El destino es aquello que nos va a ocurrir, a pesar y gracias a todo lo que procuramos
hacer para que no ocurra. Es decir, que
o bien nos rendimos antes las evidencias
de la realidad de cada día y las aceptamos, o bien luchamos contra ellas. Cada cual que escoja,
en función de su carácter, de sus posibilidades y de sus circunstancias. Sin
embargo, tanto da nuestra actitud ante
las vicisitudes que nos va deparando la vida,
porque el resultado va a ser exactamente el mismo.
La disyuntiva entre actuar frente a lo que se nos viene
encima o permanecer pasivos, sea lo que
sea lo que asole nuestras vidas, nos
ofrece únicamente una motivación para decidir en qué lado queremos estar, si
del lado de los luchadores, de los
proactivos o de los motivados (que es como llaman ahora los jóvenes a los empollones), o bien del lado de los pasivos, de los panchacontentas, de aquellos que pasan por la vida igual que
autómatas programables, como sonámbulos de un sueño sin caídas.
En aras de la neutralidad y de la objetividad, tengo el deber de
desilusionar a aquellos que hayan
percibido matices peyorativos hacia alguna de las dos opciones anteriores;
nada más lejos de mi intención. Intervenir o no intervenir frente a los envites del destino tiene que ver con cierto
sentido lúdico de la vida, con el miedo que tengamos a la muerte, o con una
elevada concepción de nosotros mismos. Enfrente podríamos oponer las virtudes del
estoicismo, el cultivo sosegado del aburrimiento como
sinónimo o garantía de paz y la indiferencia como disposición opuesta a la
ambición.
Pero insisto, desde un punto de vista estrictamente finalista, elegir el sentido de nuestra
existencia hacia la acción o hacia la apatía es una decisión estéril, porque todo está escrito y todo está
decidido de antemano. Esta no es una
afirmación que tenga que ver con el manido- y no por ello menos cierto- tema de
la muerte: (cuando nacemos ya morimos, somos ríos, vanidad de vanidades, etc, etc.).
Esta afirmación tiene que ver con el
azar, la cual nos convierte en fichas de casino, en barajas de naipes o en
dados dentro de un cubilete escandaloso. Los listos de siempre, tahures aventajados, aquellos que procuran ganar a toda costa todas las
partidas, pueden intentar la trampa, el viejo truco y hasta el estudio
exhaustivo de las probabilidades, pero no se dan cuenta de que en su pretendida
inteligencia descansa la estupidez inexperta propia
de los pardillos, porque lo que les
depara el destino es ni más ni menos,
y precisamente, consecuencia de su artimaña.
Este último fin de semana pródigo en lluvias era idóneo para desparramarse sobre el
sofá y ver película tras película mientras allá afuera se deshacía el cielo.
Emitieron, entre otras, la primera de El Padrino. Aprovechando la ocasión, a mí me dio por hacer un
experimento que consistió en ver en DVD
el tercer largometraje de la trilogía mientras en el canal de
televisión se podía disfrutar de la
protagonizada por Marlon Brando. Es decir, en la misma pantalla se dilucidaban,
al mismo tiempo, el pasado y el futuro de
varias existencias humanas. Evidentemente no podía visionar los dos largometrajes simultaneamente, así que me decidí por
el definitivo, aquel en el que se puede
llegar a vislumbrar el destino definitivo de las criaturas de Mario Puzzo y F.F.Coppola.
La cuestión es que mientras
veía al ya veterano Michael Corleone ampliando sus negocios en Europa, involucrarse en la muerte de Juan Pablo I o
proferir en un final dramático el grito de dolor más desgarrador y célebre del historia del cine, yo era consciente de que en paralelo, en el fondo
invisible del televisor, en el lado
oscuro de la vida, en el pasado donde se cuece el porvenir, Mike nace a la lógica mafiosa gracias a una consciente, medida y lúcida elección vital cuando en su juventud decide vengar en el
interior de una trattoria el atentado sufrido por su padre. Yo no podía
ver ese pretérito, porque en una
misma televisión no se pueden ver dos
programas a la vez y sin embargo, por
más que me fuese imposible verlo, en
realidad se estaba proyectando; se
proyecta una, mil, infinitas veces, sin
pausas, sin detenerse jamás, aunque el
final sea uno e irrepetible, o precisamente para que el final sea uno e
irrepetible.
