Todo pueblo tiene sus esperadores. Los esperadores son muy
importantes. Sin buenos esperadores, las ciudades y los pueblos de España no
podrían vivir en paz.
Los hay que tienen uno, otros dos y algunos, si son
importantes, pueden llegar hasta tres.
En las ciudades es más difícil identificarlos, porque pueden confundirse con
los jubilados y aunque en muchos casos los esperadores son jubilados, no todo
jubilado es un esperador. Una buena manera de distinguir a un jubilado de un
esperador es ignorar los bancos de las
estaciones de ferrocarril y las obras: un
esperador nunca los frecuenta.
Un esperador viste de la manera más clásica posible, porque
intenta a toda costa no llamar la atención. Nunca he podido entender cuál es
el motivo por el que necesitan pasar desapercibidos. Es todo un misterio. Por
eso llevo tanto tiempo observándolos. Se les puede ver con pantalones de tergal
o de franela gris, chaqueta de punto granate o negra, camisa lisa o jersey de cuello alto y mocasines o
botas marrones. La mayoría son varones,
porque tienen mucho tiempo para esperar. A decir verdad, se pueden dedicar a esperar
porque en sus casas se lo encuentran todo hecho.
Un esperador nunca tiene prisa, porque si la tuviese dejaría
de serlo. Sale de casa bien desayunado,
bien peinado y bien afeitado.
Camina despacio, con cierto aire de superioridad, pero con sumo cuidado de no llegar
nunca a ofender. Su caminar es un estar en el mundo nada ostentoso, muy medido, calmoso, tranquilo, como si a través de esa calma tranquila quisiese dar a entender que él ha accedido al
secreto de la vida, y que le vamos a ver
siempre así, tan saludable como le
vemos. De hecho, si uno se lo encuentra en la calle, saluda cordialmente, y hasta pregunta por la
salud de la familia, que es otra manera de decir, sin decir, lo bien y lo a
gusto que él vive. A veces incluso se detiene a charlar un poco más con algún
vecino. Por lo general, habla sin mirar a la cara, y sin sacar las manos de los bolsillos, haciendo
ademanes con el rostro, como indicando o dibujando direcciones a un
lado y a otro del aire. De todos modos, si se detiene con alguien más de lo
habitual, no invierte demasiado tiempo
en relacionarse porque es muy
escrupuloso con sus rutinas. A una hora determinada del día tiene que estar en
su puesto, excepto si llueve, nieva, o graniza, porque en esas condiciones el
esperador no suele salir de casa.
El puesto de un esperador es un lugar determinado del pueblo,
o de la ciudad, que jamás escoge al azar. Cada esperador tiene el suyo. Los
puestos no se heredan, ni se traspasan con el deceso. Cuando un esperador
muere, el puesto queda libre y jamás se ocupa. A veces alguno lo ha intentado,
pero no ha permanecido en el lugar más de media hora, porque el olor del que lo
ocupó durante años permanece y lo envuelve todo, de manera que se hace
imposible la espera en esa ubicación sin pensar en el esperador muerto, lo cual resulta fatal para ejercer como Dios
manda de esperador. Nada ni nadie puede o debe restar concentración a un
esperador.
Sin embargo, en la mayor parte de los casos, casi todos los pueblos y
ciudades de España comparten la localización de los esperadores. Nadie lo sabe
a ciencia cierta pero quienes han estudiado a fondo el fenómeno especulan con que este hecho tiene que ver con la función y los
objetivos que , instituciones, entes, o
voluntades desconocidas jamás
desveladas, asignan o encargan a los
esperadores. De todos modos, yo soy más de otra opinión; yo creo que un esperador es un ser libre que ejerce como
tal de motu propio. Lo demás son leyendas, cuentos de vieja, historias para no dormir que se difunden con la única
intención de meternos a todos el miedo
en el cuerpo.
