viernes, 23 de noviembre de 2018

Listos de la vida


Le reconoces  desde bien pequeño. No es muy difícil identificarlo.  Apenas aprende a caminar y a balbucear, piensa, organiza y ejecuta  trastadas,  y en cuanto se hacen patentes, si uno anda cerca, se apresura a señalarte con el dedo para que te encolomen el mochuelo. 

Cuando crece un poco, disfruta  el curso en una  juerga permanente, sin dar palo al agua, y el día del examen no hace más que echar el ojo a tu hoja, desconcentrándote,  chantajeándote, o permitiéndose el lujo de acusarte de insolidario. El día en que se hacen públicas las notas él obtiene una buena calificación y el profesor te llama a capítulo, te sermonea con el consabido discurso de la honestidad, el esfuerzo y el sacrificio  y después  te informa de que te anula el examen porque  está claro que has copiado. 

El día que dejas de estudiar y te sientes liberado, crees ingenuamente  que lo has perdido de vista para siempre, pero nada más lejos de la realidad, porque sin duda  aparecerá a lo largo de tu vida, se cruzará contigo en innumerables ocasiones; incluso charlará contigo amigablemente sin que a priori puedas reconocerlo, porque desarrolla un gran sentido de la cortesía y el  disimulo, con tal grado de perfección que puedes llegar a pensar y a creer que en él tienes un amigo. 

Hasta que una tarde llegas a casa derrotado de la oficina y te lo encuentras moviendo el culo sobre tu mujer. O todavía peor: un buen día te pide la discografía completa de Supertramp, en vinilo, con primeras ediciones, y meses después, al reclamársela, te responde que se la han robado. 

Es posible que el destino te reserve su compañía en el trabajo. En ese caso deberás saber que se aprovechará de todas tus ideas e  iniciativas, que las venderá como propias, y que además hará lo posible por difamarte y   despretigiarte ante el jefe con falsos  testimonios o endosándote el consumado de alguna pifia que él mismo haya cometido, tal y como ha venido haciendo desde que es pequeño. Y todo ofreciéndote a diario  una espléndida y brillante sonrisa  y el saludo oficial de los listos. ¡Buenos días, campeón! ¡Vamos a tomar un café, campeón! ¡A comer, campeón! 

Sin embargo, no siempre adopta el disfraz de amigo, o de compañero. A menudo es un ser anónimo que tiene la habilidad de saltarse la tanda en la carnicería sin despeinarse; que entra en la consulta del médico sin respetar su turno, sin solicitar hora,  fingiendo fiebre, dolor, y si es necesario, hasta la misma muerte. En la playa nunca madruga; se levanta tranquilamente poco antes de las 12h. y consigue colocar la toalla, la sombrilla y la hamaca justo encima de donde tú estás, de manera que por no estropear el día con una bronca, recoges los bártulos y te vas. 

Siempre es el más listo, siempre gana. Factura en negro, paga en negro y no le duelen prendas en denunciar las veces que sean necesarias al colegio, al ambulatorio, a los bomberos o a cualquier servicio público que según su criterio de listo no le haya ofrecido un servicio adecuado.

Una de sus acciones más emblemáticas  y propia  de un listo de la vida, en las que realmente demuestra su listeza, se produce en las carreteras, sobre todo en las autopistas, en aquellos puntos del trayecto donde a menudo se producen atascos, precisamente provocados por el listo de turno. En lugar de respetar su posición en la larga de fila de automóviles que espera paciente,  él circula  por el carril izquierdo y al llegar al cuello del embudo,  aprovecha cualquier mínimo espacio entre coches para  incorporarse con gran destreza a la derecha, provocando con su frenada una nueva cola de coches en el carril izquierdo y, eso sí, ahorrándose el tiempo de espera que padecen los conductores que aguardan.

Es muy listo, sí. En las tiendas o en el supermercado, cuando algún dependiente se equivoca a su favor en la vuelta, jamás devuelve el dinero. Si haciendo cola en un cajero automático el usuario anterior olvida recoger los billetes, se los quedará. Si a  un transeúnte que camina delante de él  se le cae la cartera, el paquete de tabaco, o cualquier otro objeto de valor, nunca avisará  y, por supuesto, también se lo apropiará. 

