miércoles, 15 de enero de 2020

Crepúsculo con "Alegría"



Es media tarde, muy cerca del crepúsculo. Mañana el invierno será oficial. He salido a leer al balcón, no tan abrigado como correspondería en esta época del año. Leo “Alegría” de Manuel Vilas. Esta novela, igual que su precedente “Ordesa”, me  obliga o me provoca tragar saliva casi a cada párrafo,  levantar la mirada del libro, mirar al cielo y preguntarme sobre mí; invocar y revisar mis recuerdos -aquellos años perdidos, cada día un poco más inasibles- sin perder pie en el presente, al tiempo que me atrevo a intuir  mi futuro.   Y todo durante ínfimos espacios de tiempo en los que respiro hondo el aire último del otoño para me ayude a ordenar y racionalizar  el torrente de  sensaciones que me acometen con la lectura de esta obra. Es el efecto Vilas. 

Siempre, allá donde vaya, llevo un libro. Si no es así, ando inseguro por la vida. La ausencia de libro incide directamente en mi estado ánimo y de salud. Leo a toda hora, siempre que  puedo, una tarde entera,  dos horas, treinta minutos…cuando hallo el momento y el lugar. Y si por cualquier circunstancia  me resulta imposible, no me encuentro bien, percibo cierto abatimiento, un suma de síntomas difíciles de explicar que influyen negativamente  en mí. Como mínimo, necesito una frase diaria para mis ojos. La lectura es  mi insulina. 

Quiero decir que cualquier lector sabe que durante la lectura se experimentan esos momentos de reflexión, o de emoción o  de interrogación  que le obligan a detenerse unos segundos, incluso, como es mi caso, a tirar de libreta y transcribir citas, fragmentos o apuntar ideas surgidas de esa lectura. Pero con las dos última novelas de Manuel Vilas éste hábito se transforma en otra cosa.

Y es que, leyendo “Ordesa” o “Alegría”, ese gesto de lectura gallinácea que consiste en  picar y levantar la cabeza no solo se convierte  en  frecuente, sino que es una constante  asociada a la obra. Por eso, solicito humildemente a la editorial Alfaguara y a la editorial Planeta  que incluyan en la faja de próximas ediciones un aviso a los nuevos lectores en los que se les prevenga sobre este particular. Algo así como: ¡Atención! La lectura de este libro incluye hondos suspiros, redundantes elevaciones en la mirada, seguidas de  esperanzas, nostalgias y  anhelos.

Y todo esto para explicar que hoy, día de finiquito otoñal, he salido a leer al balcón y súbitamente, al apartar por enésima vez la mirada del libro, ha surgido al norte un suave fulgor. En segundos, esa luminosidad tenue ha ido tomando carnalidad y  forma, hasta convertirse en un amplio y bello arcoíris de una nitidez tan material que  parecía realmente instalado ex profeso para un fin concreto, como por ejemplo, dar la bienvenida al invierno. 

El arcoíris nacía como una llamarada caleidoscópica desde las copas secas de una alameda y se extendía en una espaciosa curvatura hacia el este, cerrando la  bóveda más allá de la silueta de las colinas azuladas que limitan el pueblo. La hora crepuscular,  las últimas hojas doradas de los álamos y la pureza de los siete colores que lo forman componían una escena inmutable, intemporal y de extraordinaria belleza, efímera belleza. Al poco, las nubes se han apropiado del atardecer, el arcoíris y el otoño  habían muerto y la noche ineludible  había  zanjado el día. Efectivamente, ya ha llegado el invierno.

Entro en casa y retomo la lectura, pero me resulta imposible. Casi es media noche y desde mi sillón, con el libro abierto boca abajo sobre mis piernas sigo ensimismado explorando la oscuridad a través del cristal mientras susurra dentro de mí el eco de la última frase que leí. “La vida en sí misma, como absoluto, no se presenta si no es a través de pequeños detalles. La verdad se esconde en esos pequeños gestos, nunca en las grandes afirmaciones.” 

La foto está tomada el dia 20 de diciembre de 2019 desde mi balcón

4 comentarios:

Manuela Fernández dijo...

¿Se podría decir que el arco iris es mitad realidad y mitad espejismo? No, lo sé, pero es lo que me sugiere y lo que mi imaginación quiere ver.
Me encanta tu texto, me gusta cómo escribes, me quedaré por aquí.
SAludos.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

¡Hola Manuela! ¡Bienvenida!
El arcoíris llegó para acompañar mi lectura de Vilas...
No, en serio, surgió por ese tipo de azares mientras lo leía, y se me han quedado grabadas la imagen y las sensaciones de aquella tarde . Tenía la necesidad de describir aquel momento.
Lo curioso es que no llovió en todo el día. De modo que me gusta pensar que el arcoíris fue la puerta de salida al otoño y de entrada al invierno. Ese acontecimiento, unido a la lectura de "Alegría" van de la mano. Imposible desligarlos de mi memoria y de mis ojos.

Muchas gracias, Manuela.Eres muy generosa
¡salud!

José A. García dijo...

Muy buena foto, y muy interesante reflexión disfrazada de relato.

Saludos,

J.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Muchas gracias, José A.
¡Salud!