Para Carlos y Luis, que miman mis empeños y cuidan mi vanidad.
Además de la
acumulación de vivencias y de cierto tipo de sabiduría que a todos nos proporciona
la experiencia, probablemente la ventaja más infrautilizada de cumplir años es
la perspectiva; la posibilidad de acercarnos con la inteligencia que nace de la distancia a hechos, razones
y sinrazones presentes gracias a la comparación con el pasado. Ya hace un lustro que
peino todas las tonalidades del gris, así que, aunque no llego todavía a
merecer las atribuciones y el respeto que le debemos a los viejos sabios de la
tribu, empiezo a gozar de algunas de las prebendas del tiempo.
Medio siglo atrás, cuando el régimen del dictador Francisco Franco
languidecía y una nueva generación se preparaba para construir el futuro en
democracia, se produjo un fenómeno bien curioso y paradójico. Mientras una
parte de la población se afanaba en aprovechar la luz y el aire que se
filtraban entre los primeros resquicios de las puertas y, ansiosos,
empezábamos a acceder a la cultura libre ampliando nuestro horizonte más allá
de la intransigencia nacionalcatólica, cerril y obsoleta, la
televisión única de entonces, la Televisión Española, dio en ofrecer a su
audiencia cautiva un elenco de curiosos personajes interpretados por cómicos (algunos
de muy discutible talento) cuyo denominador común consistía en caricaturizar y estereotipar
de un modo mezquino, superficial, vulgar y garbancero a los campesinos, a los
habitantes de lo que hoy se ha venido en llamar la España vacía. Así fue como, para vergüenza de propios y extraños,
nacía el paleto.
Fernando
Esteso, Paco Martínez Soria, Juanito Navarro, el muñeco Macario del ventrílocuo José Luis Moreno;
Doña Rogelia, de su colega, la ventrílocua Mary Carmen (Martínez-Villaseñor
Barrasa) o ya, entrando en los
ochenta, Marianico el corto, fueron los más televisivos. Incluso la voz de uno
de los más conocidos monólogos del gran Gila es la de un paleto.
En los cines los espectadores reían a carcajadas los desatinos y las garrulerías de paletos interpretados por Tony Leblanc, José Luis Ozores o Alfredo
Landa, entre otros, que desencajaban las mandíbulas y desorbitaban los ojos
ante la visión de unas cuantas turistas extranjeras en bikini. En pleno siglo XXI
pervive algún epígono de aquel bochorno colectivo. Todavía hay quien explica
chistes de leperos o que se ríe de “el tío de la vara” o de “la vieja del
visillo” creados por José Mota.
¿Quién no ha
contado un chiste de leperos? Que tire
la primera piedra quien en España no se haya reído de esas criaturas; que
levante la mano quien nunca haya utilizado el término paleto para señalar una
persona zafia, tosca, ignorante, palurda, cazurra que lo es porque ha nacido en
un entorno agrario, alejado de las grandes ciudades, dedicado a la supervivencia
a través de tareas tan poco sofisticadas como labrar la tierra, recoger y
guardar la mies, criar y alimentar animales.
Se le supone al
paleto un tipo bruto, sin alma, desconfiado y básico, en contraposición con la
sofisticación, la inteligencia y la amplitud de miras de cualquier persona que
viva en la ciudad. Dice la socióloga María
Antonia García León en su “Historia sociológica del arquetipo rural del paleto”
que “La mirada urbana construye para
el mundo rural un estigma que se condensa en la figura social del paleto, constituyendo un
claro ejemplo de etnocentrismo cultural. Dentro de una misma comunidad la forma
de racismo que encierra esa figura no tiene sentido. Es el contraste
campo/ciudad, rural/urbano, la tensión entre dichos polos la que proporciona la
plataforma en que puede surgir esa desvalorización de lo rural y de sus
habitantes.”
También hay
algo de freudiano en la burla hacia el paleto, porque, tal como afirma la
socióloga, “En el árbol genealógico
de aquellos que se tronchan de la risa por los despropósitos del pueblerino siempre
suele haber más boinas que blasones, pero la risa les libera de su pasado y les
vincula con su nuevo presente urbano.”
