viernes, 9 de octubre de 2020

Una radiografía de la censura

 


A pesar de que se gusta llamar así mismo escritor y periodista, Josep Maria Benet Ferran, más conocido como Tatxo Benet, es un empresario catalán de éxito, propietario de una de las cien fortunas españolas, con un patrimonio próximo a los 300 millones euros, obtenido gracias al negocio de la comunicación audiovisual y del deporte.

Tatxo Benet inició estudios de derecho y de periodismo sin finalizar ninguno porque muy  pronto se dio cuenta de que su vocación era el dinero, a pesar de que recientemente haya declarado al diari “Ara”, que “necesito muy poco para ser feliz.”

Por eso, quizás, porque necesita muy poco para ser feliz, Tatxo Benet es copropietario de “Mediapro” junto al ínclito magnate del entertainment ibérico Jaume Roures, una empresa del ámbito de la comunicación, muy presente en España pero también  en otros cuarenta y seis  países, que factura cerca de dos mil millones de euros al año.

Tatxo Benet forma parte de esa nueva beautiful people catalana procesista que se ha enriquecido de lo público y ha medrado orbitando alrededor de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals y TV3 con la constancia de la Luna, sobre todo, gracias al suculento negocio que hay detrás de los derechos audiovisuales del fútbol,  del F.C Barcelona, aunque también de la política, porque desde hace varias temporadas produce “Preguntes Freqüents”, uno de los programas favoritos de los nacionalistas catalanes en los que  Raholas y demás pesebristas de la mafia postpujolista aparecen recitando sus monólogos políticos, extraordinariamente  bien pagados.

Tatxo Benet hace con el dinero que genera su empresa y con el de mis impuestos lo que quiere, faltaría más. A lo largo de su trayectoria empresarial, este Charles Foster Kane leridano, emulando al protagonista del clásico de Orson Wells, se ha hecho con una colección de obras de arte  cuyo denominador común es la censura, es decir, que han sido eliminadas de catálogos, retiradas de galerías, de salas de exposiciones, de museos, de ferias de arte debido a prohibiciones, protestas o a la influencia de asociaciones, de personas individuales, o de gobiernos, tanto democráticos como dictatoriales. De este modo, Tatxo Benet se reivindica como defensor a ultranza de la libertad de expresión y de activista contra la censura.

Desde el pasado 26 de septiembre la sala de exposiciones “La Panera” de la ciudad de Lérida acoge la muestra “Censored”, que  reúne  buena parte de las obras de arte que ha ido recopilando el empresario catalán. Yo estuve ayer, y no me arrepiento. Es realmente interesante observar cómo los motivos de censura hacia la libre expresión del hombre, ya sea artística o de cualquier otro tipo, no han cambiado mucho a lo largo de la Historia: la religión, la disidencia o la denuncia política, los derechos humanos y el sexo. 

Así, de memoria, y sin recordar a sus autores, podemos ver un cristo crucificado sobre un avión de combate norteamericano; un Francisco Franco uniformado, de inquietante realismo, a tamaño natural, en el interior de una nevera expendedora de Coca-Cola. Videos que muestran manifestaciones anticapitalistas reprimidas por la policía; imágenes perturbadoras que reflejan el estado del alma de un artista desahuciado por el SIDA;  señoras lamiendo golosa y sensualmente alimentos  fálicos;  una señora, obesa mórbida, tendida desnuda sobre un banco, respirando con dificultad ante el escaparate de un MacDonalds mientras un operario limpia el logotipo de la marca  estampado sobre el cristal.

En “Censored “he visto a Sadam Hussein en calzoncillos, tan real que perturba, maniatado a la espalda y con la soga al cuello en el interior de una gran pecera, en recuerdo de sus víctimas, a las que arrojaba vivas a los tiburones de la misma guisa; un cristo revelado y difuminado bajo sangre, semen y orina; Emiliano Zapata cabalgando hecho una auténtica reinona;  una virgen inmaculada masturbándose; un águila disecada, denunciada por ICONA en Arco; un cristo pintado con los colores de McDonalds; la palabra PEDERASTA compuesta por decenas de hostias consagradas que comulgó el artista durante meses; el famoso trío sodomita arrodillado sobre cascos militares compuesto por un perro, una sindicalista boliviana y un hombre a cuatro patas con verduras en la boca cuyo rostro presenta un asombroso parecido con el rey emérito; decenas de alfombras para el rezo musulmán sobre las que parecen  orar otros tantos pares de zapatos de tacón. También pude ver  las célebres fotografías de Robert  Mapplethorpe con escenas sadomasoquistas muy explícitas, no aptas ( o sí) para novicias, o una serie de dibujos de Picasso representando escenas sexuales en las que la vulva y el pene son los grandes, grandes protagonistas. Y así

