El próximo año se cumplirá un siglo desde que Benito Mussolini ocupase la jefatura del gobierno italiano. Efectivamente, en 1922 el fascismo se hizo con su lugar en la Historia. Su autoridad nacionalista, tiránica y dictatorial se prolongaría en Italia durante dos décadas, hasta poco antes de finalizar la II Guerra Mundial. Gracias a la movilización violenta y permanente de sus seguidores convocados por él mismo bajo el lema “Hagamos grande Italia, un pueblo un Estado”; gracias a la subversión y utilización en su provecho de las normas democráticas y, finalmente, gracias al apoyo de la gran burguesía terrateniente e industrial, que temía las consecuencias para sus negocios y sus privilegios ante la pujanza de las fuerzas de izquierda, y a pesar de contar con apenas un puñado de diputados en el parlamento italiano, Mussolini se hizo con el poder.
Histriónico, maleducado,
mesiánico, inculto, incapaz de empatizar, hábil y perverso manipulador de la
realidad, antisocial, presuntuoso, delirante, narcisista, grandilocuente,
explotador, misógino, arrogante, soberbio, amoral, violento, egoísta, racista y
necio. Este podría ser el retrato etopéyico
de Mussolini. Hay quien dice que esta sería la descripción del
carácter propio de un enfermo,
víctima de una patología mental. Yo creo que no. Sencillamente es el dibujo somero de una mala persona.
Ahora, busquemos un
dirigente político contemporáneo al que
podamos vestir con toda esa serie de virtudes. ¡Extacto! ¡Donald Trump!
Matizando el contexto histórico y geopolítico en el que ambos actúan, Mussolini
y Trump son rostros que surgen del mismo molde. Incluso sus modos, la
gestualidad, esa pose arrogante y desafiante con que se dirigen a seguidores y detractores construyen un mismo perfil y una mismo carácter en dos personas
diferentes.
Me pregunto quién querría
tener por vecino a un tipo con estas mismas características, quién lo querría a
su lado como amigo o compañero; quién le confiaría, por ejemplo, ni tan
siquiera la presidencia de la comunidad de vecinos durante un solo año… Y sin
embargo, más de 70 millones de personas le han votado para que dirija el país
más poderoso del mundo. Mussolini entró en Roma con 40.000 camisas negras. Buena
parte del pueblo italiano lo adoraba.
Mussolini y Trump son
producto del péndulo de la Historia. Ambos se sitúan en el mismo
extremo. De ahí que me resulte difícil entender por qué hemos asumido que Donald Trump ha
fundado un nuevo modo de escribir la Historia, de ejercer el poder o de hacer
política bautizado como trumpismo,
cuando en realidad es un fascista paradigmático.
Efectivamente, Donald
Trump es hijo legítimo de Benito Mussolini. Sus seguidores, que invadieron
el pasado día 6 de enero el capitolio y
muchos otros que salen a la calle a diario,
armados, amenazando a los que no
piensan como ellos, son su squadra. No hay nada nuevo bajo
el sol. Por mucho que en nuestra estúpida y arrogante posmodernidad nos
empeñemos en deconstruir la sopa de ajo y la tortilla a la francesa sin
utilizar ni ajo ni huevo, es necesario insistir: no es trumpismo, es fascismo.
Y es que, al igual que
Trump, Benito Mussolini -y después Hitler- fueron una amenaza para el mundo y
para la democracia. El fascismo cosecha los peores sentimientos de las personas, los procesa y manipula exhaustivamente en
clave nacionalista; señala y amenaza abiertamente al oponente; se arroga la
propiedad del pueblo; personaliza la solución a los problemas en un caudillo
salvador; utiliza las instituciones democráticas para legitimarse y más tarde
destruirlas; manipula la verdad; apela a un pasado mítico de grandeza; su
programa se resume en la recuperación
de esa supuesta grandeza; demoniza a las élites pero en realidad surge
para conservar sus privilegios. Los fascistas se apoderan de los símbolos
colectivos de la nación. Para un fascista, el pueblo es el cuerpo del Estado y
el Estado es el espíritu del pueblo: la identificación de partido y nación es
absoluta e indisoluble, de manera que quien no comulgue con sus postulados se
convierte automáticamente en antipatriota, en enemigo del pueblo.
La influencia global de
la política norteamericana es tal que ningún lugar del mundo ha escapado a su
influjo. La presidencia del Mussolini norteamericano durante estos últimos
cuatro años ha reforzado a los movimientos fascistas europeos y sudamericanos.
Bolsonaro, Le Pen, Salvini, Orbán, Gilders, Baudet… son algunos ejemplos. Los
medios de comunicación, los think tank y periodistas e intelectuales afines trabajan a
diario para posicionar su mensaje.
