Esta historia estaba
destinada a ser, sin más, una historia de fútbol. Sin embargo, alguna cosa se
ha debido desajustar en mi cabeza que súbitamente ha abierto la puerta a
nombres y hechos que nada tienen que ver con éste o ningún otro deporte. El
asunto no es dramático pero es grave. Estoy un poco preocupado. De hecho he
llegado a aconsejarme a mí mismo frente
al espejo circular del afeitado una visita al psicólogo, pero finalmente he
rechazado mi propia recomendación por temor a ser otro.
Yo tuve una profesora en
la Facultad que se llama Victoria Cirlot. Victoria Cirlot es una
mujer fascinante. La conciencia propia de su belleza andrógina, concretada en
su cuerpo estilizado, un rostro anguloso
y una mirada celeste, le permitía aparecer sobre la tarima del aula como si
fuese una diosa. Sus clases eran multitudinarias. El anfiteatro de bancos de
madera se llenaba. Incluso se ocupaban los escalones que daban acceso a las
bancadas porque a sus clases asistían estudiantes de otras asignaturas y especialidades
que querían a toda costa escuchar y ver a la Cirlot. Algunos
intentaban registrar su voz en grabadoras de mano, pero ella no lo permitía.
Miraba esos artilugios como un monje medieval asustado ante un catalejo.
Cada
día de clase Victoria Cirlot actuaba de la misma manera. Entraba decidida, se sentaba tras la
mesa y se atusaba hacia atrás el cabello, levemente; a continuación levantaba
la cabeza y nos miraba a todos como si escrutase algún misterio más allá de la
última fila y en unos segundos el aula caía a sus pies en un silencio
reverencial. Nos hechizaba a todos con su mirada y con su voz, que desvelaba
semana a semana las claves de las historias
de Chretien de Troyes, del Ciclo Artúrico; Lancelot (el Caballero de la Carreta) y Ginebra; juglares y
trovadores; los venablos y las lanzas; armaduras, caballerías y torneos; las
ponzoñas y los sortilegios; Merlín y Morgana, el amor cortés, en definitiva, el
maravilloso mundo de la ficción y
del amor medieval.
Victoria jamás llevaba
papeles. Jamás leía. Sus clases eran una constante evocación apasionada de su
conocimiento. Si por alguna circunstancia alguien bisbiseaba algo, o llegaba a sus oídos
el más leve rumor, detenía de inmediato su discurso, contrariada. Entonces
permanecía en silencio durante unos segundos y a continuación lanzaba una
pregunta. Por supuesto allí no había valiente que respondiese, lo cual la
contrariaba aún más. Seguía con su silencio hiriente y pasados unos minutos,
hundida el aula en la más absoluta de las congojas, tras un gesto ostensible de
desdén y de desprecio, iniciaba nuevamente la sesión. ¡Dios, cómo nos cautivaba
esa altivez primorosa!. Un día nos pidió una definición del término Lírica. Yo
levanté la mano y respondí. Hubo un silencio valorativo. La tragedia se cernía
sobre la concurrencia. Finalmente Victoria ordenó desde su altar docente que
todos escribiesen la definición que yo había balbuceado. Aquella tarde me
sentía igual que un caballero triunfante explicando mis hazañas a los camaradas
de la mesa redonda. Tanto fue la cosa que durante algunos días hice algunos amigos, fugaces
amistades, que se interesaban sobre todo
por mis apuntes.
En una de aquellas
sesiones inolvidables, Victoria Cirlot nos habló sobre el amor de l’onh, el amor de lejos. En la Edad Media, los juglares
y trovadores componían canciones en las que el poeta o el caballero lloraban la imposibilidad
de estar con su amada y se regodeaba y disfrutaba con ello. De alguna manera gozaba
con una melancólica sensación de tristeza que cultivaba día a día, que le sumía en un pesar dulce por no poder
alcanzar el objeto de su deseo. Aquel era un ejercicio poético platónico
que practicaban los caballeros corteses, en el que el placer estribaba en la no consumación
del hecho amoroso, en la delectación de lo imposible. De alguna manera,
aquellos caballeros y sus trovadores se avanzaban en unos cuantos siglos a los románticos, hombres y mujeres embelesados frente al
espejo ante su propia figura agonizante debido a un mal de amores que ellos
mismos propiciaban.
