jueves, 14 de abril de 2016

El último verbo



Perseguía el final. Lo anhelaba. Era tan intenso el deseo de hallar la conclusión a su historia que durante el proceso de búsqueda  apenas  podía  juzgar, disfrutar o aprender de todo aquello  por lo que  transitaba. De hecho, los últimos días su obsesión llegó a tales extremos que  la mayoría de las  noches las pasaba en vela, encerrado en su cuarto, envuelto en una especie de fiebre  fría que le calentaba por dentro y le hacía sudar hielo.

Pero no lo podía evitar. Había invertido años y años hasta que, sin darse cuenta,  la ambición en pos del desenlace  llegó a convertirse en una  tortura. De manera que, a consecuencia de su obcecación,  le  nació de muy adentro un dolor de impotencia que le había aislado de amigos y amores.

Tiempo atrás la familia ya  le había dado por perdido. Empezó por  ausentarse de  las celebraciones y terminó por neutralizar  cualquier posibilidad técnica o humana que le conectase con el exterior, porque llegó a la conclusión de que  cada paso que daba, cada palabra que escribía suponía un clavo bajo los pies  que le alejaba de la meta, y por tanto era trascendental la preservación de  todos los minutos de su conciencia para poder hallar con el último verbo la consumación de la frase que cerrase el proyecto de su vida. 

Fue su propia hermana la que encontró el cuerpo tendido sobre la cama. Tenía los ojos muy abiertos, con la expresión deshabitada de un hombre sorprendido. Quizá por ello la hermana hizo todo lo posible por destruir el centenar de hojas aburridas que descansaban sobre su pecho antes de cerrárselos, antes de que el juez forense examinase la escena y ordenase el levantamiento del cadáver.

2 comentarios:

ESTER dijo...

La infamia de la muerte oculta secretos que tal vez no sean nunca desvelados.

Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Recordaba una enseñanza de Juan de Mairena. Aquella en la que habla del poeta que constantemente le cantaba a la muerte, utilizando adjetivos y frases tremendas que epatasen al lector. Llegada su hora, en su agonía se quedó sin palabras.
¡Salud y República!