martes, 25 de febrero de 2014

Flamenco, mentiras y papeles ocultos


Por paradójico que algunos les pueda parecer, los mejores actores son los que mejor mienten para decir la verdad; aquellos que  son capaces de tirar su yo  por ahí para asumir otra personalidad con la que mostrarnos la realidad. Por eso creo que un actor se parece mucho a un escritor. Al fin y al cabo lo que hacen es enfundarse  almas ajenas  con el fin de revelarnos  verdades. De otra manera, siendo ellos mismos, no conseguirían más que describir  la realidad objetiva , plana,  sin profundidad, carente de relieves y adolecedora de autenticidad.
La historia del espectáculo  está  repleta  de actores y actrices extraordinarios capaces de convertirse en villanos malvados, aunque  la realidad propia la viviesen como  bellísimas personas; capaces  de encarnar auténticos  héroes sociales, mientras  vivían su existencia  como  tiranos de manual; recreando para las pantallas y en los escenarios  donjuanes o mesalinas, aunque en sus camas gozasen con  personas de su mismo sexo… Todo con el único afán de  mostrarnos las miserias y las grandezas humanas, la verdad del hombre sobre la tierra a través del arte del disfraz, de la interpretación y de la mentira.
El pasado 23 de febrero fue un día que recordaremos durante mucho tiempo. Gracias a un atrevido programa de televisión del audaz  Jordi  Evole,  probablemente ese domingo quede marcado para siempre en los anales del periodismo patrio. Esto es de tal modo así, que me atrevo a pronosticar que se hablará  de esta fecha en relación a “Operación Palace”   tanto como se ha hablado desde 1981 de la efeméride objeto del falso documental.
A mí el programa no me engañó, y no porque me tenga por miembro del bando de los listos, o de los muy listos. No me engañó porque a la hora que lo emitieron, yo, junto a  mi amor, y junto a unas escasas trescientas  o cuatrocientas personas más en todo el país (a juzgar por los datos de audiencia), estuve disfrutando del concierto homenaje a Enrique Morente que emitió  a esa misma hora la 2 de TVE.  Miguel Poveda (¡Por Dios, cómo canta Miguel Poveda!), Pitingo, Yerbabuena, José Mercé, Montoyita, Tomatito, Pepe Habichuela, Tomasito, Diego Carrasco, Estrella Morente… un auténtico festín de duende, quejío  y arte para deleitarse derramados  sobre el sofá mientras languidece la noche invernal de un domingo de febrero.
Confieso que  estuve tentado a cambiar de cadena. De hecho, recibí unos cuantos whatsaps conminándome a ver el docudrama ficticio entre urgencias, admiraciones y aspavientos, expresados con sus correspondientes emoticonos. Finalmente resistimos la tentación y  no hicimos caso. Lo estábamos pasando tan bien con lo mejor y más granado del flamenco  que la verdad sobre el 23F  en ese momento justo de nuestras vidas  nos importaba un pimiento. Cuando ya finalizaba el concierto, aproximadamente una hora después del inicio del programa de Evole,  recibí el último whatsap de la noche. Decía así: “¡Qué cabrones, era un fake!". Apuré el gin tonic, nos lavamos los dientes y nos fuimos a dormir, tan tranquilos, con los acordes diáfanos y  puros  del Montoyita  todavía resonando por dentro, más allá del oído, por entre los lugares del cuerpo  donde ya es imposible rescatarlos.
Por supuesto, al día siguiente, en el trabajo, no se hablaba de otra cosa. Por primera vez en mucho tiempo  las tertulias habituales sobre fútbol  a la hora del desayuno o de la comida dejaron paso  a “Operación Palace”. Entonces decidí que tenía  verlo. De modo que ayer lunes, al llegar a casa, me conecté a la página de La Sexta y  pude juzgar a  toro pasado, con la distancia de los muy listos, de los listísimos que saben, ven y perciben la verdad de las cosas antes que nadie, el  mockumentary más famoso de la historia de la televisión española. (Parece ser que es así, con esta palabreja, como  han bautizado los anglosajones este género televisivo).
Pasé un buen rato. Como no entraba virgen a la historia vi el programa de un modo lúdico, hasta divertido. Ver a Garci ejercer de Kubrik  no deja de tener cierta vis cómica. Al final, cuando a través de dos textos breves nos hacen llegar esa especie de proclama moral, de denuncia,  alegato, reivindicación o exigencia; un ¡queremos saber! periodístico, político  y social,  ni siquiera me paré a reflexionar un instante. Creo que a estas alturas todo el mundo sabe  que el intento del golpe de Estado del día 23 de febrero de 1981 se coció en las instancias más altas del gobierno de la nación.  Demostrarlo  científica o fehacientemente es trabajo de historiadores, y quizá también de periodistas, pero en este caso, como en otros muchos célebres  que ha dado la Historia, para esclarecer la verdad no necesitamos conocer el contenido de  papeles ocultos.
Sin embargo, a pesar de todo, viendo y escuchando a Vestringe,  Leguina, Anasagasti, al mismísimo Iñaki Gabilondo, al historiador Mayayo o a los dos jefes de  espías que aparecen en el falso documental, empecé a pensar en algo que sí me produjo cierta inquietud, no sé si miedo; digamos que al menos me conturbó y que me ha obligado a reflexionar en un sentido que no tiene nada que ver con la necesidad o no de investigar más al respecto de la autoría intelectual del frustrado golpe de Estado. Y es que, de repente, me di cuenta de que todos los políticos que actuaban para Evole en esa especie de docudrama guionizado, en esa representación periodística  de ficción, eran capaces de hablar y de relatar hechos falsos – mentiras, a la postre-  con tal temple, tanta naturalidad, tanta flema, credibilidad y disposición como cuando en su acción política de su día a día, en su realidad cotidiana,  atienden o atendían  a periodistas, ciudadanos, jueces o a otros políticos. Es decir, que dominan el arte de explicar lo que no es con tal donaire, y tal virtuosismo que estoy convencido de que el equipo de producción  gravaría una única toma por cada secuencia o frase.
A unos cuantos directores de cine y de teatro ya les gustaría contar en los repartos de sus obras con un elenco de actores que memorizasen el texto en tan poco  tiempo, o que no necesitasen más de dos tomas por cada secuencia. Aunque si  lo que se proponen es mentir para explicar la verdad, las capacidades mnemotécnicas o el número de veces que suena la claqueta para rodar  la misma escena  no deberían  constituirse en los  principales valores, o en las habilidades diferenciales. La generosidad del alma, la disposición a humillar el propio yo, el sacrificio, el trabajo y la honestidad es lo que hace a un actor eterno,   lo que provoca en las personas  emociones,  placer y conocimiento. Todo lo demás es  técnica, costumbre, descaro,   ausencia de vergüenza y grandes dosis de vanidad, que es lo que lo que algunos políticos saben hacer muy bien, extraordinariamente bien, para mentirnos,  esbozando ante nuestra indiferencia, o ante nuestra impotencia,  una y otra vez, los  mismos ademanes y la misma mueca eficaz de veracidad.

