Es el sol al
atardecer del invierno. Las convierte en oro. Cuando sopla el aire frío tremolan, pero yo sé que están muertas y que indefectiblemente
caerán. Es la ley. Se desprenderán,
besarán la tierra y serán aplastadas, revueltas entre el desperdicio ante
la impasibilidad de mis congéneres. Y nadie se detendrá a pensar ni por un
momento que la sombra de su existencia
alivió el bochorno de otros tiempos, o
que el susurro de su canción apaciguó ansiedades y zozobras.
Una mañana inminente el funcionario recibirá la
enérgica protesta de algún distinguido vecino y antes de que el
caso llegue a mayores expedirá, compulsará y
transmitirá la orden. Para entonces las ramas se habrán desnudado y ya los árboles no serán más que gavillas de sarmiento, vida
erradicada o, en el mejor de los casos,
reiterada y redundante promesa pendiente. Mientras tanto, el barrendero se
ha ganado el jornal y todos caminamos como si nada.
8 comentarios:
Y pese a todo, la vida continúa...
Ester
Pese al barrendero, naceran nuevos brotes a los que tampoco prestaremos atención
Mais, c'est la vie. Tal vez no haya que prestar demasiada atención, simplemente dejar que discurra, porque lo va a hacer de todas maneras...
Así es Juan, pero me da la sensación de que en el intermedio prestamos atención a cuestiones que no nos aportan nada y desdeñamos otras que de verdad valen la pena. Cuando titulo "desdén de la muerte" en realidad estoy intentando poner de relevancia el desdén de que hacemos gala hacia las cosas importantes de la vida: las hojas de los árboles al final del otoño, por ejemplo
¡Salud, Juan!
Esto me ha recordado cuando venían los barrenderos y basureros por las casas pidiendo el aguinaldo en Navidad. Me ha gustado mucho lo que escribiste. Salud!!
Sí, es verdad. Y el cartero, y el cobrador del Ocaso, y el butanero, y el guardia urbano...
Era un no parar. Algunos, hasta traían estampita
¡Salud, Loli!
Esas hojas de los árboles que al final del otoño cubren un parque cercano a mi casa son una de las cosas que más me alegran cada mañana cuando vuelvo del trabajo.
Saludos.
Las hojas caidas, o secas ya y todavía en las ramas de los árboles, me ha producido siempre un doble efecto de melancolía y de placer ante su belleza. La visión de las ramas más altas de la copas semi secas sobre el cielo azul de invierno supone un gozo dificilmente comparable a cualquier otra cosa
Gracias por tus comentarios, Antonio
¡Salud!
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