Él creyó que yo no sabía la causa por la que aquella tarde,
hace ahora dos meses, llegó a casa con
la cara hecha un poema. Pero el que no sabía nada de nada era él, tan joven, tan ingenuo.
Siempre ha sido un idealista. La edad.
Debe ser la edad. Aunque yo a sus años estaba por otras cosas. Por ganarme la vida, salir de casa,
independizarme, formar una familia, y trabajar, de lo que fuese, honradamente.
Cuando entró tenía la
nariz reventada, totalmente deformada,
porque el tabique nasal se le había desplazado como si fuese un boxeador
y dos algodones le taponaban la
hemorragia. Además, toda su expresión, entre dolorida e incrédula, se había convertido en
una especie de careta deformada, sucia y
amarillenta, debido a la mezcla escandalosa del yodo sobre el morado púrpura
del derrame generalizado que le provocó el trauma. En la ceja izquierda lucía
tres grapas. Casi no podía hablar a consecuencia de la tremenda tumefacción de
los labios. Le faltaba un diente. Le habían vendado la oreja en la que le colgaba el piercing y además
caminaba visiblemente encorvado, como un viejo. Cuando quise preguntar, antes incluso de
alzar los ojos para emitir la preceptiva exclamación admirativa, me soltó una
de las escusas más típicas y menos elaboradas que alguien pueda dar: Que se
había zurrado con un tipo porque le había tocado el culo a su chica.
Pero él -¡pobre ángel mío!- no sabía, no sabía nada de nada.
Ignoraba que yo ya esperaba verle en ese
estado. Ignoraba que, tratándose de hijos, papá lo sabe todo; a veces, incluso,
antes de que acontezca. Aun así, a pesar de su
aspecto, no me quedó más remedio
que aguantar el tipo. Si pretendía mantener mi secreto a salvo,
tenía el deber y la obligación de
transmitirle cierto equilibrio expresivo, ese ademán incierto y complejo que comunica al mismo
tiempo sorpresa horrorizada , serenidad reconfortante y, sobre todo, disponibilidad total para el consuelo. Porque un padre es un padre, antes
que cualquier otra cosa en la vida. Y en
casos así, cuando está en juego la seguridad y el futuro, lo
mejor es
la sangre fría, el control sobre
la mente y el autismo hacia el dolor
ajeno. Así me enseñaron.
No obstante, el pobrecito mío lo desconocía todo, confiado
desde bien pequeñito en lo que yo le
decía cuando insistía, por ejemplo, en preguntarme sobre mis asuntos laborales y yo le contestaba con
evasivas, con la respuesta de siempre, con el argumento que escuchó desde que
empezó hablar, desde que un día llegó del colegio y me preguntó ¿Y tú, papá, de
qué trabajas? Por eso, hace ahora dos meses, cuando le vi entrar, me dije:
hasta aquí hemos llegado.
Ahora
que estoy parado, tengo mucho tiempo para pensar. Sé que a pesar de la situación económica hice
lo correcto, porque no hay día que no le recuerde tirado sobre al asfalto,
acurrucado como un animalillo indefenso, bajo las porras de mis compañeros, y yo con ellos, camuflado tras mi máscara
reglamentaria viendo la sangre -sangre de mi sangre- deslizándose por
su rostro todavía imberbe, y el humo flotando como una niebla lacrimógena, y el
sonido de las sirenas al final de la
calle, justo en el lugar donde habíamos planeado acorralar a los manifestantes
que aquella mañana salieron a pedir más becas, más educación y más profesores.
10 comentarios:
Estremecedor y emocionante relato. Da qué pensar y eso siempre es muy positivo.
:)
Siempre me ha obsesionado la capacidad de determinadas personas que ejercen profesiones dañinas, perfectamente reconocidas socialmente, para llegar a sus casas después del trabajo y desarrollar su cotidianedad de la manera más normal y apacible del mundo. Suelen ser amantísimos padres o madres, amantísimos esposos o esposas, y vecinos perfectos.
Dudo mucho que puedan llevar vidas reales y plenas, esas profesiones tienen que dejar posos. Todos sabemos quiénes somos, hablamos cada día con nosotros mismos y decidimos, tras nuestras conversaciones introspectivas, cómo actuar, así que no sería raro que todo fuera fachada. Aunque cuando suelo hacer preguntas del tipo "¿pero puede dormir tranquilo/la?, al unísono me responden, a pierna suelta. Y entonces me deprimo y pienso, el mundo no esta hecho para mí.
No lo dudes Babe. Viven como tu y como yo.
Después de una dura jornada repartiendo mamporros a personas indefensas, son capaces de llegar a casa y besar a sus hijo, sin más...
Lo mismo ocurre con los/las tipos que se dedican a despedir trabajadores, o con...
Creo que voy a intentar montar una serie de "profesiones peligrosas"
Abrazos
Lo de repartir mamporros y después vivir normalmente...no se entiende.
Tampoco se entiende que un padre reniegue de sus hijos porque no han salido lo inteligentes y guapos que él pensaba que saldrían (caso real de una amiga).
Cuando un tornillo se afloja todo se desmorona.
Besos, Ester
Así es Ester. Esa es la icomprensible mente humana, capaz de torturar y amar con cotidianidad.
Dile a Bep que vaya preparando los caracoles. El sábado que viene vamos para allá :)
Sorprendente y real esta esquizofrenia de violencia contra el semejante. Abrazos.
Sorprendente y real esta esquizofrenia de violencia contra el semejante. Abrazos.
Yo creo que en algún momento, alguno de esos gorilas que pagamos todos, se ha encontrado debajo de su fuerza a alguien a quien quiere o por el que siente algo de afecto.
¡Salud, Loli!
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