Esta es una entrada revolucionaria. Quien no esté preparado
para leer durante 7 largos minutos una
serie de pesadas y arduas reflexiones contranatura, que actúe de manera radical
y lo deje ahora, o cuando guste, igual que siempre.
Lo primero que voy a hacer es declarar sin solemnidades, pero con rotundidad, que a partir de este momento quedan abolidas
todas las leyes de la alteridad. Nada, o bien poca cosa de lo que aquí voy a
explicar, tiene que ver con la mentalidad social, el contexto socioeconómico, y
la coyuntura geopolítica del momento en que se escribió un libro cuya lectura me
ha estremecido, me ha perturbado y me ha
producido tal tormenta de ideas, esperanzas,
dudas y contradicciones que me resulta del todo imposible mirar a
cualquier lugar o escuchar cualquier conversación sin relacionarlos con lo que he leído, con
las ideas que desde hace años albergo, con la realidad que vivo, con la me
gustaría vivir y con el futuro que yo sueño para la humanidad.
Y todo por leer sin sentido crítico, por leer desde mi
presente, con la mentalidad de mis coetáneos, como si en realidad no
leyese, como si en verdad estuviese
ahora -exactamente ahora- en los mismos lugares y en los mismos momentos en los
que estuvo John Reed, manteniendo las mismas conversaciones con los mismos
personajes históricos, transcritas a
vuela pluma, día a día; redactando febril
y fielmente, desde la objetividad profesional
de un periodista comunista, los
fascinantes sucesos que asombraron al
mundo, que cambiaron para siempre la historia,
ocurridos en Rusia entre el 22 de octubre y el
18 de noviembre de 1917. Justo tal que ahora, por estas fechas, en las que aquí
como en Rusia hemos andado todos la mar de atareados con
los disfraces de Halloween.
Porque en la madrugada del pasado 1 de noviembre llamaron a casa, y después de dejar el libro
sobre la mesa y abrir la puerta, me vi preguntando con simpatía impostada a cinco
rostros verdosos, gomosos, de muecas
delirantes, que qué era eso de truco o trato, mientras los bolcheviques se preparaban para asestar al
antiguo régimen y a los burgueses capitalistas el golpe de gracia con el que
barrerlos para siempre de la historia, igual que una escoba se deshace del
polvo, igual que yo me deshice de los niños, con 40 céntimos y un portazo.
“Diez días que estremecieron al mundo” es un de los libros más
fascinantes que haya leído en mucho tiempo. Es, y al mismo tiempo no es, un
libro de historia, una crónica periodística o
una apología. Es, y al mismo tiempo no es, un pedazo de la vida de
alguien, el relato esperanzado, riguroso, brillante ,y por momentos trepidante, con que se expresa la consciencia del autor al saberse testigo de excepción de la historia
en el momento en que ocurre, de unos hechos que transformaron el mundo y que
por primera vez en la existencia de la humanidad -por primera vez desde que el
hombre es hombre- propiciaron que los
pobres y los desheredados, los hombres y mujeres que nunca tuvieron nada, aplastasen a los poderosos para emanciparse y
hacerse con las riendas de sus destinos.
Esto, dicho así, de corrido, es posible que parezca la
típica frase que se redacta al calor de las letras cuando todavía arden. Pero
puedo asegurar que la lectura de la obra
del estadounidense John Reed -a quien
encarnó Warren Beatty en el extraordinario
largometraje ‘Reds’- no solamente me ha transportado como una máquina
del tiempo a un momento de la historia insólito; no solamente me ha sacudido
como sacude el jornalero la vara contra el olivo, sino que ha abierto una
brecha en mi cráneo, encanecido y endurecido por los años, bajo el que descansaban plácidamente algunas certezas
sobre mí mismo, sobre mi pensamiento al respecto de mi propia condición social, mi propio punto de vista hacia lo que ocurre hoy, cada
día, en cada momento de este desconcertante presente que vivimos.
Nunca se lo he dicho a mi confesor, porque me no me lo iba a
perdonar, pero desde hace ya mucho tiempo que me considero un trabajador. Quiero decir que, independientemente de mi cuenta corriente, de mis
posesiones materiales, o de si el
camping en el que paso las vacaciones es de primera especial, no voy por ahí diciendo que soy de clase
media; ni siquiera clase media-baja. Yo soy de clase trabajadora. En algunas
discusiones con amigos o compañeros, si viene al caso, incluso hago ostentación
de ello y me siento un Moisés recién
revelado cuando alzo la voz, dispongo el más grave de mis gestos y exclamo ante
su pasmo “¡Digáis lo que digáis, yo soy un trabajador; yo tengo conciencia de
serlo, y si tú y tú y tú pensaseis lo mismo, otro gallo nos cantaría!”
