Jornadas
laborales estajanovistas, la hora exageradamente temprana de un vuelo, noches
de juerga hasta el amanecer, una
enfermedad, o sencillamente nuestro propio ritmo circadiano nos produce sueño.
Si no dormimos, nuestra salud se resiente.
Afirman los expertos que cuando
dormimos soñamos, siempre, indefectiblemente. Otra cosa es que no recordemos lo
que hemos soñado. Según Freud, padecemos amnesia de los sueños porque éstos son
producidos por nuestro subconsciente, ese espacio oscuro de nuestra alma que nunca damos a conocer porque nuestra
naturaleza, nuestro instinto y nuestra voluntad racional está sometida a la
dictadura de una educación represiva y
de las convenciones culturales y sociales.
Cuando recordamos
los sueños nos gusta compartirlos, porque son extraños, de ahí que la
literatura y el arte acudan a menudo a las fuentes de lo onírico. Nos vemos a
nosotros mismos en situaciones inauditas, inconexas, anacrónicas, en
fantasiosos espacios inexistentes, conversando o protagonizando sucesos
improbables junto a personas que no hemos visto en nuestra vida, que están muertas,
o a las que conocemos muy superficialmente. Si el sueño es maligno y dentro de
él sufrimos, entonces decimos que hemos tenido una pesadilla. Es tal el
realismo con que experimentamos algunos sueños que los antiguos los
interpretaban como premoniciones, o profecías de cumplimiento cierto.
Nuestros
padres romanos utilizaban el verbo
somniare para señalar el delirio, o en
el mejor de los casos, la imaginación. También, por supuesto, el somnus, o la
acción necesaria y vivificantemente
reparadora del dormir. De ahí
surge toda una familia léxico semántica
que forma sustantivos como sopor, soporífero, ensoñación, sonámbulo o somnífero
y si vamos a los diccionarios, casi todas la definiciones relacionan el verbo
soñar con la representación mental de lo irreal.
La vía griega del
término parte de la raíz indoeuropea swep y por eso los helenos construyen hypnos, origen de toda
una serie de palabras relacionadas con la hipnosis, ese estado de inconsciencia
semejante al sueño que se logra mediante sugestión y que tiene como objetivo la sumisión de la
voluntad de la persona para que realice todo aquello que le dicte quien se lo
ha provocado.
De manera que
tenemos dos formas de soñar: por una lado la que nos ofrece descanso,
conversación y filones de creatividad, y por otro la que nos mantiene
sonámbulos, caminando hacia ningún sitio, delirantes, ensoñados, igual que si
estuviésemos hipnotizados y obedeciésemos sin rechistar la gravedad de la voz
seductora que nos mantiene inconscientes, alejados de la realidad, mientras
añadimos ceros, de seis en seis, en cuentas de resultados ajenas, a costa de
nuestra existencia frustrada.
Sin embargo,
estoy convencido que si acopiamos valentía, quizás podamos llegar a despertar. Para lo cual, lo primero que
tenemos que hacer es discernir sobre el
gran mantra de la época, que en su múltiples modalidades nos grita o nos
susurra imperativo, cara a cara, péndulo en mano ¡Cumple tus sueños! ¡No hay
nada imposible! ¡Soñar es gratis! ¡Sueña! ¿Quién te lo impide?, porque sin pensarlo, nos apresuramos a imaginar el
coche de nuestra vida, una tumbona en el Caribe o la casa de Pablo Iglesias, o exigimos
furibundos y enrabiados la independencia de Cataluña, el regreso a una España
Grande y Libre, que el Alcoyano gane la Champions o, en el límite de nuestros deseos, la
adquisición de todos aquellos bienes a los que nuestros sueños tienen derecho.
La publicidad se
ha apropiado de nuestras vidas del mismo
modo que se ha apropiado de nuestras aspiraciones. Y como la publicidad no es
más que una estrategia humana destinada a vender productos o servicios
elaborados por humanos, podemos concluir que, tras décadas de intensa experiencia
publicitaria, finalmente hemos conseguido instalarnos en el centro de un
bucle donde giramos centrifugados hasta alcanzar la mitosis celular, transformándonos en extraños seres duales
que comerciamos con ambiciones inalcanzables, al tiempo que invertimos la
energía que no disponemos en satisfacerlas, abocándonos a todos hacia un abismo
de desengaños y frustraciones en el que nos despeñamos.