En nuestra sociedad, el resultado de un debate moral sobre la censura parece no albergar demasiadas dudas. Desde un punto de vista racional, quien reprime o prohíbe la expresión libre de las personas queda en muy mal lugar. Parece, o así lo creemos,  que en Occidente ese debate está superado y ni tan siquiera debería generar controversia. De hecho,  las leyes de las llamadas democracias occidentales amparan la libertad de expresión, tanto artística como en cualquier otro ámbitos de la vida, a pesar de que varias de esas piezas artísticas a las que me he referido han sido censuradas en nuestro país y en países de nuestro entorno.

Yo, personalmente, no me he sentido ni agraviado ni especialmente escandalizado por ninguna de las obras de arte (¿) de la colección de Tatxo Benet  expuestas estos días en La Panera. Sí que me he sentido interpelado por alguna de ellas, o bien por mis creencias, por mi ideología o porque jamás había sido capaz de enfocar determinados temas con puntos de vista tan exageradamente  radicales. De manera que, en honor a la verdad, me resulta incomprensible el intento de amordazar la voz del artista, entre otras cosas porque la mayor parte de las veces el censor, en su afán por aniquilar la ofensa, preservar su honor, amparar valores morales privativos, retener el poder o silenciar delitos de los que ha sido partícipe,  consigue todo lo contrario, la celebridad inesperada para el autor y una aureola de rebeldía, compromiso y valentía que, desde el momento mismo de la censura, le acompañará mientras viva, independientemente de la calidad del resto de su obra pasada y futura.

Sin embargo, entre la cincuentena de representaciones que expone La Panera, hay una que pone a prueba la rotundidad de mi defensa a la libertad de expresión artística, sin límites de ningún tipo. No hablo de los legales. Creo que la cuestión legal con relación a la expresión artística se resuelve con un único artículo, “queda terminantemente prohibido prohibir.”

Se trata de la fotografía que el artista navarro Clemente Bernard realizó en el Hospital de San Sebastián durante la comparecencia ante los medios de comunicación del equipo médico que intentó, en vano, salvar la vida al concejal del Partido Popular en Ermua Miguel Ángel Blanco, salvajemente asesinado por ETA. Ese día Bernard logró fotografiar nítidamente la radiografía del cráneo de la víctima del atentado terrorista que mostraron los médicos a los periodistas  en la que se puede distinguir los orificios de entrada y de salida de la bala con la que Francisco Javier Gaztelu, alias Txapote, lo asesinó. La foto de la radiografía debería de haber formado parte de la exposición colectiva del año 2007 en el museo Guggenheim de Bilbao titulada  “Cada uno a su gusto”,  en la que Clemente Bernard participó junto con otros artistas de diferentes disciplinas con una serie de fotografías bajo el título de “Basque Chroniques”. Ese puñado de  imágenes mostraban desde diferentes perspectivas las consecuencias derivadas de la actividad terrorista de ETA y de su entorno abertzale.

NI qué decir tiene que fue una exposición controvertida. El PP y la Asociación de Víctimas del Terrorismo pidieron su cancelación o la retirada de todas cada una de las fotografías de Bernard, en las que a los terroristas eran tratados como militantes o aparecían destacados dirigentes de la lucha antiterrorista en gesto poco amable, como no podía ser de otra manera. Según informaron los periódicos por esas fechas, el propio fotógrafo solicitó el permiso de la familia Blanco para exponer la radiografía, y ésta se negó. Sin embargo, tanto el director del museo, Juan Ignacio Vidarte, y la comisaria de la exposición Rosa Martínez, negaron haber admitido nunca en su catálogo la polémica foto, que finalmente no se mostró.

Opino que un objeto elaborado o manipulado por una persona no se convierte en arte por el mero hecho de que se cobije o se muestre en un museo o en una galería, del mismo modo que un juez no es justo, ni ecuánime, ni su proceder se ajusta a derecho por el mero hecho de dictar sentencias o tomar decisiones en un juzgado. Pero ese es otro debate.

El asunto que me invita a la reflexión es hasta qué punto reside en nuestra mirada -como declaró Vidarte en rueda de prensa- la disfunción moral, el escándalo, la  polémica, el agravio o la ofensa, y no en la mente o en la intención del creador, que al parecer, y a la luz de las declaraciones del director del museo,  tan solo es depositario involuntario  de una revelación que se materializa y se exhibe inocentemente, de la que en absoluto se hace responsable, a no ser que algún coleccionista se la pague bien.