Por supuesto, España, el
único país europeo junto a Portugal donde después de la II Guerra Mundial
arraigó y gobernó el fascismo en su peculiar forma franquista durante cuatro
décadas, no es una excepción. La llamada foto de Colón se ha convertido en un icono o en un lugar común que muestra en una sola imagen las diferentes
gradaciones del fascismo contemporáneo de cuño español. Los tres partidos allí representados
comparten gobierno en tres comunidades autónomas, Madrid, Andalucía y Murcia, aunque
por su tono, por su estilo, por su retórica y el descaro con que enarbolan
simbologías o reivindican nuestra pasada dictadura, quien mejor representa al
fascismo español es el VOX de Santiago
Abascal.
Sin embargo, camuflados
en una oratoria ampulosa, caramelizada de desobediencia civil revolucionaria;
agitando una bandera sectaria junto al supuesto
derecho a una falseada democracia directa y popular; utilizando en su beneficio
todo tipo de símbolos, personajes y
movimientos históricos revolucionarios, apoyado por una movilización constante
en las calles, con gran protagonismo de
las falanges de la CUP y la
Assemblea Nacional de Catalunya, el
fascismo se ha colado también en Cataluña
de la mano del independentismo.
De hecho, desde el intento
de Golpe de Estado el 23 de febrero de
1981 no se había producido otro intento de subversión de la legalidad
democrática en España hasta el 6 y 7 y de septiembre de 2017, días en los que
la mitad de los diputados del parlamento autonómico de Cataluña pergeñaron una
legalidad paralela contraviniendo el Estado de Derecho y toda norma democrática, con los hechos consecuentes y posteriores de
intento de asalto al mismo Parlament, la invasión y ocupación de
la Delegación del Gobierno, la ocupación masiva del Aeropuerto internacional
del Prat, el corte de la frontera de la Junquera entre Francia y España, y los
ulteriores disturbios de Barcelona, bautizados con gozoso orgullo por los
grupos CDR como “La Batalla de Urquinaona” tras la sentencia condenatoria a los
líderes del procès... por citar los hechos más relevantes.
Toda una lección para los
fascistas de Trump. Cualquiera puede invertir unos minutos en encontrar, desde
la óptica del Estado de Derecho y de un sistema democrático occidental, las
diferencias que existen entre la
actuación de Trump y sus seguidores y los líderes independentistas catalanes y
sus acólitos. Más allá de las peculiaridades obvias, debido a su contexto, no hallará muchas. Ni siquiera en el modus
operandi y mucho menos en la base de su narrativa política y de su discurso. Yo -si se me permite- señalo las
coincidencias: Exacerbación de los
sentimientos nacionales; negación y subversión de una legalidad democrática que
no les resulta propicia; movilización violenta parapolítica; identificación del
partido con el supuesto espíritu del pueblo; negación de la lucha de clases; inefabilidad
del líder y seguimiento incuestionable
al caudillo; apelación a una supuesta grandeza pasada; promesa de recuperación
de esa grandeza; utilización sectaria y partidista de las instituciones y de
los símbolos nacionales; creación de instituciones propias y paralelas que sustituyen
a las democráticas votadas en sufragio universal; creación de una fuerza
popular de choque que mantenga la tensión política en las calles (los CDR); demonización
del oponente; creación de sindicatos verticales afines; entrismo en la red institucional, cultural,
cívica y social; argumentación falseada;
irritación sentimentaloide exagerada; autoconvencimiento mesiánico; violencia
verbal; xenofobia, racismo y supremacismo.
Tan fascista es este
movimiento que el último presidente de la Generalitat, Quim Torra, actualmente
inhabilitado, fue nombrado President a sabiendas de que es el autor de nada más
y nada menos que de 444 artículos periodísticos de carácter racista, xenófobo y
supremacista. Tanto es así que el Presidente de la Cámara de Comercio de
Barcelona, actual candidato número tres de la lista de JxCat por Barcelona al Parlament de Catalunya, y
posible futuro President si este partido gana las elecciones y Laura Borras (la
segunda de la lista) es inhabilitada, se ha declarado públicamente, en varias
ocasiones, admirador de Donald Trump y de
sus políticas. Tanto es así, que Artur Mas, llamado por sus seguidores El
timonel, utilizó para la campaña electoral
del 2012 el lema “La voluntad de un pueblo”. Tanto es así que la expresidenta
del Parlament, Carme Forcadell, se desgañitó en actos públicos asegurando que catalán sólo
es quien quiere la independencia de Cataluña. Tanto es así que Joan Tardà, en
pleno auge del movimiento independentista, gritó a los estudiantes de la
Universidad de Barcelona que quien no apoyase la causa era un traidor a la
patria. Tanto es así que Carles Puigdemont, responsable de la Declaración
Unilateral de Independencia, mantiene
una relación fluida con los líderes de la extrema derecha flamenca, quienes en
repetidas ocasiones han expresado públicamente su apoyo al procès. Tanto es así
que Mateo Salvini, líder fascista italiano, se apresuró a fotografiarse con una
bandera estelada, la bandera independentista
catalana…
Después del intento de
ocupación del Capitolio en Washington por parte de los camisas negras de Donald
Trump, el futuro de lo que va ocurrir es incierto. Hoy, el Congreso debate su
cese con la presencia de un importante contingente de la Guardia Nacional. A
pesar de que el apoyo popular al Mussolini estadounidense es muy grande -mayoritario en algunos
Estados- esperemos que los EEUU aguanten
el envite del fascismo, porque la alternativa es apocalíptica y no habría que
descartar un enfrentamiento civil. Los
seguidores del Mussolini yanqui están muy bien organizados y terroríficamente
bien armados. A estas alturas, ya nadie se cree que el asalto al Capitolio fuese un hecho
espontáneo.
