Viene de aquí
El David causó un
gran revuelo artístico, político, social y por supuesto religioso. No dejó
indiferente a nadie. Durante la mañana del día 14 de Mayo de 1504 una cuadrilla de
albañiles derribó parte del muro de la entrada de la Ópera del Duomo para
que esa misma tarde, ya casi de anochecida, el héroe pudiese salir del lugar donde Miguel Ángel había estado gestándolo. Según explica Martin
Gayford en su apasionante biografía del artista florentino, la escultura tardó en recorrer cuatro días el trayecto desde el Duomo hasta la misma puerta del
Palazzo Vechio (unos centenares de metros). Se instaló allí definitivamente la
mañana del día 18 de mayo, donde permaneció durante los años más convulsos del
Renacimiento europeo, ejerciendo inopinadamente de testigo y víctima de la violencia,
la codicia y la corrupción de los hombres.
El David llegó transportado
sobre un ingenioso artilugio mecánico,
obra del mismo Miguel Ángel, y no
resulta demasiado difícil imaginar a las
gentes saliendo de casa a
su encuentro para poder admirar al gigantesco
héroe nacido de la piedra; para retener
en su memoria el paseo triunfante por
las calles de Florencia, quizá algo
temerosos ante la dimensión gigantesca; seguramente asombrados ante el misterioso
advenimiento de una criatura que había
estado latiendo dentro de una roca de
mármol desde el inicio de los tiempos; conmovidos al descubrir y
contemplar en movimiento -como si desfilase vivo ante ellos- la figura
gigantesca y armoniosa de un héroe bíblico que nació en Florencia para
explicarle al mundo el poder de su ciudad frente a sus enemigos, y prueba definitiva de la capacidad
creativa humana en la obra de arte más
extraordinaria que se había esculpido.
Pero el genio prácticamente no
había hecho nada más que empezar. Miguel Ángel, gracias a la Pietá de San Pedro del
Vaticano y al David, obtuvo respeto,
admiración, y celebridad. Por eso, a
partir de entonces, cargó sobre su espalda la penitencia del éxito, porque
cualquier proyecto en el que se embarcase debería superar en maestría y resultados su última creación.
Un año después de
terminar El David se dispuso a proyectar
una tumba por encargo del mismísimo Papa Julio II, el criminal de guerra que le confiaría también la decoración de la bóveda de la Capilla
Sixtina. Para cuando Miguel Ángel finalizó la tumba, no quedarían de su
santidad más que las tibias cruzadas
bajo su cráneo tonsurado, puesto que no la dio por concluía hasta 40
años después, poco antes de la muerte del artista, constituyéndose así en una
de la obras de arte más accidentadas de la historia.
En el proyecto
inicial de la tumba, Miguel Ángel había planeado instalar dos esclavos que
esculpió en unos pocos años, el llamado esclavo rebelde y el esclavo moribundo.
Sin embargo, finalmente fueron desechadas. Una vez finalizadas, el autor se las
regaló a un banquero y acabaron un siglo más tarde en Francia, en manos del
Cardenal Richelieu.
Pasados los años el escultor volvió a la misma idea. Este es un hecho extraño en el quehacer de Miguel Ángel, pues odiaba a los artistas que repetían temas en su obra. Su capacidad imaginativa era desbordante. Constantemente bocetaba, dibujaba e ideaba nuevas obras alrededor de asuntos inéditos. Sin embargo, el esclavo como motivo alegórico o simbólico seguía vivo en su cabeza, de manera que, finalmente, destinó cuatro grandes bloques de mármol para extraer de ellos las figuras de otros cuatro cautivos. Según dicen los críticos que se atañen estrictamente a la versión oficial, simbolizaban las cuatro artes liberales, encadenadas eternamente y huérfanas a causa del fallecimiento del Papa. O ese fue al menos el argumento que el escultor le vendió a los sucesores de su mecenas, con quienes adquirió el compromiso de seguir con el proyecto una vez muerto Julio II.
Pasados los años el escultor volvió a la misma idea. Este es un hecho extraño en el quehacer de Miguel Ángel, pues odiaba a los artistas que repetían temas en su obra. Su capacidad imaginativa era desbordante. Constantemente bocetaba, dibujaba e ideaba nuevas obras alrededor de asuntos inéditos. Sin embargo, el esclavo como motivo alegórico o simbólico seguía vivo en su cabeza, de manera que, finalmente, destinó cuatro grandes bloques de mármol para extraer de ellos las figuras de otros cuatro cautivos. Según dicen los críticos que se atañen estrictamente a la versión oficial, simbolizaban las cuatro artes liberales, encadenadas eternamente y huérfanas a causa del fallecimiento del Papa. O ese fue al menos el argumento que el escultor le vendió a los sucesores de su mecenas, con quienes adquirió el compromiso de seguir con el proyecto una vez muerto Julio II.
