez al PSOE, a pesar de la reconversión industrial salvaje; a pesar de las dos huelgas generales que convocó su sindicato, la UGT; a pesar de la deriva liberal que criticaba en casa una y otra vez; a pesar de Filesa; a pesar de la guerra sucia del Estado contra ETA, en la que estuvo involucrado el hijo de un viejo compañero suyo, con una alta responsabilidad en la administración del Estado en Euskadi... Y ya no pudo ver más, porque mi tío Víctor murió en una cama del Hospital del Valle Hebrón en 1990. Tenía 84 años. Le acompañaba mi hermano. Murió por la noche, mientras dormía.
Estos días de Octubre de 2016 buscaba información sobre la historia del Partido Socialista Obrero Español para intentar entender lo que está ocurriendo. A pesar de todos los sapos de incoherencia ideológica y política que mi tío Víctor se tragó durante las dos legislaturas felipistas que vivió, nunca me explicó un hecho que tuvo que vivir con gran agitación en Septiembre de 1923, recien cumplidos los 17 años. En esa fecha, el General Miguel Primo de Rivera, con el beneplácito de Alfonso XIII, se hizo con el poder e instauró en España la primera dictadura militar del siglo XX.
El PSOE apoyó oficialmente al gobierno presidido por el General golpista.
Este hecho supuso la ruptura del partido, el nombramiento de Largo Caballero como miembro del Consejo de Estado y la subsiguiente dimisión de Indalecio Prieto en la comisión ejecutiva. “Serenidad Trabajadores. Serenidad y reflexión pedimos a nuestros compañeros”, recomendaba la dirección del PSOE.
En agradecimiento a la colaboración del PSOE y de la UGT con el gobierno dictador, el General Miguel Primo de Rivera mantuvo en la legalidad al PSOE; fue la única formación política permitida en España durante los siete años de dictadura militar.
Quizás mi tío Víctor era todavía demasiado joven como para retener en su memoria estos hechos; quizás la infamia que supuso semejante apoyo y la traición a los ideales republicanos y a la clase trabajadora le avergonzaban tanto, que jamás se refirió a ellos.
De cualquier modo, estoy convencido de que, si hoy viviese, tal y como era su costumbre, el tío Víctor no habría podido resistir la tentación de realizar el preceptivo análisis a través de su método infalible de historia política comparada. Puedo imaginármelo sentado frente al televisor, chasqueando la lengua, balanceando la cabeza negativamente y exclamando, con vieja resignación y profunda tristeza, “esto es igual que en 1923, cuando Primo de Rivera”.
Por circunstancias de la vida, Víctor Crespo vivió hasta el día de su muerte conmigo y con mi familia en el piso donde nací y me crié, frente a la estación de ferrocarril de un pueblo del cinturón industrial, al norte de Barcelona. Era tío carnal de mi padre. Enviudó precozmente en plena posguerra.
El tío Víctor era un vallisoletano alto y fuerte, de cara ancha, y extraordinariamente elegante. Vestía siempre traje gris impecable, camisa blanca, chaleco y corbata. Antes de salir a la calle se cubría el poco cabello que le quedaba con una txapela negra, que se calzaba un poco ladeada hacia la izquierda, lo justo para conferirle una singular elegancia republicana.
Guardo en mi memoria infantil y adolescente la imagen de mi tío Víctor antes de salir de casa,encajándose la boina con gesto castizo, junto a los recuerdos de la efervescencia política de finales de los 70 y principios de los 80. Por aquellos años supe que el tío Víctor militó, desde que tuvo uso de razón, en el PSOE y en la UGT y que, a causa de su compromiso político y sindical, sufrió cárcel en los años de la Guerra Civil. Se negó a trabajar para la industria armamentista de los golpistas, de modo que, una vez finalizada la guerra, le condenaron a destierro laboral, por lo cual recaló en Cataluña por imperativo legal.
Mientras veía “el parte” de la televisión de la transición, en ocasiones el tío Víctor comentaba en voz alta las noticias y no podía contenerse en realizar un sugerente ejercicio de política histórica comparada. Así, por ejemplo, decía que Largo Caballero era como Alfonso Guerra, o que Indalecio Prieto era igual que Felipe González, y que qué pintaba Manuel Fraga ahí, en el parlamento, porque era peor que Calvo Sotelo y que Franco.
Gracias a mi tío Víctor, antes de cumplir los 18 años yo ya conocía nombres como Manuel Azaña, Niceto Alcalá Zamora, Negrín, Durruti, Lerroux, La Pasionaria, Kindelán, Don Miguel de Unamuno (cuando le nombraba enfatizaba mucho el Don), el General Sanjurjo, Julián Besteiro, El noi del sucre, Ferrer i Guardia, Primo de Rivera, Calvo Sotelo… O términos como CEDA, Frente Popular, POUM, Brigadas Internacionales, Casas Viejas, Requetés, Revolución de Asturias, Sucesos de la Telefónica…
El 23 de Febrero de 1981 el tío Víctor no se despegó un solo minuto de la tele y no se lo oyó decir una palabra, hasta que a las tantas de la madrugada apareció el Rey en la pantalla. Entonces se levantó de la silla y exclamó, en un hilo de voz “¡Bueno, a dormir, que es muy tarde!”.
