Escribir podría ser algo así como tener la capacidad de hallar el lugar exacto donde horadar para que ese pequeño orificio se transforme en el manantial del que brotará durante siglos toda el agua contenida misteriosamente en algún lugar invisible, subterráneo, y que, por supuesto, acabará por formar un río que alimentará el mar. Es decir, el acto de la creación literaria se concentraría en un único momento, espontáneo y maravilloso que nos empuja a derramar una cantidad ingente de energía acumulada durante mucho tiempo, quizá toda una vida.
Eso es lo que me ha ocurrido con este texto,
con la salvedad de que lo que diga y como lo diga no posee suficiente entidad- digamos caudal- como
para desembocar en océano alguno porque la poca cantidad de agua que de él pueda fluir tiene muchas
probabilidades de perderse en alguna
barrancada o de encharcarse en los
recovecos de algún valle, entre matojos.
A mediados de Agosto finalicé la lectura de
“En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. Desde entonces, la necesidad de
explicar la experiencia que he vivido leyendo las siete novelas que componen esta obra ha sido tan intensa
que creía que me provocaba el célebre y
temido bloqueo, del que además ya nunca podría librarme.
Casi llegué al convencimiento de que entre la inquietud por hallar el
mejor modo de escribir sobre Proust y el estado en el que se encuentra mi red
neuronal ante la machacona insistencia -casi
de tortura china- con el monotema catalán, nunca jamás podría ponerme frente al
teclado con un mínimo de dignidad.
De
manera que día a día, desde el ya lejano Agosto, las
ideas, imágenes, evocaciones y sensaciones relacionadas con la lectura
de la obra de Proust se iban acumulando y temía que con el paso de tiempo se
diluyesen en nada, y que finalmente cobraría triste fama por convertirme en el primer espécimen que pone contra las cuerdas la teoría de la transformación de la energía.
En un momento de desesperación había pensado
en empezar con un par de frases que estampé
en la última página del último volumen,
“El tiempo recobrado”, a modo de
celebración íntima, pero
lo descarté. (Desde que Francisco Casavella escribió que lo peor de lo peor es
iniciar cualquier texto con una cita, no he vuelto a hacerlo, porque en lo que
concierne a mí, lo que decía Casavella
va a misa.)
Las poco más de cuatro palabras con las que celebré el final
de mi singladura proustiana dicen así:
“El 20 de agosto del año dos mil catorce
finalicé la lectura de ‘En busca del tiempo perdido’. El día estaba nublado. Lo
primero que vi cuando levanté la vista fue un arco de piedra rojiza
enmarcando el mar y algún barco cerca
del horizonte. Marcel Proust vivirá dentro de mí siempre, a pesar de que alguna de sus
criaturas se pierda en el tiempo.
Firmado en Altafulla (Tarragona), el día 20 de agosto de 2014”
Firmado en Altafulla (Tarragona), el día 20 de agosto de 2014”
Trancurrían las semanas y las figuras
de Albertine, del Barón de Charlus, de Morel, de los Duques de Guermantes,
Swann, Odette, Gilberte, y el largo etcétera de criaturas maravillosas y
despreciables de las que nos da cuenta la inolvidable voz del narrador, se iban
difuminando en mi memoria hasta perder la carnalidad que de ellos había formado
mi imaginación mientras leía.
Lo mismo me
ocurría con los espacios en los que estos personajes desarrollaban lo peor
y lo mejor que se puede llegar a hacer
en la vida. Grandes y lujosos salones, océanos y playas, balnearios, bulevares,
caminos y senderos, arquitecturas, alcobas, tienduchas, cuarteles y hasta sórdidos
tugurios donde se citaba la
doble moral aristócrata van filtrando sus geografías, su mobiliario y sus
aromas entre los resquicios de mi memoria hasta que ya no quedan más que percepciones, cierta
noción de lo que Proust escribió, luces filtradas que emborronan contornos
hasta convertirlos en simples y confusas sensaciones a las que no me
queda más remedio que acudir si
persevero en mi empeño.