No solo no somos
conscientes de vivir en ese bucle perverso del consumo y de los sueños rotos,
sino que aplicamos la misma estrategia para convivir y construir el entramado
social que de modo colectivo proyecta modelos de convivencia actuales y
horizontes de expectativas futuros. Y es que la política, la actividad que debe
encauzar nuestra aspiraciones colectivas, ha acogido con pasión y gran energía
creativa los mismos métodos de seducción
que utiliza ahora cualquier pequeña empresa para vender y facturar cuanto más mejor.
Imitando el
modelo norteamericano, los partidos políticos se han puesto en manos de mercenarios
de las relaciones públicas y la comunicación que un día hacen alcalde a Xavier
García Albiol o secretario general del PP vasco a Carlos Iturgaiz, y a la semana siguiente secretario general del
PSOE y presidente del gobierno a Pedro Sánchez, como el afamado spindoctor Iván
Redondo, artífice de la campaña de xenofobia y racismo que llevó al PP a
gobernar a Badalona y al mismo tiempo, dibujante del perfil de Sánchez como el Kennedy
peninsular. Y todo sin despeinarse.
Pero más allá de
ejemplos concretos y de la anécdota, lo realmente inquietante es que, efectivamente, como misteriosos gurús
de las esperanzas viables, el aspirante al poder se sienta antes nosotros y
oscila el péndulo de izquierda a derecha mientras nos obsequia el oído con
promesas y utopías a las que tenemos derecho por el simple hecho de haber
nacido, y nos despierta con una última frase con la que nos
señala al causante de nuestras desgracias, aquellas personas y aquellas
organizaciones contra las que tenemos que
luchar porque son el impedimento para que nuestros sueños se cumplan.
Y así, gracias a las persistente e infalibles publicidades empresariales y políticas hemos
llegado al convencimiento de que el nacimiento y nuestra mera existencia sobre
la tierra nos deberían haber proporcionado el trabajo que merecemos,
el sueldo que merecemos, la casa que
merecemos, el barrio que merecemos, el país que merecemos, el mundo que
merecemos, y hasta el político que merecemos. ¡Querer es poder! Nos dicen.
¡Somos imparables! Nos dicen. ¡Cumple tus sueños! como una obligación, en
imperativo, la imposición de anhelar o de vivir
irrealidades que ni quiera vemos
cuando dormimos.
De modo que
a pesar de que vivimos a diario sus
consecuencias, la realidad ya no cuenta, y el trabajo, el esfuerzo y las incontables
dificultades que la hacen posible ha perdido todo valor. No queremos la
verdad, y por tanto, no nos queremos a nosotros mismos tal y como somos. Hemos instalado nuestra
cotidianidad en el autoengaño, porque aunque nos paguen cada mes 1000 euros de
mierda por una jornada draconiana, nos autoconvencemos de que es una situación temporal inmerecida, independientemente de que hayamos hecho algo para evitarlo, y entonces nos ponemos en manos
de mercaderes de sueños que nos ofrecen
en cómodos plazos la ilusión futura de una vida de ensueño, porque yo lo
valgo.
Así, las apetencias que circulan en nuestra sangre son de tal densidad que hemos tenido que evacuar nuestras ambiciones personales ya que, aunque a menudo las circunstancias las condenan y se hace imposible su realización, son reales porque son propias y singulares; son proyectos y anhelos que nacen, viven y mueren con nosotros.
Así, las apetencias que circulan en nuestra sangre son de tal densidad que hemos tenido que evacuar nuestras ambiciones personales ya que, aunque a menudo las circunstancias las condenan y se hace imposible su realización, son reales porque son propias y singulares; son proyectos y anhelos que nacen, viven y mueren con nosotros.
De esta manera,
condenando al sumidero nuestras quimeras
intransferibles, le damos rienda suelta
a los deseos impuestos por ajenos a través del engaño de la publicidad, construyendo día a día una sociedad altamente
peligrosa, porque sus ciudadanos conforman una masa explosiva de frustrados
dispuestos a todo con tal de acceder a lo inaccesible.