Y es que el
precio a pagar por la tarea encomendada bien valía la adulación póstuma. Sin embargo,
la muerte de tan eminente cliente, la convulsión política de los tiempos y otras
prioridades en la trayectoria artística de Miguel Ángel libraron a los cuatro
esclavos de la penosa tarea de custodiar a
Giulano della Rovere, alias Julio II, desprovisto para siempre de su
espada en los avernos del infierno.
No soy el único
que está convencido de que Miguel Ángel
nunca pensó realmente en adjudicar a sus criaturas encadenadas ese papel. Demasiado
simple y notarial para su personalidad y
para su concepción del arte; incluso resultaría hipócrita, sobre todo porque el
genio florentino conocía perfectamente a su cliente, un analfabeto funcional
que se pavoneaba de serlo; y porque el
aspecto de los seres que tenía en mente
-que ya latían en las vísceras de alguna roca- de ningún modo podrían
alegorizar a las cuatro artes, por muy huérfanas de padre que se hubiesen
quedado.
De hecho, Miguel
Ángel, en una sugerente casualidad artístico-biológica, permaneció casi nueve
meses en las canteras de Carrara con el
fin de escoger los mejores bloques de mármol y asegurarse así de que la idea
que se había engendrado en su mente podría fecundar el útero fértil de la
piedra.
Esos cuatro
esclavos pretendidamente inacabados están
expuestos actualmente en la Galería de
la Academia de Florencia. Uno se los
encuentra nada más acceder a su interior. Están dispuestos a un lado y otro del
amplio pasillo que culmina en El David. Parecen querer escoltar al
visitante en el camino hacia él. Sin embargo, a pesar de la proximidad, de sus
dimensiones, y de la ausencia de barreras para observarlos tan cerca como se quiera, muy pocos reparan atención a ellos más de unos pocos segundos, quizá porque ante
ellos, el visitante sabe que se halla frente algo más que una estatua inacabada; porque ante los
cuatro esclavos de Miguel Ángel, el hombre se enfrenta a un espejo; a su origen, a su propia alma y a su destino.
El hombre se enfrenta a la liberación de su Yo, a la frustración que supone la impotencia de no poder romper las cadenas que le atan a su condición.
Por eso creo que los cuatro esclavos de Miguel Ángel se anticipan
en casi trescientos años al hombre romántico,
al hombre en lucha con la naturaleza, en réplica y protesta constante contra un dios que le niega el acceso a la sabiduría para aprehender el mundo material
y el mundo espiritual, que le niega las herramientas
para liberarse de sí mismo.
Continuará
5 comentarios:
Veo que hasta hemos compatido lecturas para acercarnos a la belleza, pero tu escrito (como el anterior)es el mejor homenaje que se le puede hacer desde el presente a un ser atormentado cuya pasión ha transcendido los siglos.Desde luego era un ser espoleado por el sufrimiento, inagotable y convencido de su genialidad.
Saludos Hablador.
Extraordinaria la biografía de Gayford ¿verdad?. No podía ser de otra manera. Acercarse a Miguel Ángel es quemarse con el fuego y salir de la hoguera revivido.
Creo que la tragedia que este hombre arrastró dentro de sí durante toda su vida consistió en que percibió como nadie la disociación irreversible entre el ideal (ético, moral, político, religioso, artístico)y la realidad, y sobre todo la impotencia de constatar que el ser humano ni siquiera era capaz de acercarse mínimamente a ese ideal. Todo esto propició una gran soledad, que solamente se atenuó en los últimos años de su vida, cuando conoció a Vittoria Colona y sus compañeros espiritualistas, con los cuales podía compartir de una manera sincera su inquietud vital.
En fin, amigo Carlos, una lectura que recordaré mientras viva
(Nunca, después o durante la lectura de un libro, había sentido tanta necesidad de escribir)
Carlos, disculpa, me fui del comentario a la americana, sin despedirme
¡salud!
El 18 de mayo de 1504 dices que el David se plantó al mundo. Curiosamente, el 18 de mayo de 464 años después fui yo la que me planté en el mundo. Me ha hecho gracia...
Ester
¡Vaya! ¡Qué casualidad!
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