Para que un esperador cumpla a la perfección con su cometido, el lugar donde
invierte gran parte de las horas del día debe reunir una serie de requisitos que lo hagan
propicio para la espera. Uno de los lugares más habituales son los límites geográficos
de la localidad, junto a la carretera, cerca del letrero en el que se lee el
nombre del pueblo que marca la frontera con tierra de nadie. Otras ubicaciones frecuentes suelen ser las plazas
de los Ayuntamientos, las puertas de las tabernas (aunque jamás entran o consumen bebida
alguna), las calles en alto, los
pequeños promontorios, miradores naturales o urbanizados, los aledaños de los
campos municipales de fútbol y las
inmediaciones de los mercados de abastos.
El esperador suele llegar cada día a su puesto a la misma
hora, ya sea lunes, martes, o domingo. Un esperador lo es cada día del año. Al
llegar, el esperador sitúa su atención siempre en dirección hacia donde suelen ocurrir las cosas,
hacia donde pasa la vida. Lo primero que hace un esperador cuando llega a su
puesto es certificar que en las proximidades no ha habido ningún cambio; que
cada piedra, matorral, bache o cualquier otro elemento urbano sigue en el mismo
lugar que el día anterior. Después
husmea el aire, de modo parecido a como husmean los hurones, y a continuación se dispone a fumar. Con la calma habitual, saca del bolsillo de la camisa
su paquete de puritos, escoge cuidadosamente uno, se lo lleva a los labios, lo
enciende y chupa intensamente dos o tres veces. A pesar de que expira humo -prueba inequívoca de que el cigarro se
ha encendido- mira atentamente el extremo que arde para cerciorarse y, a
continuación, satisfecho, lo deja en la boca. Ya no volverá a tocarlo más,
aunque al cabo de unos minutos se apague a causa de la abundante saliva con que
lo ahoga.
Entonces, una vez ejecutadas todos y cada uno de esto
preliminares, el esperador se planta en pie, en la postura tradicional de los esperadores; esto es, abiertas las
piernas- más o menos a la altura de los hombros- con las manos
entrelazadas tras la espalda. Y así, sin apenas moverse unos metros hacia un
lado, unos metros hacia otro, espera
durante horas. Llegada la media hora antes de la comida, vuelve a casa y tras la siesta de rigor el esperador recupera su presencia en el puesto.
Finalmente, cuando cae la tarde en los pueblos, ciudades y regiones de España , todos los esperadores vuelven a casa antes de que anochezca, satisfechos de sí
mismos, un día más, felices y expectantes ante las perspectivas del día de mañana, ante una nueva
jornada repleta de emocionantes redundancias.
6 comentarios:
Desde el título, me intrigaste.
Adoro palabras inusuales tipo MERODEADOR, pero este ESPERADOR... De repente, ilusión de encontarse con algún tipo recóndito...
Luego vino la fiesta...
¡Viva el lenguaje, la invención!
Abrazos!
Curioso tipo "el esperador". Yo prefiero "el perseguidor", ese que interpreta hoy lo que "está tocando mañana".
Ana, en estos días me llegaron -sin saber cómo o por qué razones - recuerdos de la lectura de "El silenciero" de Antonio di Benedetto unidos a la imagen de personajes reales que existen, que se pueden ver tn toda la geografía española, y que se dedican todo el día a esperar: permanecen en un lugar determinado durante horas, ufanos, sin síntomas aparentes de aburrimiento. Gozan esperando no se sabe bien qué.
Mi intención inicial era ahondar en el motivo o en el objeto de la espera, pero a medida que escribía lo que ocurría era que se dibujaba el personaje y que la motivación de su función quedaba relegada...Quizá pueda continuar y desarrollarlo más hacia ese lado. Sea como fuere, la verdad es que he disfrutado mucho escribiendo esta entrada
¡Salud!
Juan
Como le decía a Ana, la idea de "el esperador" me surgió con el recuerdo de "El silenciero", pero no te voy a negar que mientras escribía me acordaba de "El perseguidor". Creo que mi Esperador está a siglos de distancia de "El perseguidor". Muy probablemente, por mucho que espere, jamás dará con él.
Sin embargo, por seguir el hilo de tu comentario, creo que ambos comparten el mismo destino, aunque desde extremos bien diferentes.
¡Salud, Juan!
Magnífico relato, "escribidor".
Besos, Ester
Gracias Ester
¡salud!
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