Perseguía el
final. Lo anhelaba. Era tan intenso el deseo de
hallar la conclusión a su historia que durante el proceso de búsqueda
apenas podía juzgar, disfrutar o aprender de todo aquello por lo que transitaba. De hecho, los últimos días su
obsesión llegó a tales extremos que la
mayoría de las noches las pasaba en vela,
encerrado en su cuarto, envuelto en una especie de fiebre fría que le calentaba por dentro y le hacía
sudar hielo.
Pero no lo podía
evitar. Había invertido años y años hasta que, sin darse cuenta, la ambición en pos del desenlace llegó a convertirse en una tortura. De manera que, a consecuencia de su obcecación,
le
nació de muy adentro un dolor de
impotencia que le había aislado de amigos y amores.
Tiempo atrás la
familia ya le había dado por perdido.
Empezó por ausentarse de las celebraciones y terminó por neutralizar cualquier posibilidad técnica o humana que le
conectase con el exterior, porque llegó a la conclusión de que cada paso que daba, cada palabra que escribía
suponía un clavo bajo los pies que le
alejaba de la meta, y por tanto era trascendental la preservación de todos los minutos de su conciencia para poder
hallar con el último verbo la consumación de la frase que cerrase el proyecto
de su vida.
Fue su propia hermana la que encontró el cuerpo tendido sobre la cama. Tenía los ojos muy abiertos, con la expresión deshabitada de un hombre sorprendido. Quizá por ello la hermana hizo todo lo posible por destruir el centenar de hojas aburridas que descansaban sobre su pecho antes de cerrárselos, antes de que el juez forense examinase la escena y ordenase el levantamiento del cadáver.
2 comentarios:
La infamia de la muerte oculta secretos que tal vez no sean nunca desvelados.
Ester
Recordaba una enseñanza de Juan de Mairena. Aquella en la que habla del poeta que constantemente le cantaba a la muerte, utilizando adjetivos y frases tremendas que epatasen al lector. Llegada su hora, en su agonía se quedó sin palabras.
¡Salud y República!
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