Sí que podía ver a Mary -la inocente Mary- morir
de un balazo en el vientre. Esa bala se cargó en el mismo revólver que Mike empuña 40 años antes en el lavabo de la trattoria a pesar de que el todopoderoso Vito Corleone, dueño y amo abosoluto de centenares de destinos, dibujase para su hijo
Michael un futuro alejado del crimen. Michael, siempre, a todas horas, en las sombras
de pasado, en un sombrío rincón catódico de mi televisor,
durante su etapa presumiblemente luminosa (y al mismo tiempo la más
negra de su existencia) repetirá una y otra vez, insistentemente,
infinitamente, todo aquello que debía hacer para que su andadura finalizase arrodillado
sobre una escalinata, postrado y traumáticamente afligido ante la fatalidad inmisericorde. Mike estudia
derecho, se alista al ejército, sobrevive a la
segunda gran guerra, conoce a la hermosa Kay y se labra un futuro prometedor para
convertirse irremisiblemente en un
criminal inteligente, despiadado e
implacable, cuya víctima esencial será, en definitiva, su propia hija. Michael Corleone no tenía otra
elección. Michael Corleone es otra
víctima del azar, como tú y como yo.
12 comentarios:
Dice el astrofísico y guitarrista Brian May en una de las canciones de Queen:
No hay tiempo para nosotros.
No hay lugar para nosotros.
¿De qué están hechos nuestros sueños, que se nos escapan?.
¿Quién quiere vivir para siempre?.
No tenemos ninguna oportunidad.
Ya todo está decidido...
Estupendo artículo.
Además de astrofísico y gran guitarrista, está hecho todo un filósofo Brian May.
Gracias Juan
¡Salud!
¡Vaya! Me parece que el dilema inicial que planteas sí es en la línea de Andrés Hurtado.
Por lo demás, veo que aprovechaste bien el sosiego de la lluvia.
Abrazos!
Pobre Andrés, toda la vida buscando su destino. Otro ingénuo más.
Y sí, Ana, las tardes de domingo de lluvia son provechosas,siempre
¡salud!
Huelo a Auster. El azar: magnífico o aterrador, pero siempre el azar. Por cierto, también pienso en las "causas y azares". Muy buena la entrada
Roy, no había pensado en Auster, pero me encanta que lo saques a colación: azar y Auster
casi se podría decir que son sinónimos
Y Silvio, qué diferente a Auster...
¿Tu crees que se llevarían bien? ¿Se tomarían unas cañas juntos?
Abrazos
¿El destino está escrito? Es cuestión de creer o no creer. Yo creo que sí. No sé quién, ni qué, pero existe algo que nos sobrepasa y que nos obliga a aceptar.
Podemos moldear el camino pero no podemos obviarlo ni saltarlo; por eso, bajo mi opinión, mejor estar a buenas que a malas.
Eso de que todos somos víctimas del azar: ¿Qué azar?
Besos, Ester
El destino juega a los dados, Ester. Es un tópico, y lo es porque es una de las únicas verdades a la que sin embargo no podemos acceder.
Somos criaturas en manos del azar
Besos
Einstein, que era creyente (a su manera) decía, refiriéndose a la "Mecánica Cuántica", que nunca llegó a entender del todo (¿y quién la entiende totalmente?) que Dios no juega a los dados. Stephen Hawking le rebate diciendo: no solamente Dios juega a los dados, sino que a veces los tira donde no podamos verlos. Científicos!
Eso, científicos, ¡qué sabrán los científicos de los secretos de la existencia!. Escribí algún tiempo atrás una serie de entradas en las que jugaba con los dogmas de la ciencia.
Son ocho y están a partir de la entrada "Primer desmentido"
http://elpobrecitohabladordelsigloxxi.blogspot.com.es/2011/08/primer-desmentido.html
¡Salud,Juan!
Prefiero a Beethoven cuando dijo:
¡Actúa en vez de suplicar! ¡Sacrifícate sin esperanza de gloria ni recompensa! Si quieres conocer los milagros, hazlos tú antes. Sólo así podrá cumplirse tu peculiar destino.
Ester
Sí, sí, que Bethoveen diga lo que quiera, pero hiciese lo que hiciese, dejase de hacer lo que dejase de hacer, o precisamente por lo contrario, se cumplió su destino. Va listo si cree que fue él el que lo decidió todo. Los románticos sabían perfectamente que contra el fátum no hay nada que rascar.
Abrazos
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