miércoles, 24 de julio de 2019

El síndrome de Sorel





(Dedicado al escritor Isaac Rosa, que se preguntaba hace un par de días en un tweet por el estilo retórico de Gabriel Rufián)


No me resisto a escribirlo. Sobre todo para exorcizarlo de una vez por todas, para  olvidarme de él y de esta obsesiva fijación que me incita irracionalmente a sorprenderme o escandalizarme a diario ante la figura, la personalidad y la trayectoria de uno los más grandes ejemplos de mediocridad que ha producido la historia de la política en nuestro siglo XXI. 

Porque ya ni siquiera es un sujeto, un nombre y un apellido, un rostro conocido, el sonido reconocible de una voz o la familiaridad de unos gestos.  Es un paradigma sociopolítico, el Pijoaparte postmoderno, la reencarnación charnega de un Sorel digital. Es un icono, símbolo y representación de medianías; ejemplo de oportunistas;  dramático arquetipo de vagos, falsarios y diseñadores de fraudes; mixtificación astuta; aspirante a hechicero, aprendiz de brujo,  pionero de la política twitera; timador del tocomocho, insólita estafa intelectual. 

Nada de lo que aquí he descrito en relación con Gabriel Rufián es inventado. Surge directamente de  mi obsesión y de la traducción de una mirada; la mirada de Joan Tardà, que delataba sesión tras sesión la experiencia vergonzosa de compartir bancada parlamentaria ante el  dolor bochornoso de la obligación del aplauso,  frente a la complicidad ineludible de la vacuidad y al espectáculo ignominioso de sus  intervenciones, que han incluido performances, cachivaches obsolescentes y todo tipo de estratagemas y trucos  propias del peor charlatán vendedor de crecepelo. 

Sin embargo, todo ese conjunto de  virtudes no darían más que para unos pocos trazos con los que dibujar una caricatura grotesca,  si no fuese porque sus actuaciones y su proceder han generado consecuencias. Graves consecuencias. Y no me refiero al proceso independentista, del que ha ejercido como becario de Robespierre en las redes, activando la guillotina virtual de su crueldad a diestro y siniestro, señalando a discreción indignidades,  traidores  y botiflers; patriotas y no patriotas; demócratas y fascistas. 

A lo largo de su trayectoria política, su señoría Rufián ha convertido en  buena una de sus primeras frases propagandísticas pronunciadas en las Cortes Generales. Ha ensuciado con sus manos,  con la  retórica sincopada de su discurso publicitario,  los valores republicanos, de la izquierda, de la democracia y de  la justicia social; ha violentado la memoria y el descanso de todos aquellos que dieron su vida por la II República Española; ha utilizado torticeramente símbolos e iconos universales de la historia  de la lucha por los Derechos Humanos.

Y todo en aras de una gran mentira que surgió  con el fin de camuflar el desfalco al pueblo  catalán  por parte de aquellos que han sido hasta hace apenas unas semanas sus socios y cómplices, lo más retrógrada  de la derecha conservadora del sur de Europa, el carlismo postmoderno convergente, al nacionalcatalanismo de mantilla, fricandó y misa dominical. 

Pero Gabriel Rufián no engaña a nadie, ni siquiera a sus votantes que, a  sabiendas,  hacen suya su impostura, a pesar de que en su solo nombre revela su farsa. Porque el destino de su bautismo ha devenido en la expresión de una  santidad desmentida: el arcángel de la verdad, del amor y de la esperanza refutado a continuación por una demoledora sinonimia golfa. 

En estos momentos Rufián se afana en honorar el oxímoron de su nombre. Tan solo dos años después de aquel famoso tweet  de reminiscencias bíblicas,  reclama desde el atril soberano  el consenso y el entendimiento, y sin asomo de sonrojo en su rostro hormigonado, abjura del eslogan y del radicalismo sansculotte que le granjeó fama y notoriedad, propugnando ahora  la palabra y el entendimiento, la reflexión y el sosiego, el acuerdo y el sentido de Estado.

De manera que el creativo Don Rufián, antonomasia populista de garrafón, vulgar vocero de un republicanismo estofado,  aspira, por lo que se ve, a las más altas cimas de la Historia, insultando nuestra inteligencia, aprovechando el estado  líquido de nuestra capacidad o voluntad crítica,   que se traduce ni más ni menos que en  votos contantes y sonantes,  gracias a los cuales, un tipo que en cualquier empresa no se le encomendaría otra tarea que la de  hacer las fotocopias y llevar los cafés, se ha convertido nada más y nada menos que en diputado a la Cortes Generales, representante de cientos de miles de ciudadanos,  que han visto en él la  solución a sus problemas, el instrumento intelectual y político con el que construir un mundo mejor.

