lunes, 21 de febrero de 2022

Desolación, desesperación y miedo

Según los diccionarios la desolación es una sensación de vacío o hundimiento provocada por una angustia, por el dolor o por una gran tristeza. Refieren los diccionarios una segunda acepción que señala  la ruina  y la destrucción completa de un edificio o un territorio, de tal manera que nada queda  en pie.

Sustantivos como decadencia, ruina, destrozo, perdición, destrucción o devastación son los familiares de la desolación,  la parentela que acude cobrar las comisiones y celebra solícita sus méritos y hazañas con el regalo de sus significantes en las manos.

Asolar es destruir; desolar es causar a alguien una gran aflicción, una angustia en extremo; privarle de todo consuelo o de toda situación favorable. Desolar y asolar suponen, etimológicamente,  la eliminación de  toda posibilidad de solaz, o sea, de consuelo, de alivio,  del placer o de entretenimiento. Desolar y asolar niegan el descanso tras el trabajo y el esfuerzo.

Por otro lado, la definición de desesperanza se suele despachar con su contraria, a saber, el estado de ánimo  en el que se ha desvanecido la esperanza.

La desesperación, originaria de la desesperanza, supone  la alteración extrema del ánimo causada por la cólera, la rabia, el despecho o el  enojo en su versión más vehemente.

Nada dice el diccionario sobre la impotencia o  la incomprensión como comadres que son de la desesperanza, pero todos sabemos que también ellas la amamantan.

La desesperanza provoca inacción, nos convence de que no hay nada que podamos hacer; sus colmillos nos inoculan en la médula espinal una certeza de prolongados efectos en virtud de la cual,  por mucho que nos esforcemos, por muchas buenas  ideas que llevemos a cabo, por muy arduos que sean los denuedos y los sacrificios que estemos dispuestos a padecer, nada de lo planificado o de lo que hayamos sido capaces obtendrá resultados según lo previsto o lo deseado.

Tan potente y eficiente  es la desesperanza que incluso nos convierte en culpables de nuestra iniciativa, de nuestros propios intentos. La desesperanza nos transforma en malhechores de la acción, seres incompetentes sin habilidad ni virtud para sacar adelante  ideas y proyectos.

Baruch Spinoza decía que no hay miedo sin esperanza, y a la inversa. Decía el filósofo que miedo y esperanza son más similares  de lo que aparentan. Únicamente difieren  en el estado de ánimo ya que ambos están marcados por la duda,  por la memoria y  por las expectativas, por lo  que pueda o no pueda suceder en un futuro. O sea, que para el pensador holandés la esperanza en realidad sería un término autoantónimo, porque según su punto de vista nos ofrece dos significados opuestos.

De ahí, probablemente, que los políticos mantengan estrechas relaciones con el miedo y con la esperanza, de la que son asiduos usuarios, publicistas,  contratistas  y  usufructuarios que azuzan  entre la ciudadanía, en beneficio de sus objetivos, emociones tales como la ira, la alegría, el entusiasmo, la confianza o el asco.  La zanahoria en el horizonte, el miedo a la miseria, la necesidad del palo para caminar, el recuerdo de su daño infringido, y hambre eterna.

Y es que tanto la desolación como la desesperanza son visitantes frecuentes de la Historia, siempre presentes en años anteriores y posteriores a una guerra, momentos de decadencia y relativismo moral, culto a la frivolidad, supremacía de la vulgaridad,   miseria intelectual, triunfo de la mediocridad  y ausencia clamorosa  de voces sensatas. 

Las sociedades que durante largos periodos de tiempo son incapaces de detectar y  diagnosticar  este estado ético generalizado acaban por sucumbir y, finalmente, se arriesgan a contraer anhedonia crónica,  la enfermedad que inhabilita a una persona para el gozo a causa de la anestesia emocional provocada por la carencia de dopamina.

En su sentido social sufriremos anhedonia colectivamente cuando nos veamos expuestos a la iniquidad permanente; cuando, gracias a la desidia y la indiferencia, la reivindicación del mal convicto y confeso devenga en hegemónico al tiempo que, ya cautiva y desarmada, enmudezca la resistencia.

Y entonces la desesperación nos conducirá a la pasividad, porque nada de lo que proyectemos, al margen de la infamia y de la más darwiniana supervivencia nos satisfará, porque quienes gobiernan nuestras emociones nos habrán convencido de la derrota de nuestros empeños  y entonces claudicaremos y aceptaremos, casi sin darnos cuenta, el yugo de la dictadura.