Necesito dilucidar si ante cualquier tipo de expresión artística debe o no prevalecer el reconocimiento de los límites implícitos de otros. Y si es así, ¿Sería posible, entonces, el arte? ¿Podríamos leer hoy “Las flores del mal” de Baudelaire, gozar con las majas de Goya o estremecernos con el Gernika de Picasso? Quizás nuestros límites morales tengan algo que ver con nuestras ideologías. Por eso somos condescendientes o participamos y compartimos el significado crítico de obras de arte realizadas por creadores que de un modo u otro confluyen con nuestro punto de la realidad y del mundo, y a la inversa.

Es la tolerancia hacia las ideas del otro, la educación en la amplitud de miras y la cultura la que nos debe permitir aceptar la expresión artística de quienes no ven la realidad como a nosotros nos gustaría que la vieran. En eso consiste la libertad y así deberíamos proceder en condiciones de normalidad social, es decir, en una sociedad garantista que fomenta y protege la libre expresión ante todo tipo de acontecimientos o ideas, asumiendo que en el encontronazo  que a veces se produce entre la legitimidad de la libre manifestación artística y la legitimidad del derecho al respeto de valores religiosos o ideológicos, siempre  debe prevalecer la primera.

Desgraciadamente, y pese a que lo obviamos, la mayor parte del mundo no vive en libertad. De hecho, los españoles hace unas pocas décadas que disfrutamos del régimen de libertades que permiten, por ejemplo, el enriquecimiento fabuloso de Tatxo Benet o  la exhibición pública y gratuita de su colección, aunque utilizando esa misma libertad se afana en difundir a diario,  en sus medios de  comunicación,  la idea de que España es un estado represor y dictatorial, algo así como la Turquía de “El expreso de media noche.”

Quiero decir que, sea donde sea, cuando en momentos concretos de la historia o a lo largo del tiempo se producen  hechos que atentan contra la dignidad de las personas, contra los derechos humanos, contra valores morales ampliamente reconocidos por todos, entonces el artista se debe al compromiso con el vulnerable, con el sometido, con el humillado y debe actuar desde el arte y la cultura para descubrir y denunciar la opresión,  el abuso de poder, la hipocresía, la doble moral,  todo tipo de tiranía, sean política o religiosa, ideológica o económica que cercenen en todo o en parte la dignidad y los derechos de las personas.

Al ver la fotografía de la radiografía del cráneo de Miguel Ángel Blanco  realizada por Clemente Bernard, exhibida sin pudor  en un lugar destinado al arte, yo no he podido dejar de posicionarme junto a  la familia, solidarizarme con su dolor profanado, expuesto inútilmente a la contemplación diletante de gente que, como yo, ocupa durante una mañana sus momentos de ocio, de esparcimiento, de ensanchamiento espiritual,  de pacífica y placentera  entrega al paso de las horas que la víctima e involuntario protagonista del objeto expuesto ya no tiene.

Y es que, en el mejor de los casos, quien observa la radiografía del cráneo asesinado de Miguel Ángel Blanco retira de inmediato la mirada; al conocer su origen se pregunta desconcertado qué hace esto aquí, y en su interior crece un propósito  oscuro, una  violenta empatía espontánea que le ubica en el lugar del otro y que al mismo tiempo le grita al artista qué coño has hecho, qué te has creído, gánate tu celebridad con el sufrimiento de los tuyos y deja la memoria de mis muertos y de  nuestros sufrimientos en paz.

Si algún día Clemente Bernard lee  estas palabras mías debe saber que mi alma  censura su oportunismo; debe saber también que no le debo nada, que  mi reacción de ningún modo engrosa el volumen de  su vanidad porque  ningún valor le concedo a su audacia, quizás único mérito de su foto, tan dudoso como su osadía;  que no ha sido usted, ni su objeto ni su mecenas quienes han provocado mi indignación, porque la dignidad humana y quienes la ultrajan  son tan antiguos como el hombre. La decisión de exhibir un cráneo cobardemente inmolado en el centro de un lugar tan significativamente castigado por el odio y la violencia, presentarlo como objeto artístico y construir alrededor de él una coartada interpretativa no es más que una prueba de soberbia, engreimiento vacuo y petulancia egocentrista.