Y hablando
de sueños, el mío es muy prosaico. Consiste
en ser escritor. Pero como todos los sueños, tengo la certeza de que no se
cumplirá, no por nada, sino porque se necesita un coraje y una valentía que yo
no poseo.
Aun así, de tanto en tanto, con el único objetivo de satisfacer mi vanidad, emborrono cuatro páginas que vuelco aquí, y por eso tengo a mi lado el Diccionario Ideológico Casares, un magnífico invento lexicográfico, realmente útil, porque permite rastrear todo el campo semántico de una palabra o grupo de palabras. Yo manejo la edición de 1959. (La última actualización es de 2013). Por eso, cuando he buscado “Sueño”, me ha sorprendido que entre las más de 200 palabras relacionadas con esta idea no hay ninguna conectada a ambición, aspiración o deseo. Todo es sopor y siesta, noche y descanso; irrealidad y ensoñación.
Tengo que hacerme con la nueva edición y comprobar si la RALE ha incorporado la ilusión y el anhelo. Lo que está claro es que a finales de los 50, en España, sueño era descanso, y a lo sumo evasión. Y como dijo el sabio, ahí lo dejo. Ya es medianoche y estoy cansado.¡A dormir!
Aun así, de tanto en tanto, con el único objetivo de satisfacer mi vanidad, emborrono cuatro páginas que vuelco aquí, y por eso tengo a mi lado el Diccionario Ideológico Casares, un magnífico invento lexicográfico, realmente útil, porque permite rastrear todo el campo semántico de una palabra o grupo de palabras. Yo manejo la edición de 1959. (La última actualización es de 2013). Por eso, cuando he buscado “Sueño”, me ha sorprendido que entre las más de 200 palabras relacionadas con esta idea no hay ninguna conectada a ambición, aspiración o deseo. Todo es sopor y siesta, noche y descanso; irrealidad y ensoñación.
Tengo que hacerme con la nueva edición y comprobar si la RALE ha incorporado la ilusión y el anhelo. Lo que está claro es que a finales de los 50, en España, sueño era descanso, y a lo sumo evasión. Y como dijo el sabio, ahí lo dejo. Ya es medianoche y estoy cansado.¡A dormir!
2 comentarios:
Ay! La España de finales de los 50 no daba cabida a los anhelos esperanzas y en definitiva, a los sueños. No es que no los hubiera, es que en la mayor parte de los casos no podían expresarse públicamente so pena de acabar con los huesos rotos en un cuartelillo. Ahora bien, haberlos los había. Oficialmente no cabían porque el régimen estaba dando satisfacción a todos ellos y solo quedaba el agradecimiento por haber logrado su cumplimiento y ya se encargaba de trasmitirlo mediante programas radiofónicos (para los afortunados que tenían radio), como aquel cuyo título no entendí hasta que fui un poco mayor. PAN. CORTOMETRAJE SONORO DEL MUNDO QUE TRABAJA y yo entendía PAN, CORTAME UN TRAJE SONORO DEL MUNDO QUE TRABAJA y el niño aquel que fui decía siempre: Abuelito. ¿Como puede haber un traje sonoro?.....Calla hijo que no me dejas escuchar lo que dicen, ya te lo explicaré. Y yo me iba a jugar y se me olvidaba volver a preguntar hasta que al día siguiente sucedía la misma escena.
Ahora bien, siempre hemos soñado. En el siglo de Oro Calderón se atrevió con una obra que saltaba constantemente de los sueños soporíferos a los anhelantes.
¡Oye!
Hables de lo que hables siempre me metes el gusanillo de la nostalgia y de la reflexión.
Gracias chaval (lo de chaval es para animarte Jajaja)
J.C.
El asunto es que, en mi opinión, hoy día nuestros sueños son ajenos, impuestos, y más que sueños son aspiraciones materiales que conllevan , no un esfuerzo, sino dinero. Nos han dicho que todo es posible, pero es mentira, y nos frustra, y eso abre la puerta de demagogos que dicen tener la varita mágica con la que ser como merecemos ser y no como somos
Esa es la diferencia con respecto a aquellos años oscuros. Tu y yo nos hemos educado en el la realidad del esfuerzo. Si algo quieres algo cuesta. Por eso no había sueños. Había un futuro que forjarse, a costa de trabajo y sacrificios
Oye, que me acabas de rejuvenecer, y te lo agradezco
'Salud!
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