¡Ay! ¡Y para cuando eso suceda!  Para cuando eso suceda muchos caerán en la cuenta, por fin, de qué es una democracia y qué es el fascismo, y evocarán privadamente,  gimiendo rumores de nostalgia, insatisfacciones adolescentes y añoranzas de un pasado dilapidado!

Madrid ahora; todavía Cataluña; anteayer el País Vasco. Miles de personas jalean y votan a  la delincuencia organizada, ofrecen sin pudor su inquebrantable confianza al bandidaje y solicitan de los malhechores -impúdicos, arrebatados de ardor patriotero-  el gobierno de la inmoralidad bucanera. Desolación, desesperación y miedo. ¡Cuánto deseo equivocarme!

miércoles, 2 de febrero de 2022

¿Quo vadis, compañeros ?

 


Vamos al grano. Los partidos y los líderes políticos de la izquierda española con representación parlamentaria, es decir, todo lo que se mueve a la izquierda del PSOE, no sólo contemporizan o entienden a los partidos nacionalistas y secesionistas regionales tanto de Galicia, País Vasco como Catalunya, sino que a menudo apoyan sus argumentos. Este misterioso fenómeno no es nuevo. De hecho ocurre prácticamente desde el triunfo del PSOE en 1982.

De este modo, a los largo de las últimas décadas, tanto el Partido Comunista de España (PCE) como sus distintas federaciones, marcas, o coaliciones de las que forma y ha formado parte a lo largo de los años, tanto a nivel estatal como regional, legitima como ideas izquierdistas,  revolucionarias y  progresistas  el mensaje y la actividad política de los partidos fragmentadores de la unidad de España y de su soberanía nacional.

Si de algo no se puede acusar a la editorial El Viejo Topo es de conservadora, derechista,  neoliberal, o simplemente  fascista. Y tampoco a Jorge Polo Blanco, autor de “Románticos y Racistas. Orígenes ideológicos de los etnonacionalismos españoles” un libro de lectura imprescindible para cualquier interesado en la cosa política, publicado recientemente  por  la mencionada editorial, por cierto, de orientación marcadamente marxista.

Desde mi humilde posición de lector y  ciudadano de a pie, recomiendo muy encarecidamente la lectura de este libro a  todos los responsables políticos, militantes de base y votantes de los partidos de izquierda nacionales o autonómicos. ¿Por qué? Porque  al leerlo, si es que resisten el peso aplastante de su verdad, experimentarán su Quo vadis político particular; experimentarán una revelación y a partir de ese momento les resultará realmente difícil, por no decir imposible, ni tan siquiera comprender un poco los objetivos políticos de los partidos nacionalistas vascos, catalán y gallego.

Y es que  el profesor  Polo Blanco  establece con todo rigor académico los cimientos ideológicos de partidos como el  PNV, CiU, JXCat, ERC, BNG, HB, Bildu, CUP, que se asientan en la filosofía irracionalista e idealista alemana, en el romanticismo decimonónico  más reaccionario y en las teorías etnicistas y racistas europeas procedentes del positivismo y del darwinismo de finales del XIX y principios del XX.

Nadie que lea el ensayo del Doctor Polo, y por consiguiente  acceda a los textos publicados por los fundadores de los nacionalismos fragmentarios, podrá decir, en puridad, con la mano en el corazón, honestamente,  que España es una nación de naciones, que los nacionalismos regionales o autonómicos se fundamentan en razones progresistas, que sus objetivos políticos, sus estrategias y su acción política son  democráticamente  comprensibles, o  que la defensa de la unidad territorial del Estado es cosa de franquistas. Es más, si todavía albergan algo de los valores republicanos y de izquierdas, decidirán enfrentarse frontalmente a ellos políticamente.

Por eso, si se encuentran en esa situación de condescendencia hacia el secesionismo español, creyendo que así hace honor a su espíritu  revolucionario, comunista y progresista, quizás no pase de la página 30 o de la página 40 cuando vea aparecer, uno tras otro, los nombres de un buen puñado de  filósofos alemanes, reaccionarios, enemigos confesos y acérrimos de la Ilustración, soldados ideológicos de la contrarrevolución francesa,   que con sus palabras y sus ideas, a la postre, acabaron alimentando ideológicamente el nazismo. Cuando lean párrafo tras párrafo su metodología consistente en la construcción  vergonzosa de  pasados legendarios, totalmente inventados, con el fin de insuflar y legitimar un pretendido espíritu del pueblo, una cultura vinculada a una raza, una lengua  que nace antes de la humanidad, que da a luz, como una madre,  a los hombres de un territorio determinado y que constituye en sí misma un valor étnico por encima de cualquier otra consideración; cuando lean, si es que pueden resistir tanta realidad -comprobada por la vía bibliográfica, sin trampas ni cartón- entonces, quizás, reclinen sus cabezas sobre el respaldo del sillón y dirán para sí, ¡Estaba equivocado!

