martes, 24 de junio de 2008

Tarde de feria


Al niño no le hacía ni pizca de gracia que le montasen a lomos del caballo del tiovivo. Sus padres le colocaban a horcajadas sobre la silla de montar y disponían sus manecitas sujetas a la barra de hierro; después le daban instrucciones atropelladas sobre no soltarlas de ningún modo porque se podría caer. Antes de dejarle abandonado en el carrousel a su suerte, papá y mamá le daban un beso, le apretujaban entre sus manazas y volvían con toda la troupe familiar que observaba la escena con gesto pánfilo y sonrisa lela allá abajo, sin dejar de gritar una y otra vez su nombre.

Entonces era cuando el carrousel arrancaba y sonaba una música monótona de cascabales enlatados que acentuaba todavía más la congoja del pequeño, quien no dejaba de recordar para sí, como una letanía, que bajo ninguna circunstancia debía de soltar sus manos del hierro que hacía danzar al caballo, o lo que fuese aquello sobre lo que le habían obligado a subir. De manera que el niño se disponía así a cumplir su primera vuelta en un tiovivo y, al hacerlo, se dió cuenta de que no sólo tenía que recordar las instrucciones sobre no soltar las manos de la barra, sino que además tenía que mostrar alegría cada vez que Rayo Silver galopaba a la vista de tíos, papás y primos, porque era en ese momento la algarabía de toda la familia. El pequeño, por no desairar a la concurrencia, giraba la cabeza levemente y miraba con cara de circunstancias y con una ligera sonrisa forzada, entumecida por el fastidio, el miedo y la incomodidad que ya le empezaba a producir el artefacto. A la tercera vuelta, cuando ya había asumido que no bajaría de allí hasta pasar unas cuantas más, casi descuidó los consejos paternos y, por saludar de una manera más efusiva, de a poco no suelta la mano derecha.

Pero el niño ya no tenía más ganas de paripé, ya no quería estar más tiempo subido en aquella cosa blanca con forma de caballo; el niño se hartó de fingir. De modo que cuando hizo la vuelta quinta dejó de sonreír a su paso por la claca familiar; dejó de sonreir y de mirarles, pero no soltó ni una lágrima: Sin que nadie nunca lo llegase a saber, con gran valentía y con formidable fuerza de voluntad, aplacó todo el llanto que se agolpaba, como una crecida incontenible, en el hueco de la garganta. Aún así, allá abajo se encendieron las alarmas y sin mediar no más de un segundo mamá le dijo a papá, con gestos de urgencia, sube y mira a ver que ya no ríe y papá subía en marcha, intrépido, en su momento heróico, trasatabilleando y ayudándose de la escalera del camión de bomberos para no caerse, y le preguntaba al niño que qué ocurría, mientras allá abajo mamá y los tíos y los primos opinaban acerca de la pérdida súbita de la sonrisa del niño a lomos de Rayo Silver dentro de la incansable rueda del tiovivo de la feria. Así pasaron cuatro vueltas más, y cada vez que pasaban frente a mamá, frente a los tíos y a los primos, éstos no tenían manera de saber si el niño había recuperado la sonrisa, si estaba llorando o qué diablos pasaba, porque la espalda de papá se interponía entre ellos y la criatura. Finalmente el carrousel se detuvo, el sonsonete latoso dejó de sonar y papá bajó con su hijo cogido en brazos. Fue curioso porque, a pesar del gran barullo que había en el recinto ferial, se hizo en aquel grupo familiar un tenso silencio que rompió, a los pocos segundos, alguien al nombrar, casi gritando, ¡el tren de la bruja!, como si aquella fuese la gran ocurrencia de una perfecta, inolvidable y divertida tarde de feria.