El pasado miércoles,
miércoles de Champions, decidí ir al bar para ver el encuentro que disputaron
Barça y Manchester City. Y allí se produjo ese extraño vínculo mental que me
tiene tan preocupado. Como iba solo, me quedé acodado en la barra frente a la
pantalla. Preceptivamente, comí mi bocadillo y bebí mis cervezas, de manera que con el cuerpo
ya templado me dispuse a disfrutar del encuentro. Gocé viendo a Messi en la primera parte. Ese chico es un prodigio
de la naturaleza. Cuando juega al fútbol da la sensación de que está
escribiendo mentalmente una obra cumbre del arte universal. Juega tan
absolutamente concentrado que consigue establecer una conexión sobrenatural
entre sus piernas y su mente. Parece que es él quien piensa, describe y
ejecuta, no solamente cómo va a jugar el balón que le llega, sino cómo va a ser el partido. Quiero decir que da
la sensación de que es él quien decide de un modo misterioso el transcurrir de
cada una de las jugadas que van a tener lugar durante los noventa minutos. Nunca
había sentido nada parecido viendo deporte alguno.
Sin embargo, uno de los
atractivos o de los puntos de interés de ese partido se encontraba fuera del
terreno juego. Josep Gardiola asistió al estadio acompañado de su amigo Estiarte. Por supuesto,
el realizador encargado de la retransmisión televisiva le reservó una cámara
para testimoniar con detalle, al mundo entero, cualquier gesto del antiguo entrenador de Messi, a quien, en
el ecuador de la primera parte, en uno de los lances del juego, le llegó el
balón un tanto escorado hacia la derecha del centro del campo. Inmediatamente
dos defensas se colocaron a su lado y un tercero un tanto más retrasado. Messi
inició la carrera con el balón pegado a sus pies y avanzó hacia el terreno
contrario por la banda derecha. Los defensas le persiguieron, pero parecían
ejercer más la función de escolta que de
rivales. Finalmente intentaron concretar su amenaza y pretendieron robarle el
balón, infructuosamente, porque cuando Leo sale lanzado y en estado de gracia todavía no ha nacido el hombre capaz de arrebatárselo.
Si Messi se lo hubiese propuesto
podría haber seguido y seguido hasta la
mismísima portería contraria, repitiendo así la famosa jugada que firmó hace
algunas temporadas contra el Getafe, cuando todavía sonreía. Sin embargo hizo
lo que solamente pueden hacer los genios. En plena carrera y con la presión de
tres contrarios robándole el aliento, fue capaz de levantar la mirada y ver a
Rakitic ocupando un hermoso espacio a la
derecha de la portería de Hart. De modo que, súbitamente, Messi detuvo su
galopada y en esa acción magistral dejó a su perseguidores un metro más
adelantados, espacio suficiente como para que, en cuestión de milésimas de segundo, el
argentino pudiese levantar el balón en una rosca zurda, pulcra y perfecta, que
le llegó a Rakitic con precisión
inverosímil justo en el lugar donde éste podría batir por primera y única vez
al guardameta Inglés con una maravillosa vaselina.
Guardiola, testigo de
excepción de todo lo que ocurrió en el Camp Nou aquella noche, aplaudió el gol,
pero inmediatamente después de levantó, alzó el cuello de su jersey hacia la
boca y con ésta tapada, algo le gritó a su antiguo pupilo. Se ha especulado mucho al respecto de
qué es lo que pudo decir Pep en aquel instante de goce. Y aquí lega el motivo
de mi preocupación por mi salud mental.