Un listo de la vida no tiene nada que ver con una persona Inteligente y, por supuesto, está muy lejos de ser un sabio. Porque las principales herramientas de las que se vale un listo de la vida son la desvergüenza, un egoísmo asombroso, la falta absoluta de empatía  y una ilimitada confianza  en sus posibilidades, que se ve recompensada gracias a la pasividad, el pasmo y la estupefacción de sus víctimas, es decir, de  todos nosotros. 

Es por eso que la mayoría de las veces sale airoso, ufano y orgulloso de tanta listeza como acumula. De ahí que,  al tomar conciencia del grado superlativo de viveza  con que encara tan victoriosamente cada una de las etapas y  los retos que se le presentan en la vida, finalmente decide que el mundo y las personas que lo habitamos no podemos prescindir de tanto talento. Llegado ese momento supremo de revelación, decide iniciar una carrera política que, con un poco suerte, y su proverbial astucia y  sagacidad, le permitirá sacrificarse por la comunidad para bien nuestro y mayor gloria de la Historia. 

Y así estamos… con tanto listo como hay en la vida.

martes, 6 de noviembre de 2018

Camaleones



Cualquier persona en cualquier circunstancia  expresa su parecer y su visión de la realidad con sus  palabras en la forma y estilo que le son propias,  de acuerdo con su carácter singular y su manera de ser. Por eso, los hombres y mujeres que habitamos el tiempo del  mundo somos singulares, auténticos e  irrepetibles. Es verdad que no es extraño vernos a nosotros mismos duplicar a menudo  reflexiones o pensamientos ajenos, bien porque nos han influido y los hacemos nuestros, bien porque concitan cierto acuerdo implícito y  unánime, y entre todos los hemos convertido en cayados con los que nos apoyamos para ir tirando. 

Podríamos decir que, aun aceptando el hecho  de que existen Anas Rosas Quintanas, Camilos Josés Celas, o que  solemos prestarnos todo tipo de quincallería lingüística y comunicativa, cada cual ama, odia y se relaciona con su voz, sus gestos y  las mejores palabras que dios le da a entender. Nuestro estilo y las frases que construimos forman parte de nuestra personalidad intransferible y están tan unidas a nosotros como nuestra piel a los músculos. Por eso,  cuando sorprendemos a alguien repetir nuestras propias ocurrencias, o incluso vestir  el mismo vestido,  se nos lleva el diablo y  sospechamos de él, y no dudamos en acusarle de impostor o de aprovechado  que vive la vida como el vampiro que necesita de nuestra sangre para subsistir y presentarse ante los demás con una carnalidad que no le corresponde.

En la década de los 80 Woody Allen estrenó la película  Zelig,  la historia de  un tipo que adquiere fama mundial, al que llaman ‘El camaleón’ porque ha desarrollado la asombrosa capacidad de adaptar su aspecto, su discurso y su manera de ser a cualquier medio en el que viva, de manera que a lo largo de su existencia  ha suplantado a personajes tan célebres y  dispares como Adolf Hitler,  William Randolph Hearst, el Papa Pio XI, Susan Sontag, Charles Lindberg , Saul Bellow, Charles Chaplin  o  Al Capone.

Zelig  se pone en manos de una psiquiatra, interpretada por Mia Farrow, quien no duda en pronosticar un claro caso de inseguridad, motivo principal  que lleva a su paciente  a adaptar otras apariencias para poder ser aceptado. Así, cuando se relaciona con judíos le crecen barbas y  trenzas; si las personas con las que se relaciona son negras, su tono de voz, su modo de  andar y hasta su piel, cambian... 

Las vicisitudes de Leonard Zelig  “El camaleón”, ilustran a la perfección el presente político catalán. Los políticos independentistas son muy conscientes  del vacío  ideológico  del que adolece  el  movimiento que lideran. Esa  superficialidad  doctrinaria y de pensamiento  les genera una gran inseguridad a la hora de enfrentar sus postulados ante el adversario con un mínimo de garantías y de justificar conveniente y honestamente sus propuestas antes sus seguidores, que saben, desde hace ya muchos años, que la base o el pensamiento político de los postconvergentes es el neoliberalismo capitalista  de la escuela de Chicago, contrario a cualquier veleidad social; que los cimientos ideológicos de ERC están formados de profesionales liberales muy cómodos en el actual sistema de libre mercado, y que las CUP, una  formación supuestamente libertaria, asamblearia y pseudomarxista, no es más que la marca 'b' del mercadillo convergente, el sistema de control del ímpetu juvenil  nacionalista, la falange nacionalsocialista que camina sin ningún rubor de la mano de sus abuelos reaccionarios. 