sábado, 15 de febrero de 2014

#69


69 solamente es divisible por 3 y por su resultado. Por muy poco no  es un número primo.  Al  efectuar la división por 3 nos da 23, que sí que lo es, porque  únicamente es divisible por sí mismo y por la unidad. Cualquiera que intente dividir 69 por cualquier otra  cifra que no sea el 3 o el 23, verá que es imposible, que empiezan a nacerle  y crecerle  los decimales  hasta  el agotamiento.
El 69 es un número célebre. Si realizamos la lectura lineal, es el número del  capítulo inmediatamente posterior al antológico 68 de la novela ‘Rayuela, en el que Cortázar describe en una página mágica, minuciosamente, la  cópula  entre un hombre y una mujer a través de un idioma inventado llamado glíglico, que produce en el  lector  la sensación de estar ante la interpretación de una composición musical.
En el 69, gracias a la intermediación de la japonesa más famosa de la Historia- después de Madamme Buterfly- los Beatles se separaron para siempre, sin solución de continuidad, para regocijo de los Rolling y tristeza infinita de sus fans. En el mismo año, el hombre pone el pie en la Luna y se produce la primera comunicación  entre dos ordenadores a distancia, considerada el inicio de Internet. Un siglo antes, en 1869, Mendeleyev crea la tabla periódica de los elementos; en España se aprueba la  primera Constitución democrática de la historia del constitucionalismo español y nace, en la India colonizada, Mahatma Gandhi. Un siglo antes, en 1769, llega al mundo Napoleón. Y así…
69 es el número correspondiente a una postura sexual mítica que todo el mundo dice haber practicado. Las fuentes de esta postura se remontan a La India. Vatsyayana, autor del  Kamasutra, dice que  hasta las cortesanas  más lujosa abandonaban a los hombres más ricos  por los hombres más vulgares si se avenían a realizar la postura Kalila o del cuervo. El Kamasutra, junto con la Biblia, El Quijote y el Ulysses de Joyce,  pasa por ser uno de los cuatro libros más citados y menos leídos de la Historia. Si hubiésemos leído  el Kamasutra-Ananga Ranga veríamos que es un manual del arte de  amar y que como en todo arte conocido, hay técnicas, géneros y proyectos que solamente le son dados a unos pocos. De intentar con ciertas garantías un 69 nos deberíamos someter previamente  a una higiene escrupulosa, abstenernos el día de antes de la ingesta de  legumbres o  bebidas carbónicas, además de procurar durante los momentos culminantes   contención, mucha contención, para poder llegar así a un orgasmo interior: el mejor modo de trascender la carne, elevar el espíritu y convertir un buen polvo en toda una obra maestra.
69 son los grados centígrados a los que se debe  calentar el agua para tomar un buen té en condiciones, como Dios manda, que diría Rajoy, sin quemar la yerba, con el fin de que infusione y disuelva todo su aroma, esencia y sabor. Phileas Fogg era tan riguroso con la temperatura del agua del té que obligaba al entrañable y paciente Passepartout a introducir un termómetro en la tetera para controlar que no alcanzase ni de lejos el punto de ebullición.
Esto nadie lo sabe, pero aquí estoy yo, para iluminar: 69 son los escalones de  la escalera que es necesario subir si se quiere alcanzar la gloria. Hay quien los sube de un tirón, deprisa y a todo correr, y luego, al llegar, se derrumba, víctima de sí mismo. Hay quien  los recorre sin prisas, a ritmo constante, hasta el final, y una vez arriba vuelve a bajar, porque no le encuentra gracia ninguna, o porque siente añoranzas, o porque se amedrenta y tiene frío, aunque entre éstos los hay quienes se quedan  y, entre otras cosas, les toca  enterrar a  los muertos. Y luego están  los que lo intentan, pero se quedan a medio camino, imaginando durante toda su vida como debe  ser el rellano de la meta, qué se verá desde allí, cómo se respirará o quién habrá.
69 son los miembros del Partido Popular que muy pronto serán juzgados por su participación en los delitos de la trama PP- Gürtel. Es necesario recordar este número, 69. Si conviene, dentro de muy poco, podremos verlo  aupado por nuestras autoridades  a la categoría de número primo, solamente divisible por sí mismo y por la unidad.
Clama David en el Salmo 69: “Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta mi alma. […]Se han hecho poderosos mis enemigos, los que me destruyen sin tener por qué. ¿Y he de pagar lo que no robé?. […] Sean oscurecidos sus ojos para que no vean, y haz temblar continuamente sus lomos”

