Un grupo de intelectuales del siglo XX me hizo célebre gracias a un puñado de artículos que escribí inspirado por la absenta, la pasión, la melancolía y, a menudo, el desengaño. Por culpa de uno de esos artículos, los críticos del siglo pasado han escrito páginas y páginas sobre mí, sobre lo que yo pensaba y sobre lo que yo creía. Algunos de esos críticos han tendido puentes ideológicos entre mis escritos y la obra y el pensamiento de otros autores posteriores: grandes poetas, artistas que florecieron un siglo después de mi primera muerte, en los años gloriosos de la segunda República. Incluso me han incluido en los manuales de literatura, en los programas universitarios, tratándome unas veces como un estúpido romántico suicida y otras como agudo observador de la realidad. Por ambas versiones de mi yo, soy de obligada memoria para los estudiantes de las facultades de letras. Me consta, entro para examen. ¡Cuánto honor!
Uno de esos celebérrimos artículos es el que el diario “El Español” me publicó el día 2 de noviembre de 1836 y que titulé “El día de difuntos de 1836”. En él, entre otras cosas, escribí: “Aquí yace media España, murió de la otra media”. A raíz de esta frase, los sesudos catedráticos universitarios de las letras patrias establecen el inicio conceptual histórico del conflicto de las dos Españas que, un siglo más tarde, Antonio Machado, desarrollaría con bastante más fortuna que yo, y con no poco acierto prospectivo, desgraciadamente.
Hoy firmaría de nuevo, en los inicios del siglo XXI, esa frase y ese artículo, sin cambiar una coma. Pero lo haría para decir cosas muy diferentes. Son los misterios de las letras. La misma frase y el mismo autor; el mismo libro, el mismo artículo, punto a punto, coma a coma, adquiere un sentido y significado diferentes, gracias al tiempo, miserable, mágico y tirano. El país no es el mismo, ni las gentes que lo viven, o que lo sufren, así es que lo que escribí hace un siglo sirve para explicar cosas diferentes. Porque aunque es verdad que todavía andamos dándonos mamporros ideológicos a derecha y a izquierda y media España sigue siendo conservadora (incluidos nacionalistas) y la otra media no (o no tanto), ya no se resuelven las diferencias a base de guerras civiles o de asonadas militares en granjas o en bares, que hasta para zurcir golpes de estado hemos sido cutres.
Aun así, hay dos Españas, hijas ilegítimas de aquellas. Un indigente entra en una panadería porque tiene hambre y como el hambre no entiende de educación, porque para eso es hambre, le roba a la panadera, por la fuerza, una barra de cuarto, con tan mala fortuna que, en el forcejeo, la barra se parte por la mitad y el hambriento ladrón del siglo XXI europeo -aunque la escena parezca sacada del 'Lazarillo-' se queda en la mano, solamente, con la mitad de tan valioso botín: media barra de pan de cuarto de kilo. La policía le detuvo. Meses después se dicta sentencia y le cae al pobre hombre un año de prisión sin fianza, por el peligro social que supone (La panadera se debió de quedar a gusto con la denuncia. Podría enviar currículos a empresas de seguridad. Se la iban a rifar para darle un puesto en Caja Madrid). Trabajadores de una empresa de neumáticos, con las legañas todavía en la cara, oyen como un par de guardias de seguridad, grandes como armarios, les piden el nombre y apellidos a la puerta de la fábrica. “¡Fulano de tal! Vale, para casa. ¡Mengana de cual! , venga para casa, vayan circulando que aquí no hacen nada” Así es como se despide a la española en el siglo XXI europeo. En medio de la crisis y del aumento alarmante del paro, trabajadores de todo el país andan recogiendo firmas, azuzados por un par de cadenas de televisión, para conseguir que se restaure la cadena perpetua a raíz del asesinato de una pobre muchacha a manos de su ex novio, ambos, muerta y asesino, carne de reality show, arte y parte de la audiencia de los mismos programas que ahora se han convertido en promotores de una campaña por una nueva legislación criminal, los mismos programas que ganan dinero fresco con la carne morbosa de la ignorancia, la incultura y la inocencia de la miseria ajena. A raíz de la campaña, hasta el presidente del gobierno ha recibido a los padres de la muchacha, a sabiendas de que para restaurar la cadena perpetua es necesario reformar la Constitución… Y así transcurre la vida de media España europea del siglo XXI, entre productos del Dia, tirones de pan, despidos, ejecuciones de hipotecas, y asesinatos de género emitidos por TDT.
En la otra media, los ministros de izquierdas se van de montería a 6.000 euros el puesto y 3.000 euros la pieza, y los jueces también. Los diputados de un partido espían a diputados de su mismo partido y, después, filtran a los medios de comunicación dosieres y grabaciones sobre sus corruptelas y mangoneos. Representantes del pueblo en Madrid y Valencia trafican con el dinero del pueblo, y aunque les han pillado con las manos en la masa y el armario repleto de trajes, lo niegan, y amenazan al juez que lo ha descubierto, casi con la horca, si no deja de investigar. Y sus oponentes, que también son representantes del pueblo, se jalean a si mismos en el parlamento español, por lo cojonudos que son, al grito de torero torero. Un político gallego le llama maricón a otro político gallego. Un nacionalista del norte, que lleva años con el raca raca de la independencia, ahora dice que, sobre todo, es un buen gestor. El alcalde de Madrid, tan liberal y centrista, acaba de regalarle a Rouco Varela -el jefe de la emisora de radio que le difama sin descanso- 25.000 metros cuadrados de suelo de todos los madrileños para que construya un minivaticano, o la Ciudad de la Iglesia, como ya se le llama a este proyecto que andaba persiguiendo el santo Rouco desde hacía 20 años. Un tipo de aspecto pinochetesco, que usa gafas negras y que dirige la diputación provincial de Castellón, está imputado en 9 causas por corrupción. Es Carlos Fabra, quien lejos de dimitir o de ser condenado por los delitos que va gritando a voces, porque ni siquiera se molesta en ocultar las pruebas, anda meando su bilirrubina en las piernas de los rojos y se vanagloria públicamente de los centenares de funcionarios que ha enchufado aquí y allá… Y así.
Por eso me acordaba ahora, en los inicios del siglo XXI, de aquel día de difuntos de 1836 en el que paseaba por Madrid, y del epitafio que se me ocurrió escribir sobre nuestra lápida social “Aquí yace media España, murió de la otra media”.
Vuelvo mañana