Quizás uno de los artistas que más ha dignificado la vida y
los sufrimientos de los habitantes de los pueblos españoles y que más se haya
comprometido con su pervivencia es Miguel Delibes. Su amor al mundo rural no
sólo se reflejó en toda su obra, sino que siendo director de ‘El Norte de
Castilla’ en pleno franquismo puso en marcha una campaña para tratar de evitar
la sangría demográfica que padecía el interior español y salvar así regiones
enteras de la despoblación. Miguel Delibes escribió algunas de sus mejores
obras en pleno auge televisivo y cinematográfico del paletismo. “El disputado
voto del señor Cayo” o “Los Santo Inocentes” son dos buenos ejemplos, y también´-
aunque algo anteriores- la prodigiosa obra maestra “Las ratas”, y ya mucho más
alejadas en el tiempo “Diario de un cazador” y “El Camino.”
Otro escritor europeo
que comprometió buena parte de su obra y de su tiempo para intentar salvar del
abandono los pueblos campesinos y reivindicar su labor, su estilo de vida y su
papel en la economía y en la historia fue el inglés John Berger. En “Puerca
Tierra”, integrada en la “La trilogía de sus fatigas” en la que también se
encuentran “Una vez en Europa” y “Lila y
Flag” (las tres obras dedicadas en exclusiva al mundo rural y a los campesinos)
Berger publica un epílogo que podría muy
bien considerarse uno de los análisis más empeñados moralmente en desvelar las
razones económicas y sistémicas que destruyeron el mundo rural, los pueblos de
media Europa, y también en desentrañar la hondura del carácter campesino, esencialmente
condicionado por un entorno hostil, por las inseguridades permanentes, por un
futuro rectilíneo, sin posibilidad de otro horizonte que la supervivencia
diaria.
Y es que John
Berger afirma que el campesino era ante todo un superviviente, en los dos
sentidos de la palabra, es decir, el hombre y la mujer que se veían obligados a
luchar diaria y denodadamente contra todo tipo de dificultades y, al mismo
tiempo, el hombre y la mujer invirtiendo toda su energía en salvar la vida.
Deconstruyendo los tópicos John Berger argumenta que el campesino no se resistía a los
cambios; su ingenuidad les abría a ellos, pero tenía que identificar ventajas
suficientes como para que le garantizasen la supervivencia, porque si esos
cambios fallaran, nadie le rescataría de su aislamiento y le condenaría a
muerte.
Por tanto,
Berger defiende que el campesino no era ni más ni menos conservador que un
urbanita. Si había algo de conservador en ellos no tenía nada que ver con el conservadurismo
practicado por las clases privilegiadas, porque el campesino apenas defendía
privilegio alguno. De hecho, a pesar de lo que se decía en la ciudad, el
campesino no era un interesado, ya que recelaba profundamente del dinero. Para
el campesino una vida sin justicia carecía de sentido, a pesar de lo injusto de
la relación que la sociedad establecía con ellos, pues era muy consciente de
que su supervivencia dependía de que otros comprasen a bajo precio los
productos que ellos extraían de la tierra para alimentar vidas ajenas, con
destinos muy diferentes a los suyos, aseguradas, a salvo de incertedumbres.
Afirma Berger
al final de su epílogo “Hasta qué punto la metafísica del capital ha prestado
su lógica para la categorización como atrasados, es decir, portadores del
estigma y la vergüenza del pasado, de aquellos a quienes el propio sistema se
encarga de empobrecer”. Y añade “La destrucción de los campesinos del mundo
podría constituir un acto final de eliminación histórica.”
