A Gustavo, Anabel, Javier, Ernesto, Mercedes... , a todos los autores del libro "El mundo entero se llama Arrigúnaga", a la Biblioteca de
Getxo. Gracias por vuestra generosidad y por abrirme puertas para entender mejor la
obra de Ramiro Pinilla.
Sin embargo, apostaría sobre
el catafalco de la Venta de San Baskardo todo el dinero que me debe Hacienda a que “Verde valles, colinas rojas” no se dejaría domar por el cine, porque contiene
tal riqueza de temas, matices y lecturas que el reto de enfrentarse a la creación
de un guion o de generar imágenes capaces de contener la belleza y la
complejidad de su sentido me parece una tarea, si no imposible, sí lo suficientemente
ambiciosa como para dejarse la vida en ello.
Porque “Verdes valles, colinas rojas” es una novela pura sangre, salvaje,
esencialmente libre, primitiva, como el rebaño de llamas de Saturnino Altube.
La novela de Pinilla surge de las
profundidades de un pueblo, de la tierra, del mar, acompañando a los cuarenta y ocho seres que inauguraron el
mundo marcando sus huellas sobre la arena de la playa de Arrigúnaga.
Pinilla no se encerró durante diecinueve años en Walden, su casa de Getxo, a escribir a bolígrafo más de tres mil páginas con el objetivo de dirimir exclusivamente, dialéctica y narrativamente, la cuestión nacional frente a los movimientos
de clase. Y tampoco para describir únicamente un modo de vida peculiar, un
carácter social, cultural y antropológico singular, o dar cuenta histórica de acontecimientos históricos
que llenaron de dolor nuestro país.
Pinilla se encerró en su Walden de Getxo a
escribir “Verdes valles, colinas rojas” porque imaginó alguna posibilidad
de salvación del ser humano frente al
progreso irracional e inmisericorde;
porque pretendió que la literatura
liberaría a la especia humana del
dilema que nos aboca a decidir entre las esclavitudes de los señoríos rurales y la fábrica o la
mina. Porque quería cantar a la libertad dando a luz criaturas que creciesen junto a él, no como hijos de un dios creador, sino como
camaradas a los que acompañar y con los que
reivindicar un primitivismo esencial capaz de ganar, si no la larga guerra
de la historia, sí alguna batalla.
Pinilla, siguiendo los pasos de su
reverenciado Henry David Thoureau,
soñaba con la reconquista del paraíso terrenal; ansiaba
la libertad primigenia, el albedrío franco, la emancipación humana, la
austeridad autosuficiente y liberadora, a pesar de saber (o quizá precisamente
por saber) que ese ansia se traduce
indefectiblemente en frustración. Y esa fue una de las razones por las que se
sumergió en la creación de semejante obra. Aunque la lectura de “Verdes valles,
colina rojas” tampoco se reduce a eso.
“Verdes valles, colinas rojas” también es una
gran biblia laica, un génesis adánico y cantábrico, donde el mito es ironía, caricatura, humorada y al mismo
tiempo el polo opuesto a los hechos indiscutibles, a la historia
descarnada, al intento de Asier Altube y Manuel Goneaga por comprender
objetiva y racionalmente lo que ocurrió,
lo que ocurre, e incluso de vaticinar lo
que ocurrirá.
Y también memoria. La memoria que nos han
intentado birlar. La memoria histórica
que en esta novela juzga y marca sin paños calientes y sin ambages a los buenos
y a los malos, le pese a quien le pese, por mucho que en la transición se
produjesen reconversiones ideológicas sorprendentes; sin miedo a ser acusado de
maniqueísmo; poniendo a cada cual donde le corresponde.
Efectivamente,
hubieron buenos y hubieron malos, y en el universo Pinilla no hay espacio para
la equidistancia. La dialéctica y la oposición de contarios son la guía. Es verdad que la novela da cuenta de un pasado casi o pretendidamente bucólico,
que encarna y expresa el punto de vista
hipócrita de Cristina Onaindía. En
ocasiones este punto de vista se expresa de modo más sincero con Roque Altube; a veces es
fruto de la manipulación, como es el caso de Moisés Baskardo, o como tema sociofilosófico del
que surgen las contradicciones en las que se revuelve Don Manuel.
Esa narración mítica y alegórica de los
orígenes de un pueblo también nos la muestra directamente el narrador-autor. Sin
embargo, en “Los cuerpos desnudos” o “Las cenizas del hierro” Pinilla no ahorra
al lector las angustias, la descripción del dolor, tanto individual como
colectivo nacido de otro pasado; el pasado que a través de las décadas de la dictadura y de
los años de la incipiente democracia encabalga nuestro presente. Entonces a
Pinilla no le tiembla la mano a la hora de señalar a los responsables de ese
dolor y de redimir a sus víctimas, sea cual sea el
momento de la historia en el que se hayan producido.
La honestidad y el coraje del autor vasco al enfrentarse a esa memoria y de vislumbrar narrativamente su proyección hacia su presente creador
es tal que no le queda más remedio que plantear el rencor en su novela, más
allá del que motiva a Ella, que no es otro que el rencor hacia la miseria. Porque el rencor también mueve los pasos y el quehacer de los hombres y de las mujeres
de carne y hueso. (No quiero desvelar ningún aspecto de la trama, pero quienes
han leído la obra entenderán lo que digo cuando recuerden la inmediata
postguerra en Getxo, cuando recuerden a Flora en la playa, y a Kresa, entre
otros…)
Llegado a este punto pensaba que, de algún modo, la novela “Patria”
de Fernando Aramburu, conecta con “Verdes valles, colinas rojas" porque contiene
la continuidad prospectiva a ese momento trágico que se desata en “Las cenizas
del hierro” y que protagonizará la historia del País Vasco veinte años antes de la muerte del
dictador prolongándose amargamente después, hasta hace bien poco.
Esos años del preludio de ETA que plasma Pinilla
al final de su novela muestran la derrota y la humillación del hombre universal que
ansía emanciparse, para lo cual se constituye en sus inicios como una fuerza nacional liberadora y termina por convertirse en un monstruo horrible, cruel e irracional disfrazado de patriota.
¡Qué grande es la
literatura, capaz de enlazar en una espiral de tiempo y espacio, hechos, lugares
y personas; capaz de explicar a través de la ficción -como no pueden explicar ni los historiadores ni las hemerotecas- las realidades que fraguan nuestra existencia.!