Porque mi tesis tiene que ver con el amor, con el
amor de l'onh, el amor de lejos que practicaban y cantaban los trovadores y
los caballeros medievales; el amor de alguien como Guardiola hacia un hombre como Leo Messi, que conocedor de la imposibilidad de tenerlo de nuevo
entre sus filas, gozando de su magia, de su virtuosismo, se recrea en el
sueño de poseerlo con la seguridad de lo improbable añorando en la distancia la singularidad de su excelencia.
Pep Guardiola aulló su
deseo, zafados los labios, consciente siempre de ser observado,
meticuloso hasta en esos detalles. "¡Leo, Ich liebe dich!", proclamó Pep. Tras
esa explosión ardorosa y esa expresión de amor hacia el jugador excelso, se
esconde en realidad una cálida melancolía
con la que cada día, allí, en aquellas tierras lejanas donde habitan los dioses bárbaros, se lamenta y se deleita;
un sentimiento muy parecido al que expresó el trovador Jaufré Rudel hace nueve siglos, allá por el año 1145 : “Triste y alegre me separaré cuando vea este amor de lejos, pero no sé
cuándo lo veré, pues nuestras tierras están demasiado lejos. ¡Hay demasiados
puertos y caminos! Y, por esta razón, no soy adivino...¡Pero todo sea como Dios
quiera” .*
En manos de Dios pongo yo también el futuro de mi salud mental.
*"El amor de lejos y el valor de la imagen" Victoria Cirlot. Biblioteca Gonzalo de Berceo
*"El amor de lejos y el valor de la imagen" Victoria Cirlot. Biblioteca Gonzalo de Berceo
12 comentarios:
Cada día escribes mejor, por cierto que me he quedado con las ganas de saber tu definición de Lírica. Un abrazo.
Impresionante e intrigante artículo. No soy de interesarme por el fútbol y sí más por los temas a lo Victoria Cirlot, pero has establecido un vínculo de temas y una secuencia narrativa que me ha tenido en vilo. Se agradece. Enhorabuena por esa escritura.
Loli, la definición no tenía nada de particular. Era la canónica: la expresión poética de los sentimiento íntimos del autor. El valor del asunto estribaba en atreverse a decir algo en aquellas clases. ¡uf! Creo que aquel día yo había fumado algo haber sido tan osado
¡Gracias por el piropo!
Salud
Fackel, me alegra mucho tu visita por aquí.
Yo tampoco soy demasiado futbolero. A veces, cuando me da, veo algún partido en el bar, por el ambientillo y todo eso
Celebro que hayas pasado un buen rato leyendo mi historia y agradezco tu generosidad doblemente
¡salud!
Jajajaja, me parto contigo. Hace años un amigo mío me dijo que Zidane hacía arte y me vi inmersa en un divertido debate, admito que el fútbol también puede ser inspirador y traducirse en una entrada de blog tan estupenda como esta.
Un abrazo,
La verdad es que hay deportitas que bordan lo que saben hacer y que, como en todo, destacan por su talento extraordinario.
De todos modos hay que poner la cosa en su justo lugar, no vayamos a flipar, que al final son futbolistas
Verás Babe, como tengo menos imaginación que una nécora, para escribir siempre tiro de lo que me pasa. Y esto realmente fue así. No sé ni por qué ni cómo. El caso es que cuando vi a Guardiola levantarse y dirigorse a su expupilo con la boca tapada me llegó a la cabeza el tema del amor de l'onh, mis tiempos en la facultad, los trovadores, la maravillosa Victoria Cirlot... mientras Messi seguía haciendo de las suyas
¡Abrazos Babe!
Messi es el dios del balón y así lo reconoce todo el mundo.
Hay muchos médicos e investigadores que tienen que dormir en los laureles del Olimpo, ignorados por un mundo que les dedica un minúsculo espacio en las portadas de los periódicos.