John Berger
publicó el epílogo de “Puerca Tierra” en 1978, en plena efervescencia del
fenómeno paleto español. Por entonces, el escritor inglés ya certificaba cifras
demoledoras que describían objetivamente el abandono masivo del campo en
Inglaterra y Francia. El éxodo era incontenible y España era otro de sus
principales escenarios. De manera que su epílogo no solo cierra su obra sino
que deviene en la clausura dramática de un modo de vida destruido por las
exigencias de un sistema que, en lugar de facilitar medios para mejorar la vida
de los campesinos y conservar de ese modo extensos núcleos de población, opta
por su sacrificio y su exterminio en el que hunde sus pezuñas la industria de
la alimentación, intensiva y antisostenibilista, explotada por grandes
monopolios, cuyos principales accionistas no saben ni qué forma tiene una azada,
al tiempo que nutre de mano de obra barata a las empresas instaladas en las
periferias, que contratan a hombres y mujeres desarraigados.
Dada la
confluencia en las fechas no sería muy desatinado pensar que poderes políticos concurrentes
con grandes intereses económicos pusieron en marcha esa campaña de desprestigio
del campesinado español convirtiendo así a los pueblos españoles en poco menos
que lugares poco aconsejables y adecuados donde formar una familia y labrar un
futuro. ¿Quién quiere establecerse en lugares habitados por semejantes
especímenes? ¿Quién desea continuar viviendo entre la ignorancia, el atraso, la
carencia de todo tipo de servicios y la ausencia de horizontes? Esa fue la
función del paleto, una caricatura interesadamente soez, malintencionada, falsa
y perversa que sirvió para disparar el tiro de gracia a los pueblos de España.
John Berger y
Miguel Delibes nos dejaron no hace mucho. Ambos fueron testigos de sus propios
vaticinios; su clamor cayó en baldío. Hoy tenemos que constatar con tristeza
la muerte de los pueblos y el fin del campesino. Sergio del Molino ha escrito
la esquela definitiva con “La España vacía”, la que “divisamos desde la
autovía. La de los pueblos que para algunos son la feliz aldea de los veranos
infantiles y para otros el paisaje de la leyenda negra […] A la España vacía le falta un relato en el que reconocerse. Las historia que la cuentan complacen a quienes no viven en ella y halagan dos clases de prejuicios: los de la España negra y los del beatus ille. Los primeros se difunden por el telediario. Los segundos, en la Guía Michelin. Infierno o paraíso. No hay término medio. O los asesinos o los monjes. Aunque, según la habilidad del gionista, pueden ser monjes y asesinos a la vez."
Yo soy un niño
que vivió los mejores momentos de su infancia y de su adolescencia en uno de
esos pueblos. Todavía hoy necesito respirar durante unos días el aire
perfumado de roble, tomillo y estepa y recorrer los rincones y los parajes
donde experimenté la libertad y tantas primeras veces; donde conocí gente
sacrificada, trabajadora, denodada; supervivientes de sus propias existencias y
de un modo de vida que languidecía. Yo nunca vi un paleto. Veía a mis padres,
que nacieron y se criaron allí, expulsados de su tierra como tantos miles. Veía
a mis abuelos, a mis primos, a mis amigos, y a los padres y a los abuelos de
mis amigos. Los paletos sólo aparecían en televisión. Eran seres de ficción que
ayudaron a propiciar un sacrifico cruel y nefasto.
Y, sin embargo,
gracias a la distancia y el paso de los años, con la perspectiva que me ofrece
el tiempo, hoy debo afirmar que los paletos existen, y son reales. Ya no los vemos
sólo en la televisión, sino que los escuchamos por la radio, leemos sus proezas
en los periódicos, seguimos sus sandeces en las redes sociales, pasmados ante la ostentación continua y satisfecha de una ignorancia vulgar y zafia que se muestra descaradamente chulesca.
Los paletos de hoy son
homófobos, machistas, racistas, egoístas, desconfiados, torpes, cazurros, semianalfabetos,
interesados, mendaces, supersticiosos, cerriles y meapilas, pero, ante todo, son vanidosos
encantados de haberse conocido. Los paletos del siglo XXI son tipos como Donald
Trump, Isabel Díaz Ayuso, Pilar Rahola, Quim Torra, Boris Johnson, Pablo
Casado, Ivan Espinosa de los Monteros, Santiago Abascal, Cayetana Álvarez,
Rafael Hernando, Herman Tertsch, Salvador Sostres, su eminencia el Arzobispo
Cañizares, Marcos de Quinto, Juan Carlos Girauta… y un largo etcétera de seres antropomorfos,
herederos políticos de quienes vaciaron en su provecho los pueblos de España.
