Para Carmen, con quien compartí esta experiencia.
Los aficionados a lo paranormal conocen muy bien los efectos que produce en determinados individuos la sanación de sus semejantes enfermos mediante la imposición de manos.
Parece ser -según afirman los mismos practicantes del reiki
- que estos sanadores sufren las
secuelas de su generosidad durante toda
la vida porque en el momento en el que
sus manos divinas tocan la piel del
enfermo, la energía de uno y de otro se intercambia como si se tratase de vasos
comunicantes, de tal manera que el paciente consigna a su benefactor toda la
ponzoña que le mantiene postrado y éste, a su vez, le inocula el vigor, la potencia y la energía
positiva, que de modo casi instantáneo, le libra de todo mal.
Tanto es así que
un sanador que fuese muy activo y de larga trayectoria curativa podría llegar a
morir a consecuencia de acarrear las miserias, las dolencias, el dolor i las
afecciones de todos los hombres y mujeres a quienes les ha devuelto la alegría
de vivir.
Escribo esto en caliente, apenas doce horas después de salir del
cine porque, tras 40 años de películas, tanto en las salas como en
casa, no he visto nunca lo que vi en la
tarde de ayer. Efectivamente, fue sobrenatural.
Vi lo que somos. Vi lo que quieren hacer de
nosotros. Vi un hombre afligido. Vi la
victoria de la muerte, la impotencia de la bondad frente al cinismo, el egoísmo
y la ambición. Vi la fealdad, el horror, un futuro posible, quizás la infamia presente. Vi el
arcángel de las sombras batir sus alas tenebrosas sobre la candidez.
Vi una denuncia sin paliativos. O más que una denuncia,
quizás la expresión cinematográfica y artística de la tiniebla hacia la que nos encaminamos, con una sonrisa,
la sonrisa aséptica de un emoji, la ganga
de un like, la mueca cínica de un
presentador de late show seguido y admirado por millones de personas; o mejor,
el maquillaje atribulado de la risa de un payaso con el que intenta camuflar
una tragedia de dimensiones olímpicas,
una tragedia griega.
Presencié el designio del destino que señaló
a un hombre perseguido por el infortunio
desde su nacimiento, víctima desarmada
de una sociedad depravada en el límite de la hecatombe moral.
Y vi -sobre todo vi- la interpretación más impresionante,
sublime, perturbadora, emocionante y admirable de toda la historia del cine.
Sí, es sobrenatural. Dudo mucho que en los próximos
cincuenta años alguien sea capaz de componer y de interpretar un personaje
(cualquier personaje) como lo ha hecho el actor Joaquin Phoenix en “Joker”. Es
definitivo.
Su presencia en la pantalla es constante. Toda la
película descansa sobre sus espaldas esqueléticas. Admirable es la expresividad
de su rostro, de todo su cuerpo, porque los monólogos de Phoenix en “Joker” son gestuales, no son verbales; en su danza, en el movimiento lento, medido, armonioso e inquietante de sus extremidades pude advertir toda la desazón, la miseria y el dolor que
puede derrotar a un hombre y los
momentos de revelación culminantes en caídas y hallazgos, que le van transformado y le transportan hacia su destino.
Joaquin Phoenix no es Joaquin Phoenix, es Arthur Fleck, y de
eso no nos cabe ninguna duda. Existe. Es
la piel que recoge toda nuestra mierda; un buen hombre, sometido a la tiranía
de la determinación social, centrifugadora
inmisericorde de vidas humildes.
Hasta que llegado el momento, Artur Fleck , tras
descubrir y comprobar en primera persona la inclemencia y la animadversión de todo lo
que rodea más allá de lo humanamente tolerable, decide trasformar su
existencia, tomar la iniciativa y constituirse en el mal paradigmático que
actúa en nombre de todos aquellos que le destruyeron, superándolos con mucho en
perversidad. Incluso llega a convertirse de modo insospechado, y sin pretenderlo,
en un líder de masas. ¡Absolutamente demencial! ¡Un héroe maligno surgido de la
inocencia! Por eso tenemos que descubrirnos ante Todd Philips, el director de
la película, y ante Scott Silver, el autor del guion.
Una última advertencia. Si quieren pasar un buen rato NO
vayan a ver “Joker” porque -se lo aseguro- empatizarán hasta tal punto con
Arthur Fleck que probablemente salgan de la sala llevando a cuestas unos cuantos gramos de su dolor.
Por el contrario, si desean asistir al más alto grado de perfección y de entrega artística
que se conoce en la historia de la interpretación, entonces vayan a verla. Si
están dispuestos a contemplar durante algo más de dos horas el lado oscuro de
lo que somos y en lo que somos capaces de convertirnos, entonces vayan a verla.
Si desean ser testigos de un suceso artístico sobrenatural, no se pierdan “Joker”.
Avisados quedan.
1 comentario:
Hasta que no he ido a verla no he querido hacer comentario alguno.
Si. Llevas razón. Pase un mal rato metido en la piel de Arthur.
No se puede describir y analizar mejor la peli.
Me dejo también mal sabor de boca esa especie de mensaje subliminal o no tan subliminal que incipientemente has descrito.
"No sigáis ni colaboréis con ningún movimiento revolucionario porque, seguramente, estará inspirado o dirigido o ambas cosas por un loco".
Bueno, a la realidad cotidiana.
J.C.
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