Reaccionó de modo muy diferente la tarde de 28 de octubre de 1982. Estaba exultante. En sus ojos viejos brillaba una ilusión retrospectiva, entre nostálgica y justiciera, como si le hirviese muy adentro toda la rabia que fue capaz de contener durante cuarenta años de represión y, en ese instante, el momento en que vio a su líder saludando a los militantes desde aquella icónica ventana de la madrileña calle Ferraz -con el puño alzado, ayudado por Alfonso Guerra- surgiese como el vapor de un geiser toda esa energía de anhelos rotos, acumulada y retenida pacientemente a lo largo de los años oscuros.
El tío Víctor permaneció siempre fiel al PSOE. Los golpes de timón, las necesidades de la real politik, las traiciones a las promesas y a la clase trabajadora no fueron óbice para que, durante toda su vida, acatase disciplinadamente las directrices de los líderes socialistas, de manera que cada convocatoria electoral, en cuanto llegaba por correo la papeleta de su partido, él preparaba su sobre, que posaba como si fuese una reliquia de Pablo Iglesias en la mesita de noche hasta el día en que, vestido de impecable terna gris y tocado con su boina negra , se llegaba hasta el colegio electoral y lo introducía en la urna.
Sin embargo, cuando mi tío Víctor hablaba de los socialistas contemporáneos, no les reconocía como tales, aunque les votaba. Quizás porque votarles era mantener un compromiso con la Historia, con la Historia de los trabajadores de nuestro país y, sobre todo, con su propia Historia. Porque, probablemente, no votarles significaba para él despreciarse a sí mismo; lanzar al cubo del desecho el sacrificio que realizó en aras de las ideas representadas por unas siglas. Quién sabe. Nunca se lo pregunté.
Mi tío Víctor votó que a la OTAN, de entrada, Sí, aunque era antimilitarista; votó una y otra vez al PSOE, a pesar de la reconversión industrial salvaje; a pesar de las dos huelgas generales que convocó su sindicato, la UGT; a pesar de la deriva liberal que criticaba en casa una y otra vez; a pesar de Filesa; a pesar de la guerra sucia del Estado contra ETA, en la que estuvo involucrado el hijo de un viejo compañero suyo, con una alta responsabilidad en la administración del Estado en Euskadi... Y ya no pudo ver más, porque mi tío Víctor murió en una cama del Hospital del Valle Hebrón en 1990. Tenía 84 años. Le acompañaba mi hermano. Murió por la noche, mientras dormía.
Estos días de Octubre de 2016 buscaba información sobre la historia del Partido Socialista Obrero Español para intentar entender lo que está ocurriendo. A pesar de todos los sapos de incoherencia ideológica y política que mi tío Víctor se tragó durante las dos legislaturas felipistas que vivió, nunca me explicó un hecho que tuvo que vivir con gran agitación en Septiembre de 1923, recien cumplidos los 17 años. En esa fecha, el General Miguel Primo de Rivera, con el beneplácito de Alfonso XIII, se hizo con el poder e instauró en España la primera dictadura militar del siglo XX.
El PSOE apoyó oficialmente al gobierno presidido por el General golpista.
Este hecho supuso la ruptura del partido, el nombramiento de Largo Caballero como miembro del Consejo de Estado y la subsiguiente dimisión de Indalecio Prieto en la comisión ejecutiva. “Serenidad Trabajadores. Serenidad y reflexión pedimos a nuestros compañeros”, recomendaba la dirección del PSOE.
En agradecimiento a la colaboración del PSOE y de la UGT con el gobierno dictador, el General Miguel Primo de Rivera mantuvo en la legalidad al PSOE; fue la única formación política permitida en España durante los siete años de dictadura militar.
Quizás mi tío Víctor era todavía demasiado joven como para retener en su memoria estos hechos; quizás la infamia que supuso semejante apoyo y la traición a los ideales republicanos y a la clase trabajadora le avergonzaban tanto, que jamás se refirió a ellos.
De cualquier modo, estoy convencido de que, si hoy viviese, tal y como era su costumbre, el tío Víctor no habría podido resistir la tentación de realizar el preceptivo análisis a través de su método infalible de historia política comparada. Puedo imaginármelo sentado frente al televisor, chasqueando la lengua, balanceando la cabeza negativamente y exclamando, con vieja resignación y profunda tristeza, “esto es igual que en 1923, cuando Primo de Rivera”.