jueves, 6 de febrero de 2014

Noche de orvallo


Ha sido una noche de lluvia. Acostado,  oía repicar el agua sobre los charcos y sobre el suelo de la calle. Al principio escuchaba con placer, pero al rato me he dado cuenta de que la melodía de la precipitación se había instalado en mi sueño y no podía dormir. Llovía calmosamente,  al ritmo de un orvallo paciente que espera a la noche para evacuar a sus anchas el peso de todos los días pasados. De modo que por  disfrutar del  placer  que supone  atender el invierno al abrigo de la cama; por forzar  mi voluntad al sueño  y al mismo tiempo  escuchar la lluvia caer bajo el calor de la frazada, me he pasado la noche en un duermevela extraño, digamos que  conturbado.
Era como vivir en un territorio inconcreto, un lugar donde es imposible la realidad completa, y donde tampoco se encarnan las criaturas que viven  las historias habitadas en los sueños. Ese debe ser el estado ideal para los recuerdos. Cuando la conciencia se relaja  y la realidad pierde consistencia, la memoria se desata y precipita las evocaciones. Así que en ese estar aquí y al mismo tiempo muy lejos, la memoria imprevisible se fue filtrando a través de la  noche  por las rendijas de mi semiinconsciencia, igual que el agua discurría y se distribuía sigilosamente por entre los bordes de las aceras hacia el alcantarillado, hacia los pozos sin fondo de la ciudad oscura; por entre los huecos circulares donde  crecen los árboles; a través de  los tejados oblicuos que la vierten sobre los patios traseros, sobre jardines saciados de rosales marchitos que aguardan sin fe otra primavera…
De ese modo se me fueron acumulando los recuerdos la noche pasada, hasta formar  profundos charcos de añoranzas, de dolor e indiferencia.
Quizá sea esa la razón por la cual, ahora que observo somnoliento esta mañana fría de agua, me invade la sensación de haber transmutado durante la noche  en un ser  ajeno al que fui. Porque las reminiscencias  siguen calando la tierra. Se enlazan, se asocian y van formando nuevas ciénagas, remansos opacos en los que no se ve nada más allá del reflejo de la luz mortecina de un día de lluvia, de las ondas y del destello fugaz que reverbera en las pequeñas  pompas de aire  que forman las gotas persistentes  al caer, tan efímeras como los días felices, como la lozanía de una juventud que se antojaba eterna, interminable; como aquel tiempo detenido en un amanecer luminoso de despertares apacibles, entre el aroma de los cuerpos y la vana certeza de estar  forjando  el destino de dos vidas soberanas.