El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo.
Gabriel García Márquez (1927-2014) Escritor colombiano.
Besos, Ester
Estoy muy de acuerdo contigo Ester. Las alabanzas y los elogios son desmedidos hacia los deportistas de élite, y no porque no tengan talento, sino porque el agravio comparativo con otras personas más necesarias y valiosas para la sociedad es patente e hiriente.
Sin emabrgo, qué bien lo pasé ese miércoles viéndole jugar
Salud
José luis
Buenas noches, he comenzado a leer sus recuerdos sobre Victoria Cirlot y me ha parecido de un buen estilo literario, lastima que se haya desviado por los derroteros futboleros donde me aburren en demasía,(Soy camarero y ya sabe, los mejores entendidos de fútbol los encuentra uno apoyados a una barra con alguna copa de más) Por cierto, el hombre que sí podía para a Messi ya ha nacido pero está abuelete...Hablo de Goicoechea y sino que pregunten a unas cuantas figurillas de otros tiempos... Un saludo.
Hola Anónim@, buenos día ya
No te creas, yo no soy demasiado futbolero. DE hecho, todo el ambiente y la atmósfera que rodea al fútbol me parece bastante chusquero. Es algo así como el mundo de los toros. No sé si me explico.
Sin embargo, cuando aparece un tipo como Messi, o un equipo como el que dirigió Guardiola, la verdad es que lo paso bien viéndoles, a veces.
En cuanto a lo de Goico... parece que estás más puesto que yo en estas lides. Recuerdo, ahora que lo evocas, el patadón que le propinó a ¿Cruiff? ¿O fue a Maradona? Esperemos que no se repita.
Oye, nada, que me alegro mucho de tu visita, y te agradezco mucho el piropo. ¡La Cirlot sí que era una crak !
Salud
Pour vous, porque también yo Ich liebe dich después de leer esta entrada, por bien escrita y porque la actitud de tu dama en clase me recuerda literalmente la mía propia :-) en idénticas circunstancias. Y aunque no amo el fútbol, me gusta cómo se traslada en tu texto un cierto estado místico de un lugar a otro.
Aquí te dejo pues tu demanda en Patrulla, y con una introducción: aprendí a leer, lo que se dice leer, no silabear, en los textos de Wenceslao Fernández Flórez, primero me leía mi padre, pero enseguida lo hice yo. Periodista y escritor, tan coruñés como yo, y yo tan humorista como él, hice mi tesina sobre el humor en su literatura. Nadie quiso ayudarme, este país no es serio, ya sabes, y no hay nada más serio que el humor, entre otras, porque desde él, o con él, se puede, además de vivir mucho mejor, decirlo absolutamente todo, incluido el declararle tu amor a quien sea y aun sabiendo que no te ama.
Léetelo entero, no es "científico" el tratamiento del tema, falta brutal cometida por el también autor de Acotaciones de un oyente (crónicas parlamentarias, creo recordar que de 1914 a 1936), que habría que disculpar considerando la época en que lo escribió, ajeno el pobre a que llegaría un día en que lo iba a ser absolutamente todo, incluidos los saberes de un cocinero o los de la medicina alternativa. Ah, y lo escribió como discurso de entrada en la RAE.
http://www.rae.es/sites/default/files/Discurso_de_ingreso_Wenceslao_Fernandez_Florez.pdf
Hanna, te agradezco infinito este comentario y las molestias que te has tomado para responder a la peticióm que te hice en Patrulla.
Voy a leer con mucho interés el discurso de WFF, del que por cierto no he leído nada. Y lo siento de verdad. Para alguien como tu que entró a la literatura por él le debe resultar imperdonable. Quizá este sea el momento. Hoy, con las vacaciones de Semana Santa, se abren unos días de libertad y de horas y horas de lectura. De modo que, probablemente me agencie alguno de sus libros.
Muchas gracias Hanna
¡salud!
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