En España no ha proliferado la literatura de espías. Tenemos nuestros Anacletos, Mortadelos, Filemones, Superintendentes y doctores Bacterios. También tuvimos, no hace mucho, a Perote, a Roldán y su manta, a Mr X y al Gran Elefante Blanco, y cómo no, a J. Pedro y su teoría de la conspiración. A mí me parecen más reales los primeros que los segundos, que son más de TBO, como Paco y sus hombres, que persiguen por Madrid, con zapatófono y triciclo, todo lo que se menea.
Y es que para contar este tipo de historias hemos carecido siempre de la sofisticación anglosajona. Ahí están las trepidantes y envolventes historias de Green, Forsyth, Fleming ó Le Carré.
Javier Marías, anglófilo confeso, puede ser la excepción nacional. Marías finalizó el año pasado una de las mejores novelas de la literatura universal contemporánea: “Tu rostro mañana”. Este monumento literario no es una novela de género; no es, ni por asomo, una novela de espías, pero en ella, su narrador y protagonista, Joaquin Daza, es reclutado por una unidad especial del Servicio Secreto Británico que se dedica a perfilar el futuro comportamiento de determinados individuos que, de una manera u otra, en cualquier momento, se pueden convertir en ciudadanos útiles para el estado o en peligrosos elementos a los que, como mínimo, hay que vigilar. En esta fantástica y magnífica historia Marías nos dice, en realidad, que nadie conoce nuestro rostro mañana, ni siquiera nosotros el propio. Nadie sabe, y tampoco nosotros, si nuestra aparente y apacible bondad, un día, se puede convertir en traición, asesinato, difamación, tortura, delación o mentira, en nuestro provecho, para salvar el pellejo o, por venganza o, sencillamente, por pura ambición.
No hace falta trabajar en el MI5 para intuir el rostro futuro de Esperanza. Quizá sí que habría que encargar algún trabajillo para perfilar los rostros futuros de Alberto, que me parece más enigmático, más taimado. De cualquier manera, a mí lo que me gustaría ver es el futuro rostro de Obama. Habría que pedirle a Javier Marías que escriba, a manera de adenda, o como epílogo, una nueva entrega de su obra, para que Mr. Tupra asigne a uno de sus agentes la misión de observar la mirada de Barak Obama, los gestos, los acentos, y sobre todo, esos momentos casi imperceptibles en que todos los rostros se relajan y delatan, durante un instante, de qué somos capaces. Sería tanto como saber qué mundo nos espera.
Vuelvo mañana