Y en verdad lo soy. Sin embargo ¿Que estaría dispuesto a
hacer, o a perder, para que mis derechos
se respeten? ¿Otros trabajadores en peores condiciones que las mías me
considerarán su hermano; me verían dentro de su misma clase social. ¿Qué
sacrificaría, contra quien lucharía, a quién o cuántos hombres mataría, cuánto dolor estaría dispuesto a soportar y a
infligir por ver amanecer un
mundo en el que mi clase aplastase a los explotadores, corruptos, y poderosos para gobernar mi destino
sin temor a que nada ni nadie volviese nunca más a oprimir, engañar y esclavizar a los más débiles.?
Si uno es más o menos
condescendiente consigo mismo y lee “Diez días que estremecieron al mundo” como quien lee un sencillo libro de historia,
la primera de las tres preguntas anteriores se puede contestar con cierta
comodidad, sobre todo si tiene un puesto
de trabajo con el que ganarse la vida. Con el mismo tipo de lectura -una
lectura pasiva, intelectual, desde la distancia, utilizando la alteridad para
comprender los hechos en su justa medida- la respuesta a las dos siguientes no
tiene sentido, porque esos interrogantes no surgirían. Pero ¡ay! del insensato
que se deje atrapar por el libro de Reed;
¡ay! del pobre infeliz que imagine a los bolcheviques en procesión por
las calles de su ciudad, banderas al viento, cantando La Marsellesa y La
Internacional; ¡ay! de aquel que, con
una mínima conciencia de lo que ocurre hoy día, pierda el norte leyendo el
libro y
pretenda posar su existencia en
noviembre del 17 en el mismo
lugar donde pisó cualquier
ciudadano de San Petersburgo. ¡Ay! de aquel que frunza el ceño y amague con
ponerse en pie, cuando lea los discursos apasionados de Lenin, y de Trostsky,
imitando con su gesto el ademán más conocido de los dos líderes soviéticos... Ese
pobre infeliz, insensato, y para algunos, estúpido lector, soy yo.
Yo he estado junto a John Reed en el Smolny, asistiendo a
los apasionados debates estratégicos del Comité de Comisarios del pueblo recién
constituido. Yo he estado junto a John Reed en la plaza del Palacio de Invierno,
viendo cómo la masa proletaria armada lo
asaltaba. Yo he caminado por los pasillos de ese palacio, esquivando a decenas
y decenas de representantes de los soviets que dormían en el suelo, rendidos,
después de tres días de intensos debates ininterrumpidos. (Cuando escuchaban al
orador “no se movían, dirigían sobre él una mirada de fijeza casi aterradora,
las cejas fruncidas por el esfuerzo de pensar, su frente perlada de sudor,
gigantes con los ojos inocentes y claros de niños y rostros de guerreros de
epopeya”). Yo he visto escribir los originales de los mil
manifiestos que se publicaron en las decenas de periódicos que cada partido
publicaba. Yo he sufrido junto a John Reed los rigores de “el frente helado,
donde los miserables ejércitos padecían hambre y morían sin entusiasmo […]
pálidos, descalzos, los hombres se consumían sobre el lodo eterno de las
trincheras. Enderezándose a nuestro lado, los rostros contraídos, la piel
azulada por el frío asomando por entre los desgarrones de la ropa, nos
preguntaron ávidamente ¿Han traído ustedes alguna cosa que leer?”. Yo me
he manifestado en las calles, he asistido a pie de trincheras a los combates decisivos y , sobre
todo, yo he sido testigo de una audacia y una determinación que difícilmente
pueda volver a repetirse en ninguna otra etapa de la historia, surgidas de una
fe ciega en la victoria, de una inteligencia inaudita, el arma con la que
reconocer las circunstancias para
utilizarlas de la manera más eficaz, con
el fin de hacerse con la complicidad de
los dubitativos y aniquilar
al enemigo. “Así fue, entre el
estruendo de la artillería, en la oscuridad, en medio de odios, del temor y de
la audacia más temeraria cómo nació la nueva Rusia”, así fue cómo se cambió la historia para siempre.