Vuelvo mañana
La pintura es del palentino Alvaro Reja. No he encontrado su página web; quizá no la tenga, pero se pueden ver más creaciones suyas en http://www.liceus.com/cgi-bin/ac/pu/alvaro_reja.asp

domingo, 15 de junio de 2008

Don José Bono, su padre de usted


Nada mejor para decir alguna verdad a granel que tres o cuatro tragos de vino seco del Priorato, del porrón, más un par de wiskys:

¡¡Que le tapen la boca, que le encierren, que le dejen en su casa con su amantísima esposa y sus hijos!!¡¡Que le nombren sacristán a sueldo de la Catedral de La Almudena !! ¡¡Por favor, que no le dejen hablar, que le jubilen con unos cuantos millones, aunque sea a costa de mis impuestos! ¡Que le compren un apartamento en la más exótica, lejana y templada de las islas! ¡¡Que le subscriban, para que se entretenga, a una colección de soldaditos de plomo, con lanceros bengalíes, con la guardia real y las plumas del cuarto cuerpo de la caballería de su majestad!! ¡¡Que le nombren presidente emérito sin cartera, del gobierno, para que ahogue su dolor por Españña... (para más ideas, por favor, hagan sus comentarios en este blog)!!

Me refiero a José Bono.

Y es que el pasado día 14 de Junio se reunieron en Rivas Vaciamadrid 500 represaliados por Franco, héroes de la democracia, las libertades, la igualdad y la justicia; hombres y mujeres que, después de perder una guerra defendiendo la bandera la legal, la constitución legal, el gobierno legal de España, fueron hechos presos, torturados y ninguneados hasta hace bien poco. El programa de actos incluía una visita oficial al congreso de los diputados. Durante la visita, Antonio Moya, de 54 años de edad, comunista y prisionero de Franco hasta que el Hijo de la gran Puta murió, desplegó dentro del emiciclo y en presencia de su presidente, Don José Bono (suena hasta aristócrata) una bandera republicana. Don José le reprendió y le espetó, ante todos los asistentes:

-No puedo aceptar manifestaciones que no son legales en este momento. La legalidad es el único imperio. Ni la comodidad ni los sentimientos más profundos.

La media de edad de los homenajeados era de unos 70 años. Asistieron al evento represalidados con más de 90 años, entre ellos Marcos Ana, poeta y decano de los presos políticos en España con 23 años de cárcel a sus espaldas...

Don José, es usted indigno del puesto que ocupa, es usted un desagradecido, no nos dé la bronca ¿Quién se cree usted que es? ¿Me va a poner su carnet del PSOE, cosecha del 70, otra vez en los morros? Váyase, no nos pierda el respeto, déjenos creer al menos, en los últimos instantes de nuestras vidas, que la idea que defendimos con nuestro pellejo se parecía en algo a lo que ahora vivimos, aunque nos tengamos que tragar una bandera que no es la nuestra, aunque nos acordemos de su padre de usted cada vez que vemos la bandera rojigualda, la bandera rebelde desinfectada con otro escudo, legal y bendecida. Faltaría más, señor presidente, legal y bendecida, no como la que besó, vestido de azul, su padre de usted.

Vuelvo mañana

La pintura es un detalle del cuado titulado "Sacrificio de una virgen adolescente" del argentino Claudio Goldini. Podeis ver parte de su obra en http://www.goldini.com/

lunes, 9 de junio de 2008

Papeles del banco


En mis tiempos, los primeros tiempos de mi primera vida, el dinero se guardaba en una bolsa de paño malo, o en una media, y se escondía debajo de una baldosa o en el fondo oscuro de un armario ropero. Había quien utilizaba los bancos, pero estos eran los menos, eran los potentados, los que de verdad manejaban. Los currantes, las putas y los artistas éramos más de armario, y baldosa, y media (lo sé porque he pertenecido a las tres clases). Cuando yo pasaba por delante de la puerta de un banco, me imaginaba que en su interior habitaban cientos de armarios en fila, de la misma medida y del mismo color, perfectamente ordenados, llenitos de kilos y kilos de monedas. Imaginaba que el mismísimo Duque de Angulema (un Zaplana del siglo XIX ) entraba y preguntaba sobre el estado de sus armarios, sobre los espacios vacíos que todavía quedaban por llenarse de saquitos de monedas, de títulos de propiedad y de billetes contantes y sonantes procedentes de algún pelotazo decimonónico. El solícito empleado (que también guardaba su dinerillo bajo las baldosas) le abría al ínclito Duque el único armario al que todavía le quedaba algún espacio libre. Don Luis Antonio (de Borbón) le daba un vistazo y, tranquilo, elegante, rechoncho, con la pereza y la suficiencia que otorga la riqueza, introducía la mano derecha en el bolsillo del chaqué, sacaba un bolsita de lino blanco atada con una cuerdecita y se la entregaba al empleado para que la colocase, cuidadosamente, junto a las otras bolsitas que, allí adentro, producían intereses y miseria. Todo esto era producto de mi calenturienta imaginación, porque, evidentemente, ya se habían inventado las cajas fuertes.

