Cualquier persona
en cualquier circunstancia expresa su
parecer y su visión de la realidad con sus
palabras en la forma y estilo que le son propias, de acuerdo con su carácter singular y su
manera de ser. Por eso, los hombres y mujeres que habitamos el tiempo del mundo somos singulares, auténticos e irrepetibles. Es verdad que no es extraño
vernos a nosotros mismos duplicar a menudo
reflexiones o pensamientos ajenos, bien porque nos han influido y los
hacemos nuestros, bien porque concitan cierto acuerdo implícito y unánime, y entre todos los hemos convertido
en cayados con los que nos apoyamos para ir tirando.
Podríamos decir
que, aun aceptando el hecho de que
existen Anas Rosas Quintanas, Camilos Josés Celas, o que solemos prestarnos todo tipo de quincallería
lingüística y comunicativa, cada cual ama, odia y se relaciona con su voz, sus
gestos y las mejores palabras que dios
le da a entender. Nuestro estilo y las frases que construimos forman parte de
nuestra personalidad intransferible y están tan unidas a nosotros como nuestra
piel a los músculos. Por eso, cuando
sorprendemos a alguien repetir nuestras propias ocurrencias, o incluso
vestir el mismo vestido, se nos lleva el diablo y sospechamos de él, y no dudamos en acusarle de impostor o de aprovechado que vive la vida como el vampiro que necesita
de nuestra sangre para subsistir y presentarse ante los demás con una
carnalidad que no le corresponde.
En la década de
los 80 Woody Allen estrenó la película Zelig, la
historia de un tipo que adquiere fama
mundial, al que llaman ‘El camaleón’ porque ha desarrollado la asombrosa
capacidad de adaptar su aspecto, su discurso y su manera de ser a cualquier
medio en el que viva, de manera que a lo largo de su existencia ha suplantado a personajes tan célebres y dispares como Adolf Hitler, William Randolph Hearst, el Papa Pio XI, Susan
Sontag, Charles Lindberg , Saul Bellow, Charles Chaplin o Al
Capone.
Zelig se pone en manos de una psiquiatra,
interpretada por Mia Farrow, quien no duda en pronosticar un claro caso
de inseguridad, motivo principal que
lleva a su paciente a adaptar otras
apariencias para poder ser aceptado. Así, cuando se relaciona con judíos le
crecen barbas y trenzas; si las personas
con las que se relaciona son negras, su tono de voz, su modo de andar y hasta su piel, cambian...
Las vicisitudes
de Leonard Zelig “El camaleón”,
ilustran a la perfección el presente político catalán. Los políticos
independentistas son muy conscientes del
vacío ideológico del que adolece el movimiento que lideran. Esa superficialidad doctrinaria y de pensamiento les genera una gran inseguridad a la hora de
enfrentar sus postulados ante el adversario con un mínimo de garantías y de
justificar conveniente y honestamente sus propuestas antes sus seguidores, que
saben, desde hace ya muchos años, que la base o el pensamiento político de los
postconvergentes es el neoliberalismo capitalista de la escuela de Chicago, contrario a
cualquier veleidad social; que los cimientos ideológicos de ERC están formados
de profesionales liberales muy cómodos en el actual sistema de libre mercado, y
que las CUP, una formación supuestamente
libertaria, asamblearia y pseudomarxista, no es más que la marca 'b' del
mercadillo convergente, el sistema de control del ímpetu juvenil nacionalista, la falange nacionalsocialista
que camina sin ningún rubor de la mano de sus abuelos reaccionarios.
Por eso, ante las inseguridades que entre ellos
mismos concita la realización de sus objetivos y ante la evidencia de que su bandera estelada no
es más que latón -o tal como ellos
mismos reconocen, un gran farol- no les ha quedado más remedio que echar mano
de la propaganda pura y dura, de mensajes publicitarios claros y concisos,
sencillos de digerir, que es el modo de vender un producto con el mínimo de recursos posibles y de la manera más eficaz.