Nuestra
obligación es enfrentarnos a ellos ideológicamente, cívicamente, democráticamente en todo momento y lugar, cada cual en la medida de sus posibilidades, porque
sus decisiones están orientando a la humanidad a un mundo irrespirable, a un
mundo peor. Del mismo podo que vaciaron el campo hoy siguen empeñados en hacer del progreso un extraordinario negocio del que se lucrarán unos
pocos a costa de nuestro futuro, de nuestras libertades y de nuestras vidas. Los paletos del Siglo XXI.
6 comentarios:
De los pueblos, por lo menos de los de España, no nos echaron planes estructurados. Nos echó el hambre. Nos empujó a otras zonas más ricas de España, a Alemania, a Suiza, a Francia. Volvimos del extranjero después de haber sido allí parias. Ni siquiera paletos. En las peores condiciones. En los peores trabajos. En los peores salarios. En Alemania los españoles se hacinaban junto a los turcos en barracones. Aquellos "paletos" de ayer hoy reclaman ufanos que ellos fueron con contratos y despotrican de los nuevos emigrantes. Nada que añadir. El ser humano alberga en su interior un deseo malsano de superioridad. Nos quedamos sin pueblos. Cuando volvíamos en vacaciones ya no éramos de allí. Ya no éramos de aquí. Ya no éramos. Los supervivientes de esa España rural lo fueron porque nos fuimos. Porque pudieron repartir las migajas entre menos. Quién quería estar alli, sin trabajo, sin comida, sin escuelas... Bueno, de todo esto había , pero no era para todos.
El jornalero, aquel que vende su esfuerzo, está por debajo del campesino.
Hoy estamos aquí y los veo y oigo alabando su pasado. Pensando que no estaba tan mal. Que les gustaría volver. Todos queremos morir en el lugar donde nacimos.
Paletos, si. Nos gusta lo zafio. No conocemos lo refinado. No conocemos la cultura, los buenos modales, el saber estar.
La etiqueta no importa. Da igual que nos llamen paletos, charnegos, sudacas, moros, .... Hombres y mujeres que intentan sobrevivir.
Y para más dolor, el humor de Esteso nos hermanó con los ricos .
La puta mala - y escasa - educación.
Un abrazo
Arquetipos. Es la palabra que utilizas. Yo voy a poner otra:iconoclasta. Para ver si rompemos con ALGUNOS arquetipos. Da igual que sea rurales o urbanos. Te recuerdo que no hace tanto que se creó otro especimen: el rurbanita. Y doy fe, de que éste da mas miedo. Todo bien Mariano?
Hola Roy. Me alegra mucho verte por aquí de nuevo
El hambre que os expulsó de vuestros pueblos fue la consecuencia de esos planes. Desde los planes de estabilización de 1959 obra del economista Joan Sardà Dexeus que trabajó para Franco (¡Qué cosas tiene la vida. Fue militante de ERC durante la República) más de la mitad de las inversiones fueron a parar a Catalunya, País Vasco y Madrid.
Con respecto a todo lo que dices estoy completamente de acuerdo. No aprendemos de nuestros sufrimientos y en cuanto nos libramos de ellos no hacemos nada para que otros no los padezcan. Es más, nos sentimos superiores y les humillamos.
Un placer tenerte por aquí, con tus opiniones certeras, rotundas y sin tapujos
Abrazos fuertes
¡Salud!
Hola desconocid@. Si me llamas por mi nombre es que eres un seguidor ya veterano de este blog, pero no acabo de saber quién puedes ser.
EStoy bien, deseando volver a la normalidad, como casi todo el mundo.