Para cambiar la
historia, los bolcheviques se pasaron por el forro la hoy sacrosanta democracia representativa y
tomaron para el pueblo lo que era suyo,
el poder, y así pudieron legislar según
sus necesidades, las necesidades de los más desfavorecidos. En función de este hecho y de la actualidad,
al cerrar el libro de Reed me asediaba una tormenta de preguntas que para
muchos, seguramente, son sencillamente ridículas, de
una ingenuidad chistosa, o siendo benevolentes, pasadas de moda y de respuesta
más que obvia. Yo no estoy tan seguro. De hecho no estoy seguro de casi nada,
por eso me pregunto ¿En el actual contexto socioeconómico, con 6 millones de
parados, 2 millones de niños desnutridos,
y las grandes fortunas en auge, no hay ninguna organización política de
izquierdas en España capaz de movilizar
a sus militantes para organizar al pueblo y como mínimo poner aprietos al corrupto
capitalismo institucionalizado?. ¿No sería IU, el Partido Comunista de España, sus partidos
federados y los sindicatos obreros, los candidatos mejor posicionados para
ponerse en la vanguardia del descontento, del sufrimiento y de la necesidad que
padecen millones de personas? ¿Ha renunciado la izquierda española a luchar
contra el capitalismo? ¿Qué haría yo, cómo actuaría yo si se diese respuesta positiva a las dos
preguntas anteriores? ¿Hay alguien en España
que cuestione seriamente, en su totalidad, el capitalismo? ¿Hay alguien
en España que piense que el capitalismo y quienes lo promueven y lo gozan son
la única causa de esta situación? ¿Ha nacido en algún lugar alguien parecido a
Lenin? Si es así, ¿Cuántos años tiene ahora?. Ojalá sea un poco mayor que los
niños con máscaras de monstruo a los que
despaché después de dejarles hablar, con mi mejor sonrisa, tiernamente, utilizando buenas palabras, regalándoles un
par de caramelos y 40 céntimos, para
que no volviesen a llamar a la puerta reclamando lo que consideraban que
era suyo en la última noche de difuntos.
14 comentarios:
ME QUITO EL SOMBRERO.
Y yo le respondo, recíprocamente, con un saludo de visera trabajadora
Abrazos, Leolo
Querido Mariano, varias cosas:
1) Yo no he leído el libro pero “REDS” es una de mis películas de cabecera (no en vano la avalaba en su sinopsis el mismísimo Santiago Carrillo, aunque fuera un producto de “la cinematografía estadounidense”). Prueba de ello es el lastimoso aspecto de la cinta en VHS en mi videoteca. Y sí, tras leerte, yo también me he perdido unos minutos en una TORMENTA DE RECUERDOS E IDEAS.
2) He dedicado bastante más rato que siete minutos a tu fantástica entrada. Siéntete halagado si quieres por ello, y también si te sirve de consuelo, yo como coetánea de mis coetáneos, y coetánea tuya –mal que te pese- me veo permanentemente sumergida en las DUDAS.
3) ¿Es una licencia cinematográfica que cuando Jhon Reed cree leer su discurso “obrero” en no se que país oriental de estos de la media luna, se lo traduzcan como discurso religioso en plan “guerra santa”, que es como allí se consigue arengar a las masas, ó también aparece en el libro?. Si a esas alturas de la “recién creada ideología” el objetivo ya era conseguir el máximo nº de adeptos posible al precio que fuera –aunque fuese engañando- creo que es profundamente relevante el enfado de Jhon Reed y la crítica al “Comité Central” sobre la pertinencia SIEMPRE del LIBRE ALBEDRÍO, porque si no, quizá la REVOLUCIÓN TAMBIÉN sea un fraude ¿no?. CONTRADICCIONES.
4) Desde las vanguardias del descontento, y del sufrimiento y de la necesidad es como surgen las REVOLUCIONES, si. Lo que no tengo claro, y me duele, es que las revoluciones “masivas” que como ésta tuvieron lugar a lo largo de la historia (¿o es lo que nos han contado?) TAMBIÉN han terminado seducidas por GRANDES AMBICIONES –quizá lícitas al principio- pero finalmente corrompidas por el PODER que iban adquiriendo… MÁS DUDAS.
5) Quizá todo pasase por no CRECER tanto económicamente (¡¡¡perroflautas decrecentistas!!! –gritan muchos), y/o por generar e instaurar más “conciencia” de “lo local” (¡¡¡más perroflautas hippies!!! siguen gritando…). Todo esto dicho desde la perspectiva de alguien que como yo aun tiene trabajo, y últimamente casi se siente culpable por tenerlo, acostumbrada a “vivir más o menos bien”, y que en momentos como este, me hago una y otra vez la pregunta: quiza para que estemos “bien” todos, haya que renunciar a muchas de las COSAS que me ha proporcionado –y me proporciona- el denostado capitalismo… ¿a qué, pues, estoy dispuesta a renunciar?. IDEAS?.