Cataluña lava más blanco pero España nos mancha la ropa. Esa idea fuerza, a la
postre, es la única original y
medianamente elaborada que podremos encontrar en su discurso; una idea, por
otro lado, más que productiva, pues cientos de miles de persones la han
comprado y con ella a cuestas se han lanzado a la calle.
Cuando un grupo
de personas se organiza para reclamar,
conseguir, reivindicar lo que en justicia le pertenece, suele generar su propio
lenguaje, su código particular, su semántica, las palabras y los signos con que
dan a conocer su situación; con que
señalan a sus enemigos; con las que intentan conseguir más adeptos a su causa
y, en definitiva, sus anhelos y sus objetivos.
La historia
política y social de las últimas décadas
ha generado en diferentes partes del mundo unos cuantos movimientos ciudadanos
de diversa índole, circunscritos a un contexto propio e intransferible, a
través de los cuales millones de
personas sojuzgadas y reprimidas, víctimas de crueles injusticias, se han
rebelado y han conseguido con su acción colectiva y sacrificada derrocar tiranías
o cambiar para siempre leyes lesivas, arbitrarias y abusivas. De la
personalidad, autenticidad y la necesidad ineludible y concreta de sus exigencias surge una semántica y una
gramática igualmente original, a menudo
imaginativa, que no sólo tiene el objetivo de movilizar y mantener la moral de
los activistas, sino que canta con su armonía exclusiva la épica de su movilización y la derrota de
la injusticia para mantenerla en la
memoria de generaciones venideras.
Y como quiera que
el movimiento independentista catalán es políticamente cóncavo, y su
consistencia, ideario y personalidad vale menos que la
paja de rastrojo, no ha sido capaz de
alumbrar más creatividad retórica propia
que la que emana de la manipulación histórica y un victimismo sonrojante, solamente comparable con los siglos de favoritismos que España le
ha regalado.
Ese es el motivo
por el cual los creativos publicitarios independentistas hayan tenido que tejer una
especie de patchwork retórico, vampirizando aquí y allá lemas, figuras, cánticos, ideas
o hechos históricos, intentando de ese
modo transfusionarse valores ajenos y
contrarios a las ideologías reales de los partidos
independentistas con el fin de ofrecer a
su público un relato eficaz y digerible
que mantenga a las huestes
movilizadas, para hacer creer a miles de personas sin el más mínimo
sentido crítico que están protagonizando,
como los héroes y mártires de otras causas, un pedazo de historia, no ya catalana, sino de la
humanidad.
El célebre Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)
enarbolaba pancartas en
diferentes lugares de la célebre Sierra Lacandona, en las que se podía leer “El pueblo manda, el gobierno obedece” . En su
discurso del día 26 de febrero de 1994, el Subcomandante Marcos dijo “Que
busquen a los hombres y mujeres que mandan obedeciendo, los que tienen fuerza
en la palabra y no en el fuego, que encontrándolos les hablen y les entreguen
el bastón de mando, que vuelvan otra vez
a la tierra y a la noche los sin rostro, los que son montaña, que si vuelve la
razón a estas tierras se calle la furia del fuego, que los que son montaña, los
sin rostro, los que en la noche andan
descansen por fin junto a la tierra”.
24 años después,
en Cataluña, la desvergüenza y la falta
de personalidad y de carácter de los
dirigente de la fascistoide ANC y los
CDR adquirían el aspecto de indígenas zoques
y robaban el mensaje zapatista gritándolo en escraches frente a las sedes de
los propios partidos independentitas y en las redes sociales.
Pero antes, Mas, Puigdemont,
el racista y xenófobo Torra y toda la cohorte de dirigentes independentistas se
habían vestido del comunista Nelson
Mandela, del socialista Martin Luther
King y de Mahatma Gandhi, utilizando sus ropajes, su aspecto, sus ideas y el
ascendente universal y moral de su existencia para vender más y mejor un
producto falso, que hunde sus raíces en
los 30 años de latrocinio perpetrados por la familia real catalana, la familia Pujol-Ferrusola.
