jueves, 28 de junio de 2018

IKEA: la luz viene del Norte


Todos vamos a IKEA  atraídos por el precio de sus productos, por el atractivo de los diseños, porque  sus muebles ofrecen, además,  el sueño de una vida  asalmonada,  escandinava, muy nórdica. ¡La luz viene del Norte! decían los modernistas catalanes fascinados con Ibsen.

Quizás también tiene algo que ver su publicidad, certera, eficaz, aspiracional  y  emocional; una  invitación  a la panacea  aséptica de una familia limpia, feliz, caucásica, divertida, joven,  autosuficiente,  que convive en harmonía  dentro del recinto de la república independiente de su casa, diferente a todas las demás. 

En IKEA  compramos  individualismo y exclusividad, aunque en casa   nos  sentemos en el mismo sofá, bebamos en el mismo vaso  y nos alumbremos con las mismas velas que nuestros vecinos.  Incluso nos hace gracia ir a cenar casa de los amigos, de la familia, y descubrir una alfombra igual a la nuestra, una lámpara de la misma gama, el botecito del cepillo de dientes en el cuarto de baño igual al nuestro, los vasos copa balón del gintónic, la cortina, y hasta la mesa y las sillas de comedor… y sentirnos y reconocernos de ese modo congéneres  gracias a IKEA,  sin perder un ápice de la misma ilusión de peculiaridad.

Podríamos negar, por tanto,  que IKEA  es tan sólo un espacio comercial, un negocio exitoso de muebles y complementos para el hogar porque,  en rigor,  IKEA es nuestro hogar, es nuestro barrio, es nuestra ciudad entera. Nos llevamos masivamente  IKEA a casa y vivimos en un entorno según las sugerencias de la marca multinacional sueca. Es decir,  IKEA ya no es una tienda. IKEA es la vida. Es la piel colectiva que  cubre las paredes y los suelos de nuestras casas  y convierte bloques enteros de  nichos construidos a base  de hormigón y ladrillos en  lugares donde vivir; los  lugares que nos pertenecen,  donde nos sentimos a salvo, donde no tenemos que responder a nadie de lo que hagamos y donde desarrollamos nuestra intimidad. 

Resulta  asombroso, pero tanto es así que incluso me atrevo a afirmar que el modelo  IKEA y lo que  representa, muestra y otorga significación a las sociedades occidentales capitalistas, demócratas en las formas y suaves y amigables en la apariencia, pero  perversas e injustas entre bambalinas, en los cerebros de quienes aportan su talento para conseguir vender mucho, más y mejor a costa de generar mentira, desigualdad y explotación  en la trastienda.

Y es que  IKEA es un símbolo contemporáneo,  una  sinécdoque social que revela  una ilusión colectiva, una mentira extraordinaria en la que creemos  porque es más agradable y menos conflictivo disfrutar del  “democratic  design ”  que intentar descubrir el serrín aglomerado con el que se  fabrican las vidas que nunca tendremos. 

Ayer fui a IKEA. Es archiconocido que uno sabe cuándo entra en IKEA, pero nunca cuándo sale, ni siquiera cómo sale. Llegando ya casi  al final del recorrido, en la sección de muebles para jardín me dio un apretón. Busqué los servicios en todas direcciones. Incluso cometí la ilegalidad de volver hacia atrás, pero no los encontraba. Misión imposible. La gente me miraba raro, porque caminaba en otro sentido, de modo que, agobiado, retomé el buen camino,  y seguí de nuevo la flecha. Y cuando ya había decidido agacharme detrás de un gran ficus para aliviarme, vi la salvación, los lavabos.  IKEA es tan democrática que el cuarto de baño es el mismo para los clientes que para los trabajadores (quizás les llamen operarios, o colaboradores)

Entré en el habitáculo destinado al retrete y cerré con el pestillo. Al poco  entraron al lavabo dos personas, dos jóvenes obreros de IKEA que decidieron regalarse unos minutos de descanso y que, por lo que deduje al hilo de su conversación,  no se conocían.

-          ¡Qué, tío!¿Cómo va? -preguntó uno de ellos.

-          ¡Hasta la polla! ¡Estoy hasta la polla!- respondió el otro, fastidiado.

-          ¿Dónde estás?

-          En el parking. Todo el puto día en el parking, colocando carros…

-          Joder, colega. Vaya mierda. Yo ando en operaciones

-          ¿Operaciones? ¿Y qué coño es eso?

-          Recoger la tienda . Ya sabes. Le llaman así.

-          Esto es una mierda, tío. Toda la puta vida estudiando para acabar en esta mierda

-          Pues sí tío, ya ves, una puta mierda… ¿Y tú que tienes?

-          Yo tengo un grado medio, de mecánica. ¿Y tú?

-          ¡Ya ves! Yo tengo dos. Uno en informática y otro de chispas

-          ¡Menuda mierda! ¡Tanto estudiar, tanto estudiar para acabar con 20 años   recogiendo  la mierda de otros!

-          A ver si nos sale algo mejor, tío, pero de momento es lo que hay.

-          Eso. Bueno, tronco, yo me abro, que el encargao ya estará preguntando por mi

-          Venga, tío, que vaya bien.

Y salieron. 

Tienen 20 años. Precisamente por no estudiar han conseguido una titulación académica de lo más básica. Trabajan en una multinacional de “lo que sea” por el sueldo mínimo,  pero las aspiraciones profesionales de estos dos muchachos y la  imagen que de ellos mismos tienen están desvirtuadas y deformadas. Probablemente, tanto en casa como en el instituto  les han dicho que todo es maravilloso, que  tienen una profesión muy valorada, que el mercado laboral se los va a rifar, que  como ellos no hay nadie, y que tienen por delante un futuro muy prometedor en el que nunca les va a faltar de nada, porque para eso han estudiado…un grado medio, o dos.

Pero la realidad es otra. La realidad es IKEA, un sueño en el que entras ilusionado pero que al poco se convierte en una  pesadilla  laberíntica  de  diseños y escenarios artificiales, con olor a velas  aromáticas, iluminado por la luz del Norte, en la que todo el mundo camina en  la misma dirección,  hacia un único lugar, la única salida donde las aspiraciones y las mentiras  se convierten  en dinero, en  facturas, y por tanto en  frustraciones, en una vida igual de injusta para todos. 

Esos dos muchachos, cada día,  cuando finalizan su jornada laboral,  vuelven a sus casas, cenan sobre una mesa IKEA,  comen con cubiertos IKEA,  se encierran en su habitación IKEA a dormir  en una cama IKEA, entre muebles IKEA, y  en el silencio de sus  noches siguen soñando con un futuro  maravilloso de diseño democrático en la república independiente de su casa. Como tú, y como yo, ni más ni menos.

4 comentarios:

emejota dijo...

Ahora ya no es lo del principio ni resulta tan barato. Calidad y diseños en crisis.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

La vida misma... la que nos venden
¡Salud!

Unknown dijo...

Tenemos varios ejemplos nacionales que te hacen igual a tus vecinos cuando abres la nevera o te pones una falda. Y se vende el pertenecer a su clase obrera como lance de suerte. Además si estas muy formado académica mente, se permiten el lujo de no contratarte. Bien porque posiblemente saldrás respondon, bien porque no les darás muy buena prensa. Y encima date por contento.......qué engaño!!!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Un engaño en el que participamos, quizás por seguridad, por miedo, por la incentidumbre de la alternativa
¡Salud, Beatriz!