El día que
escuché a aquel tipo en el restaurante no sabía que lo que decía en realidad era la versión payesa de una cita cuyo autor pasa por ser uno de los hombres ilustres del siglo XXI. Él intentó expresarla al mismo
tiempo que se trajinaba de carrillo a carrillo un pedazo de pan con tomate y un buen bocado de butifarra
acompañado de alubias secas.
Por eso, cuando
intentó manifestar su reflexión surgieron de su boca, igual que proyectiles, pequeños restos del bolo alimenticio. Al
percatarse, se detuvo un instante, agarró el porrón y obsequió a sus compañeros de mesa con una
mueca que todos tradujeron como una disculpa.
Mientras tanto,
iba recolocándose la comida en la boca y
tragando las viandas como si fuesen nudos, encajándolas en sus órganos a medio masticar, hasta que finalmente se sintió cómodo, levantó el porrón y, en una parábola perfecta, el priorato oscuro se precipitó diluyendo por fin la emulsión de viandas que engullía ayudàndose, eso sí, de sonoros enjuagues posteriores.
Una vez libre de
obstáculos, pudo hablar con cierta fluidez, alabando convenientemente el vino a granel y el sabor fuerte del allioli. En su breve
perorata, no dejó de calificar de
mariconada la cocina de autor y tras eructar leve y educadamente con el puño tapándose la boca,
recuperó el hilo de su discurso:
-Pues lo que os decía, lo que le dije a Ramón. Le dije, “mira Ramón, tú no tienes la
culpa de ser pobre. Ni siquiera tu padre tiene la culpa de que tú seas pobre,
pero tú serás el único culpable de morirte pobre”.
Todos los comensales
de la mesa celebraron la máxima. Algunos
asintiendo con sus cabezas al tiempo que cortaban con sus cuchillos el filete sangrante.
Otros musitando interjecciones aprobatorias
mientras se llevaban la servilleta a la boca, y el resto ponderaban la
reflexión con expresiones del tipo “¡Ahí
le has dao!”, “¡ Joder, estuviste
sembrao”. “¡Vaya cara se le quedaría! O ”¡eso sí que es dar una buena
estocada!”. “Pásame el porrón anda, que esto hay que mojarlo!” …
Estoy convencido
de que aquellos tipos que comían junto a
mí, y que probablemente dirigían una
empresa, ignoraban como yo que las palabras que
celebraban y que habían humillado a uno de sus trabajadores el día que
presumiblemente pidió un pequeño aumento
de sueldo, las había proferido con anterioridad -en el
marco de una de esas conferencias de formato desenfadado a mil
quinientos dólares la entrada- uno de los héroes de nuestro tiempo, el
emprendedor de emprendedores, la referencia global, el gran filántropo, el espejo en el que el mundo entero se quiere ver. Señoras
y señoras, ladies and gentleman, madammes y monsieurs , con todos
ustedes: ¡ Bill Gates!
8 comentarios:
Hay que tener mucho morro y estar muy al margen de la realidad sociopolítica para soltar eso:
"tú serás el único culpable de morirte pobre". Pues mira qué bien, oye, ya no hay que buscar más.
Pues Juan, hay quien lo cree. De hecho, es el pensamiento predominante
Es el efecto Silicon Valley
¡salud!
Sí, lo sé, lo sé. Yo no sé si a esto se le puede llamar "pensamiento débil" o "debilidad intelectual congénita".
Creo que deberíamos llamarlo directamente "hijoputez"
Tampoco está mal. No sé si el palabro está incluido en el diccionario de la RAE, pero, si no lo está, debería.
A ver si meten también en la RAE "Emperdizaje" (¿también es tuya?), porque lo de "emprendizaje" ya huele de maaaaaaaaaaaaaaaaaal....
Por aquí lo llaman emprenedoria, y se lo encajan a todo autónomo o a todo el que se monta un chiringuito. Ya sabes, si no eres emprendedor, hoy día no eres nadie, y no tienes derecho ni al aire que respiras.
¡Salud!
Genial. Un abrazo.
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