Porque, en definitiva, Gabriel Rufián es un hombre mediocre, vulgar, de cultura e inteligencia anodinas, que desciende de la  misma estirpe de los Rivera, las Arrimadas, los Casado y  los Cantó, para quienes su principales inquietudes son, por ese orden,  la vanidad y los intereses ajenos al pueblo, porque los problemas de la gente, en realidad, les importan un higo. Aunque lo realmente perverso y funesto es que esas son las razones por las que les votan.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica descripción del personaje.
Creo que le has ascendido un poco al compararle con el Pijoaparte. Aquel, durmiendo, tenía mas categoría que este.
Muchas gracias por escribir tan bonito lo que otros pensamos pero somos incapaces de expresar.
¡Salud!
J.C.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Sí, es cierto, me sabe mal por Manolo Reyes,pero no me he podido resistir

Un abrazo, J.C.
¡Salud!

Fackel dijo...

Es curioso, pero ese político de tu entrada me recuerda a muchos políticos de la derecha tradicional dispuestos al chascarrillo, al insulto, a la descalificación, al gag fácil, es decir a cualquier cosa menos a la argumentación y el razonamiento, sin darse cuenta -o no queriendo darse cuenta- de que ellos mismos se comportan como bufones, devalúan la Política, distraen los temas fundamentales y mueren en su propia condición efímera. Aunque no sé por qué me da la impresión de que el tal personaje que citas vuelve siempre, una y otra vez, no sé si en la misma línea o sobre una dirección camaleónica, porque dicen algunos que ha cambiado, no tengo opinión al respecto y solo sé que por sus obras los conoceréis. Harto estoy de tamaños individuos que no sé qué aportan a la mejoría de la convivencia. Un abrazo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Son iguales, de la misma estirpe. En la entrada apunto algunos, pero hay más.
¿Que Rufian ha cambiado? Lo diran algunos que lo ven ahora ejerciendo de arcángel y que, como él mismo, o han perdido la memoria o nos toman por estúpidos.

Rufian ayer mismo hacía aspavientos de indiginadad porque Podemos y PSOE no se ponían de acuerdo, y les reprochaba la falta de acuerdo porque íbamos a una posible convocatoria electoral. Y todo esto unos pocos meses después de que votase en contra de los PGE y de que su voto desfavorable imposibilitase los presupuestos más sociales de los últimos 10 años y nos llevase a unas elecciones anticipadas, sólo, repito, sólo, con fines electoralistas, porque sabían perfectamente que para ERC esas elecciones supondrían el sorpaso con respecto a JxCat. La coartada fue que no podían votar a favor de uno de los paritidos del 155. Y ahora le da el apoyo a Sánchez, por activa o por pasiva, gratis total. Rufian es un sinvergüenza oportunista y arribista que se ha pasado los últimos cinco años insultando y señalando con su dedo-guillotina a todo el que no era independentista, engañando además a su propio electorado y ejerciendo la política con el estilo más zafio y vulgar de la historia de España. Un perla, vamos

¡Salud, Fackel!

Carlos dijo...

Gran descripción Hablador. Este personaje es un pelele chulesco que desprestigia un poco más a la política española. Al principio a mis hijos les hacía gracia por los zascas contínuos (personaje twitero y poco más) y yo les recordaba que la política no es eso y que estos elementos no merecen ser representantes del pueblo, aunque como bien indicas cada vez son más. Es evidente que para el nacionalismo ha sido el bobo útil representante de la modélica integración pero ahora vienen las cuchilladas y él que tampoco es un lerdo, más bien un arribista, se quiere aferrar al sillón que le da de comer porque nunca hubiera imaginado que llegaría tan lejos. En Cataluña, con el proceso, han aparecido tantos vividores (de todos los bandos)que tenemos que mantener que el hartazgo empieza a pesar demasiado.
Un saludo

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Yo creo que el nacionalismo, y por tanto el procés, son un ejemplo magnífico de populismo. Y los populismos triunfan y se hacen fuertes porque miles de personas dejan de razonar y se dejan arrastrar por discuros vacíos que ni siquiera son esperanzadores, pero muy efectivos, difundidos por personajes como Rufián, que ven en el momento que viven una oportunidad de oro para engordar su ego y protagonizar unos minutos de historia de manera insospechada. Y esto es posible porque esas mismas personas hacen suyas sus mentiras, a sabiendas de que les engañan. Cuando una sociedad cae en esa situación está perdida. Para poder evitarlo, esas personas deberían hacerse tres únicas preguntas. ¿Yo no soy un poco mejor que ese tipo que sale por la tele? ¿Permitiría que ese tipo cuidase de mi casa, de mis padres y de mis hijos? ¿Cuál es la trayectoria de ese tipo?

Gracias por pasar, Carlos. Después de tantos años, siempre es un place encontrar tus comentarios.

¡Salud!

Carlos dijo...

Hablador, siempre es un placer pasarse por aquí. Ya no sigo muchos blogs, pero el tuyo sigue siendo referente. Por cierto, sobre todos estos temas te recomiendo la miniserie inglesa Years and years.
Saludos

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

¡La he visto! ¡Buena de verdad ! Y ya lo tenemos aquí. Con Boris Johnson la distopía es posible
Gracias, Carlos