En mi opinión, lo importante es que el poder judicial norteamericano pueda procesar a Donald Trump por poner en peligro la democracia norteamericana, incitar al odio, intentar subvertir las leyes por dirigir y alentar una rebelión en toda regla aprovechando su posición de máximo poder. Si esto sucede así, estoy seguro de que Santiago Abascal, Pablo Casado, Inés Arrimadas, Mateo Salvini, Jair Bolsonaro, Viktor Orban, Joan Canadell y Carles Puigdemont consideraran a Donald Trump un preso político y se sumarán a la solicitud de indulto, o mejor, de amnistía, tanto para él como para sus CDR de QAnon.
En coherencia, también deberían apoyar esta solicitud Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Jessica
Albiach, Ada Colau, Joan Mena, Jaume Asens y un largo etcétera de políticos e
intelectuales de la izquierda divina, acomplejada ente el nacionalismo catalán y
vasco, que solo ve la paja del fascismo en el ojo ajeno. Por cierto, por si
alguien no lo recuerda, Mussolini acabó sus días colgado de los pies. Un aviso
de la Historia a navegantes.
2 comentarios:
Nadie se atreve a llamar por su nombre a toda esta gente, ni a los nacionalistas del estado ni a los de Cataluña. Yo veo la batalla perdida. Mira donde está ahora el otrora potente PSUC que tiene que añadir a sus siglas lo de "VIU" para que sus propios y por otra parte, ínfimos en número, militantes se lo crean. Y todavía el voluntarista Eduard sigue manteniendo el discurso de la República Federal que a los nacionalistas les trae al pairo.
Desde Comorera, siempre ha pasado lo mismo. Esa hipócrita pátina de izquierdismo que tienen los nacionalistas arrastra a mucha gente.
En cuanto a la otra versión del fascismo te diré que estoy asustado: Siendo militante comunista, lo que condiciona mis relaciones personales, casi cada día conozco a mas posibles votantes de VOX y también a mas votantes de las coaliciones de izquierdas que desencantados, van a pasarse a la abstención o directamente a VOX.
Menos mal que queda ese aire fresco de tus reflexiones que me dan ánimos. Sigue así porque como dice el GRAN WYOMING, tal vez tus reflexiones no vayan a cambiar nada pero me dan consuelo.
Un abrazo.
J.C.
Hola J.C
De la mano de la gran burguesía, el nacionalismo vasco y catalán fueron dos de las cuestiones que, sumadas al contexto internacional, a la presión de la Iglesia, el poder económico, los grandes latifundistas y a la estrecha visión estratégica de los extremismos de izquierdas, acabarían con la II República. El nacionalismo siempre muestra su lado más reaccionario cuando la izquierda ocupa el poder.
Me resulta muy difícil entender por qué los dirigentes de izquierda han regalado siempre el marco político a los nacionalistas en Catalunya y Euskadi. No alcanzo a ver ni las razones, ni los objetivos ni logro traducir el análisis que hacen.
Ayer, Pablo Iglesias en "Salvados" dijo que Puigdemont es un exiliado igual que los exiliados republicanos de la Guerra Civil. Así, pierde votos por la izquierda, no los gana del lado nacionalista y además ofende. No es muy difícil hacer esa valoración. Pero ellos, erre que erre. Pues que les den.
Yo no voy a votar nunca a un partido nacionalista, se llame, VOX, CiU, ERC o PNV. Pero tampoco a un partido que es condescendiente con el nacionalismo, con unos dirigenetes que representan a los poderes que han despreciado y explotado siempre a los trabajadores en Catalunya.
Bueno, JC, la opción electoral que ahora me queda en Catalunya la tengo clara. A escala nacional ya veremos...
Lo que ha ocurrido en EE.UU creo que actuará, ni que sea provisiolnalmente, como una vacuna política. Es un espejo en el que se ven reflejados muy nítidamente los indepentiastas y los fascismos europeos y españoles. Algo así como el atentado del 11M para ETA. Yo espero que asì sea y que recuperemos el espacio que nosotros mismos nos hemos dejado ocupar gracias a dirigentes que no escuchan la calle en el día a día
Un abrazo, compañero
¡Salud!
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