Una
ventana abierta es la ilusión utópica ante el bochorno nocturno; una promesa
frustrada; la espera inútil de la brizna; limosna, quizás, de una brisa rácana; el hueco oscuro que
contemplamos obsesivos mientras nos posee
el insomnio y buscamos, una vez más, el otro extremo de la almohada
donde posar la cabeza y resucitar en un instante de alivio.
Una
ventana abierta es el cielo azul, la nube blanca, el vuelo del gorrión, el olor a tierra y
chubasco, oxígeno vivificante; la
llamada antiquísima de una madre, y un murmullo de ciudad que nos recuerda que
estamos vivos, que no estamos solos.
Una
ventana abierta es atalaya de cotilla y condena de cándido transeúnte; el puesto de guardia de los viejos amantes clandestinos,
consumidos por la espera, angustiados ante la incertidumbre, apesadumbrados
ante el futuro.
Una
ventana abierta es profunda voz
embaucadora que seduce con la promesa de un vacío indoloro a las almas suicidas.
Una
ventana abierta es invitación al latrocinio, tentación de maleante, y también la
evasión audaz del joven con ansia aventurera, que salta, expectante, hacia
experiencias vedadas.
Una
ventana abierta es el marco del tiempo detenido, donde perseveramos en aguardar
la llegada de los seres queridos, con la esperanza de vencer al destino para verlos
llegar mientras imaginamos todo tipo de desgracias e infortunios.
Una
ventana abierta es saludo de victoria, una multitud exaltada, despedida y bienvenida, el
recuerdo de una vida, la incógnita y el misterio, música desaforada que
traspasa un límite y se derrama en la calle.
Una
ventana abierta es la luz imperturbable que nos muestra la tenacidad del mundo.
En
cambio una ventana cerrada es muro de transparencias infranqueables, alevosa piedra y cristal quebrado.
Una
ventana cerrada es noche de invierno, llanto de lluvia, calor de hogar,
trasiego doméstico, intimidad preservada.
Una
ventana cerrada es abandono, melancólico pretérito; nostalgia , desolación y
memoria de un lugar habitado donde hombres y mujeres de tiempos no tan lejanos
albergaron sus existencias, sin sospechar que un día se cegaría a la luz y ya
nunca más entraría el viento frío ni el
lamento del cárabo en la noche de agosto.
Una
ventana cerrada es caricia, sábana y gemido, piel desnuda y manos vehementes, el
secreto de dos cuerpos protegidos que se
besan y duermen.
Una
ventana cerrada es prisión, escarnio y tortura; mordaza desalmada que enmudece
palabras, gestos y sueños; la mano cobarde y abusiva con derecho de pernada que
suscita en nosotros los peores deseos de
venganza.
Una
ventana cerrada es refugio de poetas, sancta sanctorum, versos frustrados,
horas titubeantes o de entusiasmos mudos, el
primer aire que respiran criaturas fecundadas en papel y letra.
Una
ventana cerrada es tormenta y huracán; fiebre y duelo; mala conciencia y cobijo de culpables.
Pero
sobre todo, y ante todo, una ventana cerrada es un espejo cuántico. Mejor
dicho, el cristal cerrado de una ventana es un espejo cuántico. Si desean
comprobarlo es necesario que realicen el siguiente experimento:
Al
llegar la noche escojan una de las habitaciones de su casa con ventana al exterior. Enciendan la luz de
la habitación. Ahora sitúense frente al cristal cerrado, a una
distancia aproximada de unos tres metros. Observen durante unos momentos su
imagen reflejada. No se muevan. Sigan observando muy atentamente.
¿No ven su cuerpo en el exterior? ¿Se dan cuenta de que ahora se encuentran en la calle, al otro lado, allá afuera, y su reflejo se encarama a las ramas del árbol que protege su ventana, escala la fachada del edificio de enfrente o
simplemente flota entre la penumbra del alumbrado urbano ? ¿No se asombran al
constatar que están en dos lugares al mismo tiempo? ¿No recuerdan las viejas
historias de fantasmas que atraviesan paredes? ¿No se admiran ni les posee un
deseo incontenible de explicarle a todo el mundo que son subatómicamente
ubícuos?
Si
permanecen frente a la ventana a esa distancia durante un tiempo razonable y
vencen la tentación de acercarse a ella, responderán positivamente a esas cuestiones, y
sólo entonces avanzarán en el experimento, porque llegarán a interrogarse también acerca de la realidad,
acerca de sí mismos, de sus circunstancias o incluso de sus deseos, y probablemente
concluirán pensando que, en realidad, ustedes mismos
son el reflejo de alguien que se encuentra al otro lado, frente a su ventana.
Eso sí.
Debo advertirles que, si finalmente caen
en la tentación y se acercan peligrosamente a la ventana con el objetivo de intentar ver qué es lo que hay allí afuera, el
efecto cuántico se neutralizará, perderán el don divino de la ubicuidad y ya
nunca más encontrarán una ventana que les permita experimentar una saludable y
posmoderna relatividad existencial. ¡Ah, las ventanas!
4 comentarios:
¡Que bonito! ¡Magnífica prosa poética! La belleza de la forma apenas me ha dejado penetrar en el fondo que intuyo es digno de una segunda o tercera lectura.
Ya lo haré pero ahora tengo necesidad de expresar ese primer sentimiento que te deja la contemplación de lo bello.
¡Gracias!
J.C.
Eres muy generoso, J.C.
¡Muchísimas gracias!
Un abrazo fuerte... y recuerdos !
Salud!
¡Estás Cortázar! Que bueno. Un beso.
Tant de bo!
¡Un beso, Tesa !
Salud desde cronopioland ;)
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