Y si con la filosofía irracionalista,  idealista y el romanticismo alemán  no les basta, porque, qué se yo, “son tiempos muy lejanos y ahora todo es diferente”, sigan leyendo y llegarán a  conocer en toda su crudeza los orígenes racistas de los nacionalismos fragmentadores peninsulares.

Encontrarán en esta segunda mitad del libro de Jorge Polo Blanco  a una caterva de personajes históricos de nuestro siglo XX,  prohombres todos ellos,   cuya memoria actualmente da  nombre a universidades públicas o a fundaciones universitarias;  a calles, plazas y avenidas de ciudades  vascas, catalanas, gallegas o incluso andaluzas (donde también se da el fenómeno nacionalista), para honrar y honorar  el recuerdo  de tan insignes ciudadanos que escribieron,  sosegadamente, fríamente  y difundieron con ardor perlas como esta  de , Rovira Virgili,  que con su excelso nombre bautizó la Universidad pública de Tarragona. (Rovira i Virgili fue president del Parlament de Catalunya en el exilio y diputado por ERC)

“Si en el nordeste de la península predomina un tipo craneano diferenciado, los catalanes no vamos a deformarnos el cráneo en aras de la unidad espanyola” (“El nacionalismo catalán”)

O esta otra, de Valentí Almiral, uno de los ideólogos más importantes del catalanismo político, quien escribió  “La raza que ha sido y sigue siendo la predominante, la castellana, es impotente para levantar la nación; Los defectos que muestra [la raza catalana] le han sido contagiados; para regenerarse ha de deshacerse de todo lo postizo que le ha sido impuesto(“Lo catalanisme”)

El reverenciado Francesc Macià no le va a la zaga a los dos anteriores. “La gitanada inmensa de una “clase” de gente que lleva gangrenando Barcelona desde hace tiempo; todo este pudridero de barrios bajos en descomposición, en donde se engendra la maldad y el “microbio” y donde se extiende ufana la “cualidad” de una raza… (…) Y de los barrios bajos que hemos señalado –y al decir barrios bajos quiero decir España– son hijas todas las prostitutas de calle y de cabaret que envenenan la vida de nuestra juventud.” (Inmundicias. ‘Revista l’Estat Català’)

Por no causar más daños oculares, dejo la copia de citas.  La lista de políticos nacionalistas racistas es larguísima. Cualquiera puede leer más barbaridades vascas, gallegas o catalanas del mismo jaez en el libro  “Románticos y Racistas” de Jorge Polo y también en el blog “racialistas catalanes” https://racialistascatalanes.home.blog/ que recoge con prolijidad más ejemplos ilustrativos de lo profundamente progresistas, revolucionarios e izquierdistas que eran  los  padres del nacionalismo catalán.

Finalmente, me gustaría señalar que al autor de esta obra de imprescindible lectura no le basta con inventariar, analizar y comentar  las fuentes que nos ofrece como prueba irrefutable y demoledora, vacuna contra cualquier veleidad filonacionalista, que sólo causará efecto  si somos honestos con nosotros mismos y coherentes con nuestras convicciones políticas.

Porque Polo Blanco nos muestra sin complejos su enfoque y su visión política como un valor de la izquierda en torno al tema territorial. Y este no es otro que la defensa a ultranza de la unidad indivisible de España como realidad política expresada en una única soberanía de la que es valedor y dueña la ciudadanía de todo el país. “No hay nada más público que el territorio de una nación”, afirma el autor.

Además, y siguiendo al filósofo Gustavo Bueno, niega la concepción de la nación española como una nación de naciones, el invento del cacareado estado plurinacional, pues desde el punto de vista racional y materialista histórico, es imposible la soberanía compartida. La soberanía se tiene o no se tiene, pero no se comparte. Tan dueño del País Vasco es un ciudadano de Extremadura como de Barakaldo.

Polo tampoco tiene reparos en desplegar toda una serie de argumentos que responden a aquellos que niegan la existencia de la nación española ofreciendo objetivamente la constatación de su realidad política desde la época de la Ilustración al calor de la Revolución Francesa, frente a los nacionalismos etnicistas fragmantadores, que surgen casi dos siglos  después, al hilo del idealismo y del romanticismo alemán más reaccionario, para que las clases privilegiadas pudiesen afrontar los cambios que provocaba la Ilustración y, un poco más tarde, como  dique de contención del pujante movimiento obrero

Quien esto escribe no quita ni  pone coma al libro de Jorge Polo Blanco. Vale mucho la pena leerlo.