La traslación del
insulto, del taco o de la expresión gruesa a otro idioma debe ser uno de los retos mayores para un
traductor. Quizás el inglés sea el más
versátil. Con un sencillo y rotundo fuck
uno tiene para cualquier situación que se le presente en la vida.
Hablo por hablar,
indocumentado, como casi siempre, pero me da en la nariz que en las lenguas latinas proliferan especialmente
la palabrota, el requiebro grosero o la
blasfemia y que en comparación con otras familias
lingüísticas, el italiano, el portugués, el rumano, el gallego, el catalán y al español son mucho más diversas en este aspecto. Al
francés no lo tengo en cuenta, porque en francés todo suena dulce, amoroso,
elegante, meloso, Piaf, y así no hay
quien insulte con garantías.
A este respecto,
el español y el catalán son especialmente creativos, de tal manera que
podríamos llegar a organizar y
distribuir nuestro inventario de
improperios en grandes campos semánticos. Así, por ejemplo, tendríamos en la escatología el apartado más socorrido,
que incluiría una amplia gama de mierdas, excrecencias y defecaciones aplicadas
a todo tipo de situaciones y personas sobre las que nos posicionamos
convenientemente con un verbo del todo imprescindible, que no es otro que
cagar. Arturo Pérez Reverte, el escritor más
cipotudo a este lado de los Pirineos, gusta de la forma arcaica ciscar. Una y otra
son útiles y válidas.
Los genitales y
sus correspondientes variaciones partiendo
de su uso y abuso también no
ofrecen una amplia gama de expresiones
vituperiosas. No voy a poner ejemplos, pero en estos casos el verbo monosílabo ir en
su modo imperativo es más que recomendable. El conocimiento de las profesiones
relacionadas con la práctica del sexo, de las orientaciones y los gustos
sexuales de cada cual y de las mil y una destrezas habidas y por haber también
ayuda a encontrar el insulto adecuado para cada momento.
Después, en este
humilde ranking de la semántica invectiva
tendríamos que honorar con un merecido tercer puesto el santoral y todo lo más sagrado, nuestros dioses y vírgenes, nuestros
mitos sacros, aquello que tememos y adoramos pero que al mismo tiempo maldecimos cuando no
nos vienen bien dadas o sencillamente cuando nos da la gana, como ejercicio efectivo de socialización tabernícola.
De hecho, la sagrada
forma que comulgamos los creyentes se ha convertido en una muletilla habitual entre todos los hablantes a uno y
otro lado del Ebro, y el sustantivo que la nombra se utiliza como expresión de
admiración, de sorpresa o de amenaza; sinónimo de golpe, puñetazo o
soplamocos; batacazo y tropiezo;
accidente y morrazo. En Valencia, Doña Rita que en paz descanse, la convirtió
en sinónimo de fracaso electoral. También es habitual escuchar de boca patricia o
plebeya la palabra con la que se
designa a la divina oblea
junto al verbo imperial de la afrenta, ya mencionado en otro párrafo al inicio de
este somero y riguroso análisis.
Los futbolistas,
esa aristocracia cultivada y humanista a
la que ufanos y generosos perdonamos sus
impuestos, son unos grandes insultadores
de lo sagrado. No hay que estar muy atentos a las pantallas para sorprenderles
ciscarse hacia el cielo con grandes abrimientos de boca, unas veces en la
hostia, y otras en la puta, si yerran un lance o ven el color rojo de la cartulina que les muestra el árbitro enérgico, poderoso, igual que un Moisés levantando sobre el monte Sinaí las tablas de ley.
Las zonas
interiores, tanto de España como de Cataluña son prolijas y especialmente
imaginativas a este respecto. Para comprobarlo, no hay más que asistir a misa
de doce un domingo y después seguir a los feligreses a cualquiera de las
tabernas del pueblo y observar como se transforman de recogidos y beatos parroquianos a blasfemos e irreverentes sacrílegos en el tiempo que tardan en completar el
trayecto que separa la Iglesia del bar.
