Desconozco las razones
por las que a menudo suelo encontrar relaciones entre personas que jamás se conocieron, o similitudes
entre cosas dispares. Frecuentemente hallo coincidencias, equivalencias o complicidades
disparatadas entre, por ejemplo, un lugar con una canción, una canción con un
libro, un olor con un recuerdo, un recuerdo con algún suceso que sé que
ocurrirá pero que todavía no ha ocurrido y que probablemente tiene muchas
posibilidades de que jamás ocurra. Aun así, en éste último caso, suelo convencerme de que la
memoria y el hecho abortado han tenido lugar gracias a conexiones insospechadas a
las que no hallo explicación.
Por ejemplo. Estoy convencido de que el escritor Francisco
Casavella y el cantante y compositor Miguel Ángel Hernando Trillo, alias El
Lichis, son hermanos, o mamaron la misma leche, o se conocieron un día, en un bar, bebiendo y
fumando, compartiendo grandes ideas hasta caer borrachos, y de esa noche surgió la obra de cada cual, y desde
entonces ninguno de los dos sabe nada del
otro. De hecho, si el encuentro no
permanece en su recuerdo no es debido a que Casavella ya hace seis años que no está entre nosotros, o a la
ingente cantidad de alcohol que bebieron, sino porque jamás se vieron; el
encuentro no existió más que en mi imaginación pero, estoy tan seguro de que en
verdad ocurrió, que después de que leo a Casavella pongo a sonar una canción de
Lichis, y cada vez que escucho a Lichis, veo a Casavella tumbado en su sofá,
con el cigarro en la boca, leyendo un
libro bajo una montaña de otros libros que le esperan o que ya habrá leído, por
ahí, donde esté.
Algo parecido me ocurre no ya con las personas sino con la literatura, con los lugares y con las
canciones. La tierra, la música y las palabras forman en mi mente, inexplicablemente,
mundos indisolubles, sólidos, en los que
habitan al mismo tiempo un libro, una
canción y un rincón del planeta, con sus
nubes, sus soles, y sus ríos; los árboles cimbreándose, el viento silbando, la
brisa sobre las olas, el color de las piedras, una colina, el horizonte
rasgado, el atardecer lejano y púrpura, los vencejos, el desierto silencioso y
quieto, el humo de una fábrica, el sol o la noche entrando por la ventana del
salón de mi casa, y una frase, un
personaje, un momento preciso en el estado del alma junto a los acordes tristes,
o el punteo de una guitarra, la miel de una trompeta, el fragor de la orquesta
en el último estertor de una sinfonía.
He leído hace un par de horas la última página de “Kaputt”, de Curzio Malaparte. Es un libro que corta la respiración, absorbe el aliento,
encoje por dentro. En cada página el autor parece querer decir, déjalo, deja de
leer, no sigas, te vas a arrepentir, pero uno comete la insensatez de continuar
porque, a pesar de todo, es bello, extraordinariamente bello. Y ahora me siento
igual que un nazi. Lo he leído en las fiestas de Navidad, en el salón de mi casa, mientras
sonaba Brahms, y Rachmaninov, y también Billie Holyday. Incluso he llegado
a leer las páginas más terribles de
''Kaputt'' escuchando, conscientemente, el lamento derrotado de los violines que agonizan en ''La lista de Schlinder''. Himmler no podría haberlo hecho mejor que yo. "¡Han ganado las moscas!"
2 comentarios:
Muy interesante ese mundo tuyo de asociaciones de sensibilidades. Creo que a nivel inconciente captamos ciertas semejanzas y fundimos la sensación de manera que una cosa o persona nos lleva a otra. Muy curioso. Mucha salud y felicidad para tí y todos tus seres queridos en este nuevo año. Un abrazo.
¡¡Igualmente Loli!!
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