6) ¡Ah! A mi puerta también llamaron tiernos infantes pidiéndome en EUSKERA “¿truco o trato?”. Fue un pronto, lo reconozco, pero NO les dí NADA.
Abrazos mil.
Belen, creo que este comentario es el más largo en la historia de el PHSXXI. Muchas gracias por dedicarle tu tiempo a expresar aquí lo que te sugiere la entrada
A ver si por partes puedo ir comentando tu comentario
Que alabase el mismísimo Carrillo la peli no me pone. A revés. En mi opinión, Carrillo dejó de ser un referente de la izquierda incluso antes de la democracia. Prefiero reservarme la opinión de este personaje.
'Reds' también la tenemos en casa en VHS. Hace no sé cuanto que no la ponemos pero la recuerdo casi fotograma a fotograma. Siendo como es un pedazo de peli, prefiero el libro de John Reed. En realidad son dos cosas diferentes y puntos de vista diferentes. Con Reds conoces a John Reed. Con "Diez días..." estás en la revolución, vives la revolución en 1ª persona.
En "Diez días..." no aparece ese momento que cuentas, quizá el más polémico de la película. De todos modos, siendo entonces Stalin el joven comisario encargado de organizar los territorios soviéticos y llevar hasta ellos la revolución, no me extraña nada que las cosas se hiciese como muestra la peli. Creo que John Reed nunca estuvo por esos lugares.
Cuando vemos en lo que han acabado siendo las revoluciones socialistas del XX, sobre todo la soviética, yo creo que tenemos que abrir el foco de la historia y colocar unas pocas décadas de desarrollo entre decenas de siglos capitalistas. Si además no olvidamos que las revoluciones fueron hostigadas por dos guerras mundiales, la guerra fría y a finales del XX por la Guerra de las Galaxias, tenemos un sistema que ha nacido y ha crecido en permanente economía de guerra. Aun así, y a pesar de todo, no olvidemos que Rusia pasó de ser un país feudal, a ser una de las dos grandes potencias mundiales en solo 40 años. China es otra historia. Lo de China me dá hasta la risa (por no llorar), y será motivo de otra entrada.
Con "Diez días..." uno se da cuenta de que con el capitalismo no pueden haber medias tintas. O juegas en sus reglas y entonces asumes todo lo que te pase, o te enfrentas radicalmente a él, sin concesiones, para aniquilarlo. Y eso es lo que vieron Lenin, Trotsky y los líderes bolcheviques. Sabían que si pactaban con la burguesía y todo se transformaba en una democracia parlamentaria de estilo occidental la revolución se convertiría en un remedo de la francesa, y los trabajadores volverían a verter su sangre para beneficiar a los de siempre.
ES decir, mal que nos pese, todas aquellas alternativas actuales que no cuestionan radicalmente el capitalismo como fuente originaria de desigualdades perpetuas se piensan desde posiciones burguesas o filoburguesas. En realidad nadie quiere cambiar. Cuando haya de nuevo crecimiento económico volveremos a endeudarnos todos hasta las cejas para tener más cosa, más grandes y más lujosas
¡Salud y abrazos Belen!
Un placer querido... Gracias también a tí por tus comentarios... o sea que habrá de nuevo crecimiento ¿dices?... ¿de qué tipo?.... Besotes.
Claro. El Capitalismo resuelve sus contradicciones con la creación de ciclos económicos, ya sea a través de guerras, o crisis financieras y económicas propiciadas por el poder. En unos años otra vez 'pariba', previa sodomización general de los trabajadores, destrucción del sector público y del mal llamado estado del bienestar (esa expresión parece querer decir que alguien muy generoso es el responsable de que tengamos sanidad, educación, etc...).
En unos años estaremos igual que en USA, donde a nadie parece importar una bolsa de pobreza estructural de 30 millones de pobres mientras haya creación de empleo y el PIB crezca.
¡Salud!
Me ha gustado la entrada pero los comentarios tuyos me han encantado y he aprendido mucho de ellos. Salud.
Pues doblemente agradecido y doblemente satisfecho, Loli
¡Salud!