Por eso,  ante las inseguridades que entre ellos mismos  concita  la realización de sus objetivos y ante  la evidencia de que su bandera estelada no es  más que latón -o tal como ellos mismos reconocen, un gran farol-   no les ha quedado más remedio que echar mano de la propaganda pura y dura, de mensajes publicitarios claros y concisos, sencillos de digerir,   que es el modo de  vender un producto con el mínimo de  recursos posibles y de la manera más eficaz. Cataluña lava más blanco pero España nos mancha la ropa. Esa idea fuerza, a la postre, es la única  original y medianamente elaborada que podremos encontrar en su discurso; una idea, por otro lado, más que productiva, pues cientos de miles de persones la han comprado y con ella a cuestas se han lanzado a la calle. 

Cuando un grupo de personas se organiza  para reclamar, conseguir, reivindicar lo que en justicia le pertenece, suele generar su propio lenguaje, su código particular, su semántica, las palabras y los signos con que dan a conocer  su situación; con que señalan a sus enemigos; con las que intentan conseguir más adeptos a su causa y, en definitiva, sus anhelos y sus objetivos. 

La historia política y social  de las últimas décadas ha generado en diferentes partes del mundo unos cuantos movimientos ciudadanos de diversa índole, circunscritos a un contexto propio e intransferible, a través de los cuales  millones de personas sojuzgadas y reprimidas, víctimas de crueles injusticias, se han rebelado y han conseguido con su acción colectiva y sacrificada derrocar tiranías o cambiar para siempre leyes lesivas, arbitrarias y abusivas. De la personalidad, autenticidad y la necesidad ineludible y concreta  de sus exigencias surge una semántica y una gramática  igualmente original, a menudo imaginativa, que no sólo tiene el objetivo de movilizar y mantener la moral de los activistas, sino que canta con su armonía exclusiva  la épica de su movilización y la derrota de la injusticia  para mantenerla en la memoria de generaciones venideras. 

Y como quiera que el movimiento independentista catalán es políticamente cóncavo, y su consistencia, ideario  y personalidad  vale menos  que  la paja de rastrojo, no ha sido capaz  de alumbrar  más creatividad retórica propia que la que emana de la manipulación histórica y un victimismo  sonrojante, solamente comparable  con los siglos de favoritismos que España le ha regalado. 

Ese es el motivo por el cual los creativos publicitarios independentistas hayan tenido que tejer una especie de patchwork retórico,  vampirizando  aquí y allá lemas, figuras, cánticos, ideas o  hechos históricos, intentando de ese modo transfusionarse  valores ajenos  y  contrarios  a  las ideologías reales de los partidos independentistas con el fin  de ofrecer a su público un relato eficaz y digerible  que mantenga a las huestes  movilizadas, para hacer creer a miles de personas sin el más mínimo sentido crítico  que están protagonizando, como los héroes y mártires de otras causas, un pedazo de  historia, no ya catalana, sino de la humanidad. 

El célebre  Ejército  Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)  enarbolaba pancartas  en diferentes lugares de la célebre Sierra Lacandona, en las que se podía leer  “El pueblo manda, el gobierno obedece” . En su discurso del día 26 de febrero de 1994, el Subcomandante Marcos dijo “Que busquen a los hombres y mujeres que mandan obedeciendo, los que tienen fuerza en la palabra y no en el fuego, que encontrándolos les hablen y les entreguen el bastón de mando, que vuelvan  otra vez a la tierra y a la noche los sin rostro, los que son montaña, que si vuelve la razón a estas tierras se calle la furia del fuego, que los que son montaña, los sin  rostro, los que en la noche andan descansen por fin junto a la tierra”. 

24 años después, en Cataluña,  la desvergüenza y la falta de personalidad y de carácter  de los dirigente de la fascistoide  ANC y los CDR  adquirían el aspecto de indígenas zoques  y robaban el mensaje zapatista  gritándolo en escraches frente a las sedes de los propios partidos independentitas y en las redes sociales. 

Pero antes, Mas, Puigdemont, el racista y xenófobo Torra y toda la cohorte de dirigentes independentistas se habían vestido del comunista  Nelson Mandela, del  socialista Martin Luther King y de Mahatma Gandhi, utilizando sus ropajes, su aspecto, sus ideas y el ascendente universal y moral de su existencia para vender más y mejor un producto falso, que hunde sus  raíces en los 30 años de latrocinio perpetrados por la familia real catalana, la familia Pujol-Ferrusola. 