Ni siquiera son
originales a la hora de componer su cancionero. Han rescatado el éxito
antifranquista de Lluis Llach y lo cantan entrelazando sus brazos junto a otros himnos de raigambre católica
con los que en los años setenta los curas obreros amenizaban las misas dominicales en la época dorada del Concilio Vaticano II
La retórica independentista
es tan poco original que ha llegado al límite del puro sarcasmo. Quizás, la frase que más se ha
gritado en las manifestaciones y que más se ha escrito en las redes sociales
sea “Els carrers sempre seran nostres” (Las calles siempre seran nuestras), tal
y como gritaba, propinando un
autoritario puñetazo en la mesa, Manuel
Fraga Iribarne, fundador de AP y ministro ensangrentado de Franco.
Pero hay más.
Hace una semana el presidente Torra y
Jordi Cuixart escribían sendos tweets
con el mismo inicio con que el escritor francés Emile Zola escribió hace más de un siglo, para
denunciar a la justicia por el caso
Dreyfus, su famoso discurso “Je acuse”.
Al hilo del documento de la fiscalía del
Estado con los argumentos de petición de
penas para los políticos presos, Carles Puigdemont, su abogado Gonzalo Boye,
Gabriel Rufián y otros líderes
independentistas se apropiaron sin el
más mínimo rubor del célebre “No pasarán”
que utilizaron los soldados franceses en la batalla de Verdún durante la
primera Guerra Mundial, pronunciado años tarde por la dirigente comunista y republicana
española Dolores Ibarruri durante nuestra Guerra Civil, que convirtió así esas dos palabras en escudo moral para resistir al golpista
Franco y, a partir de entonces, en una frase universal.
Como vemos, la
voracidad nacionalista catalana hacia lo
ajeno y su necesidad de vestirse de cualquier disfraz que les permita mantener la
tensión en las calles les ha llevado, incluso, a calificar su
movimiento de revolucionario. Efectivamente, es tremendamente gracioso escuchar a los dirigentes postconvergentes del 4% , ERC y CUP invocar espíritus revolucionarios sin
que nadie entre sus seguidores les diga, por ser didácticos, que revolución
supone que un buen día, y tras la movilización permanente de los jugadores víctimas
de la lesión de aductores, el fútbol se
juega con las manos, y no con los pies; pero no es revolución que los clubs cambien el color de la camiseta, el patrocinador,
o que el fuera de juego deje de ser punible.
Y, finalmente,
por no extenderme más, voy a dar cuenta del que, bajo mi punto de vista, supone
el mayor de los agravios que se desprende del vampirismo grandilocuente secesionista. Vestirse de preso político
resulta rentable. De hecho, en la
actualidad, es la única baza que le queda al farol nacionalcatalanista. Sin embargo,
es un lamentable ejercicio de cinismo político y de hipocresía utilizar ese
término mientras con el dinero de todos los catalanes, la televisión pública
autonómica bombardea a la audiencia, mañana, tarde y noche, con publicidad
separatista o antiespañola; o cuando una docena de medios de comunicación
subvencionados con nuestros impuestos se dedican a mantener el discurso de los
tres partidos independentistas que libremente, insisto, libremente, exponen y defienden su farol a diestro y
siniestro.
Este hecho, más allá de
su eficacia política propagandista, es un agravio hacia
los hombres y mujeres que dejaron su vida, su piel, su dolor y su sangre en las cunetas y las comisarías de toda España, y que pagaron
con su libertad la lucha por reponer la legalidad violentada de la II
República, la democracia, los
ideales de justicias social, el anhelo de una sociedad más igualitaria y el compromiso de las leyes del Estado con los más débiles.
Aquellos hombres y aquellas mujeres fueron, efectivamente, presos políticos. Lo
demás son disfraces retóricos con los que se disfrazan los herederos del más
rancio carlismo nacionalcatólico para esquivar las
consecuencias de incumplir la democrática, violentar las instituciones y la voluntad de
la mayoría de catalanes, con el fin de imponer una causa falsa, xenófoba, y supremacista, tan embustera como un farol, que tiene que acudir
a historias ajenas para dotarse de una personalidad y una legitimidad que no
posee.