A mí, que tengo de comunista tanto como de torero, este libro me dio ganas de hacerme bolchevique. Como muy bien dices, el lector está en el Smolny, en el Palacio de Invierno, en las barricadas, junto al Batallón de Mujeres. Reed fue un verdadero revolucionario, algo que a Stalin no le gustó nada. De hecho, el futuro Padrecito de los pueblos sólo es mencionado en el libro de Reed en dos ocasiones y como de pasada. Eso es más de lo que quedó de la memoria de Reed cuando Stalin llegó al poder. Creo que, de haber vivido más, Reed habría acabado convirtiéndose en otro Victor Serge.
Saludos.
Stalin, agazapado, en un plano discreto, esperando su oportunidad... Reed solamente le nombra una vez cuando lista los miembros del primer Comité de Comisarios del Pueblo, y a título de inventario
Seguramente Reed hubiese acabado como dices. Por cierto, no conocía a Víctor Serge. Eres una mina Niño Vampiro.
Lo que ocurrió con Stalin es horroroso, injustificable. También es injustificable que se haya olvidado que Stalin y millones de rusos pararon a Hitler, como si los EE.UU solitos hubiesen ganado la guerra. Y también se olvida o se obvia la época de horror francesa, con Robespierre y compañia, los centenares de miles de muertos de las guerras napoleónicas, las decenas de miles de desaparecidos y torturados en el patio trasero de los USA (Latinoamérica); la muerte, la pobreza y el sufrimieno que generó el mismo zarismo, o los millones de muertos y esclavizados en siglos y siglos de capitalismo... todo esto parece pasarse por alto, como si ese fuese un precio que sí estamos dispuestos a pagar
Muchas gracias por pasar, Niño Vampiro
No he leído el libro de Reed, hace años que quiero hacerle un hueco entre otros muchos, pero no encuentro el momento, o me da bastante pereza. La película sí la vi. Una buena película.
No estoy muy de acuerdo en "colocar unas pocas décadas de desarrollo entre decenas de siglos capitalistas" refiriéndonos al socialismo. Si Rusia pasó de ser un país feudal a aparentar ser un país desarrollado, fue a costa de los propios rusos. Pero es mi opinión, naturalmente, aunque no única.
Hola Juan. Te aseguro que el libro de Reed es mucho más emocionante que la película. Como decía en otro comentario, en la peli ves al autor, en el libro la Revolución.
Bueno, entrando en harina: creo que ya no se trata de estar de acuerdo o no. Es un hecho objetivo. A uno puede no gustarle que las plantas hagan la fotosíntesis, pero la hacen. Pues la historia es lo mismo. Los hechos son los que son. Lo que ocurre es que nunca cuestionamos los horrores que ha cometido el capitalismo. Parece como si ese sistema fuese consustancial con la historia natural del planeta y que no hubiser forma de cambiar los acontecimientos. Quiero decir que siguiendo la lógica de tu reflexión, si España es una país como es ahora es a costa de los españoles; si USA es una potencia como la que es es a costa de los americanos, sobre todo de los indios, los verdaderos y genuinos americanos. Y si en la rusia de principios del XX el 1% de rusos poseía el 100% de la tierra también era a costa de los rusos, pero eso parece que se nos olvida.
Los países no son entes abstractos: Son comunidades de ciudadanos con un bagaje cultural común. Y Rusia consiguió algo histórico con el esfuerzo, la audacia, la inteligencia y el sacrificio de sus ciudadanos: invadir el espacio que hasta ese momento estaba reservado a los poderosos y dibujar su propio futuro. Es decir, el pueblo ruso se emancipó. Algo insólito en la historia de la humanidad. Después se produjo otro fenómeno: consolidarse en poco más de 40 años como la única potencia mundial capaz de hacerle frente a los USA. Y todo padeciendo 3 guerras.
Puedes utilizar dos expresiones: eso se hizo a costa de los rusos, o eso lo hicieron los rusos. Yo prefiero la segunda.
No me quiero extender. Solamente añadir que si en Europa los trabajadores hemos gozado de derechos laborales, y hemos conseguido ciertas cotas bienestar social ha sido gracias a la revolución soviética y al pueblo ruso. Porque parece que el estado del bienestar es algo también fruto del maravilloso capitalismo, que ahora campa a sus anchas desde que en el otro lado gobierna la mafia más infame desde los tiempos de Chicago (también a costa de los rusos ¿o en este caso no? )
Un abrazo Juan. Gracias por pasar
Pues yo sigo pensando que se hizo a costa de los rusos, ¿o nos olvidamos de los gulags? Pero en fin, son opiniones.
Con tu permiso, seguiré pasando por tu blog, me interesa lo que escribes. Y cómo lo escribes, también.
Un saludo.
Estás en tu casa, Juan; eres bienvenido.
¡Salud!
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