CODA:
Tatxo Benet ha adquirido recientemente la librería barcelonesa Ona Llibres. Esta librería tiene la particularidad de que solamente vende libros escritos en catalán. No conozco ninguna librería del mundo que censure o se niegue a vender libros escritos en una de las lenguas propias de su territorio. El pasado 25 de junio el periódico “El triangle” informaba de que Ona Llibres había retirado de su catálogo el libro “Una forta abraçada”, escrito en catalán y publicado por la Editorial ‘Rosa dels vents’ en el que el expresidente del F.C. Barcelona Sandro Rosell  narra su  paso por la cárcel y explica su versión sobre  las circunstancias que rodearon el caso por el que fue imputado y finalmente absuelto. El libro de Rosell  se ha vendido muy bien y se puede encontrar en cualquier librería de Catalunya. Sin embargo, según informa “El triangle”,Tatxo Benet decidió censurarlo y no venderlo en su establecimiento debido a su conocida enemistad con Rosell a cuenta de la lucha por los derechos audiovisuales del Barça.

Curiosamente, el mismo día que “El triangle” publicó la noticia, la librería Ona Llibres recuperó para el catálogo en su página web el libro de Sandro Rosell. Se da la circunstancia de que por las mismas fechas,  TV3  censuró un reportaje sobre el mismo Sandro Rosell eliminando cualquier referencia a Mediapro y a sus propietarios Jaume Roures y Tatxo Benet, productores de algunos de los programas más exitosos de la cadena de televisión autonómica dirigida  por Vicent Sanchís.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Leyendo tu comentario me viene a la memoria que recientemente han impedido pasar al museo D´Orsay a una señora que llevaba un escote, al parecer exagerado a juicio del conserje o de quien fuera. Curiosamente, entre otras cosas, impidieron ver a la citada el fantástico cuadro de Courbet "El origen del mundo" y no creo que la expulsada de la sala fuera mas explícita que la pintura que iba a contemplar.
Cuando la gestión de la libertad se pone en manos de conserjes (reales o asimilables) ocurren estas cosas y si les das pistolas, tenemos las S.A. disponibles.
Cosa bien distinta y magníficamente aflorada por tu escrito, es que cualquier truhan oportunista sin escrúpulos trate de aprovechar la desgracia de otros en su propio beneficio. De esto tiene mucha culpa la cultura de captar todo al instante y tirar de móvil (versión cámara) cuando lo que tienes es que tirar de puños para ayudar a quien están pegando, vejando etc.
Es una pena que nadie pueda decir ya, "Yo estuve arrancando adoquines en Paris en mayo del 68" sin que se le pida la galeria de fotos y vídeos correspondiente.
De todas formas esa censura a quien se aprovecha de las miserias y desgracias de los demás, si queremos que sea eficaz, no se hace por imposición legislativa, si no por imposición social.
Así que estoy contigo libertad absoluta de expresión, entre otras cosas para que te permitan llamar ser abyecto a quien utilizó la foto de la radiografía en beneficio propio y al que la compró sin valorar nada mas que su propio engreimiento y soberbia al sentir que tenía algo exclusivo.
Sigue tan certero en tus apreciaciones.
J.C.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Le doy y le doy vueltas a todo esto y a cada vuelta veo más claro el fariseismo del coleccionista, que con su tinglado audiovisual dispone de todo el poder para decidir qué tenemos y qué no tenemos que saber, mientras se postula como un apóstol de la libertad de expresión.
Por lo demás, nada que añadir a tu comentario, J.C.
Darte nuevamente las gracias por participar
¡Salud!

NuevaYó dijo...

Muy interesante este texto, reflexión y crónica al mismo tiempo. Nunca pensé que algún día le diría a alguien: "te acompaño en la censura". Pero es verdad, lo del cráneo me inspira la misma repugnancia moral. También me irrita la arrogancia del artista, en cierto modo previsible. Hay una paradoja en el arte contemporáneo: lo ha desacralizado todo al tiempo que se sacralizaba a sí mismo. Nos hemos ido acostumbrando a que los artistas hablaran (actuaran, "performaran") desde una altura que humanamente no les corresponde.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Hola NuevaYÓ. Bienvenida
Desde el romanticismo el artista se cree una especie de dios omnipotente sin el deber de la limitación; en el mejor de los casos, se cree un profeta al que le es revelada la verdad en forma artística. Por eso consideran sus creaciones poco menos que divinas, intocables, y para ellos nada ni nadie tiene la legitimidad de coartar su libertad de expresión. Ocurre que bajo esa concepción se protege mucha mediocridad que tan solo tiene como objeto la provocación o la cuenta corriente, la celebridad a costa del escándalo, caiga quien caiga.
Creen que cobijar sus paridas bajo el techo de un museo les convierte en artistas. Y no.
Muchas gracias por participar
¡salud!