Ni siquiera son originales a la hora de componer su cancionero. Han rescatado el éxito antifranquista de Lluis Llach y lo cantan entrelazando  sus brazos junto a otros himnos de raigambre católica con los que en los años setenta los curas obreros amenizaban las  misas dominicales  en la época dorada del Concilio Vaticano II 

La retórica independentista es tan poco original que ha llegado al límite del  puro sarcasmo. Quizás, la frase que más se ha gritado en las manifestaciones y que más se ha escrito en las redes sociales sea “Els carrers sempre seran nostres” (Las calles siempre seran nuestras), tal y como gritaba, propinando  un autoritario puñetazo en la mesa, Manuel Fraga Iribarne, fundador de AP y ministro ensangrentado de Franco. 

Pero hay más. Hace una semana el presidente Torra  y Jordi Cuixart escribían sendos  tweets con el mismo inicio con que el escritor francés  Emile Zola escribió hace más de un siglo, para denunciar a la justicia por  el caso Dreyfus, su famoso discurso “Je acuse”.

Al hilo del documento de la fiscalía del Estado con los  argumentos de petición de penas para los políticos presos, Carles Puigdemont, su abogado Gonzalo Boye, Gabriel Rufián  y otros líderes independentistas  se apropiaron sin el más mínimo rubor del  célebre “No pasarán” que utilizaron los soldados franceses en la batalla de Verdún durante la primera Guerra Mundial,   pronunciado años tarde  por la dirigente comunista y republicana española Dolores Ibarruri durante nuestra Guerra Civil,  que convirtió  así esas dos palabras  en escudo moral para resistir al golpista Franco y, a partir de entonces, en una frase universal. 

Como vemos, la voracidad nacionalista catalana  hacia lo ajeno y su necesidad de vestirse de cualquier disfraz que les permita mantener la tensión  en las calles  les ha llevado, incluso, a calificar su movimiento de revolucionario. Efectivamente, es tremendamente gracioso  escuchar a los dirigentes postconvergentes del 4% , ERC  y CUP invocar espíritus revolucionarios sin que nadie entre sus seguidores les diga, por ser didácticos,  que  revolución supone que un buen día, y tras la movilización permanente de los jugadores víctimas de la lesión de aductores,  el fútbol se juega con las manos, y no con los pies; pero no es revolución que los clubs  cambien el color de la camiseta, el patrocinador, o que el fuera de juego deje de ser punible. 

Y, finalmente, por no extenderme más, voy a dar cuenta del que, bajo mi punto de vista, supone el mayor de los agravios que se desprende del vampirismo  grandilocuente  secesionista. Vestirse de preso político resulta  rentable. De hecho, en la actualidad, es la única baza que le queda al farol nacionalcatalanista. Sin embargo, es un lamentable ejercicio de cinismo político y de hipocresía utilizar ese término mientras con el dinero de todos los catalanes, la televisión pública autonómica bombardea a la audiencia, mañana, tarde y noche, con publicidad separatista o antiespañola; o cuando una docena de medios de comunicación subvencionados con nuestros impuestos se dedican a mantener el discurso de los tres partidos independentistas que libremente, insisto, libremente,  exponen y defienden su farol a diestro y siniestro. 

Este hecho, más allá de su eficacia política propagandista,  es un agravio hacia los hombres y mujeres que dejaron su vida, su piel, su dolor y su sangre  en las cunetas y las comisarías de toda España, y que pagaron con su libertad la lucha por reponer la legalidad violentada de la II República,  la democracia,  los ideales de justicias  social, el anhelo de una sociedad más igualitaria y el compromiso de las leyes del Estado con los más débiles. Aquellos hombres y aquellas mujeres fueron, efectivamente, presos políticos. Lo demás son disfraces retóricos con los que se disfrazan los herederos del más rancio carlismo nacionalcatólico para esquivar  las consecuencias de incumplir la democrática, violentar las instituciones y la voluntad de la  mayoría de catalanes, con el fin de imponer una causa falsa, xenófoba, y supremacista, tan embustera como un farol, que tiene que acudir a historias  ajenas para dotarse de una personalidad y una legitimidad  que no posee.