La palabra 'arquetipo' no la utilizo yo, la utiliza la socióloga que cito. Arquetipo es una palabra de origen griego que significa el patrón del cual se derivan otras ideas, objetos o conceptos. Para este caso yo prefiero utilizar "estereotipo", que es una percepción exagerada basada en los prejuicios conforme a determinadas ideologías. Finalmente, una caricatura a menudo es la deformación interesada de un estereotipo.
Muchas gracias por pasarte de nuevo por aquí.
¡Salud!
Comparto todo lo que dices.
En el año 2.010 fui invitado a dar el pregón de las fiestas de mi pueblo y he encontrado el borrador de dicho pregón que te trascribo:
"Queridos amigos y vecinos todos de Castrillo: los que lo sois por vivir aquí y los que, como yo, tenemos el corazón aquí aunque la vida nos haya llevado por los caminos del mundo.
Agradezco a la Corporación Municipal el haberme dado la oportunidad de dirigirme a vosotros en este año tan especial en que, por fin, después de setenta y cuatro años hemos podido sacar del barranco anónimo en que los dejó asesinados la barbarie fascista, al Alcalde constitucional, a varios miembros de la Corporación elegidos democráticamente y a otros vecinos más.
Por ello, quiero honrarles, a ellos y a los que aún no han aparecido, parafraseando el texto de los Siete Infantes:
¡ Honor y gloria eterna para aquellos que quisieron instalar a Castrillo en el Siglo XX, adelantándose a su tiempo y pagando muy cara su ilusión¡
Ilusión que volvimos a recobrar a finales de los setenta y que nos hizo trabajar unidos a los que se habían quedado con los que habíamos salido para conseguir un pueblo más moderno, acogedor y solidario.
¡Qué recuerdos!... Aquellas obras realizadas por todos, entregando nuestro trabajo e incluso algunos jugándose la vida y no es exageración, si no que se lo digan a José Antonio Santamaría cuando quedó enterrado en el barranco…. y luego con qué ganas se cogía la verbena final de la siega, el acarreo y la trilla como premio al trabajo en común.
No quiero pasar por alto el agradecimiento que debemos a aquellos que en las penurias de los sesenta se quedaron en el pueblo para que los que tuvimos que salir pudiéramos encontrar la puerta abierta, la fiesta preparada, a la hora de volver a recargar las pilas del sentimiento en aquellos San Esteban y La Muela en que la Orquesta Urbión nos volvía a nuestras raíces en aquel salón humilde de bombillas desnudas, techos bajos y postes de madera donde apoyarse al calor de una pareja o en la soledad compartida con los amigos a base de tragos, jotas y añoranza, mucha añoranza.
Gracias por tanto a los que salisteis aportando parte de lo recibido por ahí fuera. A los que os quedasteis facilitando el poder volver a otros y a los que habéis regresado realizando ambas cosas. Y, con todo ello, hemos podido traspasar los umbrales del Siglo XXI con un pueblo, diezmado sí, pero vivo todavía.
Solo me queda pediros que mantengamos la ilusión y unidad a la hora de luchar y trabajar por el futuro de este pueblo que tanto queremos para que dentro de veinte años, alguien pueda seguir dando un pregón de fiestas a unos vecinos cada vez más jóvenes y nosotros que lo veamos.
¡Pero basta ya de nostalgia¡. Es el momento de la diversión, de la danza, del cantar y de los apretones de manos con los amigos que hace mucho que no vemos, y, en definitiva, de disfrutar a tope de nuestras fiestas; por eso os pido que digáis conmigo
¡VIVA CASTRILLO¡ ¡VIVAN LAS FIESTAS DE SAN ESTEBAN¡"
Seas quien seas, amgig@o serran@, tu pregón me parece valiente y necesario;palabras como las tuyas todavía no se han escuchado en muchos pueblos de España con las que rendir justo homenaje y agradecer el ejemplo y el sacrificio de nuestros antepasados en pos de la democracia y la libertad
Mi admiración y mi agradecimiento hacia ti por haberlas pronunciado públicamente ante tus paisanos en un momento tan importante como son las fiestas patronales
¡Salud!
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