Acudí a la desesperada a mi libreta donde, mientras leo, anoto párrafos, frase e ideas. La última oportunidad. Quizá el lugar desde el que poder resucitar cientos de horas de placer, momentos de fascinada y a menudo esforzada lectura. De todos modos, yo sabía que dentro de mí habitaba todo ese tiempo, todos los escenarios, con los hombres y mujeres que los poblaron, y estaba convencido de que en lo hondo de mis certidumbres, todo eso no se malograría. Quizá ya nunca podría volver a verlos con la nitidez de aquellos instantes antes de cerrar la última página frente al arco que enmarcaba el mar. Sin embargo, algo permanecía; algo diferente más allá de la concreción de las palabras. Me quedaba la experiencia.
Acudí a la desesperada a mi libreta donde, mientras leo, anoto párrafos, frase e ideas. La última oportunidad. Quizá el lugar desde el que poder resucitar cientos de horas de placer, momentos de fascinada y a menudo esforzada lectura. De todos modos, yo sabía que dentro de mí habitaba todo ese tiempo, todos los escenarios, con los hombres y mujeres que los poblaron, y estaba convencido de que en lo hondo de mis certidumbres, todo eso no se malograría. Quizá ya nunca podría volver a verlos con la nitidez de aquellos instantes antes de cerrar la última página frente al arco que enmarcaba el mar. Sin embargo, algo permanecía; algo diferente más allá de la concreción de las palabras. Me quedaba la experiencia.
Por fortuna, al abrir mi libreta buscando ese
primer hilo de agua leí que “el
pasado no sólo es tan fugaz, sino que, además, permanece en su lugar”. De
manera que decidí apaciguar mi ansiedad
y en aquel mismo momento me exoneré a mí mismo de la obligación que me había impuesto;
porque después de tantos y tantos días devanándome la sesera en busca del motivo que me permitiese dar
rienda suelta a la necesidad de escribir
sobre la obra de Proust, esa necesidad se convirtió en imposición, casi en una
responsabilidad conmigo mismo, un compromiso del que no me podría zafar, so
pena de no poder escribir ya, nunca, una sola línea más.
Hasta que un buen día, trasteando en internet,
visité, una vez más, la página web de Enrique Vila-Matas.
7 comentarios:
¡Québien entiendo t desasosiego!
En mi caso, redoblado por el hecho de que leí a Proust de adolescene en una pésima (envejecida) traducción: de Pedro Salinas (nada menos), que es la que circulaba en las ediciones de bolsillo de Alianza.
Aún así... seguí y seguí... Era más importante el mundo arrastrado que la letra...
Luego vinieron los que apuntas.
Kisses!
La edición que he leído es la de RBA, empaquetada primorosamente en su caja, ilustrada con el retrato del autor. La traducción es de Carlos Manzano. A veces, en los pasajes donde más complicada se hace la sintaxis, uno siente por él algo parecido entre la admiración y la piedad ;)
Aun así, aunque es verdad que a momentos hay que echarle arrestos, son muchos más los espacios donde la narración fluye y los personajes viven y donde se oye diáfanamente la voz de Proust y los días de un tiempo no demasiado lejano; los días, quizá, en los que se liquidaba para siempre un siglo para entrar en otro.
Para mi ha sido una experiencia inolvidable.
Abrazos
¡Qué nervios!, tengo tres libros al retortero un poco extensos y en cuanto acabe me pongo con Proust, espero que me guste tanto como a ti.
Un saludo, :)
Que se pueda describir como "experiencia inolvidable" la lectura de una obra es, para mí, un fenómeno extrasensorial, que va más allá de los sentimientos.
"Bajo el signo de marte", como sabes, me representó esa sensación.
Las hormigas de Pinilla creo que van en ese camino, aunque con menor intensidad.
Un beso, Ester
Vas vivir momentos inolvidables. Y también vas a sudar la gota gorda. Pero el balance es altamente positivo, Babe. Nadie que ame la literatura debería de irse de aquí sin leer la obra de Proust.
Abrazos
ESter, así es. Va más allá de los sentimientos. Es admiración, es aprendizaje, es conocimiento...
Entiendo que Zorn te haya llegado más, porque empatizas directamente con su historia, y porque no es ficción. Si embargo "las ciegas hormigas" , a pesar de ser una historia de ficción, contiene más realidad que la calle que he pisado hoy
Besos!!
Ya contaré cuando la finalice...
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