En este sentido me voy a ahorrar la tarea de escribir algún ejemplo porque
podría dañar la sensibilidad de algunos.
Hay un cuarto
grupo temático de los insultos protagonizado
por alimentos. A saber, frutas y verduras; pescados y aves, o mamíferos de todo pelaje son habituales
y muy útiles para escarnecer al prójimo
con comparaciones y símiles ultramarinos, desde los que lucen cornamenta,
pasando por los que ostentan la fama de sucios hasta los que la historia les ha colocado algún tipo de sambenito poco agraciado debido a su aspecto o
sus costumbres.
La leche es,
posiblemente, uno de los alimentos que más y mejor se utilizan en español. Y no
deja de ser curioso que esto sea así. Rastrear el origen de esta costumbre
idiomática seguramente nos proporcionaría algunas sorpresas curiosas. Porque ¿A qué viene eso de cagarse en la leche? ¿Qué
nos ha hecho la leche? ¿Acaso no estamos
vivos y criados gracias a la leche? ¿Y por qué la leche que le dieron? ¿Es que hay
leches buenas y leches malas? ¿Por qué ¡Ay, la leche!? ¿Tener mala suerte es lo
mismo que tener mala leche? ¿Ser un borde antipático supone tener mala leche?
¿A qué leche nos referimos? ¿Tiene piernas
la leche? ¿Anda la leche? ¿Te caes y te
das una leche? Y sobre todo, lo que más me preocupa: ¿Cómo traduzco al inglés
estas expresiones? ¿Es que los americanos y los británicos no tienen mala
leche? ¿Sería correcto decir fuck the
milk, o mejor decir I shit in milk? ¿Es
que quizá Trump y May aman la leche y
nosotros no?¿Es este un signo inequívoco de la supremacía de la cultura
anglosajona sobre la latina? ¿Los romanos se cagaban en la leche? ¿Alguien ha
encontrado en la obra de Plinio el Viejo la frase ego cacas in lac?
Todo son
interrogantes de difícil respuesta para un indocumentado como yo. Aunque de
algo sí que estoy seguro. En catalán y en español puedes decir que alguien
tiene mala leche . Sin embargo, las demás variantes y usos lácteos que proporciona el español no son trasladables
a la lengua de Pompeu Fabra, que no aceptan una traducción literal láctica. Es
decir, en Cataluña la leche no anda, ni nadie que se cae se da una leche. Y
sobre todo, y ante todo, nadie se caga en la leche.
Aquí, igual que más
allá de Fraga o en Jerez de la Frontera,
nos cagamos en el altísimo a todas horas, en la puta, en la santísima oblea o en nuestros
progenitores, pero en la leche, ¡nunca!.
De ahí que muy poca gente haya
interpretado correctamente el consejo de la eximia consellera de agricultura y ganadería de la
Generalitat de Catalunya,Teresa Jordà, quien ha proclamado a los cuatro vientos
pirenaicos los beneficios salutíferos de beber leche cruda catalana, al más
puro estilo estilo Heidi, con el
argumento de que los catalanes mantenemos mejor que nadie la leche limpia de
polvo y paja, y nuestras vacas catalanas, tan asépticas, la producen libre de
bacterias porque se crían, pacen y pasan sus días de vaca en granjas tan limpias y desinfectadas que las
podríamos lamer sin temor a infección alguna.
Habría que abrir
un apartado semántico con la finalidad de poder definir al modo ibérico la ignorancia y la
estupidez política. Acudiremos al amplio subgrupo animal. El célebre ruc català podría servir. Pero, ¡abuelito!,¡ dime tu! ¿cómo
señalar y denunciar más allá de la buena educación la irresponsabilidad? Muy fácil, con un poco de inglés, asunto resuelto: ¡Fuck!
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