La cosa viene a cuento porque el otro día, ayer sin ir más lejos, fui a mi banco a sacar dinero. Ahora somos las putas, los currantes y los artistas los que utilizamos los bancos. Los potentados, los dueños de los bancos, por poner un ejemplo, se llevan el dinero a lugares que llaman paraisos fiscales. No acabo de entender la existencia de estos lugares. Creo que se trata de esconder el dinero en un lugar destinado precisamente a esconderlo, con el fin de no pagar impuestos, como una gran superficie de armarios alineados y ubicados en una isla exótica, o algo así, que se ha creado a ese efecto y que todo el mundo conoce y todo el mundo sabe donde está, incluso los jueces, y los gobiernos, y mi vecina, dulce ancianita octogenaria. (Vivir en el siglo que no me toca me produce ansiedad y desasosiego porque no consigo entender muchas cosas).
Tampoco quería hablar de los paraisos fiscales, pero me dejo llevar, no me contengo. Quería decir que ayer, al ir a sacar unos euros del cajero automàtico, solicité el recibo pertinente a la máquina solícita. Miré la cantidad que me quedaba en la cuenta, rompí el papel y lo tiré a la papelera. Los suicidas somos propensos a la destrucción. Al lanzarlo, como en una acto reflejo de chafardería insana, miré en el interior de la papelera. Saqué de ella un recibo arrugado, pero no demasiado arrugado, y leí la cantidad del saldo total: 32,80€. y pensé que una arruga desganada y la cantidad de 32,80€ en la cuenta bien podría corresponder a un joven que minutos después llegaría a casa pedirle a papá y a mamá más dinero. Me gustó el juego y volví a introducir la mano en la papelera. Esta vez saqué un recibo limpio, casi planchado, impoluto, con la cantidad en cuenta de 36.470€, y pensé en la tranquilidad de la señora ociosa que extrajo 300€ a las 9,30h de la mañana, después de dejar al nene en el cole para encontrarse con las amigas parroquianas de la granjita, en donde desuyunará hasta las 12h, para después ir a la peluquería, comer en "Caldo's" a las 14h y aterrizar en casa a las 20h, justo el momento en que Cándido entraría en casa con la barra del pan bajo el brazo manchado de grasa, con el nene vestido de karateka y los ojos quemados por la electrógena.

Pensé "uno más, solo uno más", y extraje un tercer papel, que más parecía una bolita de celulosa que un recibo. La deshice y leí -148€ y vi un doctor universitario cum laude, que habla cuatro idiomas y que es reconocido en Europa en los círculos de su ámbito cientifico, que vivirá en un piso compartido y que arrugó el papelito lleno de rabia, por no tener el valor de irse al despacho de alguien a retorcerle el pescuezo.

Y el cuarto. En el cuarto recibo del banco que saqué de la papelera no se leía la cantidad. Se leía la siguiente frase, medio emborronada, como por el agua y el polvo: "por favor, póngase en contacto con su oficina bancaria habitual". De inmediato pensé en un matrimonio de mediana edad, trabajadores sin cualificar, con dos hijos, vecinos del 8º derecha, vencidos por la horas de limpieza y de invernadero. Leerían los dos, con gran dificultad, la frase fría del papel bancario; se mirarían y, al instante, en ese momento de íntima comunicación, en la intemperie de una calle con cajero automático, un pesado interrogante se les encajaría en la garganta y todo el futuro de sus hijos pasaría por sus ojos, mientras se miraban. Vieron el viaje que hiceron, el momento decisivo de dar el paso, y su familia más allá del Atlántico diciendo adios, y los sueños. Todo en un instante de poderosa y aterradora incertidumbre. Un nudo en la garganta, una fatal premonición anunciada por una frase educada en la que cabe toda la vida.

Vuelvo mañana
Las botas de la imagen las pintó Vincent Van Gogh, otro suicida.

jueves, 5 de junio de 2008